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México: disturbios, bloqueos y saqueos contra el alza del precio de la gasolina (lundimatin n° 88 y n° 89)

Traducimos a continuación las dos partes de las impresiones que tienen amigos de lundimatin de visita por México, en torno a la reciente ola de disturbios, bloqueos y saqueos que tiene lugar en tal país desde el 1 de enero de 2017, a raíz del alza en la gasolina.

 

PRIMERA PARTE (9 DE ENERO DE 2017)

 

Mexican Boy: ¡Mira!, mira, allá: ¡viene una tormenta!
Sarah Connor: What did he just say?
Gas Station Attendant: He said that a storm is coming in.
Sarah Connor: I know.
Terminator, 1984

 

Crónica general

 

El precio del petróleo dicta el de la gasolina (dixit Meade, Secretario de Finanzas y de Crédito Público). Y si el precio de la gasolina aumenta, entonces el precio de los productos y de los servicios también. Como consecuencia: la inflación (3%). Desde hace ochenta años el petróleo mexicano se nacionalizó a través de la compañía Pemex. El precio del petróleo depende de un baremo fijo decidido por el Estado. El proyecto de Reforma Energética iniciado en 2014 por el gobierno de Peña Nieto implicaba la privatización del petróleo y de la venta de gasolina. El 1 de enero de 2007 es ya algo realizado.  En el discurso oficial todo consiste en ajustarse a las tendencias naturales de la competencia internacional contra el mantenimiento «artificial» (E. Peña Nieto) de las intervenciones estatales. En suma, un retorno a la naturaleza… del mercado. Decisión «impopular» y « difícil» para el triste jefe de Estado. Y ciertamente, los mexicanos entran en cólera. Pero ustedes, en su lugar, ay, «¿qué habrían hecho?» (5 de enero, «Mensaje a la Nación»).
1° de enero de 2017: en México, es una derecho consuetudinario que las fiestas estén acompañadas de forma sistemática por un recrudecimiento en los asaltos. Es algo normal en México: la turba también quiere hacerse de regalos. Pero en este nuevo año 2017, la caída del valor del peso (una de las consecuencias de la victoria de Trump) sumada al alza del precio de la gasolina (una de las consecuencias de la desregulación) consiguió la proeza de transmutar los tradicionales asaltos en saqueos comunes.
En el espacio de una pequeña semana (del 1 de enero al 7 de enero) las cadenas Coppel, Elektra, Bodega Aurrera, Oxxo, Chedraui, Famsa, Walmart, Comercial Mexicana, etc… han perdido, literalmente, la cara, sumergidas por hordas conformadas de amas de casa, estudiantes, oficinistas y ancianos, anónimos en su conjunto de la santísima sociedad civil. Vemos a personas honradas, con las manos llenas de juguetes rosas y azules, hombro a hombro con un honesto encapuchado cargando un refrigerador y una televisión. Vemos taxis servir como almacenes temporales para los robos. Nos podemos reír de ese joven mexicano que, mientras otras personas mayores se escapan con scooters nuevos y pantallas plasma, parecía quedar satisfecho con un oso gigante de peluche.
Reconstruir la breve cronología del «gasolinazo» así como sus consecuencias «anormales e inusitadas» (dixit un jefe de policía cualquiera) es bastante difícil: los acontecimientos se prosiguen aún en el momento en que nosotros escribimos y la información no nos llega más que caóticamente.
Lo que sigue es el relato de los rasgos más relevantes del acontecimiento que, por ahora, quizá cuenta con cinco muertos (cuatro civiles y un policía) y 1500 encarcelados. La amplitud de los estragos puede medirse con la vara de los motivos de la inculpación: «robo agravado» y —sic— «terrorismo» (según la Fiscalía General del Estado). El caos es tal que la Segob anuncia la implementación nebulosa de una «comunicación permanente» entre los 32 estados, en particular entre los gobiernos de la Ciudad de México, de Hidalgo, del Estado de México, de Chiapas, de Tabasco y de Veracruz. Así el jefe de gobierno de la Ciudad de México, el señor Mancera, puede quedar satisfecho de haber recuperado, el 4 de enero, el «control de la ciudad» («nosotros tenemos el control de la ciudad») gracias a la implementación de un «esquema de sobrevigilancia». Last but not least: se nos anuncia que estos estados trabajan ahora con la División Cibernética de la Policía Federal y el Procurador General de la República, con el objetivo de perseguir, en las redes sociales, las cuentas de quienes fomenten «mentiras» y «rumores» que afecten el orden público.
Las protestas son lo primero. Marchas y bloqueos anunciadas se multiplican desde el domingo 1 de enero, fecha de la entrada en vigor del gasolinazo. Las manifestaciones y las aglomeraciones estaban previstas, llamadas por los sindicatos, las asociaciones ciudadanas (Constituyente Ciudadana Popular, Nueva Revolución Ciudadana) o el CNC (Congreso Nacional Ciudadano). Primero en calma, todo se vuelve luego hacia el disturbio (sobre todo en Coahuila, Ixmiquilpan, Hidalgo). Y los periodistas se ponen a narrar su estupefacción sempiterna frente a la transformación de una manifestación «pacífica» en semi-guerra civil. Hecho gracioso: durante ciertos enfrentamientos, las fuerzas del orden son detenidas por los manifestantes-amotinados. El lunes 2 de enero, es turno de los bloqueos de multiplicarse (Chihuahua, Morelos, Durango): la CFE (Comisión Federal de Electricidad) es bloqueada en Zacatecas, las autopistas, como en Acatzingo, Puebla, conocen cierres intermitentes, las casetas son ocupadas como aquellas de Ixtapaluca o de Tepatitlán, las gasolinerías y las terminales de combustibles se encuentran ya sea sin acceso o bien saqueadas, a tal punto que Pemex amenaza, en un comunicado, de no distribuir más su gasolina y señala los riesgos que esto implicaría para el tráfico aéreo. Los taxis y los colectivos, no quedándose atrás, se amontonan en las calles de Coatzacoalcos, o bien, como en Acapulco, tratan de vaciar una pipa de Pemex, mientras que los camioneros tratan juiciosamente de estacionarse frente a las salidas de las refinerías (como frente a Lázaro Cárdenas en Minatitlán). Jueves, las manifestaciones y los bloqueos han contaminado a más de doce estados. Hecho interesante: más allá de la simple protesta contra el precio del petróleo, se pudo escuchar, tanto entre las muchedumbres como en la boca de «agitadores» virales de la Web el nombre de un pequeño municipio de Michoacán que es alzado como ejemplo: Cherán, el pueblo conocido por haber echado de su territorio, el 15 de abril de 2011, a los delincuentes, la policía y los políticos corrompidos a fin de desplegar una forma de vida autónoma. Otro hecho gracioso: un tipo armado que amenaza al Presidente Peña Nieto se vuelve viral.
Pero, desde antes del jueves 5 de enero, como deshilachándose en el tamiz de lo real, el movimiento de protesta se transforma en puro y simple saqueo reforzado por disturbios. En Veracruz, a las fuerzas municipales se les unen las fuerzas federales para defender, alucinadas, el Chedraui Coyol y el Chedraui Ponti. La marina interviene e impide, por muy poco, el saqueo de un Elektra que sobresale a lado del Banco Azteca. Más lejos, ante una iglesia cualquiera, un tipo se cubre de gasolina y amenaza con inmolarse, la gente se aglomera, lo fotografía. En el supermercado del puerto, la gente asiste, risueña, a las gesticulaciones grotescas e irrisorias del gobernador de Veracruz, paternalista y nepotista, Miguel Á. Yunes, quien intenta, en medio de la muchedumbre de los saqueadores, otorgar bonos de compras de quinientos pesos a cambio de la paz civil. Algunas mujeres gritan, aclamándolo, mientras que los esposos, como niños apenados, bajan la cabeza y piden su bono. Otros señalan elegantemente su desprecio antes de desaparecer, con su botín bajo el brazo. Al día siguiente, el mismo Yunes, durante una conferencia de prensa, toca cuerdas sensibles declarando: «Ustedes son mis amigos, ustedes son mis amigas». En Monterrey, capital de Nuevo León, una conglomeración en la Explanada de los Héroes ve una parte de sus miembros abalanzarse hacia el Palacio de Gobierno para destruir su fachada, cuyos bellos vitrales datan de la «mitad del siglo XX», así como regresar a los coches multimedia. Tristemente, la misma asamblea que gritaba, cinco minutos antes, «¡El pueblo, unido, jamás será vencido!», se dirige ahora hacia aquellos que nombra los encapuchados (es decir, aquellos que menos «encapuchados» que armados con una patineta y los cabellos al viento, redecoran el Palacio) para aullar, metamorfoseada, «¡Ése no es el pueblo!». Para el ciudadano honesto esos encapuchados sin capucha son sin lugar a dudas unos «pinches acarreados» (como se escucha en un video), es decir, unos sobornados por el Estado para armar desmadre y justificar la represión. Más tarde, es turno del supermercado de la esquina de ser saqueado, ante la vista desesperada de Tele-diario, cuyo periodista ni siquiera consigue distinguir si la tienda es un Coppel o un Famsa, ya que no queda nada reconocible en ella. Al día siguiente, el 6 de enero, el gobernador de Nuevo León, R. Calderón, declara: «Y aquí le hago un aviso a todos aquellos, jóvenes o no jóvenes que están utilizando la red, que los estamos vigilando, que sabremos dónde están, que tenemos elementos y la tecnología suficiente para vigilarlos y que daremos con ellos». Antes de añadir que comprende la cólera de la gente pero que no es una manera de resolver los problemas.
Mientras que los saqueos proliferan por todas partes, pero sobre todo en Hidalgo, Estado de México y Veracruz, un pequeño episodio de sinsentido histórico tiene lugar en la Central de Abastos de Puebla. Tras rumores de saqueos, cerca de doscientos comerciantes se arman de barras de metal y de madera para «proteger el perímetro». Sin embargo, ningún saqueo en el horizonte. Su presencia sólo consigue entorpecer la circulación. Alertada por los automovilistas, la policía municipal acude. De ello se sigue una violenta confrontación entre comerciantes y policías que concluye con la herida de un oficial y la destrucción de un taxi. Muy cerca, policías que se hacen cargo de los saqueadores, aprovechan el desorden, son filmados apilando bienes robados en sus vehículos. Desilusionados y avergonzados, juran, pero un poco tarde, para que ya no se les culpe.
Menos gracioso: en Ecatepec, bajo un puente peatonal, en el borde de una carretera, frente a un Elektra desvalijado, un fuego de llanta arde, vertical, mientras que dos coches de las fuerzas municipales se estacionan en la catástrofe, la segunda atropellando a un transeúnte en la indiferencia general. La policía se pone a disparar al aire balas reales para disipar a la muchedumbre. En Ixmiquilpán, en el Valle de Mezquital, Hidalgo, una municipalidad de mayoría indígena (hñahñú), pobre, dedicada a la agricultura, al artesanado o al éxodo, el miércoles 4 de enero, por las 15 hrs.: los insurrectos, armados de piedras, de petardos y de palos, repelen con esfuerzos los lacrimógenos, los cañones de agua, los escudos y… las balas de los policías federales. Aquellos que los mexicanos llaman los «puercos» y que nosotros llamamos los «pollos», matan, en el desorden, a Alan Giovani Gutiéerrez y Alfredo Pérez. En la Ciudad de México, el miércoles 4, un policía es arrollado por un coche que huía de la escena de un saqueo. Especie de ojo por ojo del azar.
¿Qué pasa en México? Estragos, bloqueos, saqueos. Difícil percibir su coherencia. Sabemos únicamente que un pequeño desplazamiento persiste en la atmósfera asfixiante de la capital. El Walmart del metro Miguel Ángel de Quevedo, en la Ciudad de México, se cubrió detrás de decenas de palés y algunos policías auxiliares armados. Hacemos aquí las compras bajo la mirada asustada de la seguridad. Algunos resucitan después del debilitamiento de las luchas por los 43 de Iguala, los estudiantes de Ayotzinapa. Otros sólo ven aquí una convulsión efímera. Nos preguntamos qué afinidad secreta podría haber entre una lucha contra el alza del precio de la gasolina y estas raras devastaciones consumistas, estos vastos entusiasmos de gratuidad torrencial, estas confrontaciones que ponen en juego hasta la vida. Algunos responden: el nihilismo y la estupidez; otros se contentan con contar los puntos anotados por el capital y sus oponentes, esperando la victoria de uno de los dos partidos; y otros también, más soñadores que los demás, piensan en Cherán, Cherán, Cherán, Cherán.

 

SEGUNDA PARTE (16 DE ENERO DE 2017)

 

San Cristóbal de las Casas (Chiapas, sur de México). A las 4:40 del domingo 1 de enero de 2017, a las pocas horas del tradicional rompimiento de las miles de piñatas del Año Nuevo, explota la vitrina de una tienda de electrodomésticos a crédito: la culpa es de los cohetes. Como lleva sucediendo cada víspera desde hace algún tiempo, este Coppel inicia el año envuelto con lonas azules. Bajo los arcos, a un lado del Coppel, se leerá tal vez también el primero de enero próximo: «Coppel = tienda de raya». A menos de que la vitrina no estalle una vez más para entonces, bajo los golpes eufóricos de vándalos que arruinan el gasolinazo.

 

***

 

Los días del año con cohetes

 

Los ejes de tránsito que inervan la monstruosa capital y la descargan cada noche de un buen paquete de sus migrantes pendulares se vieron puntualmente obstaculizados estas dos últimas semanas. Por automovilistas que aún puede conducir pero no por mucho tiempo tiempo, asalariados que sienten venir la inflación y la caída del salario mínimo, por taxis cuya gasolina es el oficio y el gasolinazo el desempleo. Miércoles 4 por la tarde, los acontecimientos se saldan en la capital con 16 bloqueos de gasolineras y 11 bloqueos de carreteras.
El grupo «Somos Más», principal bloqueador de 14 gasolineras de la capital aquel martes, había anunciado una jornada de volanteo al día siguiente, destinada a informar algunas razones de su oposición al gasolinazo. Desgraciadamente, el volanteo no consiste en dar ninguna advertencia con violentos golpes de volante para sembrar el pánico en la carretera y conseguir bloquearla a precio bajo como señal de protesta. No: esta práctica es otro equivalente del banal tractage francés, pues el volante no es aquí un timón sino una pequeña hoja impresa. Bloquear en México en este comienzo de enero es una acción propiamente simbólica. Es bloquear las carreteras y las gasolineras para decir no al gasolinazo, e incluso un poco más allá, un no a este gobierno. Tal vez estas iniciativas se destinen a tomar un giro estratégico; no lo sabemos aún. El año, ciertamente, no hace otra cosa que iniciar.
¿Y saquear? Que se lo digan, y se lo dicen, los únicos ladrones desamparados de toda justificación, los que están todavía en el plano moral para perder y en la escena política para bajarse, los grandes maleantes de México no corren entre los pasillos alterados de los grandes supermercados. Un internauta se graba, acusador, y despacha sus nombres: «Peña Nieto y los 42 ladrones».
Ciertamente los saqueadores, no más que los bloqueadores, no actúan movidos por una estrategia común. Sin duda se corre para arrebatar un televisor de 39 pulgadas para embrutecerse en grande todas las tardes después del trabajo. Pero se saquea también la manzana de la discordia como cuando el martes 3, en una pequeña ciudad a una hora al norte de la Ciudad de México, algunos habitantes se apoderaron de un camión de depósito y repartieron gratuitamente su contenido; acción duplicada los días siguientes en las cuatro esquinas del país. Jueves después de medio día, como señal de protesta, los usuarios del metro prescindir del uso de boletos en la estación Insurgentes, una de las estaciones más frecuentadas de la ciudad. Sin considera los otros, todos los otros acaparamientos: los regalos de Navidad inesperados, la comodidad o el lujo pequeño al alcance de aquellos que ya no creían en ellos, tan sólo si consigue correr demasiado rápido.
Desde el fin de semana del 7, las consignas recurrentes de las manifestaciones exceden ampliamente el rechazo al gasolinazo. Se trata ahora de convocar a una toma de consciencia y a una acción colectivas (#Únete). Conminaciones no sin ambigüedades. Una parte de los manifestantes —y, más en general, de la población mexicana—, ve a los saqueadores como ladrones vándalos que no forman parte del pueblo, dicho de otro modo, como desbordamientos violentos susceptibles de desacreditar al movimiento. Circula además la hipótesis clásica de los agitadores provocadores, de los infiltrados de la policía, de los emboscados del gobierno. Así se lee una nota de precaución publicada en Internet, según la cual los asaltos y robos masivos serían en realidad la obra de grupos de choque del Estado mexicano. También están los que comienzan a decir que «todos somos vándalos»: los señores con traje en mal estado que llevan una pantalla plasma para sus casas; los chacas que toman dos, una bajo cada brazo, una para la familia, una para la novia; los padres que aprovechan el alboroto para consentir a los niños. Todo ocurrió justo a tiempo: en México, como en España, no es ni el cálido Jesús ni el Abuelo Coca-Cola quienes obsequian. Son los Tres Reyes Magos (Oxxo, Walmart y Chedrau), quuienes, tras saquear lo que hace falta en el camino, dejan repletos, con la ayuda del gasolinazo, los brazos el 6 de enero.
Acusado de mentira y de corrupción, en este caso como en otros, Peña Nieto se lleva los alaridos a las puertas del palacio de las voces públicas de una destitución inminente (#FueraPeña). Si el camino no hubiera quedado cubierto por la policía antimotines, un ramo de manifestantes del sábado 7 y del lunes 9 habría avanzado por el camino del palacio presidencial de Los Pinos. No es solamente el «Fuera Peña» lo que resonaba, sino también el eco del 2001 argentino: «¡Que se vayan todos!». El mismo sábado comienzan a circular llamados a tomar por asalto la Cámara de Diputados, «contra el gasolinazo y todas las reformas de Peña Nieto».
Uno de los cortejos del 7 es conducido por el padre Alejandro Solalinde. Éste se declara partidario de la hipótesis de saqueadores pagados, que según él no son más que los eslabones de una estrategia ya rodada del PRI. En el curso del mitin que sostiene tras la manifestación, al igual que en las entrevistas acordadas a la prensa estos últimos días, Solalinde defiende la vía de una «resistencia civil pacífica», sin descartar la posibilidad de la desobediencia civil. No habrá manifestación salvaje, por tanto, en esta ocasión; sino un llamado a la autoorganización de la población mexicana. El padre Solalinde comparte con otros oponentes fuera de los partidos la terminología zapatista cuando se trata en una palabra de echar al «mal gobierno». Se lee en efecto la expresión en este llamado a manifestarse aquel día: «SE LES CONVOCA A UNA GRAN MANIFESTACIÓN NACIONAL el próximo Sábado 7 DE ENERO DEL 2017 a partir de las 10:00 de la mañana, en la Ciudad de México (zócalo), en las Capitales de todos los Estados y en todas las Ciudades y Poblaciones de nuestro querido MEXICO, en contra del Señor ENRIQUE PEÑA NIETO y contra toda la Mafia Política que nos tiene bajo su yugo, contra todos los Cárteles de SENADORES y DIPUTADOS, por toda la corrupción intolerable de ellos y del mal gobierno».

 

***

 

La calma o la tranquilidad antes de la tempestad

 

A una semana y media del 1 de enero, los efectos del gasolinazo sobre el costo de la vida se hacen sentir de ahora en adelante. Significativamente, el kilo de tortilla aumentó un peso en promedio en todo el país. En Oaxaca, alcanza 18 pesos, 16 en Puebla y 15 en el estado de Sonora. Esto tras el alza de 30% anunciada en el comienzo del año. Fue así, aunque el presidente de la Asociación Mexicana Secretarios de Desarrollo Agropecuario (AMSDA) haya asegurado que el alza considerable del precio de la gasolina tendría únicamente repercusiones mínimas sobre el precio de los alimentos y de los bienes de primera necesidad pues, dice, «el transporte no lo es todo».

 

Fuertes lluvias

 

La manifestación convocada el lunes pasado en México reunió a más de 7700 personas, según las estimaciones de la Secretaría de Seguridad Pública y la del gobierno metropolitano. Imposible encontrar otras cifras, además de «miles» (La Jornada). La marcha pareció muy pequeña, en comparación, por ejemplo, con aquella reunida con motivo de los dos años de Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre, que parecía tres veces más imponente en número y en gritos. En conformidad con las reivindicaciones apartidistas y la reanudación de numerosas luchas en el seno del hartazgo desencadenado por el gasolinazo, resonaron indistintamente el lunes: el himno mexicano, el recuento de los 43 estudiantes desaparecidos y, como de costumbre el día de la fiesta nacional del 15 de septiembre, los viva. Pero esta vez no eran aclamados los héroes de la Independencia: es al «pueblo organizado» y sobre todo a México que se gritaba bravo. Durante el mitin del fin de la manifestación se decidieron cuatro conglomeraciones simultáneas el próximo domingo (15 de enero) en la capital, con miras a preparar las acciones por venir y particularmente la huelga general indefinida que podría transformarse en boicot de las multinacionales implantadas en el país. Mientras tanto, los saqueos continúan en los estados de Hidalgo, Veracruz, Tabasco, Chiapas y San Luis Potosí, al mismo tiempo que empiezan en Puebla, Guerrero y Nuevo León. En Chiapas, se duplican acciones de apoyo a los migrantes centroamericanos indocumentados. Así, en la ciudad de Huehuetán, el puesto migratorio es incendiado y muchos indocumentados son liberados.
Los altercados entre policías y manifestantes se saldan en el curso de la primera semana con cinco muertos (cuatro civiles, un policía) tras los enfrentamientos entre policía y habitantes. Al fin de la jornadas de bloqueos y de manifestaciones del lunes pasado, se cuentan 392 detenciones, 14 heridos en el curso de los enfrentamientos con las fuerzas del orden, y la suspensión de cuatro agentes de policía. Pérdidas económicas significativas son registradas en siete estados tras los saqueos. En total, desde el comienzo del año, 380 tiendas fueron puestas en libre servicio durante algunas horas.

 

Posiciones

 

Un video subido a Youtube el domingo 8 por un canal denominado «Narco Historias» cuenta con más de 960 000 visualizaciones una semana más tarde. Un individuo encapuchado se dirige a la población, respaldado por un segundo, callado si no es por la elocuencia de la metralleta que enarbola. «Si quieres quemar algo o quieres saquear, busca la dirección de los políticos locales, y ahí puedes quemar algo, puedes quemar sus casas y robar su televisión».
Más tarde, el individuo no armado del primer plano invoca este refrán para exhortar al pueblo mexicano a hacerse justicia: «Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón». Se trataría, como lo indica el título del video, de un «narco-mensaje a Peña Nieto». Tan sólo la conjetura está permitida: ¿hace falta creer en la identidad mafiosa y criminal (narco) de los dos encapuchados, o tomarla por lo que ella podría ser, la reivindicación de una autoridad simbólica por intimidación? Puede ser que quien posea y se pasee con una AK-47 en México no sea un narco. Además, las relaciones de inteligencia comprobada entre cárteles y gobierno mexicanos atacan seriamente el crédito de tal llamado a la insurrección contra Peña Nieto y la clase política en turno.
La hipótesis de los acarreados, es decir, de hacedores de problemas contratados por el gobierno para suscitar los disensos en el interior del movimiento de protesta, parece cada vez más defendida. Esta práctica es evocada como una estrategia de desestabilización clásica del gobierno priista. Municipalidad de Progreso Obregón, Hidalgo: escena de humillación de saqueador forzado a desfilar desnudo en medio de la muchedumbre local por haber participado en el saqueo de una tienda. El video data del miércoles 4 de enero, uno de los primeros días de saqueos; sin embargo, es sólo desde el lunes pasado que comienza a circular masivamente y que se encuentra transmitido por ciertos medios de comunicación. O bien la muchedumbre castiga a ese saqueador ejemplarmente como ladrón, elemento repudiado por la sociedad civil; o bie lo humilla públicamente como acarreado, contratado por el PRI para poner desorden saqueando los bazares. La opinión, sin duda, difiere de un miembro al otro del cortejo justiciero. Biempensancia y desconfianza estratégica se disputan los espíritus. ¿Debemos ver en esta iniciativa la prueba de la independencia crítica de una población no engañada de las maniobras de su gobierno? O bien ¿las represalias un tanto medievales, un tanto mujeres esquiladas, de una muchedumbre en delirio fascinada por el martirio y el castigo ejemplar? ¿Justicia popular o muchedumbre gregaria? En un caso como en el otro la difusión tardía y ahora masiva del video muestra que, visiblemente, la hipótesis complotista dispersa en lo concierne a los saqueos. Lo que esto indica, sobre todo, es la entrada en una fase de reacción y de intimidación donde medios de comunicación y doxa inflan el rumor nacido de tales anécdotas aberrantes, concediéndoles el lugar preponderante que tal vez ellas no tienen, y transmitiéndose para amenazar a los saqueadores con un vía crucis bien merecido.

 

***

 

Conclusión intempestiva

 

La escena final del primer Terminator (1984) se sitúa, precisamente, en una gasolinera de Pemex. Sarah Connor está completamente embarazada y se ha deshecho al fin del cyborg-Schwarzenegger; ella prosigue su fuga ahora solitaria en las carreteras arenosas y ventosas de México. La estadounidense tiene todavía el dinero para llenar el tanque y, mientras que en su Jeep espera cansada el fin del llenado, un chico mexicano grita a su espalda: «¡Mira, mira! Allá viene una tormenta». Sarah, que necesita su guía de conversación para pedir el llenado de gasolina, no comprende la advertencia. «He said that there is a storm coming in», le explica el viejo encargado mexicano. «I know». La tempestad que ella puede prever y temer es la guerra declarada entre inteligencia humana e inteligencia artificial en los alrededores de 2029, en el curso de la cual su hijo librará batalla. No tenemos niños en el vientre capaces, infiltrándose de vuelta en la época contemporánea, de velar por nosotros y prevenirnos del apocalipsis. De lo que disponemos es de señales precursoras, anunciadoras: un anuncio de publicidad que ordena a los mexicanos «Bebe Coca-Cola», vislumbrado una fracción de segundo; las piñatas que se balancean en el viento, pues es la temporada; lo enseña Pemex que domina la escena, y el precio de la gasolina. 40 pesos con 30 centavos el litro en 1984. Mexicanos, tiemblen de que no alcance ese precio este año.
¿Alborotos, saqueos, manifestaciones no prudentes? Tras el ardor de los primeros saqueos, continuamos leyendo las noticias; parece que todo se cae, se interrumpe, el entusiasmo se pierde. ¿Nos entusiasmamos demasiado tal vez? Afortunadamente, paseándose una tarde de la semana en un barrio chic de la capital, escuchamos una conversación entre dos porteros de un inmueble de lujo. Uno concluye: «Lo que haría falta, aquí, es una revolución». Entonces, apostamos: que viene la tempestad en 2017.

 


Traducción de «À propos des émeutes qui frappent le Mexique», publicado en lundimatin n° 88, el 9 de enero de 2017, y de «Mexique: Émeutes, blocages et pillages contre l’augmentation du prix de l’essence», publicado en lundimatin n° 89, el 16 de enero de 2017.

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