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Mario Tronti / Operaismo y política

El siguiente texto es la transcripción de una conferencia dada en Londres el 8 de diciembre de 2006, dentro del congreso organizado por la revista Historical Materialism dentro del bloque de temas «New Directions in Marxist Theory». Las notas a pie de página pertenecen al traductor para aclarar algunas dudas que puedan surgir al lector.

 

Antes que nada, ¿qué es el operaismo?1
Es una experiencia que ha tratado de unir teoría y práctica de la política en un ámbito determinado, el de la fábrica moderna. Que ha buscado un sujeto fuerte, la clase obrera, capaz de hacer frente y poner en crisis los mecanismos de la producción capitalista. Cabe subrayar, dentro de este movimiento, su carácter de experiencia. Quienes llevaron a cabo este proceso fueron fuerzas intelectuales jóvenes que se encontraron con las nuevas levas obreras encuadradas principalmente dentro de las grandes fábricas del periodo de producción fordista y taylorista de la industria capitalista.
Lo que sucedió en los primeros años del siglo XX en Estados Unidos2 ocurrió en Italia en la década de 1960. Se debe, por tanto, situar el contexto de estos hechos dentro de las dinámicas globales que se estaban dando en el interior del capitalismo. En Italia, nos encontramos en el periodo de transición que va desde una sociedad eminentemente agrícola-industrial hacia una sociedad industrial-agrícola, en definitiva, el despegue hacia una sociedad capitalista plenamente asentada. Es la época de las grandes migraciones de fuerza de trabajo desde el mezzogiorno3 campesino hacia el norte industrializado. Se comenzó a llamar a este proceso como neocapitalismo. Producción de masas-consumo de masas, modernización de las relaciones sociales mediante el welfare State, modernizaciones políticas bajo el auspicio de gobiernos democristianos apoyados por las fuerzas oficiales de izquierda del PCI y el PSDI. Transformaciones de las costumbres, de las mentalidades y los comportamientos. Italia se dirigía hacia su particular 68, que ocurrirá entre 1968-1969 tras los cuestionamientos de una nueva generación juvenil que se unirá a los obreros que se habían rebelado contra sus condiciones de vida durante el «otoño caliente». En definitiva, ocurría un cambio de las relaciones de fuerza entre trabajo y capital, es decir, entre los salarios de los obreros y la parte que iba directamente al beneficio de los burgueses.
Y esto puede suceder, en parte, porque en el centro del conflicto estaba el operaismo, con su advertencia política de la centralidad de la fábrica, de la centralidad obrera dentro de la relación social general. El operaismo es por lo tanto una experiencia política que ha importado de forma histórica, es decir, en una situación histórica determinada.
En el contexto, se trataba de dar una nueva forma, teórica y práctica, a la contradicción fundamental que se desarrollaba. Esta contradicción fue identificada dentro de la propia relación de capital, dentro de la relación de producción y de aquello que llamábamos el concepto científico de la fábrica. En ese espacio el obrero, colectivo, tenía potencialmente —si luchaba, si organizaba sus luchas— una especie de soberanía sobre la relación de producción. Era, o mejor dicho, podía convertirse, en un sujeto revolucionario. La figura social del operaismo era el obrero de la línea de montaje que efectuaba la producción fordista y el proceso de trabajo taylorista. Dentro de estos procesos fabriles, el nivel de alienación y extrañamiento era máximo. Se daba un proceso contradictorio dentro de la fábrica, el obrero no sólo no amaba su trabajo, sino que lo odiaba.
El rechazo al trabajo se convertía en un arma mortal en contra del capital. La fuerza de trabajo, en cuanto parte interna a la relación del capital, en cuanto capital variable distinto al capital constante de las máquinas, cuando se volvía autónoma, se sustraía de su función dentro del proceso del trabajo productivo, convirtiéndose en una amenaza en el corazón mismo de la relación capitalista de producción. La lucha contra el trabajo recuperaba el sentido de la herejía proletaria. Sí, el operaismo constituye una herejía del movimiento obrero.
Debemos considerar, por tanto, al operaismo como un movimiento rigurosamente dentro de la historia del movimiento obrero, no fuera, nunca fuera. Una más de tantas experiencias, una de tantas tentativas, una de las tantas tentativas de fuga, una de las tantas bellas revueltas y una de las tantas gloriosas derrotas. Nosotros, siguiendo las indicaciones de Marx, quien estudió las leyes del movimiento del sistema capitalista, estudiamos las leyes del movimiento del trabajo obrero. Las luchas obreras han empujado siempre hacia delante los avances del desarrollo capitalista, han obligado al capital a la innovación, a los saltos tecnológicos, al cambio social. La clase obrera no es una clase general. Así la han tratado de representar los partidos de la Segunda y Tercera Internacional. Sigue siendo justa la frase de Marx: el proletariado, emancipándose a sí mismo, emancipará a toda la humanidad.
Este proceso está ya realizado, restringido sólo a Occidente. Si se entiende que emancipación es progreso, modernización, bienestar, democracia, todo esto ya ha acontecido, pero lo ha hecho al servicio de una gran revolución conservadora, de un proceso de estabilización del sistema capitalista, que hoy como ocurría en su vocación original, asume la dimensión de espacio-mundo, orden mundial de dominio que desciende desde lo alto del Imperio, pero que también emerge desde abajo, introyectado en una mentalidad burguesa mayoritaria. Los sistemas políticos democráticos son hoy la tribuna del libre consentimiento a una servidumbre voluntaria.
El operaismo, es decir, la reivindicación de la centralidad obrera en la lucha de clases, chocó con el problema de lo político. En medio, entre obreros y capital, yo he encontrado la política: en las formas que asumen las instituciones, el Estado, en las formas de las organizaciones, el partido, en la forma que tienen las acciones, la táctica y la estrategia. El capitalismo moderno no habría nacido jamás sin la política moderna. Hobbes y Locke estaban antes que Smith y Ricardo.
Jamás habría ocurrido una acumulación originaria de capital sin centralización estatal propia de las monarquías absolutas. La historia de Inglaterra nos lo enseña. La primera revolución inglesa, esa olvidada y fea de la dictadura de Cromwell, y esa bella y gloriosa del Bill of Rights, se corresponden a las dos fases dictadas por Maquiavelo: son dos cosas bien distintas la conquista del poder y la gestión del poder, para la primera se necesita la fuerza, para la segunda se necesita el consenso.
El capitalismo de la libre competencia tuvo necesidad del Estado liberal, el capitalismo del welfare tuvo necesidad del Estado democrático. Entonces, incluso a través de la solución provisional, del totalitarismo, fascista y nazi, la síntesis de la democracia liberal ha estabilizado el dominio de la producción capitalista. Y ahora nos encontramos con la fase de la exportación de este modelo a nivel mundial. No todo funciona según los planes del capital. Lo que hoy resulta políticamente más interesante es el mundo.
La «gran transformación», por usar la expresión de Polanyi, se refiere al desplazamiento del centro mundial de gravedad de Occidente a Oriente. Nuestros países europeos, en su interior, son poco interesantes para los nuevos procesos de acumulación. Es difícil apasionarse con lo político con los Blair y los Prodi de turno. Pero el capitalismo es hoy un orden incuestionable y, como había previsto Marx, se trata de un orden mundial que continuamente se revoluciona a sí mismo. Y aquí está el punto de interés. Sólo hace falta mirar la increíble transformación que ha llevado a cabo en el mundo del trabajo con la sustitución del fordismo por el posfordismo. Para responder a la amenaza de la centralidad obrera, el capitalismo se revolucionó a sí mismo para reducir la importancia y la centralidad de la industria, abandonando, o revolucionando, esa misma esfera que fue la razón y el instrumento de su nacimiento y su desarrollo en sus inicios. Cuando la isla de montaje sustituye a la cadena de montaje en las grandes fábricas automatizadas por robots y se entra en la fase posfordista, todo el resto del proceso de trabajo cambia y, con ello, los hábitos mismos que existen en la población. Se trata del paso clásico que se da de la fábrica a la sociedad.
La pregunta que nos tenemos que formular es entonces: ¿existe hoy todavía la clase obrera? La clase obrera como sujeto central de la crítica del capitalismo. No, por tanto, como objeto sociológico, sino como sujeto político. ¿Y las transformaciones del trabajador, de la industria a los servicios, del trabajo dependiente al trabajo autónomo, de la seguridad a la precariedad, del rechazo al trabajo a la falta de trabajo, todo esto qué consecuencias políticas tiene?
Es sobre esto de lo que debemos discutir.
El operaismo fue lo contrario al espontaneísmo. Y lo contrario al reformismo. Más cercano, por tanto, al movimiento comunista de los orígenes que a las socialdemocracias clásicas y contemporáneas. Fue y es un movimiento que ha sabido conjugar, de un modo creativo, a Marx con Lenin. Me pregunto, si en las condiciones y las transformaciones del trabajo de hoy, aglomerado, dispersado, precario y fragmentado de las figuras de trabajadores, se puede volver a conjugar aquí y ahora una respuesta organizada de fuerzas alternativas al capitalismo. Y no tengo una respuesta.
Lo que sí sé por seguro es que no se da lucha seria, capaz de lograr conquistas, sin organización. No se da conflicto social capaz de abatir al enemigo de clase sin fuerza política. Esto es lo que hemos aprendido del pasado. Si un nuevo movimiento no recoge la herencia de experiencias de la gran historia del movimiento revolucionario para empujarlo hacia adelante bajo nuevas formas, esa gente no tiene futuro. Nuevas formas, nuevas prácticas, nuevas ideas, pero dentro de una historia que es larga.
Mirad, hay capitalistas que tienen miedo a la historia de los obreros, pero ningún capitalista tiene miedo a las políticas de izquierdas. A la primera la han enviado con los demonios al infierno, la segunda ha tenido sitio en los palacios de gobierno. Y necesitamos dar miedo. Es hora de que otro espectro comience a agitarse, no sólo en Europa, sino en el mundo. El espíritu rebelde, resuelto e irredento del comunismo.

1 Operaismo es un ismo italiano formado a partir de operare (obrar, trabajar), operaio (obrero, trabajador). Obrerismo sería su traducción directa, pero se conserva en italiano al tratarse de un movimiento específico que no debe confundirse con cualquier perspectiva obrerista de los marxismos ortodoxos.
2 Tronti aquí hace referencia al movimiento del sindicato IWW (Industrial Workers of the World) cuyos miembros eran también conocidos como Wobblies, fundado en el año 1905 para unificar a todos los trabajadores en un único sindicato sin diferencias de rango entre sus miembros.
3 Forma popular en el lenguaje por la que se designa a las áreas del sur de Italia, menos insertas en las formas industriales que los centros del norte (Turín, Milán, Alto Veneto…) y con unas tasas de paro más altas.

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