Categorías
General

Harumasa Abe / Fragmentación, centralización y guerra civil en la ultraizquierda japonesa

Traducción del texto de Harumasa Abe publicado originalmente en inglés en el sitio web de Ill Will, el 16 de junio de 2025.

 


 

Ill Will: El siguiente artículo es la segunda entrega de una serie en curso que recorre la historia del antagonismo revolucionario en Japón durante el siglo XX. En la primera entrega,  Sabu Kohso trazó un retrato panorámico del «largo 1968» japonés sosteniendo que su borramiento de la memoria sigue actuando sobre los horizontes de la lucha política en el país hoy en día. En el presente texto, Harumasa Abe profundiza este análisis, argumentando que la violencia intestina entre grupos revolucionarios durante las décadas de 1960 y 1970 surgió de una «tensión máxima» entre dos dinámicas opuestas: la centralización y la fragmentación. Lejos de ser un caso aislado, Abe sostiene que esta tensión constituye una aporía central que toda insurrección debe enfrentar para avanzar hacia la revolución: dado que el impulso insurreccional destotaliza y fragmenta los órdenes sociopolíticos existentes, se ha asumido desde hace tiempo que, para que pueda expandirse hacia una apertura revolucionaria, es necesario conformar una organización partidaria que ejerza un proceso político suplementario, introduciendo ideas revolucionarias y plataformas institucionalizadas entre las masas insurreccionales. Sin embargo, como muestra Abe, fue precisamente este esfuerzo por articular un giro del partido «larval» de la revuelta hacia el partido «real» de la revolución lo que condujo a las trágicas masacres entre las sectas de la nueva izquierda, dejando un saldo de cien compañeros muertos y más de cinco mil heridos. Para evitar reproducir esos fracasos mortales, cualquier intento de resucitar la forma-partido en el siglo XXI debe confrontar no sólo esta historia, sino el impasse persistente que ella revela.

 


 

En un libro reciente que revisita la experiencia de Zenkyōtō (los Comités de Lucha Conjunta de Todo el Campus), se incluye una sección de cuestionarios dirigidos a cuatrocientos cincuenta participantes de la lucha de 1968.1 En respuesta a una pregunta sobre los factores que llevaron a la desvinculación del movimiento, el 37 % de las respuestas atribuye la causa principal al desaliento provocado por la violencia intrasectaria (uchigeba), y el 25 % a la desesperación relacionada con las ejecuciones de miembros dentro del Rengō Sekigun o Ejército Rojo Unido (ERU).2 Estos dos acontecimientos ejemplificaron el derrumbe del movimiento de la nueva izquierda japonesa. Infligieron un golpe fatal al campo de la izquierda radical, al tiempo que ofrecieron a las autoridades y a los sectores liberales la excusa perfecta para desacreditar el movimiento revolucionario en su totalidad. Mientras tanto, la crítica o autocrítica de la izquierda respecto a estos sucesos se dirigió principalmente a rasgos generales de las sectas de la nueva izquierda, tales como la política partidaria, la revolución armada y el marxismo, lo que favoreció el auge posterior de corrientes opuestas como la no-violencia, el humanismo, el sindicalismo tradicional y el libertarismo.
Con este giro desmoralizador en mente, nuestro objetivo aquí es ofrecer otra mirada sobre el «largo 68 japonés» y su transformación, basada en una crítica inmanente del impulso que determinó su desarrollo.3 Como veremos, la década de insurgencia se inició con esfuerzos políticos para organizar a la nación en oposición a la hegemonía estadounidense, pero las masas insurreccionales desbordaron ese marco político, expandiéndose en todas direcciones a lo largo de la década de 1960 y conformando un movimiento de resistencia múltiple. Fue en respuesta a este auge difuso de rebelión que se configuró la divergencia entre las sectas de la nueva izquierda. Este impulso involucró dos dinámicas: la centralización (el proceso constituyente de la organización partidaria) y la fragmentación (el proceso destituyente de la insurrección de masas). Nuestra hipótesis de base es que los dos hechos trágicos mencionados —el caso del Ejército Rojo Unido y la uchigeba— surgieron de la tensión máxima entre ambas dinámicas, aunque en direcciones distintas. Si bien los fenómenos de lucha intestina dentro del movimiento de la nueva izquierda japonesa respondieron a problemas específicos de sectarismo, creemos que también señalan un problema inherente a la organización revolucionaria en general.

 

Dos raíces: Bund y Kakukyōdō

 

Para comprender el trasfondo de estas tragedias, es necesario volver al origen del movimiento de la nueva izquierda. Existen dos raíces de las que divergieron diversos grupos y corrientes. Una es la Liga Comunista (el Bund), que se escindió del Partido Comunista Japonés (PCJ) orientándose hacia un movimiento insurgente; la otra es la Liga Comunista Revolucionaria (Kakukyōdō), que buscaba constituir un nuevo partido revolucionario fuera de la influencia del PCJ.
La lucha contra el Tratado de Seguridad Estados Unidos-Japón (ANPO) de 1960 dio lugar a la mayor insurrección en la historia moderna de Japón. Fue encabezada por el Bund, fundado en 1958 por estudiantes miembros del PCJ que lo abandonaron para radicalizar sus acciones en oposición a la conversión pacifista del partido en 1955. En contraste con los esfuerzos parlamentarios del PCJ para consolidar la independencia nacional respecto de Estados Unidos, el Bund propugnaba la acción directa para derrocar al «imperialismo japonés» como parte de una revolución mundial. Durante las acciones para interrumpir el ANPO, la intervención del Bund logró, de forma notable, orientar a toda la multitud, desbordando el liderazgo de los partidos políticos y los sindicatos. Sin embargo, en la fase final de la insurgencia, las propias masas trascendieron la capacidad organizativa del Bund. El 15 de junio, un miembro del Bund activo en la Universidad de Tokio murió durante un intento de irrumpir en el Parlamento Nacional. Al día siguiente, el ánimo de la manifestación se intensificó al extremo; fue ahí donde, en palabras de Masaaki Hiraoka —miembro de BUND en ese momento, quien se convertiría en uno de los ideólogos más influyentes a finales de la década de 1960 y durante la de 1970—, «el Bund se disolvió en medio de un enorme remolino de estudiantes, obreros y ciudadanos furiosos que, uno tras otro, asaltaban el Parlamento».4 Hiraoka describe así la disposición de sus compañeros en la Universidad de Waseda la mañana del día 16:

 

De regreso a la universidad después del enfrentamiento, los rostros de los estudiantes habían cambiado de la noche a la mañana. Reunidos en el campus, se dispusieron a preparar la siguiente manifestación, elaborando sencillos carteles de cartón con la inscripción del carácter «oposición», montado en un palo de madera que, técnicamente, era una porra.5

 

Aquí vemos una forma embrionaria de lucha con bastón (geba-bō), que se convertiría en el arma predilecta en las batallas callejeras a partir de 1967.6
Manifestación de Zengakuren del 28 de abril de 1969 en Tokio (Imagen: Kaku Kurita)
Manifestación de Zengakuren del 28 de abril de 1969 en Tokio (Imagen: Kaku Kurita)

Después de la experiencia de ANPO, Hiraoka abandonó el Bund y centró su atención en la lucha de los excluidos de la sociedad civil japonesa. En 1961 organizó un grupúsculo llamado Liga de Criminales, que impulsaba una propuesta extremadamente minoritaria: «todo crimen es revolucionario». Hacia finales de la década de 1960, buscó sincronizar a las clases marginadas japonesas con las revoluciones del Tercer Mundo a través de una mediación de los impulsos afectivos de las masas. Ya en la década de 1980, escribió un ensayo recordando la «situación anárquica» en la que se encontraba Tokio en 1945, inmediatamente después de la guerra: la capital había sido prácticamente reducida a cenizas por los bombardeos estadounidenses y multitudes empobrecidas deambulaban por la ciudad incendiada, congregándose en mercados negros. Para Hiraoka, esa escena resonaba con la que habían producido las masas enfurecidas durante la acción contra ANPO: en ella percibía que «cuando el poder estatal colapsa, “el cuerpo” queda expuesto».7

En estas situaciones diversas, el denominador común —«el cuerpo»— alude a las masas abandonadas o desvinculadas del marco social y político imperante. El cuerpo es el ser anárquico de las multitudes que emerge más allá de las instituciones. Puede entenderse como una forma de espontaneidad, en oposición histórica a la organización. Este cuerpo es una fuerza de destotalización o fragmentación que se opone a la totalidad construida por la organización consciente. En la convulsión de la posguerra, el cuerpo significaba una corporeidad de masas liberada del estatismo totalitario que había regido a la población durante la prolongada guerra. La insurrección masiva de la década de 1960 reavivó la misma escena, pero esta vez con la participación activa del pueblo. El cuerpo anunció ahora una fuerza que estallaba contra el Estado, a pesar de la organización consciente del Bund. Como veremos, fue este movimiento de masas impetuosas, disgregadas de la coalición del movimiento anti-ANPO en un proceso de fragmentación, el que reverberó para engendrar una corriente insurreccional que desembocaría en 1968. En ese desarrollo, las armas comunes —geba-bō, tubos de acero, piedras y bombas molotov acompañadas de cascos— surgieron como extensiones del primitivo garrote, prolongación del cuerpo expuesto en una grieta temporal del poder estatal. Para los revolucionarios, el origen de su armamento es siempre este cuerpo, uno intrínsecamente asimétrico frente a los cuerpos militarizados de las fuerzas del Estado.

 

*
*          *

 

A diferencia del Bund, Kakukyōdō fue fundado por un grupo de intelectuales en 1957. Uno de sus cerebros fue Kan’ichi Kuroda, un filósofo autodidacta. Kuroda desarrolló una teoría de la revolución que combinaba una lectura materialista de la ontología de Nishida Kitarō —quien había influido en un grupo de filósofos prebélicos de la Escuela de Kioto— con la teoría de la técnica elaborada por Mitsuo Taketani, popular en el periodo de reconstrucción económica de posguerra, cuando la fe en la tecnociencia ganaba terreno en la sociedad japonesa.8 Así, el pensamiento de Kuroda implicaba una mezcla de modernismo y antimodernismo: era modernista como práctica de la teoría tecnocientífica de Taketani, pero antimodernista en su teoría organizacional, basada en la «lógica del lugar» o «nada» de Nishida como receptáculo. En el marxismo de Kuroda, el ser humano se considera un material que deviene autotélico, mientras que el trabajo se define como una práctica técnica que se vuelve teleológica. Es a través de este trabajo como el proletariado realizaría una conciencia material bajo la forma de un partido. En términos sencillos, Kuroda daba por supuesta una relación armónica entre trabajo, proletariado y partido, en abierta contraposición a la visión de Marx, quien consideraba al proletariado como «una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil», portadora de la disolución interna de la sociedad de clases.9
Mientras concretaba esta posición en su primer libro, Hegel y Marx (1952), Kuroda era un intelectual aislado; pero en 1956 conoció a Ryu Ōhta, el primer trotskista convencido de Japón, quien le abrió los ojos a la coyuntura mundial.10 Así se originó una de las dos grandes sectas de la nueva izquierda japonesa. Ōhta y Kuroda fundaron el Círculo de Camaradas Trotskistas (Trotskyist Dōshi Kai) y luego Kakukyōdō. Sin embargo, poco después Kuroda se separó de Ōhta y su grupo (la IV Internacional Japón) por su oposición al apoyo incondicional de Trotsky al «Estado obrero» soviético, con el objetivo de unir el antiimperialismo con el antiestalinismo. A partir de entonces, Kuroda se concentró en teorizar el partido del proletariado que realizaría esta conciencia material. Por ello, la naturaleza organizativa de Kakukyōdō reflejó fielmente el «kurodaismo», que priorizaba una consolidación interminable y una expansión sin límites del partido de la conciencia.
En años posteriores, Ōhta cambió de posición varias veces, inaugurando en cada giro nuevas tendencias de radicalismo: del tercermundismo a la revolución de las clases marginales y la ecología, para terminar su vida como un teórico conspirativo antisemita. Por su parte, Kuroda, sorprendentemente, acabó convertido en un adorador de la cultura nacional. Es difícil no percibir que este hecho —a saber, que una de las dos raíces del movimiento de la nueva izquierda japonesa se originara en el encuentro entre estos dos personajes— ya prefiguraba los trágicos desenlaces que vendrían después.
Zengakuren se enfrenta a la policía ante el edificio de la Dieta (Parlamento) en Tokio, el 15 de junio de 1960 (Imagen: AP)
Zengakuren se enfrenta a la policía ante el edificio de la Dieta (Parlamento) en Tokio, el 15 de junio de 1960 (Imagen: AP)

Después de ser desbordado por la insurrección masiva de 1960, el Bund se fragmentó en tres facciones, cada una organizada de acuerdo con su respectiva evaluación de aquella amarga experiencia. Aunque estas organizaciones no pudieron contener el ímpetu de las masas, sus respuestas divergentes a dicho fenómeno delinearon los contornos de un partido por venir. Entre estas tres facciones, dos de ellas —que atribuyeron el fracaso del Bund a sus fallas fatales, a saber, su incapacidad de constituirse como partido de vanguardia y su carencia de tácticas para la movilización de masas— se integraron a Kakukyōdō, pues coincidían con la perspectiva determinista de este último. La primera uchigeba tuvo lugar en 1961, cuando Kakukyōdō atacó una asamblea de varios grupos, incluidos los remanentes del Bund, usando un geba-bō de roble. Se dice que este ataque fue encabezado por miembros de las facciones del Bund que se habían unido a Kakukyōdō, quienes emplearon los garrotes endurecidos derivados del mazo original.

 

Chūkaku-ha y Kakumaru-ha

 

En 1963, Kakukyōdō se dividió en dos. Algunos se unieron al grupo afín a Kuroda (la Facción Marxista Revolucionaria o Kakumaru-ha), mientras que otros se sumaron al grupo centrado en las facciones escindidas del Bund (la Facción Núcleo o Chūkaku-ha). A la distancia, podemos reconocer la inevitabilidad de la fisura entre quienes perseguían el partido de la conciencia y quienes encarnaban el partido de la táctica.
A partir de entonces, Chūkaku-ha demostró su notable fuerza en los combates callejeros, sobre todo hacia finales de la década de 1960. Esto se evidenció primero durante la acción para obstaculizar la visita del Primer Ministro Eisaku Satō a Vietnam, en el Aeropuerto de Haneda en octubre de 1967. Su impulso militante desembocó después en un motín masivo en Shinjuku, Tokio, durante el Día Internacional contra la Guerra, el 21 de octubre de 1968. Esta combatividad, impulsada por Chūkaku-ha, inspiró a numerosos grupos. En términos de línea política, Chūkaku-ha revivió concepciones leninistas de la revolución armada que el PCJ había abandonado. Su núcleo teórico era la teoría humanista de la enajenación del joven Marx, orientada a la superación del trabajo enajenado. No obstante la diversidad de líneas y teorías, las fuerzas de la nueva izquierda confluyeron para perturbar el statu quo del poder estatal, intensificando el impulso de la lucha callejera y ampliando así el horizonte del ímpetu de masas. A través de esta potenciación, la lucha expuso una serie de contradicciones en la sociedad japonesa que la izquierda convencional no había logrado enfrentar: desde la complicidad del Estado con la guerra estadounidense en Vietnam, hasta la destrucción del tejido comunitario por parte del capital y la jerarquización social impuesta por el sistema educativo. En consecuencia, todo se volvió político, en sintonía con la consigna «lo personal es político», originada en el movimiento estudiantil estadounidense y el feminismo de la segunda ola, y popularizada en el contexto global de 1968. Si el movimiento anti-ANPO de la década de 1960 encarnó un nacionalismo enfrentado a la hegemonía estadounidense, la revuelta de 1968 expandió el ímpetu de masas gracias a la resonancia fragmentaria del movimiento anterior.
A medida que la lucha callejera se trasladaba a las universidades, surgió Zenkyōtō como una coalición descentralizada que aglutinaba a estudiantes combatientes que ya no pertenecían a ninguna organización sectaria. Gradualmente aparecieron núcleos en diversas universidades e incluso en algunas preparatorias. A lo largo del país, protagonizaron ocupaciones sincronizadas de campus —a las que llamaron «luchas de barricada»— utilizando el espacio ocupado como base para profundizar la insurgencia metropolitana. De este modo, en medio de la creciente oposición al poder estatal, emergieron los llamados radicales «no sectarios» como un nuevo ímpetu de masas. Aunque este fenómeno representaba un desafío para las sectas de la nueva izquierda —que bien pudieron haber respondido—, eligieron ignorarlo, pues sofocarlo activamente o absorberlo habría significado invitar a una crisis esencial en su propia organización.

 

El Ejército Rojo Unido (ERU)

 

La militarización de la izquierda radical se convirtió en una tendencia mundial en el clima posterior a 1968. En cierto sentido, representaba la introducción de la revolución armada del Tercer Mundo —con Vietnam como su frente principal— en los territorios de los Estados-nación capitalistas bajo dominio imperialista. Tomando modelos del extranjero, «el cuerpo» (en el sentido de Hiraoka), armado primitivamente, buscó ahora transformarse en un ejército guerrillero. En Japón, fue la Facción del Ejército Rojo o Sekigunha (FAR) la que encabezó esta corriente. Tras las escisiones múltiples de 1960, el Bund sufrió nuevas fragmentaciones hasta que en 1966 se reconstruyó bajo el nombre de Segunda Liga Comunista (el Bund), que absorbió a antiguos miembros y grupos, así como a nuevos reclutas. Junto con Chūkaku-ha, este segundo Bund desempeñó un papel protagónico en las calles a finales de los sesenta. Luego, en 1968, la FAR emergió como una facción de este segundo Bund en la región de Kansai.
La FAR sostenía una visión global de la revolución: para ellos, la era de la revolución mundial había comenzado con la Revolución rusa de 1917, y el presente era una fase de transición hacia la maduración de una batalla final. Sin embargo, lejos de esperar pasivamente ese momento, insistían en la urgencia de adoptar una posición subjetiva para acelerar la transición hacia la revolución mundial, fenómeno que denominaron «la insurrección armada de la etapa previa». Para prepararse, iniciaron entrenamientos militares en la montaña, durante los cuales numerosos miembros fueron arrestados. En 1970 lograron ejecutar el primer secuestro aéreo en Japón, lo que tuvo un impacto notorio en otros movimientos radicales y sacudió a la sociedad japonesa.11 No obstante, este éxito convirtió a la FAR en el blanco principal de la represión policial. Arrinconados, sus menguados miembros emprendieron una serie de intentos desesperados, entre ellos un asalto bancario y un ataque armado a una estación de policía. Todos resultaron fallidos y terminaron con la detención de los participantes.
En 1969 se constituyó otra secta militarista, la Facción de Izquierda Revolucionaria del Partido Comunista Japonés (FIR), integrada por militantes de la facción pro-China del PCJ y exmiembros escindidos de una secta maoísta de la nueva izquierda llamada Liga Marxista-Leninista. Este nuevo grupo adoptó una plataforma de patriotismo antiestadounidense alineada con la línea política de la República Popular China, lo cual resultaba atípico dentro del movimiento de la nueva izquierda. La organización era mucho más pequeña y menos visible que la FAR, hasta que intentó impedir la visita del Ministro de Relaciones Exteriores a la Unión Soviética en el Aeropuerto de Haneda, recurriendo a una táctica inesperada: penetrar el perímetro de seguridad desde el mar de la Bahía de Tokio, acción que le valió amplia notoriedad. En 1970, para hacerse de armas, asaltaron una armería y atacaron una estación de policía; en este último incidente, un miembro fue abatido por la policía. Al igual que la FAR, el grupo maoísta se convirtió en objetivo prioritario de la represión estatal. Con sus dirigentes y militantes encarcelados, ambos grupos establecieron una alianza.
Para 1971, otra ola de fragmentación afectó al ímpetu militante: el segundo Bund se dividió en hasta nueve sectas (un proceso que ellos mismos describían como «faccionalismo»). Este faccionalismo reflejaba divergencias en torno a la idea de partido: el partido de la lucha armada (la FAR), el partido de la táctica (como Chūkaku-ha), el partido de la comunidad, el partido de la política, entre otros. Lo que provocó esta nueva fragmentación fue, sin duda, la emergencia de estos dos extremismos: la FAR y la FIR. Aunque sus ideologías políticas eran totalmente distintas e incluso opuestas, ambos compartían la misma concepción organizativa: considerar que el partido y el ejército insurgente constituían una sola y misma entidad. Esta idea los convertiría en cuerpos militarizados que operaban como una fuerza estatal en miniatura, por decirlo así.
La FAR y la FIR iniciaron un programa conjunto de lucha armada, centrado en entrenamientos con armas de fuego realizados en una base construida por la FIR en una zona montañosa apartada. En julio de 1971 se fusionaron institucionalmente bajo el liderazgo de Tsuneo Mori, de la FAR, y Yōko Nagata, de la FIR. La nueva organización se denominó Ejército Rojo Unido o Rengō Sekigun (ERU). Poco después comenzaron las ejecuciones disciplinarias. En agosto de ese mismo año, dos miembros de la FIR que habían escapado de la base fueron asesinados por integrantes de su propio grupo. A partir de entonces, doce miembros del ERU fueron ejecutados uno tras otro tras interrogatorios al estilo de tribunales populares, que en vez de dirigirse contra enemigos de la guerra revolucionaria se aplicaron a sus propios compañeros. A un miembro lo golpearon brutalmente tras acusarlo de traidor a la revolución y al partido. Otros, considerados indisciplinados, fueron severamente golpeados y abandonados hasta morir.
Rodeados por la policía, los sobrevivientes emprendieron una huida de montaña en montaña. A medida que varios eran arrestados uno por uno, cinco lograron llegar a una posada donde tomaron un rehén y se enfrentaron en tiroteos con las fuerzas policiales circundantes. La escena, que terminó con su detención, fue transmitida en vivo por televisión, alcanzando niveles de audiencia sin precedentes. Posteriormente, cuando se hicieron públicos los asesinatos internos, los reportajes escandalizados anunciaron la caída de la izquierda revolucionaria de la forma más dolorosa posible.12 El líder de la FAR, Tsuneo Mori, se suicidaría más tarde en su celda.
El ERU tenía una verdadera obsesión con las armas de fuego. Esto se relacionaba estrechamente con su conformismo organizativo, modelado como si fuera una infantería. Esta elección coincidía con su concepción de partido: la formación del partido y la formación del ejército surgían del mismo principio organizativo. Este rasgo disciplinario contrastaba radicalmente con aquellas pequeñas sectas o grupúsculos de orientación hipermilitante que, en los años posteriores, optarían por las bombas como arma principal para atacar a los poderes dominantes, como la Facción RG del Segundo Bund y el Frente Armado Anti-Japonés de Asia Oriental. Este último adoptaba una forma organizativa de pequeñas células guerrilleras y se entendía a sí mismo más como grupúsculos que como partido. Ninguno de estos grupos experimentó conflictos internos graves.
Es notable que, mientras tantas otras sectas se vieron arrastradas a lo que podríamos llamar procesos esquismogenéticos, la formación del ERU fue un intento extemporáneo de forzar una unificación. La fragmentación de una organización nacional y la sincronía de fracciones en resonancia proveían a toda la fuerza opositora de una fuente de potencia formidable, gracias a su generación productiva de multiplicidad. Aunque no podemos enumerarlas aquí, surgieron múltiples formas de resistencia, desde las más pequeñas hasta las más amplias, que interrumpían —en resonancia— la reproducción de la sociedad consumista y hacían percibir al público en general que una revolución podría ser inminente. En cambio, dentro de las sectas de la nueva izquierda, esta fragmentación o «faccionalismo» se veía como un fracaso que debilitaba la unidad original que alguna vez existió. Peor aún, se acusaba de traición, de haber vendido su espíritu a la ideología equivocada. Esta convicción fue la base de su compromiso con la uchigeba. Los asesinatos disciplinarios de sus propios compañeros surgieron precisamente de esta enorme tensión entre la corriente general y los intentos desesperados de contrarrestarla.
En la disciplina fanática del ERU puede percibirse también una forma de resistencia moral frente al impulso de fragmentación o frente al lema de que «lo personal es político», que se desarrolló paralelamente al surgimiento de la sociedad de consumo. Así, en los juicios internos del ERU, cada gesto y rasgo del individuo se volvía objeto de escrutinio. La primera víctima de estas ejecuciones fue una combatiente acusada de conductas y rasgos femeninos considerados contrarrevolucionarios. De este modo, el caso ERU testimonió el cambio del clima sociopolítico de la época, justamente en su respuesta negativa a este, es decir, mediante su mandato supremo de priorizar la uniformidad del partido militarizado.
El caso ERU puede interpretarse también como una escenificación ensimismada, fanática y extrema del discurso sobre la justicia popular. Aproximadamente en la misma época, en 1972 en Francia, tuvo lugar un célebre debate entre Michel Foucault y militantes maoístas, publicado bajo el título «Sobre la justicia popular».13 Su coincidencia ilustra el clima global post-1968, cuando la cuestión de la justicia se planteó seriamente frente a la violencia implicada en el tránsito de la insurrección popular a la revolución. Foucault insistía en que un «tribunal popular» no podía representar la «justicia popular», sino que debía ser su blanco de ataque, pues la forma misma del sistema judicial reconstituía un aparato estatal, representante de la autoridad pública y violento instrumento del poder de clase. Para los maoístas, en cambio, el tribunal popular se concebía como un aparato estatal revolucionario y un proceso político necesario. Al igual que los militantes franceses, la FLR era maoísta hasta la médula, mientras que la FAR era, sin duda, la más cercana al maoísmo de todas las facciones del Bund, sobre todo en su convicción de que el Ejército Rojo encarnaba por sí mismo la justicia popular.
Como es bien sabido, Mao Zedong ideó la estrategia de sitiar los centros de poder urbano mediante la construcción de bases en el campo, modelo que dio forma al movimiento de comunas revolucionarias. Pero esta comuna no era más que un aparato estatal transitorio, a diferencia, por ejemplo, de los territorios autónomos zapatistas que hoy podemos observar. Lo que distinguía la estrategia maoísta era el uso de la violencia interiorizada en el poder judicial del tribunal popular como instrumento para organizar una rebelión de masas contra el statu quo, algo que se verificó consistentemente desde el Soviet de Yan’an hasta la Gran Revolución Cultural Proletaria. Esta práctica se denominaba, de forma característica, Movimiento de Rectificación. La crítica de Foucault a los tribunales populares apuntaba justamente a subrayar los problemas de esta interiorización, en el uso invertido de justicia/legislación como forma embrionaria de aparato estatal.

 

Chūkaku-ha y Kakumaru-ha (2)

 

En 1971, mientras la formación del ERU ya estaba en marcha, Chūkaku-ha preparaba también su propia militarización. Comenzaron a publicar una serie de manuales para «armar al pueblo» titulada Pilares de nube y fuego, destinados a circulación interna. Sin embargo, su línea de lucha armada contra el enemigo de clase pronto se reorientó para atacar a sus antiguos compañeros: Kakumaru-ha.
La uchigeba entre Chūkaku-ha y Kakumaru-ha comenzó con un incidente en 1970, cuando Chūkaku-ha terminó matando a un estudiante miembro de Kakumaru-ha durante un interrogatorio hostil en su bastión de la Universidad Hosei en Tokio. Chūkaku-ha no emitió ninguna declaración pública —ni justificación, ni excusa, ni disculpa— por lo ocurrido. En respuesta, Kakumaru-ha proclamó «la justicia de un contraataque violento», que argumentaron era coherente con un verdadero marxismo-leninismo. En diciembre de 1971, tras otro asesinato de un estudiante de Kakumaru-ha perpetrado por Chūkaku-ha, Kakumaru-ha inició su represalia: asesinaron a tres miembros de Chūkaku-ha, dos en Osaka y uno en la prefectura de Mie. Estas masacres se distinguieron de las hostilidades anteriores, que habían sido, en apariencia, accidentales. Esta vez, Kakumaru-ha planeó asesinar objetivos específicos cuando estuvieran solos y desprevenidos.
Manifestación de estudiantes Zengakuren en Tokio, 30 de septiembre de 1971. (Foto AP)
Manifestación de estudiantes Zengakuren en Tokio, 30 de septiembre de 1971. (Foto AP)

Después de esto, Chūkaku-ha definió a Kakumaru-ha como «contrarrevolucionario» y se preparó para la guerra contra ellos. Pero la ofensiva de Kakumaru-ha continuó, como el propio Chūkaku-ha admitió: «Kakumaru-ha logró aprovecharse de un infractor».14 Este conflicto estuvo marcado por un evidente desequilibrio de fuerzas: mientras muchos miembros de Chūkaku-ha habían sido encarcelados durante su intensa confrontación contra el Estado hasta principios de los setenta, las fuerzas de Kakumaru-ha permanecieron casi intactas gracias a su prioridad en la autoprotección y en la expansión de su organización partidaria. Lo que distinguía a Kakumaru-ha de Chūkaku-ha era que aquél no sólo atacaba a este último, sino también a radicales no sectarios para consolidar su hegemonía en universidades y sindicatos. En contraste, Chūkaku-ha era menos agresivo con los no sectarios en sus procesos de territorialización y, a menudo, era aprobado o incluso admirado por algunos combatientes no sectarios, debido a su compromiso autoinmolador con la acción.

En diciembre de 1972, Kakumaru-ha asesinó a un estudiante no sectario en la Universidad de Waseda, Tokio, quien simpatizaba con Chūkaku-ha. Esto provocó que la mayoría de los estudiantes políticamente activos denunciaran a Kakumaru-ha y su política de intimidación en el campus. Este hecho puso fin al prolongado dominio de Kakumaru-ha sobre la universidad, aunque eventualmente recuperarían su hegemonía maximizando sus amenazas en el campus. Como consecuencia, Kakumaru-ha llegó a ser detestado por muchos.
Mientras tanto, dentro de Chūkaku-ha se llevaba a cabo una reestructuración significativa para preparar la guerra total contra Kakumaru-ha, la cual consistió en reorganizar a sus miembros dentro de sindicatos públicos en un ejército clandestino. Durante este periodo llegaron a calificar su conflicto sectario con Kakumaru-ha como una «guerra civil», argumentando que Japón atravesaba un retorno a la situación previa a la guerra de los años treinta, cuando la derrota de la revolución se había debido al fracaso en enfrentar al fascismo. Y si Kakumaru-ha era la organización fascista de la época, entonces, al igual que con los nazis, la tarea revolucionaria principal debía ser derrocarla.
En julio de 1973, Chūkaku-ha declaró una «guerra revolucionaria de represalia» en su asamblea política; después de septiembre iniciaron un asalto concentrado contra Kakumaru-ha, día tras día. En septiembre de 1974, Kakumaru-ha emitió una declaración pública explicando la ofensiva de Chūkaku-ha como una conspiración a favor del gobierno, razonando que Chūkaku-ha, a quienes supuestamente ya habían extinguido, no podía haber sostenido tal poder por sí solo. En marzo de 1975, Kakumaru-ha asesinó al máximo dirigente de Chūkaku-ha, Nobuyoshi Honda. A medida que la hostilidad mutua se salió de control y empezó a percibirse como un problema social, doce intelectuales y autores prominentes, simpatizantes del movimiento de la nueva izquierda, publicaron una propuesta conjunta para pedir «a ambas facciones de Kakukyōdō que detuvieran la uchigeba».15 Pero no habría un final simple para esta situación.
Entre 1971 y 1973, el recurso a la uchigeba entre los grupos ultraizquierdistas experimentó una rápida escalada, pasando de enfrentamientos durante asambleas a ataques sorpresa durante manifestaciones, asaltos a bases universitarias y agresiones dirigidas contra individuos en sus domicilios particulares. Se desplegaron todas las tácticas posibles para debilitar al enemigo: intervenciones telefónicas, cartas amenazantes, distribución de publicaciones falsas, entre otras. El último de los grandes asaltos fue la masacre perpetrada por Chūkaku-ha contra cinco miembros de Kakumaru-ha en 1980. Posteriormente, Chūkaku-ha declaró que su conflicto sectario con Kakumaru-ha entraba en una nueva etapa y redujo su implicación en él.
Sin embargo, Chūkaku-ha había interiorizado profundamente la propensión a la violencia contra sus propios compañeros. En 1983, cuando la Liga Sanrizuka contra la construcción del Aeropuerto de Narita se dividió en dos facciones, Chūkaku-ha agredió a varios miembros de la IV Internacional Japón, organización central de apoyo a la facción opositora. A mediados de la década de 1980, el Sindicato de Ingenieros de Locomotoras —principal frente sindical de Kakumaru-ha— participó en la privatización de los Ferrocarriles Nacionales como parte de las reformas neoliberales. En respuesta, Chūkaku-ha lanzó un ataque violento contra los líderes del sindicato. Sólo después de la década de 1990, la uchigeba entre ambos finalmente se desvaneció, cuando Chūkaku-ha cambió su enfoque hacia la organización sindical. (El saldo total de muertos durante su uchigeba fue de cuarenta y ocho de Kakumaru-ha y trece de Chūkaku-ha).

 

Kakumaru-ha y Kaihō-ha

 

Durante el mismo periodo, Kakumaru-ha estaba en guerra con otra secta: la Liga Juvenil Socialista; la Facción de Liberación (Shaseidō; Kaihō-ha). Este grupo se formó en 1963 entre miembros radicalizados de la organización juvenil (Shaseidō) del Partido Socialista de Japón (PSJ), el partido de oposición más grande en el parlamento de posguerra controlado por el Partido Liberal Democrático. Kaihō-ha era un grupo antileninista, que buscaba una forma de comunismo de consejos bajo la influencia de corrientes comunistas de izquierda, incluida Rosa Luxemburgo, quien también se había distanciado del Partido Socialdemócrata. Kaihō-ha puede considerarse parte de la corriente antivanguardista que surgió tras la lucha contra el tratado de seguridad ANPO de 1960.
Kaiho [Liberación] nº 193, 1 de mayo de 1977.
Kaiho [Liberación] nº 193, 1 de mayo de 1977.

Mientras expandían su influencia en las universidades de Waseda y Tokio, donde Kakumaru-ha había establecido sus bases, Kaihō-ha empezó a tener fricciones con ellos. A partir de inicios de la década de 1970, sus conflictos se intensificaron. En septiembre de 1973, Kakumaru-ha llevó a cabo un ataque nocturno contra miembros de Kaihō-ha en la Universidad de Kanagawa, pero fueron dos miembros de Kakumaru-ha quienes terminaron muertos durante el enfrentamiento. En 1974, uno de los líderes de Kaihō-ha resultó gravemente herido por Kakumaru-ha, y en 1975 un miembro fue asesinado. En represalia, Kaihō-ha asesinó a dos integrantes de Kakumaru-ha. Hasta entonces, a diferencia de Chūkaku-ha, Kaihō-ha no había definido a Kakumaru-ha como su principal enemigo. Pero a partir de ese momento empezaron a llamar a su exterminio. En 1977, tras el asesinato de su líder máximo, Hajime Nakahara, a manos de Kakumaru-ha, Kaihō-ha los calificó de «contrarrevolucionarios» y respondió matando a cuatro miembros de Kakumaru-ha, incluido su líder teórico Takayoshi Fujiwara. A partir de ahí, ambos grupos entraron en una guerra total. (El saldo total de muertes durante su uchigeba fue de veintitrés de Kakumaru-ha y dos de Kaihō-ha).

Tras este desarrollo, la uchigeba se infiltró en Kaihō-ha. Siempre había existido fricción entre el grupo estudiantil y el grupo obrero, diferencia que Nakahara había mediado en general. Después de su asesinato, sin embargo, la fisura dentro de Kaihō-ha se convirtió en fractura. La diferencia entre ambos grupos era doble: la postura frente a la guerra con Kakumaru-ha y la postura frente a la lucha de los burakumin (los parias sociales específicos de Japón, a quienes volveremos más adelante). Mientras el grupo estudiantil participaba activamente en la guerra contra Kakumaru-ha, el grupo obrero era más reservado. Mientras el grupo estudiantil consideraba que la tarea del proletariado revolucionario era comprometerse plenamente con la lucha de los burakumin, el grupo obrero priorizaba la solidaridad con el proletariado trabajador más allá de la comunidad buraku.
El conflicto interno se hizo notorio cuando el grupo estudiantil acusó al grupo obrero de redactar un volante discriminatorio sobre el Incidente de Sayama (donde un burakumin fue falsamente acusado de asesinato) y exigió su autocrítica. En 1981, los dos grupos —la facción estudiantil (Hazama-ha) y la facción obrera (Takiguchi-ha)— se dividieron por completo. La primera empezó a atacar a la segunda, lo que provocó nuevas escisiones y fracciones, lesiones graves y muertes. Estos procesos multiplicados de conflicto interno fueron impulsados por una concentración implosiva de violencia. Llamándose mutuamente traidores o contrarrevolucionarios, múltiples grupos dentro de Kaihō-ha continuaron la uchigeba hasta 1999, dejando un saldo de diez muertos.

 

Dinámicas internas de la uchigeba

 

Si el caso de la ERA fue una tragedia causada por un intento forzado de unificación en un contexto de fragmentación generalizada del impulso de masas, la uchigeba fue un desastre provocado por la inaceptabilidad de la separación dentro de un partido, es decir, por la inaceptabilidad de la divergencia entre compañeros. Surgió de la incapacidad para aceptar la diferenciación de creencias sobre formas y estrategias de organización, o sobre la revolución en general.
Después de la disolución del Bund, Chūkaku-ha, Kakumaru-ha y Kaihō-ha destacaron como las sectas más influyentes en términos de movilización y número de militantes. Resulta sorprendente recordar que, durante la década de 1970, mientras los tres grupos concentraban tanta energía en la uchigeba, aún lograban sostener su capacidad de movilizar acciones militantes de oposición, algunas de las cuales fueron sin duda efectivas. Su rasgo común no sólo radica en que fueron protagonistas de la guerra de uchigeba, sino también en un par de tendencias compartidas. Sus formaciones teóricas se inspiraron igualmente en la teoría de la enajenación del joven Marx y llegaron a compartir una estrategia distintiva para la organización obrera. Kakumaru-ha empleó la táctica entrista para intervenir en movimientos sindicales, la mayoría de los cuales operaban bajo el control de la vieja izquierda (el Partido Comunista Japonés —PCJ— o el Partido Socialista Japonés —PSJ—), con el fin de reorientarlos desde dentro. En contraste, Chūkaku-ha y Kaihō-ha buscaban desestabilizar los movimientos sindicales existentes mediante huelgas salvajes y acciones militantes en conflictos laborales, aunque ellos también concebían a la clase trabajadora como sujeto revolucionario y diseñaban sus intervenciones para radicalizar los movimientos obreros. Estas posturas contrastaban marcadamente con las de otras sectas de la nueva izquierda —como el Bund, la IV Internacional Japón, la Facción de Reforma Estructural (influida por el dirigente del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti), entre otras—, quienes se posicionaban fuera de los movimientos laborales y, en su mayoría, se oponían a ellos. Estas diferencias detonaron la generalización de uchigeba a pequeña escala.
Sasebo, Japón, 20 de enero de 1968. (Imagen: AP)
Sasebo, Japón, 20 de enero de 1968. (Imagen: AP)

Kakumaru-ha consideraba la extinción de Chūkaku-ha y Kaihō-ha como una condición necesaria para el cumplimiento de su objetivo. Para Kakumaru-ha, cuyo modus operandi se basaba en la idea del trabajo humano como práctica teleológica y técnica, el impulso de 1968 —en el que participaron tanto Chūkaku-ha como Kaihō-ha— no era otra cosa que contrarrevolucionario. Para entender esta divergencia conflictiva, la teorización de «el largo 68» de Hiroshi Nagasaki resulta una referencia útil. Durante la insurrección contra el Tratado de Seguridad Estados Unidos-Japón (ANPO) en la década de 1960, Nagasaki fue un miembro clave de la célula del Bund en la Universidad de Tokio. Reflexionando sobre esa insurrección —un amargo fracaso para los organizadores del Bund—, desarrolló una teoría que captaba el núcleo de la política revolucionaria (la cuestión de la organización) como respuesta a la experiencia de la insurrección de masas. La presentó en su libro Sobre la insurrección, que completó en 1968, cuando participaba activamente en Zenkyōtō.16 Con referencia a la crítica de Lukács sobre la modernidad —interiorizada no sólo en el liberalismo sino también en el marxismo—, el libro describe la lucha anti-ANPO de la década de 1960 como una rebelión contra la modernidad. Su libro siguiente, Cuadro y técnica (1971), sostiene que la lucha de 1968 fue un proceso de puesta en escena de «una destrucción del trabajo» dentro de la rebelión.17 Este último texto critica la teoría de Kuroda (de Kakumaru-ha) por concebir al proletariado como impulsado a «retornar a una forma original de trabajo humano» o «al hogar del trabajo», para ser «capturado por la “conciencia” (un concepto propio de la Ilustración) y sobrevivir únicamente en la organización prometida de un partido de vanguardia». Frente a esta visión, Nagasaki afirma: «la emergencia del proletariado se experimenta sólo en la irrupción de prácticas que destruyen las formas de existencia determinadas por el mundo moderno, es decir, el trabajo donde el trabajo social se infiltra». Dicho de otro modo, la primera línea de la rebelión contra la modernidad no se encuentra en la restitución del trabajo mediante la lucha entre trabajo asalariado y capital, sino en la extinción misma del trabajo. Para Nagasaki, esta emergencia del proletariado tuvo lugar entre 1960 y 1968, o en el largo 68.

En suma, para Kakumaru-ha, desmantelar Chūkaku-ha y Kaihō-ha era una condición sine qua non para sostener la autenticidad de su teoría de la revolución. Ambos eran imperdonables porque, habiendo partido de la misma teoría que buscaba la superación del trabajo alienado, siguieron el camino errado hacia la destrucción del trabajo. Además, para Kakumaru-ha, su ofensiva decidida contra Chūkaku-ha era también necesaria para superar el trauma de la escisión original de Kakukyōdō en 1963, mientras que el ataque a Kaihō-ha era necesario para proteger su partido de la conciencia contra quienes lo amenazaban. Para 1972, el líder de Kaihō-ha, Hajime Nakahara, había definido su partido simplemente como «un enlace de solidaridad para la universalidad de la clase». Esta definición contrastaba fuertemente con la concepción del partido de Kakumaru-ha. Sin embargo, la guerra sectaria contra Kakumaru-ha obligó a Kaihō-ha a mutar su forma original de enlace en células militarizadas que se multiplicaban en la destrucción mutua.

 

*
*          *

 

En julio de 1970, el movimiento de la nueva izquierda en Japón enfrentó un desafío sin precedentes por una intervención externa. El Comité de Lucha Juvenil de Chinos en el Extranjero (Kaseitō), organizado por residentes chinos para oponerse a la nueva ley migratoria del gobierno japonés, criticó la forma en que la nueva izquierda japonesa menospreció al Kaseitō en sus discursos durante la reunión conjunta para preparar una manifestación que impidiera la promulgación de la nueva ley. Al señalar que la nueva izquierda japonesa mantenía un vestigio del imperialismo japonés, el Kaseitō declaró su ruptura total con ella.
Chūkaku-ha tomó esto en serio y convirtió la autocrítica de su postura previa frente a los pueblos oprimidos en tarea central de su nueva línea política. Después de 1972, centraron su lucha en el apoyo a un habitante buraku falsamente acusado de asesinar a un estudiante de preparatoria en el Incidente de Sayama. Incluso en el periodo de posguerra, la sociedad japonesa mantenía una discriminación sistemática contra comunidades específicas (buraku) y sus habitantes (burakumin), discriminación que se había vuelto costumbre en varias regiones del Japón premoderno. Mientras el PCJ consideraba que dicha discriminación desaparecería con el desarrollo del capitalismo, la Liga por la Liberación Buraku (Buraku Kaihō Dōmei), con la que Chūkaku-ha colaboró en la década de 1970, sostenía que el propio capitalismo reforzaba esa discriminación. Para ellos, la abolición del capitalismo era condición necesaria para abolir la discriminación buraku. De ahí en adelante, la tarea principal no sólo de Chūkaku-ha, sino también de otras sectas de la nueva izquierda pasó de la oposición política a la lucha social. Cabe decir que esta nueva tendencia era una extensión del impulso fragmentario, pero sus compromisos en esta lucha coexistieron con la guerra de uchigeba.

 

Conclusión

 

Kasane Kiriyama, un autor que escribió varias novelas de corte fantástico basadas en sus recuerdos de la lucha, describió la fase terminal de la uchigeba de la siguiente forma:

 

Tan pronto como vieron nuestro movimiento en declive, con muchos heridos y encarcelados, los sepultureros de la revolución descendieron sobre nosotros, para borrar nuestro movimiento de todos los territorios. […] La batalla contra los sepultureros era urgente. […] Así que nuestra secta buscó cumplir con su responsabilidad como movimiento revolucionario enterrando la mitad de nuestro cuerpo bajo tierra.18

 

Aquí, «los sepultureros de la revolución» se refería a Kakumaru-ha, y «nuestra secta» a Kaihō-ha. Esta narrativa revela cómo, durante esta fase, «[su] propia secta fue corroída» mientras difundía «una atmósfera teológica». Este texto ofrece un retrato arrepentido de cómo las sectas revolucionarias se sumergieron en la uchigeba, propagando una fe según la cual la tarea sagrada debía ser realizada por una y sólo una organización revolucionaria, a cualquier costo.
Manifestación cerca del aeropuerto de Tokio, 12 de noviembre de 1967 (Imagen: Mitsunori Chigita)
Manifestación cerca del aeropuerto de Tokio, 12 de noviembre de 1967 (Imagen: Mitsunori Chigita)

Para Chūkaku-ha y Kaihō-ha, la fase terminal de la uchigeba se desarrolló en paralelo con una reorientación de su agenda política hacia las luchas contra la discriminación. Sin embargo, hubo una diferencia: para Chūkaku-ha, esta simultaneidad incluyó una polarización entre la lucha social y la lucha política, mientras que en Kaihō-ha derivó en una centralización del partido que resultó imposible de sostener. Como vimos, esta centralización generó múltiples fisuras internas en Kaihō-ha. Al no ser una organización leninista, no podían constituir fracciones formales como lo hizo el Bund. Su situación los llevó, por el contrario, a una vía inversa: mientras el fraccionalismo se volvió tabú, las fisuras internas propiciaron una centralización violenta, en la que diversas células competían entre sí para arrogarse la representación del partido auténtico.

Hasta 2004, el saldo total de muertes derivadas de todos los episodios de uchigeba fue de cien personas; el de heridos de gravedad superó los cinco mil.

 

*
*          *

 

Hemos interpretado dos tragedias —el caso del Ejército Rojo Unido (ERU) y LA uchigeba— como encarnaciones distintas de una tensión máxima entre dos dinámicas: centralización y fragmentación. El disenso entre ambas afectó recursivamente a las organizaciones sectarias, materializándose en rupturas internas seguidas de luchas intestinas. Tales experiencias deberían hacernos cuestionar la relación entre el partido revolucionario y las masas (y la insurrección). Tras la decisión del ERU de identificar sus fuerzas armadas con su partido, las masas pasaron a concebirse poco más que como reservas de reclutamiento, o como una base forestal donde refugiarse. Para Kakumaru-ha, cuyo partido estaba encargado de materializar la conciencia proletaria, la insurrección de masas, como tal, era impensable. En contraste, Chūkaku-ha buscaba organizar a las masas rebeldes para convertirlas en su fuerza insurgente. Por su parte, Kaihō-ha concebía su partido como la unión del proletariado, es decir, como la masa misma.
Reflexionando sobre la experiencia de 1968 en su ya mencionado Cuadro y técnica, Nagasaki propuso reconsiderar la problemática de la organización revolucionaria volviendo al acontecimiento de la insurrección, a partir del cual surgió la necesidad de un partido, es decir, regresando a los numerosos organizadores que iniciaron y llevaron a cabo el acontecimiento insurreccional. Desde este planteamiento inicial, propuso asumir la existencia de dos formas de partido: «el partido en-sí» y «el partido del pueblo». El primero puede entenderse como un partido larvario que surge entre numerosos organizadores, incluso cuando todavía no existe un esfuerzo consciente por fundar un partido. Esta forma precursora podía encontrarse en asociaciones libres surgidas directamente de la rebelión, como Zenkyōtō u otros comités orientados a la acción. El segundo se refiere al partido efectivo que surge cuando el primero intenta afirmar su hegemonía. Este intento, sin embargo, requiere un proceso político de intervención externa que introduzca ideas revolucionarias o plataformas institucionalizadas dentro de las masas insurreccionales. Dichas intervenciones están destinadas a chocar frontalmente con el ímpetu insurreccional, el cual destruye todo encuadramiento institucional. Esta aporía fue la que, en el caso de la rebelión japonesa, desembocó en las masacres intestinas vividas por los partidos de las sectas de la nueva izquierda.19 Como observa Nagasaki en su libro más reciente, Liberar la insurrección (2021), el 68 japonés consistió tanto en un partido larvario que vivió y murió con el ímpetu insurreccional, como en un partido efectivo que no pudo sobrevivirle sin tragedia. No obstante, enfatiza que el proceso político real de la rebelión atestiguó la fusión de ambos en los momentos culminantes de 1968.20
En esencia, el ímpetu insurreccional ejecuta la destotalización o fragmentación de los órdenes sociopolíticos existentes. Si ha de convertirse en una apertura revolucionaria, ¿cuál es la naturaleza del partido que podría interactuar con esa destotalización o fragmentación y realizar la necesidad de la revolución? Por ahora no podemos responder a esta pregunta. Pero el Caso del Ejército Rojo Unido y la uchigeba, aun en su forma extremadamente negativa, subrayan la aporía central que la insurrección enfrentó al intentar devenir revolución.

 


1 Continuación: Informe blanco sobre Zenkyōtō (Zoku Zenkyōtō Hakusho), elaborado por el Comité Editorial del Informe blanco sobre Zenkyōtō, Jōkyō Shuppan, 2018.
2 Uchigeba es una palabra compuesta japonesa que consiste en uchi (que significa «interior» o «interno» en japonés) y geba (una jerga japonesa derivada de la palabra alemana Gewalt, «violencia»).
3 Sobre el «largo 68», véase Sabu Kohso, «La vida de la militancia: el largo 68 de Japón», en Artillería inmanente, enero de 2024.
4 Masaaki Hiraoka, El comienzo de un hombre [Hitonohatsu], Sairyusha, 2012.
5 Masaaki Hiraoka, La gran revolución [Dai Kakumei Ron], Kawade Shobō Shinsha, 2002.
6 Geba-bō es otro ejemplo de palabra compuesta: geba es igual a geba de uchigeba y significa literalmente «palo» en japonés.
7 Masaaki Hiraoka, Sensualidad armada [Kannō Busō Rom], Sairyusha, 1989.
8 Para ser precisos, Kuroda comprendió la ontología de Nishida a través de la filosofía de Akihide Kakehashi, quien intenta conceptualizar la historia universal como una síntesis de las historias del cosmos, la vida orgánica y la sociedad —es decir, como una autorrealización dialéctica de lo material— mediante una fusión de la filosofía de Nishida y el materialismo marxista.
9 Karl Marx, “Introduction (1844),” en Critique of Hegel’s Philosophy of Right, traducido al inglés por Annet Jolin y Joseph O’Mailey, Cambridge University Press, 1970.
10 Kan’ichi Kuroda, Hegel y Marx, Gendai Shichō Sha, 1968.
11 El 31 de marzo de 1970, nueve miembros de la FAR secuestraron un vuelo nacional de Japan Airlines, tomaron a los pasajeros como rehenes y exigieron que el avión viajara a Corea del Norte. Su intención era exiliarse en ese país como parte de su proyecto para crear bases para la revolución mundial. Aunque el gobierno norcoreano aceptó su exilio, no pudieron cumplir su objetivo original de convertir al país en una base entre otras. En cambio, los miembros fueron detenidos y «reeducados» en Corea del Norte.
12 Se produjeron innumerables reportajes, novelas y películas sobre el tema. Aunque la mayoría implicaba escandalizar o ficcionalizar aspectos, la película de Kōji Wakamatsu — Ejército Rojo Unido (2007) — supuestamente sigue fielmente el desarrollo del caso, por la simpatía del director hacia la izquierda revolucionaria de la época.
13 Michel Foucault, Power/Knowledge – Selected Interviews and Other Writings 1972-1977, traducido al inglés por Colin Gordon, Leo Marshall, John Mepham y Kate Soper, Pantheon Books, 1972.
14 Del órgano de Chūkaku-ha, Avance [Zenshin], número 655, 1973.
15 Los intelectuales incluían a los novelistas Yutaka Haniya y Mitsuharu Inoue, así como al historiador Daikichi Irokawa.
16 Hiroshi Nagasaki, Sobre la insurrección [Hanran Ron], Gōdō Shuppan, 1969.
17 Hiroshi Nagasaki, Cuadro y técnica [Kessha to Gijyutsu], Jōkyō Shuppan, 1971.
18 Kasane Kiriyama, Crónica del viento [Kaze no Kuronikuru], Kawade Shobō Shinsha, 1985.
19 Nagasaki, Cuadro y técnica.
20 Hiroshi Nagasaki, Liberando la insurrección [Hanran o Kaihosuru], Getsuyo sha, 2021.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *