[…] Valor. Según el señor Wagner, la teoría del valor de Marx es “la piedra angular de su sistema socialista” (p. 45). Como yo nunca he construido un “sistema socialista”, esto es una fantasía de Wagner, Schäffle y tutti quanti. Después: Marx “encuentra la sustancia social común del valor de cambio, el único al que aquí se alude, en el trabajo, la medida de la magnitud del valor de cambio en el tiempo de trabajo socialmente necesario, etc.”
Yo no hablo en parte alguna de “la sustancia social común del valor de cambio”; digo, por el contrario, que los valores de cambio (pues el valor de cambio sólo existe cuando hay por lo menos dos) representan algo que les es común, algo “absoluto independiente de sus valores de uso” (es decir, aquí, de su forma natural), a saber: el “valor”. Así, en el Libro primero de El capital, se dice: “Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía es, por tanto, su valor. En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de cambio, como expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor, que por ahora estudiaremos independientemente de otra forma (p. 13).”
Yo no digo por lo tanto que la “sustancia social común del valor de cambio” sea el “trabajo”; y como trato ampliamente, en un apartado especial, de la forma del valor, es decir, del desarrollo del valor de cambio, sería extraño pretender reducir esta “forma” a la “sustancia social común”, al trabajo. El señor Wagner olvida también que para mí no son sujetos ni el “valor” ni el “valor de cambio”, sino que lo es solamente la mercancía.
Otra cosa: “Pero esta teoría [de Marx] no es tanto una teoría del general del valor como una teoría del costo inspirada en Ricardo” (ibid.) El señor Wagner habría podido darse cuenta, lo mismo leyendo El capital que la obra del señor Sieber (si supiese ruso), la diferencia que media entre Ricardo y yo, pues aquél sólo se ocupó del trabajo en calidad de medida de la magnitud del valor, sin encontrar por tanto el nexo entre su teoría del valor y la naturaleza del dinero.
Cuando el señor Wagner dice que ésta “no es una teoría general del valor”, tiene mucha razón desde su punto de vista, ya que para él formular una teoría general del valor significa hacer elucubraciones en torno a la palabra “valor”, lo que le permite quedarse en la confusión, tradicional en los profesores alemanes, entre “valor de uso” y “valor”, ya que ambos tienen en común la palabra “valor”. Pero cuando dice que se trata de una “teoría del costo” incurre en una redundancia o en una falsedad. En una redundancia, porque las mercancías, en la medida en que son valores, es decir, en que sólo representan algo social, trabajo humano, y en la medida en que la magnitud del valor de una mercancía se determina precisamente, en mi opinión, por la cantidad de tiempo de trabajo que encierra, etc., o sea por la masa normal de trabajo que cuesta producir un objeto, etc., y el señor Wagner prueba lo contrario al asegurar que esta teoría, etc., del valor no es “general”, porque no responde a la opinión del señor Wagner sobre “la teoría general del valor”. En una falsedad: Ricardo (tomándolo de Smith) confunde valor y costo de producción; en mi Contribución a la crítica de la economía política y en las notas a El capital, he indicado expresamente que los valores y los precios de producción (estos últimos no hacen más que expresar en dinero los costos de producción) no coinciden. ¿Por qué no? Esto no se lo he dicho al señor Wagner.
Además, dice que “procedo arbitrariamente” porque “me limito a reducir el costo a la llamada prestación de trabajo en el sentido más estricto. Esto presupone siempre que se haya previamente demostrado, lo que nadie hizo hasta ahora, que el proceso de producción puede desarrollarse sin la mediación de esa actividad de los capitalistas privados que crea e invierte capitales” (p. 45).
En vez de imponerme la carga de probar hechos futuros, el señor Wagner habría debido comenzar a la inversa, demostrando que en las numerosísimas sociedades que existieron antes de aparecer los capitalistas privados (comunidades de la antigua India, comunidades familiares de los eslavos meridionales, etc.) no existía un proceso social de producción, por no hablar del proceso de producción en general. Por lo demás, todo lo que Wagner podía decir es que la explotación de la clase obrera por la clase capitalista, o más brevemente, el carácter de la producción capitalista tal como la describe Marx, es una realidad, pero se equivoca al considerar esta economía como transitoria, al revés que Aristóteles, quien se equivocó al considerar como no transitoria la economía basada en la esclavitud.
“Mientras no se haya hecho esta demostración” (en otros términos, mientras exista el régimen capitalista) “la ganancia del capital será también (aquí está madre del borrego), de hecho, un elemento ‘constitutivo’ del valor y no, como quieren los socialistas, algo que se le sustrae o se le ‘roba’ al obrero” (pp.45-46). Qué significa esta “sustracción en detrimento del obrero”, sustracción de su piel, etc., es difícil imaginarlo. Ahora bien, en mi exposición, en efecto, “la ganancia del capital” no es “sólo una sustracción o ‘robo‘ en detrimento del obrero”. Por el contrario, yo represento al capitalista como un funcionario necesario de la producción capitalista, y muestro ampliamente que él no sólo “sustrae” o “roba”, sino que arranca la producción de la plusvalía, es decir que comienza por ayudar a crear lo que ha de sustraer. Demuestro también ampliamente que incluso en el cambio de mercancías, sólo se cambian equivalentes y que el capitalista, siempre que pague al obrero el valor real de su trabajo, estará plenamente en su derecho —es decir, el derecho correspondiente a este modo de producción— de apropiarse la plusvalía. Pero todo esto no convierte a la “ganancia del capital” en un elemento “constitutivo” del valor, sino que se limita a probar que en el valor, no “constituido” por el trabajo del capitalista, hay una parte que éste puede apropiarse “legalmente”, es decir, sin violar el derecho correspondiente al cambio de mercancías.
“Esta teoría considera de un modo demasiado unilateral un único elemento en la determinación del valor (1. Tautología: la teoría es falsa porque Wagner tiene una “teoría general del valor” que no coincide con ella; en efecto, su “valor” es determinado por el “valor de uso”, como lo prueba, particularmente, su sueldo de profesor; 2. El señor Wagner sustituye el valor por el “precio de mercado” corriente —o precio de las mercancías basados en aquél— que es algo muy distinto del valor), los costos, y no el otro factor; la utilidad, el empleo, el momento de la necesidad”. (Lo cual significa que no confunde “valor” y valor de uso, como desearía ese embrollón nato que es Wagner). Ella no sólo no corresponde a la formación del valor de cambio en el comercio actual (se refiere a la formación del precio, la cual no alterna en lo más mínimo la determinación del valor: por lo demás, en el comercio actual se operan evidentemente, como lo sabe todo especulador, falsificador de mercancías, etc., una formación de valor de cambio, que no tiene nada que ver la formación del valor, sino que tiende solamente a valores ya “formados”; además, al determinar, por ejemplo, el valor de la fuerza de trabajo, parto del supuesto de que su valor se paga realmente, lo que de hecho no ocurre. El señor Schäffle, en Capitalismo, etc., piensa que esto es “generoso” o algo parecido. No se refiere a otra cosa que a un procedimiento científico necesario), sino que tampoco corresponde a las relaciones que deberían necesariamente formarse en el hipotético Estado social de Marx, como lo demuestra excelentemente y sin duda de manera definitiva (!) también Schäffle en su Quintaesencia y, sobre todo, en el Cuerpo social”. (Por consiguiente, el Estado social, que el señor Schäffle ha tenido la gentileza de “formar” para mí, se convierte en el “Estado social de Marx”, y no en el Estado que es atribuido a Marx en la hipótesis de Schäffle). “Esto puede demostrarse de manera convincente mediante el ejemplo típico de los cereales u otro semejante, cuyo valor de cambio —por ser variables las cosechas y la demanda, poco más o menos constante— tendrá necesariamente que regularse, incluso en un sistema de “tarifas sociales”, de otro modo que por el simple costo”. Cada palabra es una tontería. En primer lugar, yo no he hablado en parte alguna de “tarifas sociales”, y, en el estudio sobre el valor, sólo me atengo a las relaciones burguesas y no a la aplicación de esta teoría del valor a un pretendido “Estado social” que ni siquiera he creado, sino que el señor Schäffle lo ha construido por mí. En segundo lugar, si a consecuencia de una mala cosecha sube el precio de los cereales, lo que primero sube es su valor ya que una cantidad dada de trabajo se ha realizado en un producto menor; y después sube aún más su precio de venta. ¿Qué tiene esto que ver con mi teoría del valor? Cuanto más por encima de su valor se venda el trigo, más por debajo de su valor se venderán otras mercancías, ya sea en la forma natural o bajo la forma de dinero, y esto aun cuando su propio precio en dinero no descienda. La suma de valor sigue siendo la misma, aunque aumente la expresión en dinero de toda esta suma de valor, aunque aumente, por lo tanto, según el señor Wagner, la suma del “valor de cambio”. Esto es lo que ocurre si admitimos que la baja de precio en la suma de las demás mercancías no cubra el precio que excede el valor (el excedente de precio del grano. Pero en este caso el valor de cambio del dinero habrá descendido por lo tanto por debajo de su valor; la suma de valor de todas las mercancías permanece idéntica, incluso en su expresión en dinero, si también el dinero es incluido entre las mercancías. Además, el aumento del precio del trigo por encima del aumento de su valor provocado por la mala cosecha será en todo caso menor en el “Estado social” que con los actuales especuladores de granos. Pero entonces el “Estado social” organizará de repente la producción de modo que el aprovisionamiento anual de trigo sólo dependa en proporciones mínimas de los cambios atmosféricos. El volumen de la producción, el aprovisionamiento y el consumo estarán regulados racionalmente. Por último, ¿qué puede probar la “tarifa social” en pro o en contra de mi teoría del valor, suponiendo que se realicen las fantasías de Schäffle a este respecto? Tan poca cosa como las medidas obligatorias que adoptadas en caso de penuria de víveres a bordo de un barco, en una plaza sitiada o durante la Revolución francesa, etc., que no se preocupaban en absoluto del valor. ¡Y qué terrible cosa para el “Estado social” infringir las leyes del valor del “Estado capitalista” y, por tanto, la teoría del valor! ¡Todo esto parece un juego de niños!
El propio Wagner cita complacido el siguiente pasaje de Rau: “Para evitar cualquier malentendido es necesario dejar bien sentado lo que hay que entender por valor en general; en la lengua alemana se acostumbra tomar en este sentido el término de valor de uso” (p. 46).
[…] Otra derivación del concepto de valor:
Valor subjetivo y valor objetivo. Subjetivo: y en el sentido más general, el valor de una cosa = a la importancia que se “atribuye al bien por su utilidad… no calidad de las cosas en sí, aunque objetivamente esto suponga la utilidad de una cosa (y, por lo tanto, suponga el valor ‘objetivo’) …En sentido objetivo se entiende entonces por ‘valor’, ‘valores’ los bienes que tienen valor, de suerte (!) que bien y valor, bienes y valores, se convierten en ideas esencialmente idénticas” (pp. 46, 47).
Después que Wagner ha calificado simplemente con el título de “valor en general”, de “concepto de valor” a lo que ordinariamente se denomina “valor de uso”, no puede dejar de recordar que “el valor así (!) deducido” (!) es el “valor de uso”. Después de dar al valor de uso el título de “noción de valor” en general, de “valor en sí”, descubre con retraso que no ha hecho más que divagar sobre el “valor de uso”, que lo ha “deducido”, pues hoy divagar y deducir son “esencialmente” operaciones idénticas del pensamiento. Pero en esta ocasión venimos a descubrir qué concepción subjetiva corresponde a la “objetiva” confusión conceptual propia del profesor Wagner. Éste nos revela en efecto un secreto. Rodbertus le había escrito una carta que puede leerse en la Tübinger Zeitschrift de 1878, en la que (Rodbertus) explica por qué “no hay más que una clase de valor”, el valor de uso. “Yo (Wagner) he adoptado este criterio, cuya importancia había subrayado ya en mi primera edición”. Acerca de lo dicho por Rodbertus, escribe Wagner: “Esto es perfectamente exacto y nos obliga a modificar la ilógica ‘división‘ del ‘valor‘ en valor de uso y valor de cambio, división que yo adoptaba todavía en el parágrafo 35 de mi primera edición” (p. 48, nota 4). Y el mismo Wagner me coloca entre las personas (p. 49, nota) que piensan que el “valor de uso” debe ser completamente apartado de la ciencia”.
Todo esto es pura “charlatanería”. Ante todo, yo no parto de “conceptos”, ni por lo tanto del “concepto de valor”, y por ello no debo en modo alguno “dividir” este concepto. De donde yo parto es de la forma social más simple en que se presenta el producto del trabajo en la sociedad actual, y esta forma es la “mercancía”. Analizo ésta fijándome ante todo en la forma bajo la cual se presenta. Aquí descubro que ella es, por una parte, en su forma natural, un objeto de uso alias valor de uso, y, por otra parte, la encarnación del valor de cambio y, desde este punto de vista, “valor de cambio” ella misma. Un análisis más profundo de este último me revela que el valor de cambio no es más que una “forma fenoménica”, un modo de presentación independiente del valor contenido en la mercancía, y paso después al análisis del valor. Por eso digo expresamente: “Al comienzo de este capítulo decíamos, siguiendo el lenguaje tradicional: la mercancía es valor de uso y valor de cambio. En rigor, esta afirmación es falsa. La mercancía es valor de uso, objeto útil y ‘valor’. A partir del momento en que su valor reviste una forma fenoménica propia, distinta de su forma natural, la del valor de cambio, etc.” Yo no divido pues el valor en valor de uso y valor de cambio como opuestos en que se des, compone lo abstracto, el valor, sino que digo que la forma social concreta del producto del trabajo, la “mercancía”, es, por una parte, valor de uso y, por otra, “valor”, no valor de cambio, pues éste no es más que una simple forma fenoménica y no su propio contenido.
En segundo lugar, solamente un vir obscurus que no haya entendido una sola palabra de El capital puede argumentar así; puesto que Marx, en una nota a la primera adición de El capital, rechaza en general toda esa cháchara profesoral alemana sobre el “valor de uso” y remite a los lectores que quieran saber algo acerca de los verdaderos “valores de uso” al “conocimiento pericial de las mercancías”, el valor de uso no desempeña según él ningún papel. No desempeña naturalmente el papel del término antagónico suyo, el “valor”, que nada tiene de común con él salvo la palabra “valor”, que reaparece en la expresión “valor de uso”. También habría podido decir que el “valor de cambio” fue dejado de lado por mí, ya que no es más que una forma fenoménica del valor, pero no el “valor”, puesto que para mí el “valor” de una mercancía no es ni su valor de uso ni su valor de cambio.
Cuando se trata de analizar la “mercancía” —que es el concreto económico más simple— hay que apartar todos los aspectos que no tengan relación con el objeto que se analiza. Lo que hay que decir de la mercancía en cuanto valor de uso, lo he dicho en unas pocas líneas, pero haciendo resaltar por otra parte la forma característica en la que aparece el valor de uso, el producto del trabajo, a saber: “Un objeto puede ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Quien» con su producto, satisface sus propias necesidades, crea indudablemente valores de uso, pero no mercancías. Para producir mercancías no basta producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales”. (Aquí está la raíz del “valor de uso social” de Rodbertus). Con esto, el valor de uso —en cuanto valor de uso de la “mercancía”— adquiere por sí mismo un carácter histérico-específico. En las comunidades primitivas, en las que, por ejemplo, los medios de subsistencia son producidos y repartidos en común entre los componentes de la comunidad, y el producto común satisface directamente las necesidades vitales de cada miembro de la comunidad, de cada productor —el carácter social del producto, del valor de uso se encuentra en su carácter comunitario. (El señor Rodbertus, por el contrario, transforma el valor de uso social de la mercancía en el valor de uso social simplemente; en otras palabras, divaga).
Como se desprende de lo anterior, sería pura divagación si en el análisis de la mercancía —por el hecho de que ella se presenta por una parte como valor de uso o bien, y por la otra como “valor”— se aprovechara la ocasión para “empalmar” toda suerte de reflexiones triviales sobre aquellos valores de uso o bienes que no caen bajo el dominio del mundo de las mercancías, como los “bienes estatales”, “bienes de la comunidad”, etc. —como hace Wagner y los profesores alemanes en general— o acerca del bien “salud”, etc. Allí donde el Estado mismo es un productor capitalista, como ocurre con la explotación de las minas, los bosques, etc., su producto es “mercancía” y posee por consiguiente el carácter específico de cualquier otra mercancía.
Por otra parte nuestro vir obscurus no se ha dado cuenta de que, ya al hacer el análisis de la mercancía, yo no me detengo en la doble modalidad bajo la que se presenta, sino que paso inmediatamente a demostrar que en esta doble modalidad de la mercancía se manifiesta el doble carácter del trabajo del que aquélla es producto, a saber: del trabajo útil, es decir de las modalidades concretas de los trabajos que crean valores de uso, y del trabajo abstracto, del trabajo como inversión de fuerza de trabajo, cualquiera que sea el modo “útil” en que se invierta (sobre lo cual se basa luego el estudio del proceso de producción); que en el desarrollo de la forma de valor de la mercancía, y, en última instancia, de su forma dinero y, por tanto, del dinero, el valor de una mercancía se expresa en el valor de uso, es decir, en la forma natural de la otra mercancía; que la propia plusvalía se deriva de un valor de uso “específico” de la fuerza de trabajo, que corresponde exclusivamente a ésta, etc., etc.; que, por consiguiente, en mi obra, el valor de uso desempeña un papel tan importante como en la economía anterior, pero sólo se plantea —nota bene— allí donde tal planteamiento surge del análisis de una formación económica dada y no de especulaciones abstractas acerca de los conceptos o de las palabras “valor de uso” y “valor”.
Por eso, en el análisis de la mercancía, ni aun a propósito de su “valor de uso” son introducidas inmediatamente definiciones del “capital”, puesto que ellas deben resultar un puro contrasentido mientras permanezcamos inicialmente en el análisis de los elementos de la mercancía.
Pero lo que molesta al señor Wagner, en mi exposición, es que no le haya dado el gusto de seguir los “esfuerzos” germano-patrióticos de nuestros profesores, que tienden a confundir valor de uso y valor. La sociedad germana, aunque muy post festum, ha ido pasando poco a poco de la economía natural feudal, o al menos, de la preponderancia de ella, a la economía capitalista; pero los profesores, como es natural, siguen teniendo un pie en la vieja basura. De siervos de los terratenientes se han convertido en siervos del Estado, vulgo, del gobierno. Por eso nuestro vir obscurus —que ni siquiera se ha dado cuenta de que mi método analítico, que no parte del “hombre” sino de un período económico dado de la sociedad, no tiene nada que ver con ese método de entrelazamiento de conceptos que gustan emplear los profesores germanos (“con palabras es fácil combatir, con palabras se puede construir un sistema”)— dice: “En consonancia con la concepción de Rodbertus y también con la de Schäffle, yo doy preeminencia al carácter de valor de uso de todo valor, y tanto más hago resaltar la apreciación del valor de uso cuanto que la apreciación del valor de cambio no es en absoluto aplicable a un gran número de bienes económicos de los más importantes” (¿qué lo obliga a buscar excusas? Ya sabemos que es su condición de servidor del Estado la que lo obliga a confundir valor de uso y valor); “así, por ejemplo, no es aplicable al Estado ni a sus servicios, y ni tampoco a otras relaciones de economía pública” (p. 49, nota). Esto nos recuerda a los viejos químicos, antes de que existiera una ciencia de la química: como la manteca comestible, que en la vida corriente se llama simplemente manteca (según una costumbre nórdica), tiene una consistencia blanda, dieron el nombre de materias mantecosas caldos butíricos a los cloruros, a la manteca de cinc, a la manteca de antimonio, etc., y por eso sostuvieron, para hablar como el vir obscurus, el carácter mantecoso de todas las combinaciones de cloruros, cinc y antimonio. Tales charlatanerías concluyen en esto: dado que ciertos bienes, principalmente el Estado (¡el Estado, un bien!) y sus “servicios” (o sea, las prestaciones de sus profesores de economía política) no son “mercancías”, los caracteres opuestos contenidos en las propias “mercancías” (que aparecen también expresamente bajo la forma de mercancía del producto del trabajo) deben ser confundidos entre sí. Por otra parte, sería difícil sostener que Wagner y consortes ganen más cuando sus servicios sean apreciados según su “valor de uso”, según su “contenido” material, que cuando sean apreciadas según su “contenido/sueldo” (fijado por las “tarifas sociales”, como dice Wagner), o sea según su remuneración.
(La única cosa clara que hay en el fondo de esta confusión germana es que, en la lengua, las palabras valor o valer [Wert oder Würde] fueron inicialmente aplicadas a las cosas útiles que existían desde largo tiempo atrás, incluso como “productos del trabajo”, antes de convertirse en mercancías. Pero esto tiene tanto que ver con la definición ‘científica del “valor de las mercancías” como el hecho de que en un principio los Antiguos aplicasen la palabra sal a la sal comestible, y que, por consiguiente, el azúcar, etc., figuren también desde Plinio como variedades de sal [es decir, entre los cuerpos sólidos, incoloros, solubles en agua y con un gusto especial] y, por tanto, la categoría química “sal” incluya el azúcar, etc.).
Pasemos ahora al fiador del vir obscurus, a Rodbertus (cuyo estudio puede verse en la Tübinger Zeitschrift). He aquí el pasaje de Rodbertus por aquél citado:
“Sólo existe una clase de valor, que es el valor de uso. Este puede ser valor de uso individual o valor de uso social. El primero se enfrenta con el individuo y sus necesidades, sin guardar la menor relación con una organización social” (p. 48). (Y esto es ya una tontería). Confróntese El capital, donde se dice en cambio que el proceso de trabajo, como actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, etc., “es común a todas las formas sociales [de la vida humana] por igual e independientemente de ellas”). (En primer lugar, lo que se enfrenta con el individuo no es la expresión “valor de uso”, sino valores de uso concretos, y cuáles de estos valores concretos “están en frente” del individuo [para estos hombres todo es, todo es estado] depende solamente del grado alcanzado por el proceso social de producción y no corresponde nunca, por tanto, a “una organización social”. Pero si Rodbertus sólo quiere decir algo tan trivial como que el valor de uso, que efectivamente se enfrenta a un individuo como objeto de uso, se enfrenta como valor de uso individual para él, esto no pasa de ser una tautología trivial o una falsedad, puesto que, para no hablar de cosas como el arroz, el trigo, el maíz o la carne que para un hindú no está frente a él como alimento, para un individuo la necesidad de un título de profesor o de consejero de gobierno, o de una condecoración, es posible sólo en una determinada “organización social”). “El segundo es el valor de uso que tiene un organismo social, compuesto por muchos organismos individuales (o sea, por muchos individuos)” (p. 48) ¡Qué lenguaje! ¿Se trata aquí del “valor de uso” del “organismo social” o de un valor de uso que se encuentra en posesión de un “organismo social” (como, por ejemplo, la tierra en las comunidades primitivas), o bien de la forma “social” concreta del valor de uso, en un organismo social, como por ejemplo allí donde la producción de mercancías es el régimen dominante, el valor de uso que suministra un productor es “valor de uso para otros”, debiendo ser considerado, en este sentido, como “valor de uso social”? Con tal confusionismo no se puede ir a ninguna parte.
Pasemos, pues, a la otra proposición del Faustus de Wagner: “El valor de cambio no es más que ropaje, el apéndice histórico del valor de uso social de un determinado período histórico. Cuando se contrapone al valor de uso un valor de cambio como antítesis lógica, se pone en antítesis lógica un concepto histórico con un concepto lógico, lo cual es contrario a la lógica” (p. 48, nota 4). “Y esto es perfectamente justo” exclama ibidem Wagnerus jubilosamente. ¿Pero quién es “la persona” que comete este error? No cabe duda que Rodbertus se refiere a mí, puesto que según R. Meyer, su famulus, él escribió un voluminoso y denso manuscrito contra El capital. ¿Quién establece una antítesis lógica? El señor Rodbertus, para quien el “valor de uso” y el “valor de cambio” son ambos, por naturaleza, meros “conceptos”. En realidad, en toda lista corriente de precios, vemos que en ella cada clase concreta de mercancías incurre en este proceso ilógico de distinguirse como bien, o valor de uso, como algodón, hilo, hierro, grano, etc. de las otras mercancías, de representar un “bien” toto coelo cualitativamente distinto de los otros, a la par que su precio es de la misma naturaleza que los precios de las otras mercancías, cualitativamente igual y sólo cuantitativamente distinta. Una mercancía se presenta en su forma natural para quien necesita de ella, y también bajo la forma de valor, muy diferente de la primera y “común” a todas las mercancías, como valor de cambio. Aquí, existe una antítesis “lógica” sólo para Rodbertus y sus allegados, los profesores-maestros de escuela alemanes, que parten del “concepto” de valor y no de la “cosa social”, de la “mercancía”, dejando que este concepto se divida en dos para luego discutir cuál de los dos fantasmas es el verdadero Jacob!
Pero en el tenebroso fondo de estas frases ampulosas se oculta simplemente el descubrimiento inmortal de que en todas las circunstancias el hombre debe comer, beber, etc. (y no cabe añadir, vestirse, o utilizar cuchillo y tenedor, o camas, o habitaciones, porque esto no es cierto en todas las circunstancias) ; en una palabra, que en todas las circunstancias debe encontrar en la naturaleza, ya dispuestos, objetos exteriores para la satisfacción de sus necesidades y adueñarse de ellos o prepararlos con las materias naturales que encuentre; en este comportamiento suyo el hombre se vincula siempre a ciertos objetos exteriores como “valor de uso”, es decir, los trata siempre como objetos para su uso. Por ello el valor de uso es según Rodbertus un concepto “lógico”: por lo tanto, dado que el hombre necesita respirar, el “respirar” es un concepto “lógico”, pero de ninguna manera, ¡Dios nos libre!, un concepto “fisiológico”. Toda la superficialidad de Rodbertus, se revela, sin embargo, en su contraposición de concepto “lógico” e “histórico”. Sólo concibe al “valor” (el económico en antítesis al valor de uso de la mercancía) en su forma fenoménica, como valor de cambio; y dado que él aparece sólo allí donde al menos una parte de los productos del trabajo, de los objetos de uso, funciona como “mercancía”, lo que no ocurre desde un comienzo, sino únicamente en un cierto período del desarrollo social, por consiguiente, sólo en un estadio determinado del desarrollo histórico, nos encontramos con que el valor de cambio es un concepto “histórico”. Ahora bien, si Rodbertus hubiera analizado ulteriormente el valor de cambio de las mercancías —más adelante diré por qué no lo hizo— ya que éste existe solamente allí donde el término mercancía aparece en plural, vale decir donde existan distintas clases de mercancías— habría encontrado detrás de esta forma fenoménica al “valor”. Si hubiera continuado su análisis del valor, habría encontrado además que aquí la cosa, el “valor de uso”, vale como pura y simple objetivación de trabajo humano, como gasto de una fuerza igual de trabajo humano y que por ello este contenido es presentado como carácter objetivo de la cosa, como [carácter] que corresponde a ella objetivamente, aunque esta objetividad no aparezca en su forma natural (lo cual hace que sea necesaria una forma de valor particular). Habría hallado, pues, que el valor de la mercancía no hace más que expresar, bajo una forma que se ha desarrollado en el transcurso de la evolución histórica, lo que se presenta igualmente bajo todas las demás formas sociales que nos muestra la historia, aunque bajo otra forma, es decir bajo la forma del carácter social del trabajo, en cuanto gasto de la fuerza de trabajo “social”. Si el valor de la mercancía no es, pues, más que una forma histórica concreta, algo que existe en todas las formas de sociedad, ocurre lo mismo con lo que él llama “valor de uso social”, o sea el “valor de uso” de la mercancía. El señor Rodbertus toma de Ricardo la medida de la magnitud del valor, pero, al igual que Ricardo, no ha investigado ni comprendido la sustancia misma del valor: por ejemplo, el carácter “común” del proceso de trabajo en la comunidad primitiva, como organismo colectivo de las fuerzas de trabajo asociadas, y por tanto el [carácter común] de su trabajo, es decir, del gasto de estas fuerzas.
Sería superfluo agregar más sobre las charlatanerías de Wagner.