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Algunos agentes cismáticos del Partido Imaginario / De la derrota a la deserción: prolegómenos trontianos para una política del cisma

«Dalla sconfitta alla defezione: prolegomeni trontiani a una politica dello scisma», firmado por «Alcuni agenti scismatici del Partito Immaginario», fue un texto originalmente publicado en Andrea Cerutti y Giulia Dettori (eds.), La rivoluzione in esilio. Scritti su Mario Tronti, Quodlibet, 2021, pp. 219-230. Este libro fue un volumen de escritos dedicados a Mario Tronti, en el que participaron diversos autores (Andrea Cerutti, Gigi Roggero, Luhuna Carvalho et al.). La traducción del italiano al castellano fue hecha por un abnegadísimo traductor anónimo para el blog de Artillería inmanente.

 

Nul orietur
Arthur Rimbaud

 

1.

 

Cualquier movimiento en las sociedades donde prevalecen las condiciones modernas de protesta se anuncia como una inmensa acumulación de derrotas. Cada victoria experimentada directamente ha retrocedido hasta convertirse en la figura de un acontecimiento escatológico. Las generaciones actuales se caracterizan precisamente por no saber mucho sobre la forma del advenimiento del comunismo, ni sobre la materialidad de la parousía. Algo tiene que ver con esto 1917, con su fracaso groseramente exhibido, a la manera de un histrión, con todos los atributos de la victoria. Victoria institucional, por supuesto, pero derrota humana, que en su coincidencia añaden más y más confusión a la desesperación. Dicho con un détournement: la mayoría de los seres humanos tienen una idea tan vaga de la revolución que la misma vaguedad de su idea es para ellos la definición de la revolución.

 

2.

 

En ello estaría contenida una de las razones de la necesidad generalizada, entre los pensadores revolucionarios, de recurrir a la teología desde hace casi un siglo. «Precisamente porque hubo un fracaso de la revolución en Occidente, la revolución se convirtió en teología».1 Pero, por nuestra parte, diríamos en cambio: tras la derrota en cuestión, la relación entre teología y política, ya milenaria, pasó del mesianismo simbiótico a la escatología quietista. La teología se limita a decir qué hacer, y la política, en lugar de responder a la cuestión técnica del cómo,2 se ha limitado a convertirse en su portavoz en el ámbito institucional, y a esperar. Los anabaptistas eran mesiánicos; el eurocomunismo es escatológico. Y por esta razón, de hecho, la revolución espera desesperadamente, como una segunda venida.

 

3.

 

M. Perrot: ¿Y para los prisioneros tiene sentido apoderarse de la torre central?
M. Foucault: Sí. A condición de que no sea el sentido final de su acción. Si los prisioneros hacen funcionar el dispositivo panóptico y se sientan en la torre, ¿realmente crees que sería una situación mejor que la que había con los vigilantes?3
En efecto, ¿qué es una victoria cuando cualquier perspectiva de toma del poder es anulada, considerada indeseable y, en cualquier caso, superior a nuestras fuerzas? Ciertamente uno puede subirse a una silla como un chivo a balar: «¡El Partido! ¡El Partido! ¡El Partido!», pero ello no conducirá a nada ni significará nada. Quienes así actúan son los mismos que niegan cada derrota para reiniciar con calma el asalto a la siguiente, mientras la época impone, por el contrario, saber perder en serio. Porque la cuestión se abre, en realidad, como una brecha a través de la cual el mesianismo regresa. Aquí es donde puede ser de ayuda la lectura de Mario Tronti. Lejos de los marxistas de cátedra que —incluso entre sus lamentablemente famosos y viejos correligionarios— especulan sobre la tendencia decreciente de la tasa de esperanza para vender libros como si fuesen ansiolíticos, Mario Tronti tiene, en realidad, el mérito de ser el único que ve y, sobre esta base, no perdona ninguna de las ilusiones de la izquierda, ni siquiera la de la izquierda como ilusión.

 

4.

 

«Fue en tales circunstancias que Jesús vino a establecer un reino espiritual en la tierra, y esto, al separar el sistema teológico del sistema político, rompe la unidad del Estado provocando las divisiones internas que nunca han dejado de agitar a los pueblos cristianos […]. El cristianismo es una religión enteramente espiritual, dominada únicamente por las cosas del cielo; la patria del cristiano no es de este mundo. Cumple con su deber, es cierto, pero lo hace con profunda indiferencia respecto al buen o mal resultado de sus esfuerzos. Si no hay nada que reprocharse, poco importa si aquí abajo todo va bien o mal».4
Entonces, ¿qué hace el cristiano en su espera, comparable a la del revolucionario teológico, sin revolución? Duplica al Estado, como se dice del forro del abrigo, con su indiferencia, como no-ciudadanos. «Ésa es la diferencia entre Exploitation y Unterwerfung. Todo el mundo sabe, porque es un hecho evidente en sí mismo, que dentro del modo de producción capitalista los trabajadores son siempre explotados, pero nunca sometidos»,5 escribía el joven Tronti. En resumen, es el exilio interior lo que caracteriza todos los períodos de impotencia, convirtiéndose en el primer eje de una moral provisional común que sería equivocado definir como «prepolítica»: rechazar la participación y su corolario, el de cualquier reformismo insidioso, no como una «estrategia de rechazo» autosuficiente, sino como una táctica, a la espera de alguna otra perspectiva. El cielo en la tierra o nada. De donde se deriva: ser figuras de este mundo sólo como transeúntes.
Entonces la situación se aclara: pues lo que revela periódicamente o manifiesta visiblemente el surgimiento vertical de las insurrecciones es que en tiempos normales somos multitud los que vagamos como cristianos sin patria terrestre. En el acontecimiento acaba por fin la disociación cotidiana, esa indiferencia que era esencialmente una diferencia. Cuando los emancipacionistas del siglo XXI hablan hasta la saciedad de desobediencia civil es síntoma de su incapacidad para percibir que están interviniendo en un tejido afectivo cuya trama está hecha de obediencia civil.

 

5.

 

Pero, por supuesto, eso no es suficiente. Hay que constatar también que en las últimas décadas, cuando la insurrección viene, los medios faltan casi sistemáticamente, si no están a favor del enemigo. En ausencia de un mesías, la indiferencia es una inercia y es a la espera lo que la angustia es al miedo: un sentimiento sin objeto.
¿Qué sería entonces una apocalíptica consciente? ¿Una vida a plazos y su continuo aplazamiento? Es lo que se podría pensar desde hace algunos años, viéndola florecer por todas partes, ya sea en medio del pánico o en cierta sabiduría de quienes han perdido la inocencia. Todos estos gestos se articulan en torno a un segundo rechazo: el del futuro prometido por las instancias laicas del gobierno: «La génesis del Estado absoluto va acompañada por una lucha incesante contra las profecías religiosas y políticas de todo signo. El Estado reclama el monopolio del control del futuro»,6 escribía Koselleck, citado por Tronti en La política en el crepúsculo. El mesianismo obrero fue precisamente el lugar de otra forma para el tiempo que resta. Y sin embargo, hoy se cree en él tanto como en la resurrección de los muertos.
Por otra parte, ha aparecido otra «gran narrativa» que, a diferencia de las de Lyotard, no puede terminar, puesto que es en realidad la narrativa del fin. Desde hace casi medio siglo los dados se han lanzado de otra manera: el futuro del Estado aparece cada vez más claramente tal como es. «Que “todo siga así” es la catástrofe. Y no es algo que de vez en cuando se vislumbre, sino una evidencia constante».7 El no future del punk ha pasado de ser una provocación juvenil a una profecía responsable en una época en la que la catástrofe en curso —no sólo la medioambiental— alcanza su umbral de irreversibilidad. Apocalypse Now, pero sin las florituras míticas de la Der des Ders, sin «el efecto de leyenda» que evoca Rimbaud.8 «Not with a bang, but a whimper». ¿Y si ésta fuera la verdadera marcha? Contra el futuro del Estado ningún futuro. Un nihilismo de la razón.

 

6.

 

«La historia es un íncubo del que me trato de despertar», dice Stephen Dedalus.
¿Cómo pasar entonces de la inercia de la espera al mesianismo prefigurador? ¿Cómo salir de la historia de otra manera que no sea la de una escatología que promete ser casi inmediata, pero sin reino?
Con este signo de interrogación se cierra un paréntesis, el de la política trágica. La política siempre ha perdido frente a la historia, porque la historia de los últimos siglos equivale al curso de la antropomorfosis del capital. Incluso Tronti acabó reconociéndolo. «Homo ethicus-oeconomicus»;9 lo cual significa que existe una complementariedad irremediable entre el Adam Smith filósofo y el economista de la que dan testimonio los siglos siguientes. Realización del individuo teórico de la Ilustración y su asimilación al estado de naturaleza en la figura del burgués-masa — y adiós a la ilusión que consistía en ver al obrero-masa como sujeto. Ésta es la razón por la cual, sin un hombre nuevo, sino modernista, la revolución rusa no pudo hacer más que acelerar las revoluciones urbanas e industriales que apenas comenzaba a aflorar en un país «atrasado». El curso milenario de la civilización dictó el ritmo, de apenas diez años, de la institución.
¿Qué o quién venció, entonces, a ambos lados del muro? No los capitalistas como clase, sino dos dispositivos: la mercancía y la representación. En otras palabras, dos disposiciones: abstraerse de los propios deseos en beneficio de la ratio del mercado y abstraerse de los propios instintos con respecto al derecho. En ambos casos un proceso disciplinario de autonegación, protagonizado por el «hombre de la necesidad».10 Lo que ha triunfado aquí no ha sido la historia, sino una cierta ética. Y sólo una vez que ésta se ha consolidado la economía política, ya sea crítica o no, ha podido imponerse.

 

7.

 

El movimiento obrero tal vez haya sido derrotado por la democracia,11 pero, sobre todo, fue deshecho por esta ética. Por lo demás, porque la democracia «no logra ser el sujeto de la transformación […] sino que está realmente investida por las transformaciones sociales que han sido provocadas por otros, por fuerzas y por relaciones sociales parcialmente autónomas, y se limita a registrarlas pasivamente».12 Es un simple dispositivo de representación que garantiza el mantenimiento de las condiciones de existencia del dispositivo de la mercancía. Así es como el capitalismo, bajo la forma de «democracia política», pudo no sólo vencer, sino también deshacer: de las miles de profanaciones que el llamado «movimiento del 77» pudo cometer sobre tales dispositivos sólo quedan mausoleos librescos y centros sociales legalizados.
Con ayuda de las primeras tesis del Tractatus logico-philosophicus se podría escribir: ser deshecho, es decir, no instituirse ya como hecho, significa ser devuelto al estado de cosa, ser puesto fuera del mundo de las cualificaciones. Los cristianos pierden —el mesías no regresa— pero en ningún caso resultan deshechos: la Iglesia es el katechon milenario que retiene su dispersión. Los partisanos vencen pero, desarmados y obligados a integrarse en la república del trabajo, resultan fatalmente deshechos.
En cuanto al movimiento obrero, fue al mismo tiempo derrotado y deshecho. Una vez pospuesta la realización del hombre nuevo, condicionada a la llegada de otro acontecimiento —que nunca será el propicio: China, Cuba y otros— o a la madurez de las condiciones productivas, ningún atisbo de ética ha podido oponerse al homo ethicus-oeconomicus. Desde los primeros años de la URSS, la NEP se impuso sobre Mayakovski. Posteriormente, y hasta hoy, la Autonomía ha sucumbido en gran medida a la política, dedicándose a un paradójico reformismo revoltoso en lugar de retomar el «frente del byt».13 Y ahora en todas partes: «La clase obrera, formada sobre la experiencia del proletariado, madurará, pero ya no será imprudente. Utilizará otras formas de lucha y organización pero más para resistir y conquistar que para vencer. Ha optado por hacerse república. No fue el camino correcto».14

 

8.

 

Se repudian así todos los consuelos provisionales enunciados por Brecht para los «tiempos oscuros»: «Oh nosotros / que quisimos preparar el terreno para la bondad / no pudimos ser bondadosos».15 Pero de hecho: «el comunismo no tenía como consecuencia, sino como premisa, la construcción del hombre nuevo».16 Y de nuevo, con Wittgenstein, este corolario burlón: no es la derrota lo que aleja del mundo, sino la imposibilidad de hacer mundo lo que lleva a la derrota.
Vemos ahí un destino donde la fábula sigue una mala dramaturgia, clásica y mentirosa, diría Brecht. La jaula del Capital ha recuperado sus derechos sobre Lenin.17
Desgraciado el movimiento que necesita de un breviario.

 

9.

 

Y sin embargo, como siempre, la derrota ha sido el fondo desde el cual han podido surgir las transformaciones históricas. Los cristianos fueron perseguidos antes de hacerse con el imperio, los burgueses estaban marginados antes de apoderarse del palacio. Deficio: separarse de, abandonar, alejarse, faltar a. Ser deshecho también significa desertar. No ser más un hecho, es decir: ya no ser cualificado por dispositivos. Hoy en día, todo esto implica ser sólo negativente: no-ciudadano, no-mercancía. «Una esfera […] que, en una palabra, es la pérdida total del hombre»:18 «los proletarios no tienen patria» porque ya la han perdido desde siempre. Desde esta perspectiva, la salvación adquiere la curiosa apariencia de revancha, si no de venganza: la apocatástasis es también un prosaico reembolso de los costes.
El movimiento obrero no fue ni más ni menos que este desafortunado intento de saldar las deudas que los capitalistas contrajeron sin negociación con el proletariado, como tantos robos permanentemente camuflados bajo los ropajes del fetiche del valor. Pero él mismo se negó a sustraerse. Se limitó a reclamar justicia. Ha tomado parte en el mundo, se ha hecho factualidad y no deserción: emancipación a través del reconocimiento y no liberación del dispositivo del reconocimiento.

 

10.

 

Desde 1917 el movimiento obrero europeo ha sido a fin de cuentas derrotado por el hecho de que ha sido un movimiento, y muy raramente un área. Un movimiento basado, por lo demás, en un enorme malentendido. De hecho, hasta el estalinismo transnacional no había movimientos, sólo había conspiraciones. Incluso sucedía así durante los primeros días de la Tercera Internacional y La insurrección armada de Neuberg está ahí para demostrarlo. El Lenin contra el Capital, el camarada de Kamo, el que redactó las Tesis de abril, era un Lenin conspirador. El «gran» siglo XX no fue el de la política, sino el de la conspiración. Por eso pudo evitar el carácter fatídico de la historia apresada por el punto de vista de la política. En esto, y más aún para Rusia, no es más que una condensación del siglo XX: si cambia el pueblo por la clase trabajadora, Lenin permanece como el último de los narodniki.
«Vemos cómo el marxismo ortodoxo, que en realidad era un marxismo transformado a la manera rusa, adoptó, en primer lugar, no el lado determinista, evolucionista y científico del marxismo; sino, por el contrario, su lado mesiánico, religioso y generador de mitos, su exaltación de la voluntad revolucionaria».19
El paso del gran siglo XX al pequeño consistió sobre todo en la reabsorción de la conspiración por el militantismo. Ya no se trataba de forzar la mano a la historia sino de esperar su madurez, sin comprender en absoluto que su rumbo está siempre y por entero en manos del Estado-capitalismo. Es el gran regreso de Plejánov, pero en pleno Estado del bienestar, donde el grado de pasividad ya no se mide por el exilio aristocrático sino en proporción a la visibilidad de la agitación militante. La nostalgia del Edén, en acto, se transforma en ciencia y paciencia escatológicas, guarnecidas con una pretensión de ejemplaridad, si no de santidad, para la posteridad: «Todos son unos tramposos, excepto nosotros». Pero en democracia, precisamente, los tramposos ganan mientras que los moralistas pierden: la P2 fue el organismo democrático más grande de la historia y el PCI el tonto del pueblo. La democracia es el régimen conspirativo por excelencia, un régimen que siempre disfrazará la guerra civil como puede para justificarse como el reino del mal menor. El estado de excepción se juega una vez más en todas partes, excepto en el seno del partido obrero, partido de la derrota: al que le encanta perder y quejarse como perdedor, como izquierda.

 

11.

 

Así pues, no combatir más en el vacío significa no jugar más, o hacerlo según otras reglas. Elaborar nuestro propio estado de excepción (etimológicamente: «fuera de la captura»). A un enemigo no se le combate mediante las elecciones, pues entonces se convierte para nosotros en un simple competidor, mientras que para él nosotros seguimos siendo un enemigo en cualquier caso: ésta es la lección de 1976. No se milita contra una conspiración objetiva. Para destituir el estado de cosas actual hemos de situarnos en sus intersticios, que se crean según la necesidad: marrano, conspirador, hereje o incluso clase trabajadora en formación, tal y como la describió E. P. Thompson. Aquí nos encontramos con la lógica del cisma. Ni ganadores ni perdedores, sino mundos paralelos y sobre todo en tensión. No «sin fe, ni ley, ni ideal», sino formados por valores ilegibles, bárbaros. Hay toda otra tradición de vencidos que hay que constituir y vengar para «llevar el presente a una situación crítica»,20 para redescubrir ese «orgullo» que Ireneo de Lyon denunciaba en los cismáticos, a partir de todos los «como no» experimentados en la cotidianidad por los vencidos y que no son sino el punto de partida de las conspiraciones que vienen: «los que lloran, como no llorando; los que se alegran, como no alegrándose».21 Así pues: internamente escindidos, cismáticos. Estar deshechos: ya no ser sujetos, sino una singularidad que hace uso de sus predicados. Había también algo de esto, por otra parte, en el «uso obrero del sindicato» del que los jóvenes operaístas se hicieron cantantes.
Después se traza una estrategia amplia, de la que la historia ha dado grandes ejemplos y entre las cuales figuran sus rupturas más importantes. Y ello consiste no tanto el desarrollo de una «forma-Iglesia»22 con su carga de jerarquías folclóricas, sino en una política del cisma, no presbiteriana. Además, de manera evidente, la situación actual invita al redescubrimiento de las lógicas separatistas. En el momento en que el futuro se derrumba —imágenes de esta situación no son raras, por ejemplo al tomarse un café en la terraza junto al humo de los hidrocarburos, o al ponerse a buscar una buena ruta para no topar con el fuego declarado en el bosque—, uno todavía está dispuesto a entregarse a la insensibilidad, o hasta persiste en creer. La catástrofe, por tanto, no es apocalíptica, en ella no se desarrolla ninguna revelación. La frase de Benjamin adquiere un nuevo significado: la ausencia de revelación, este no-apocalipticismo, es la catástrofe. Sin esperar a nada, es desde y con quienes la rechazan como comienza toda experiencia. El cisma ya no es social ni potencial —como una hipotética contrasociedad del obrero-masa o de cualquier otro—, sino sensible, tanto en sentido literal como figurado.

 

12.

 

Han existido métodos, protocolos. Es una cuestión de investigación. Cómo, técnicamente, uno se deshace. Mirándolo de cerca y desde este ángulo, el tan denostado «pequeño» siglo XX revela, por ejemplo, sus secretos mejor guardados, esos mismos que el actual campo de batalla memorial no hace más que enterrar cada vez más y más. Si hay algo verdaderamente inolvidable en la década de 1970, en Italia como en otros lugares, es el hecho de compartir una disposición ética a la conspiración. Después de «Lenin en Inglaterra», Blanqui en Italia. De la llamada autonomía italiana se tratará de retomar sus prácticas heterónomas, caracterizadas por un separatismo no tanto físico como ético, es decir, un cisma clandestino que se manifiesta bajo la forma de enunciados y acontecimientos. En este sentido, el famoso «vogliamo tutto» («lo queremos todo») de los obreros-masa del Norte no es sino otro nombre para una ingeniosa hazaña de desactivación de la reivindicación, para convertirla en soporte de mil subversiones. Es la hipérbole como técnica de suspensión del curso de la negociación, entendido como un momento histórico del capitalismo keynesiano; un punto de ruptura a partir del cual un área puede encontrar el lugar para una política sin acontecimentalidad. Es precisamente esta técnica para la ofensiva, bífida, la que falta, entre otras cosas, en las comunidades en secesión que actualmente se multiplican, aunque ya estén material y espiritualmente mejor equipadas que cualquier neo-partidito supuestamente radical.

 

13.

 

La historia ya no aparece sólo como destino frente a la futilidad de la política, sino en sí misma. La historia de los hombres ha sido reabsorbida por el curso trastornado de la biosfera. El capitalismo hecho mundo ha invertido los polos de las fuerzas materiales, que han pasado de ser productivas a ser destructivas.23 La decisión debe ser liberada de nuevo, no de la marcha ineludible de las relaciones de producción, sino de los predicados que aparecen como otras tantas maniobras de contención, como las fuentes de la ineludibilidad en cuestión. Se abre ahora una nueva era disciplinaria, aquella que encadena a los últimos vencidos en la caverna para convertirlos en espectadores de su propia extinción.
Por tanto, se trata todavía de «defenderse contra la forma del futuro que todos los contenidos del presente están construyendo».24 No se trata tanto de «ganar» como de salvar. El juego habitual, a un lado u otro del capital, o incluso la dialéctica del amo y el esclavo, en una palabra, cualquier totalidad contradictoria, ha estallado revelando en el fondo su resultado último: el desastre que implica inmediatamente la relación como tal, incluso la conflictiva. Las reglas de la enemistad quedan así redefinidas: ya no se trata de agón sino de polemos.

 

14.

 

Releer la historia del «pequeño» siglo XX significa también descubrir que la emisión de los signos anunciadores del apocalipsis actual comenzó hace unos cincuenta años; que la democracia la dejó correr cuando todos los semáforos estaban en rojo; y que además de luchar contra una infraestructura hostil, siempre tendremos que lidiar con inimicis que toman decisiones mortales en cualquier caso.
Lo recuerda Tronti, con Schmitt: «inimicus es aquel con quien tenemos odios privados […] inimicus es aquel que nos odia».25 En nuestros tiempos oscuros, donde está en juego la vida misma, lo personal alcanza a lo político, el individuo odiado se confunde con el «hostis como enemigo público colectivo».26 La guerra civil se convierte en un asunto personal.
«Si el enemigo es un “conjunto de hombres”, el contraconjunto que le resiste debe permanecer unido […]. Pero Schmitt siempre explica lo que es el Feind; no nos dice nada, o casi nada, sobre la amistad»,27 sostiene Giovanni Sartori, citado por Tronti. Sabemos entonces lo que queda por hacer: a partir al menos de La Boétie, el espacio de la amistad real se entiende como el de la conspiración. Eso significa vivir cada encuentro como si fuera una nueva división del cuerpo social y de su liturgia, alzándose con toda la potencia que ya era la de un Raskol contra el mundo moderno. La primera de las victorias es, pues, la de encontrarse entre amigos que conspiran por la supervivencia de la especie contra el capital. Las demás vendrán después, paso a paso, siguiendo el hilo redescubierto de la violencia divina, de los juicios sin tribunal, ni siquiera el popular, y de las conquistas que implican: «pues el mesías no es aquel que viene […], sino que es la venida misma, la venida excepcional, la justicia de excepción».28

 


1 «Sinistra e terrorismo, un confronto tra G. Amato, A. Bolaffe, S. Rodotà e M. Tronti, 1972.-1979», en H. Mahler, Per la critica del teorismo, De Donato, Bari, 1980, p. 16.
2 Cf. Mario Tronti, «Disperate speranze», en Infiniti Mondi, 11, 2019.
3 «L’occhio del potere. Conversazione con Michel Foucault», en J. Bentham, Panopticon, ovvero la casa d’ispezione, editado por M. Foucault y M. Perrot, Marsilio, Venecia, 2009, p. 30.
4 Jean-Jacques Rousseau, Il contratto sociale, trad. it. de M. Garin, Laterza, Roma-Bari, 2010, pp. 195-201: 195.
5 Mario Tronti, Operai e capitale, DeriveApprodi, Roma, 2006, p. 78.
6 Reinhart Koselleck, Futuro passato. Per una semantica dei tempi storici, trad. it. A. Marietti Solmi, Marietti, Génova, 1986, p. 18.
7 Walter Benjamin, «Parco centrale» (1938), en id., Opere complete, editado por R. Tiedemann, H. Schweppenhiuser, E. Ganni, Einaudi, Turín, 2006, vol. VII, p. 202.
8 Arthur Rimbaud, «Sera storica», en id., Opere, editado y trad. it. I. Margoni, Feltrinelli, Milán, 2004, p. 303.
9 Mario Tronti, Dello spirito libero, il Saggiatore, Milán, 2015, p. 115.
10 Cf. Dionys Mascolo, Le communisme. Revolution et communication ou la dialectique des valeurs et des besoins, Gallimard, París, 1953.
11 Cf. Mario Tronti, La politica al tramonto, Einaudi, Turín 1998, p. 195.
12 «Sinistra e terrorismo, un confronto tra G. Amato, A. Bolaffi, S. Rodotà e M. Tronti, 1972-1979», en H. Mahler, Per la critica del terrorismo, op. cit., p. 133.
13 Byt en ruso significa también forma de vida. La cita se refiere al título «El frente del byt (Bolchevismo destituyente)» en un capítulo del libro de Marcello Tarì, Non esiste la rivoluzione infelice. Il comunismo della destituzione, DeriveApprodi, Roma, 2017, p. 129.
14 M. Tronti, Dello spirito libero, op. cit., p. 179.
15 Bertolt Brecht, A coloro che verranno, en id., Poesie, trad. it. de R. Leiser y F. Fortini, Einaudi, Turín, 1977, vol. II, p. 333.
16 Mario Tronti, Con le spalle al futuro, Editori Riuniti, Roma, 1992, p. 125.
17 Cf. Mario Tronti, «Sul potere destituente. Discussione con Mario Tronti», en AA. VV., Pouvoir destituant. Les révoltes métropolitaines. Potere destituente. Le rivolte metropolitane, Mimesis, Milán, 2008, p. 31.
18 Karl Marx, «Per la critica della filosofia del diritto di Hegel», en Karl Marx, Friedrich Engels, Opere complete, Editori Riuniti, Roma, 1976, p. 203.
19 Nikolaj Berdjaev, Le fonti e il significato del comunismo russo, La casa di Matriona, Milano, 1976, pp. 138-139.
20 Walter Benjamin, Parigi. Capitale del XIX secolo, editado por G. Agamben, Einaudi, Turín, 1986, p. 610.
21 1 Co 7, 30.
22 M. Tronti, Dello spirito libero, op. cit., p. 296.
23 Cf. Nicola Massimo De Feo, L’autonomia del negativo tra rivoluzione politica e rivoluzione sociale, Lacaita, Manduria, 1991.
24 M. Tronti, La politica al tramonto, op. cit., p. 207.
25 M. Tronti, Con le spalle al futuro, op. cit., pp. 17-18.
26 lbid., p. 19.
27 Ibid., pp. 18-19.
28 Françoise Proust, L’histoire à contretemps, Éditions du Cerf, París, 1994, p. 123.

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