Todo aquello que continúa teniendo un poco de vida, decía uno, no puede tenerse más que entre dos, entre tres en última instancia. Él pensaba en el amor, en la amistad, en la conversación. Era un hombre valiente sin ilusiones, que tenía frío en su trabajo y que no veía que podía salir de él. Sin embargo, no hacía ningún caso a las individualidades o las grandes cabezas, estaba completamente del lado de las masas, las verdaderas masas, actuantes, de nuestros días inexistentes, por supuesto. Por consiguiente, se retiró, tan poco burguesamente como resultaba posible, a su pequeño rincón burgués, no en su casa sino en donde aún tenía una lámpara en la mesa.
Ernst Bloch, Huellas
1.
Rancière: «Ya que “el pueblo” no existe. Lo que existe son figuras diversas, incluso antagónicas, del pueblo, figuras construidas que privilegian ciertos modos de reagrupación, ciertos rasgos distintivos, ciertas capacidades o incapacidades: pueblo ético… pueblo-manada… pueblo democrático… pueblo ignorante… etc.» (Qu’est-ce qu’un peuple ?).
Si se es sensible y fiel a esta exigencia, lo que se trata es sin duda de pensar y actuar una figura del pueblo, de inventar una nueva escena para prefigurar en ella un pueblo. No al modo de G. Didi Huberman que se entrega con devoción a Rancière y al mismo tiempo al recuerdo de la figura completamente opuesta en Blanchot – su «declaración de impotencia», que él transforma exactamente en «declaración de impoder» para decir que, en este caso, el pueblo no sigue siendo impotente. Pero esto sólo para acabar, en Peuples exposés, peuples figurants, con un exposición erudita de escenas estéticas del pueblo vuelto sensible en el arte, del cual nunca se sabrá nada de su efectividad posible, potente justamente, en lo real propiamente político. Esto lo sigue testimoniando la reciente exposición en París «Soulèvements [Levantamientos]», organizada con su curaduría, y que traduce todo el equívoco de esta estética figural.
2.
Una vez admitida la muerte de la figura del pueblo revolucionario reagrupada en torno a la clase obrera, articulada por su partido comunista que la representa, quedan por divisar cuatro instancias de reagrupamiento dominantes hoy en día que impiden acceder a la potencia de un pueblo: el pueblo democrático consensual, el pueblo identitario étnico, el anti-pueblo de las multitudes, el no-pueblo de las comunas. Estos dos últimos podrían despertar un devenir-pueblo para la parte de éste que es más sensible a su inconsistencia, o más bien, ¿a su incompletitud aporética?
3.
Podríamos situar la escena de este modo. La comunidad se reapropia todo cuanto puede, localmente, relativamente, muy relativamente, en el presente de las luchas y/o de las deserciones. Por su parte, el pueblo apunta a una agresión contra el régimen de la propiedad, la expoliación mediante la cual la igualdad entre todos está de entrada destruida.
El valor trabajo y la explotación que sustenta, el «¡Trabajen para mí!» disfrazado de «¡Trabajen para ustedes, para su bienestar!», apoyados por el «¡Vuélvanse ricos!» y el «¡Todos propietarios!» de Sarkozy, son hoy retomados por Macron y toda la pandilla de los socialistas que van de salida. Incluso si el trabajo no figura ya en el centro de la sujeción, el encantamiento de su valor, confundido con el todo de la vida, continúa siendo su hegemonía más violenta. Rechazar este valor acarrea el rechazo de la propiedad que lo sostiene, contrahegemonía para desunir el trabajo de la vida, sin incluir la quimera del tiempo libre. Si la disyunción es a menudo operada en la crítica, raramente es relacionada a la efectiva puesta en entredicho de la propiedad. El espíritu de Simone Weil habrá esparcido ampliamente su empresa para convencer que lo que hay que trastornar no es el régimen de propiedad, sino la organización del trabajo (el aura de un A. Supiot en materia de derecho del trabajo, por ejemplo) y hoy de la vida.
4.
No obstante, es importante tener en cuenta esta situación de amplitud desarrollada por M. Lazzarato: la deuda es una doble desposesión, doble pena del desposeído: no solamente no posee nada de las cosas inmediatamente necesarias para su vida, ni siquiera para su supervivencia, sino que además se vuelve deudor con respecto a su despojador, por préstamo para los asalariados, o asistencia de los organismos de desempleo donde, en lugar de derecho, se imponen obligaciones al desempleado, a cambio de aquello que le debe a las generosidades de la buena sociedad, de los pudientes que tienen los medios para no deberle nada a nadie. La deuda como régimen general de sujeción de las poblaciones de individuos hiper-controlados-súbditos de la economía y, a una mayor escala, de los Estados pobres sometidos al dictado de los Estados ricos.
5.
Una de las premisas del comunismo de hoy, visto desde la perspectiva de la igualdad, enunciaría que el comunismo es lo que reclama un pueblo portador de esta emancipación, que pasa por la expropiación y la abolición del régimen de la deuda, expropiación igualmente de los profesionales de la política que se la han acaparado. Si bien se erige sobre bases semejantes, o muy cercanas, a la autonomía (antes que al anarquismo), ahora parece encontrarse más en las pequeñas iniciativas comunitarias, o comunizantes, que secundariamente harán pueblo, o no, como si ella se contentara hoy con una zona libre, liberada aquí o allá, con la esperanza de que se extenderá por contagio. Identificamos de ahora en adelante al pueblo con la totalidad que sobradamente se relaciona con el Estado-nación (ver Paolo Virno, quien pone a jugar las multitudes spinozistas contra el pueblo), en tanto que el pueblo es, en contra de la totalidad que divide y como potencia metonímica en la que la parte se identifica con el todo, lo abierto del acontecimiento no reintegrado en una identidad, y articulado con una ofensiva precisa, formada políticamente. Lo mismo sucede, sin duda, en la diferencia entre la pura negatividad instantánea o situación «puramente» insurreccional y la tendencia revolucionaria inscrita y estructurada en el tiempo: la venida de un pueblo (y no del Pueblo) que no dura más que el tiempo del levantamiento.
6.
Resulta muy claro, como lo señalaron hace ya mucho tiempo especialmente a través del cuidado de las ecologías, que ya no se actúa únicamente en el horizonte de la apropiación colectiva de los medios de producción, cuando éstos tienen la capacidad de reproducir los mismos desastres del productivismo que el capitalismo, en una competencia mortífera entre potencias. Pero la situación ecológica/planetaria es entonces llevada, tarde o temprano, a tomar en cuenta las consecuencias de su crítica al interior de la constitución de una fuerza, el pueblo, sujeto fuera-de-sujeto, que no se limita a la política alternativa de las comunidades, incluso, por ejemplo, aquellas que luchan por la justicia ambiental en el nombre de todos, aunque sean indígenas en el comienzo (tal es el caso de ciertos colectivos americanos).
7.
Ya que lo que aguarda cada comunidad o colectivo, particularmente en las luchas sobre el territorio, es la judicialización de las luchas; acaban tarde o temprano ante los tribunales, se da entonces el comienzo del fin.
Es lo que hemos observado hace poco durante la expulsión de los ocupantes de la ZAD de la ferme des Bouillons; ellos dicen haber ganado en los tribunales en lo que respecta a la ecología (sobreseimiento del lugar como Zona Natural Protegida) pero perdido en lo que respecta a la propiedad por las cual algunos esbirros disfrazados de Auchan (una Compañía Asociada) recuperaron el botín, de ahí su derrota. «No soltamos nada» significa entonces: proseguimos en los tribunales, con la espalda encorvada. Pero ¿qué juez contravendrá hoy a los acaparadores? El poder de las infraestructuras, aunque eficiente en sí mismo, no se mantiene de pie por sí solo, sin las instituciones que lo defienden y lo promueven. El aeropuerto de Notre-Dame-des-Landes es un proyecto DATAR de 1964, concebido en el marco del programa de equipamiento «metrópoli de equilibrio», bajo el ministerio delegado de Olivier Guichard.
8.
La expropiación, o sea la limitación pensada y efectiva, ofensiva, del derecho de propiedad, es aquello con lo cual tropiezan todas las organizaciones revolucionarias, y aquello que prioritariamente abandonó la izquierda. Ya no se trata sólo de oponerse al mero derecho de propiedad intelectual, incluso si es hoy una de las claves de bóveda de la dominación. La renuncia viene de muy atrás en Francia. La historiadora Sophie Wahnich dio un ejemplo medianamente genérico a través del caso Simonneau durante el año 1792 de la Revolución Francesa; guerra de relatos y de discursos entre personalidades recientemente erigidas y defensoras de la Ley (derecho de propiedad y libertad de comercio), y el pueblo hambriento reclamando la tasación de los granos (derecho a la existencia) rechazada por el notable Simonneau que ordenó cargar a la tropa, lo que le valió ser asesinado por la muchedumbre en el mercado de la ciudad de Etampes, en donde él era alcalde (La longue patience du peuple). Pregunta planteada a los diputados de la Asamblea Constituyente: ¿quién es culpable, el pueblo o el notable y empresario (de curtiduría) Simonneau?
9.
Resulta muy importante la declaración ya vieja de los zadistas de Notre-Dame-des-Landes, «De la comuna a los comunales», con la cual se declaran propietarios de hecho de la Zona, a condición de que no se conserve como el hecho de una comunidad de lucha, acurrucada sobre sí misma, incluso con la voluntad de ser ejemplar para todos. Sería importante que este acto, de palabra y de cuerpo, sea tomado a cargo por un pueblo bastante más allá de las ZAD, que se enunciaría portador de esta conminación hasta el conflicto con las instituciones del Estado, el cual no solamente nunca lo ha representado ni protegido particularmente desde este punto de vista, sino que no encarna su soberanía. Debilidad del pueblo en cuanto soberano, si debe devolver al Estado las llaves de su morada y de su voluntad. Pero debilidad opuesta al no-pueblo de las comunas o al anti-pueblo de las multitudes si dejan al Estado en el estado, sin afrontarlo más que sobre algunos terrenos simbólicos donde el agotamiento tiene razón de las luchas más de prisa de lo que se quiere (las oposiciones a los Grandes Proyectos Inútiles conocen ya, en el caso de algunas entre ellas, una buena decena de años de movilización y de combate obstinado ante los tribunales). Límite de la división Estado/no-Estado; la comunidad que viene permanece enclavada, como vivaque, y el Estado figura siempre como ese monstruo a abatir que practica la contrainsurrección en una guerra de baja intensidad en el interior de un desequilibrio absoluto del terror.
10.
Contrariamente a lo que alega J. Butler, la asamblea de los cuerpos no basta para manifestar la soberanía de un pueblo. Por lo demás, la autora está obligada a distinguir inmediatamente esta asamblea de las formas fascistas o de los reagrupamientos que sostienen a la peor derecha (Manifestación para todos…). El pueblo de Occupy sería ya, supuestamente, políticamente singular, contundente, la forma de su reunión anterior a todo discurso no es lo que atestigua su política soberana. Rancière recuerda a menudo que ocupar la calle puede ser un hecho realizado por cualquiera. El pueblo es siempre más, o menos, que el soberano, de acuerdo con el horizonte al que dirija la vista. No hay ninguna soberanía esencial del pueblo, en su puro advenimiento, que sería previa a los enunciados que porta y a las instituciones que crea. Su derecho de insurrección inscrito en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano no es un derecho, sino un izquierdo.
11.
Si la división no pasa ya entre capital y trabajo, o no ya únicamente, ¿puede que pase entre pueblo expoliado y casta de los acaparadores (Laclau y Mouffe)? Ahora bien, lo que está en juego es mucho más que el populismo del «Nosotros» plural contra el «Ellos» de la casta. Ya que los acaparadores son igualmente mi vecino detentor de un fondo de pensión como Lagardère, o mi molesto vecino propietario al que continúo pagando alquileres exorbitantes para alojarme (en el momento en que las okupas está siendo expulsadas una por una ahora). La renta de la tierra ya no resulta puesta en entredicho como tal en ningún lado, mientras que, por su parte, los empresarios atacan el derecho de huelga como daño a la propiedad y a la libertad de ser empresario.
La inclusión en el último memorándum impuesto a Grecia de la obligación de abrir las tiendas en domingo es la marca de una voluntad trivial aunque radical de destruir en toda Europa el reposo dominical, trastornando el ritmo del trabajo en favor de una flexibilidad absoluta. Desposesión definitiva de todo ritmo concedido aún por la explotación de ayer. Y los funcionarios o asalariados del General Intellect estimarán, en cuanto a sí mismos, no ser ni acaparadores ni expoliados, pero sí generalmente pequeñas manos inconfesables del capital a las que les gusta su trabajo, aunque condenadas como todo este mundo de la clase media a ser desclasados, a la precariedad, al mismo tiempo que se defienden de ella.
La casta es, por tanto, bastante más grande que las famosas 200 familias. La relación de Occupy 1%-99% es entonces demasiado performativa; por otra parte, ¿el «Somos el pueblo» va, en su identificación, políticamente más allá de la denuncia de una injusticia flagrante con miras a reclamar una justicia (re)distributiva? Estas preguntas mayores sólo pueden ser planteadas a través de la exigencia de un pueblo, sin el cual permanecen inabordables, o difractadas al infinito.
De ahí la interrogación de algunos amigos: «Se da algo como un dilema entre las iniciativas locales (tanto en Grecia como en donde vivimos en nombre de la autonomía) y veleidades generales, tipo salida de Europa, que continúan competiendo al marco estatal. ¿El punto de confluencia estaría haciendo falta?».
12.
Acudir a lo viviente es tentador, incluso perfectamente convincente sobre el plano de una contrahegemonía que tiene por cabeza al biopoder, pero lo viviente son también las comunidades humanas segregadas, expoliadas, que sólo piden vivir con una buena inteligencia con su medio, humanos y no-humanos en la misma atención. Y ¿cómo evitar que el medio en cuestión no localice y particularice demasiado la lucha de emancipación, que no recaiga en las multitudes a falta de causar estragos al régimen general de la apropiación y de la deuda? ¿Cómo, a partir de los medios, dar alcance al suelo del pueblo, suelo desde el cual el régimen de acaparamiento general no es ya percibido como un monstruo inatacable, por estar fuera de atentados en cuanto globalizado?
13.
El suelo del pueblo: aquel que reúne a todos los que tienen derecho a igualdad, autóctonos y migrantes. Parece una banalidad recordarlo, pero esta banalidad está lejos de serlo realmente, considerando las condiciones reservadas hoy a los migrantes. El territorio implica fronteras, la nación una identidad. El suelo ofrece estancia y cruzamiento, lo cual es precisamente rechazado a los migrantes en este mismo momento. Que la comunidad no sea simplemente la reunión de quienes están ahí, no debería hacernos olvidar lo que implica de suelo habitable por todos, ya que el suelo es el pueblo abierto, hospitalario, no es el territorio.
El pueblo, apartado absolutamente de la nación, despliega sobre su suelo una historia que incluye sus advenimientos sucesivos, no es una sustancia presente desde la noche de los tiempos. Ciertamente asume la fusión histórica, nacional, pero tanto más las cesuras revolucionarias que vienen desde el interior a romper esta fusión y preservar su ser apartado, de tal modo que el pueblo no se confunde por naturaleza con su identidad instituida. Sigue quedando lo oblicuo, la tangente que divide, convocado constantemente a cumplir, a retomar ese gesto de cesura. Pero ¿de qué desamparo es portador si no es con miras de un horizonte a la vez más apacible y conflictual, un comunismo profundamente nutrido de la ecología (y no relegándola con un simple curita del desastre), donde la hospitalidad en el mundo no está abstraída del conflicto permanente por la igualdad, donde la producción es la afirmación del simulacro de los objetos del deseo que rompe la evaluación de las necesidades de uso (en el sentido en que Klossowski lo entiende en La moneda viviente)? De hecho, en este sentido, el comunismo no es principalmente un sistema. Y el pueblo manifiesta entonces bastante más, o bastante menos, que su soberanía; el pueblo dura, y deviene. El fuera de lugar del pueblo excede en esto los lugares de la autonomía. Pueblo no significa muchedumbre, masas, no es ya la figura histórica limitada al proletariado y sus aliados, aunque contenga a la muchedumbre, numerosa, y todos los tipos de alianzas oportunas. Es ante todo potencia de cumplir lo irreversible, por lo cual se da consistencia, forma y discurso, proceso inscrito en un momento que dura tanto tiempo como sea posible, en el tiempo de aquello que se puede todavía nombrar, sin anacronismo, revolución, incluso si hemos aprendido que lo irreversible no se produce nunca completamente. Y es sin duda aquí y ahora que esto pasa, no mañana.
14.
Los levantamientos de los pueblos tunecino y egipcio fueron reuniones de miríadas de colectivos y organizaciones más o menos representativas, sedimentaciones de acciones de huelga anteriores y actos públicos de desasosiego, condensados de afectos de alegría y de dolor, pero orientados por sí mismos al cabo de un rato hacia un objetivo preciso: abatir el poder de un tirano. La negatividad tiene que poder ir hasta ahí, hasta el «¡lárgate!». Lo que pudo llevar a decir que se trataba de levantamientos y no de revoluciones es que se las supone como preparaciones metódicas que habrían podido prevenir los peligros que siguieron inmediatamente después. ¡Como si admiráramos la fuerza de los levantamientos, pero no dejáramos de deplorar que no hayan tenido la potencia visionaria de las revoluciones! Por supuesto que el pueblo no existe previamente, como por todos los tiempos, que «no es “el pueblo” el que produce el levantamiento, es el levantamiento el que produce el pueblo» (A nuestros amigos). No dificulta, si el resultado reveló que el levantamiento no podía ser suficiente, que hace falta desconfiar tanto del proceso constituyente como del ejército «solidario» del pueblo, a través de los cuales los viejos estrategas confiscan al pueblo su insurrección, es una evidencia fácil de observar para nosotros aquí, que tan a menudo consideramos desde arriba de esa necesidad de derrocar un poder en turno, cuando en realidad estamos la mayoría del tiempo muy por debajo de esta conminación.
Y sigue quedando la pregunta esencial: ¿qué hace que un pueblo «victorioso» dure y arroje el trastornamiento lo más lejos posible? Hoy en día, muchos amigos tunecinos ayer insurrectos nos dicen que las cosas son peores ahora que antes del tiempo de Ben Ali, ¡«porque el Estado es débil»! ¿Qué dicen en realidad? Que desde la caída de Ben Ali otras mafias han llegado a vampirizar las instituciones del Estado, entre las cuales el animal de rapiña capitalista busca la mafia más sólida, sea cual sea, para validar en derecho sus transacciones depredadoras, dicen que el país se hunde en la más grande miseria exceptuando algunas zonas lujosas – Túnez y la Riviera tunecina alrededor de Yerba, que el terrorismo florece como planta venenosa y mortal en este terreno. ¿El eterno retorno de lo mismo? Detrás de sus alegrías aparentes, ¿las insurrecciones no tienen ninguna esperanza?
Y sin embargo Túnez es uno de los raros países donde uno tiene el sentimiento de pertenecer todavía a un pueblo, lo que demuestra que la pertenencia y el pueblo están lejos de resolverlo todo. ¿Qué pueblo en efecto? Ocurre que cada pueblo está repleto de su propia historia, y para el caso de Túnez el pueblo es en primer lugar el de la liberación nacional del yugo de la Francia colonial. Pero precisamente, incluso este cemento de ayer se desmorona, y el edificio que mantenía se derrumba. Se dirá: tanto mejor si la vieja figura del pueblo nacional está en ruinas, ciertamente, pero el pueblo tunecino ya no tiene una imagen de sí mismo, su victoria sobre Ben Ali sigue siendo amarga y no ha dado una imagen de cambio a esa parte de sí mismo que ha probado sus capacidades en el levantamiento. Queda en las múltiples conversaciones el vivo recuerdo de lo que tuvo lugar, confrontado al análisis del desastre actual.
15.
La cuestión no es subsumir una vez más el fuego de la insurrección bajo las cenizas de la Organización o del Partido, menos aún del «Estado de la multitud». No se trata del eterno problema de la relación entre horizontalidad y verticalidad. ¿Por dónde inscribir este «significante» pueblo de tal modo que devenga un Nosotros evidente, real, un cuerpo colectivo ante toda formación política que lo acompañaría? ¿Qué sería una formación política que lo acompañaría, si hace falta inventar una nueva? Acompañar, no representar, sino articular la autonomía de los colectivos y de las luchas con una máquina de guerra – una forma de Uno más que uno, que lleva el conflicto al nivel del Estado, en una autonomía de lo político tal que de ningún modo sea una emanación, ni la expresión ni la representación, del pueblo divisor y dividido en sí mismo: es esto lo que se figura como una vieja retórica y lo que se descarta con un revés hoy en día, en lugar de volver a considerar la cuestión bajo un ángulo completamente diferente. Por ejemplo, es cierto que Podemos, que se declaraba al comienzo más o menos comprometido con esta vía, ofrece ahora un rostro poco agradable, los Indignados todavía tienen de qué indignarse.
16.
Por formación política, se ha podido entender hasta aquí o allá, no ya un movimiento ni partido, sino alianza. Pero entonces no solamente una alianza de los colectivos de la autonomía, que no produciría más que un ligero plus de fuerza de los autónomos entre ellos. ¿El suplemento de la política de la alianza excederá la autonomía hacia el pueblo articulado como una formación política de combate? No que la autonomía no sea ella misma política, por supuesto que lo es primero que nada, pero no puede bastarse a sí misma. La autonomía es políticamente retirada o secesión, intencionalmente ofensiva pero expulsable en todo momento, propietaria de su alternativa, de sus tierras, de sus inmuebles, de sus medios, pagar sus impuestos locales, su contribución territorial, sus facturas de agua, de electricidad (el sabotaje de estas obligaciones sigue siendo completamente limitado)… ingobernable gobernable.
No se trata únicamente, por tanto, del problema de la organización de la forma o formación política, sino de aquel de su articulación con un pueblo figurado, no figurante ni representado alabardero de una formación. Lo que se juega es un binomio, bajo la forma del sujeto fuera-de-sujeto: ¿es una pretensión, un frente doble lo suficientemente vasto en realidad, más allá de nuestros medios, de nuestras fuerzas, como para ser verdaderamente practicable? Como si hiciera falta entonces volver a empezar desde cero. ¿«La gente» de S. Lazarus es algo mucho más modesto? Pero ¿no nos replegamos así a los colectivos y comunidades, que siguen siendo de cualquier forma la base de la emergencia de las luchas?
17.
Pues el señuelo exhibido hoy a la autonomía, bastante más malicioso que su represión bajo las formas incriminadas de «la ultraizquierda», es la zonificación como paz armada geopolítica, tal como se perfila ya en las más altas instancias donde se elucubran escenarios elocuentes.
Comunidades negativas, los grandes escenarios dibujados por la DATAR (Délégation interministérielle à l’Aménagement du Territoire et à l’Attractivité Régionale) intentan sin duda acoplarse. La pacificación por medio de la zonificación, ¡éste es el gran asunto de mañana! ¿Quieren vivir de forma decrecentista? No hay problema, pero es en los Cévennes que esto pasa y no irán al cine todos los días, y sobre todo no se atrevan a intentarlo en Marsella, Grenoble o Lyon, pues ¡allá la gente mejora, se entrega al rendimiento! Selección y repartición de las poblaciones por zonas, o clusters, es entonces cuando todo el poder será conferido a las infraestructuras, el poder público habrá cedido su lugar al «gobierno por agencias». Hoy en día, el viejo Estado vela aún por el grano y pilota ordenaciones y equipamientos, pero esto no seguirá durando por mucho tiempo.
En este contexto, antes de que la gran zonificación venga a cuadricularlo todo, ¿qué sería una victoria manifiesta declarada sobre una ZAD? Una nueva exigencia frugal de un comunismo de las comunas: la tierra, el agua, y ¿«la electricidad menos los soviets»?
18.
La potencia de un pueblo podría ser aquello que, en nuestra situación histórica, instaría a una decisión, ¿pero cuál? Ya que al fin lo viviente, lo viviente en la adversidad, que incluye la preservación de una relación armoniosa con la naturaleza que al fin se ha vuelto ella mismo sujeto –«naturalización del hombre, humanización de la naturaleza»–, lo viviente insurrecto en el presente de las luchas, es todavía percibido en los dos extremos de la existencia en ruptura.
En un extremo, está el gran rechazo previo hacia este mundo, y particularmente de la dedicación fatal a su mundo del trabajo, a ese señuelo que Paolo Virno pudo nombrar «comunismo del capital» para designar, en eco al General Intellect de Negri, el posfordismo. En el otro extremo, el extremo del ingenio, la detención súbita de ese mismo mundo del trabajo por hastío, rabia o dolor de una vida ya demasiado desgastada por el asalariamiento.
¿Cómo estos extremos de la existencia, de una vida activa desactivada ya sea de entrada en broma o bien al término de un muy largo avasallamiento, se reúnen, se encuentran para arremeter contra la causa de la desgracia común y, sean cuales sean las ocasiones de recomponer una vida comunizada aquí o allá, convencerse de que no se saldrá de esto sin batirse y abatir los pros y los contras encarnados y armados de la dominación? ¿Cuál es, por tanto, esa «percepción común» que nos ayudará a esto, sin abandonar a su suerte a aquellas y aquellos que no han desertado, que luchan aún en las empresas e instituciones donde trabajan, simplemente por la rabia de sobrevivir ahí, que les ha hecho perder la idea misma de la felicidad?
19.
En verdad, no es una simple cuestión de elección la que se plantearía a todas las subjetividades refractarias, ni a la inversa la no-elección determinista de la espera-de-las-condiciones-reunidas-para-que. Hemos visto que el diferendo y la diferencia entre lo que se nombra anarquismo y comunismo es algo más profundo, que toca tanto la dimensión de la apropiación y del rechazo al mundo del trabajo como la destitución consecuente y consecutiva del poder en turno en el combate por la igualdad. El gran grito, el me voy, que lanzó la vida de los autónomos italianos de los años 70: «nos importa un carajo su fábrica, ya no la queremos, ¡nunca más volveremos!» fue ahogado, violentamente, por la represión, y más sordamente porque «una cosa que los teóricos de la Autonomía organizada no supieron afrontar fue precisamente el sentido del “rechazo al trabajo” […] El proyecto teórico mayoritario en esta dirección fue el de la automatización total del trabajo, y el de apostar en la línea de Marx por la inteligencia científico-técnica como palanca mediante la cual el General Intellect hubiera realizado el reino del no-trabajo y de la abundancia» (Marcello Tarì, Un comunismo más fuerte que la metrópoli). Desde entonces, las corrientes se han dividido; los negristas han construido su Revista-capilla y una parte dominante de entre ellos siempre tiene la fe en la reapropiación de las palancas de mando del General Intellect, habiéndose afiliado al fenómeno constituyente; y los autónomos que han sacado la lección han huido hacia las formas de vida donde todo está por recomenzar, una vez admitido como condición existencial que «el curso de la experiencia ha caído».
Queda el comunismo que, cuando no es un viejo harapo rojo abandonado al fondo del armario, ni confiado al mero poder de una Idea que aguarda la actualización de su forma en una fuerza, perfora el presente como un tornillo sin fin. El paso decisivo consistiría en superar la simple coexistencia relativamente pacífica entre estas tendencias políticas presentes en los movimientos actuales de lucha, superar sobre todo el credo de las multiplicidades que refuerzan constantemente la falsa división multitudes/unidad orgánica.
20.
F. Lordon habrá tenido sin duda consciencia de esto cuando escribió su último libro Imperium. Tanto la soberanía como la nación consisten para él, principalmente, en la autoconstitución de la multitud en la verticalidad de su imperium, de su deseo de instituirse ante toda veleidad y forma estatal e identitaria. Así pues, es el Estado general (cuasi-genérico) de la multitud, del que el Estado burgués moderno no es más que un avatar histórico particular, desviación por una parte dominante que se lo acaparó, lo que hay que combatir, pero desde adentro, sin la esperanza vana del rechazo a toda institución y a toda participación en las instituciones, tal como lo sugieren la relación Estado/no-Estado o el deterioramiento del Estado. No hay destitución sin re-institución inmediata de otra cosa destinada a durar, nos dice. Se trata, para él, de la consistencia decisiva del fenómeno instituyente más que constituyente, que para otros representa la trampa que hay que evitar a todo precio. No obstante, el modo de proceder, la praxis como la mira en el tiempo de la tendencia «organizada», están ausentes, no están afortunadamente prescritas –evitando así una reglamentación teórica que venga a capturar por adelantado las energías, pero esta vez igualmente faltantes– en el sentido en que continúa siendo aún imposible e invisible la intención de una fuerza revolucionaria que se esté constituyendo, antes mismo de que el proceso instituyente no sea debatido y puesto en marcha, o no.
Ocurre en realidad que la supuesta aspiración de la multitud a autoinstituirse constantemente no hace aparecer de un golpe un pueblo completamente erigido, salido de la tierra con la espada en una mano y la ley en la otra. Un pueblo no se decreta por principio, sino que se constituye por una serie de actos rigurosamente ordenados a una meta. No el retorno de la lógica de los medios y de los fines, sino aquello que Kafka indicaba a su modo: tan sólo hay una meta, no hay un camino. Pero entonces ¿cuál es la meta?
Nuit debout siguió siendo, desde este punto de vista, incapaz de pasar al acto en el gran día, y no es su impotencia para afrontar masivamente a los policías con las manos casi desnudas lo que explica la nuit couchée [noche acostada], sino más bien la insuperable multiplicidad de las multitudes conjugadas con la voluntad deliberada de no decidir nada, de no instituir ninguna promesa de acción durable más allá de la asamblea general permanente.
21.
Si la pregunta «¿Qué hacer?» implica muy probablemente una decisión o una «resolución», ésta no puede deducirse de una orientación especulativa que en la diversidad de las existencias mostraría a lo sumo las dificultades para usar hoy un lenguaje común, a fin de pesar el peso ontológico litigioso, o equívoco, o desplomado de cada palabra. «En el fondo, diría: ni ética ni política, dejemos esas palabras. Ocupémonos de todas las palabras, del lenguaje. ¿Qué estamos diciendo con tales o cuales palabras? ¿Qué estamos callando? El lenguaje tiene hoy dificultades, ¿por qué? Tropezamos con cualquier palabra: hombre, mujer, valor, trabajo, sentido, sexo, idea, animal, naturaleza, técnica, etc. Ya casi no podemos hablar. Hay que trabajar en esto — esto es la filosofía, al menos es ése el sentido mínimo de esta palabra. Esto lo vemos en cada filósofo, cada uno se hace una lengua…». O sea, es tal vez el esfuerzo para ciertos filósofos. ¡Pero qué! Haría falta como mínimo que el abandono de la palabra comunidad, como parece invitar a hacer ahora J.-L. Nancy en esta misma entrevista con lundimatin, nos comprometa a reconsiderar lo que le corresponde históricamente a la invención de un pueblo, es decir, a la relación histórica que ha confrontado y que confronta siempre, pero de forma diferente hoy en día, comunidad y pueblo a través de una trama de acontecimientos faltantes en los que, en el fondo, la mediación comunista es lo que siempre está en juego. Si no, es la historia lo que se escamotea, y con ella la política, ya que no resulta completamente anodino «(des)dejar la palabra». Si no, es retroceder para dar un mejor salto, y, por una vez, prohibirse al fin hablar, salvo para no decir nada.
Patrick Condé
Traducción de «21 incursions sauvages au pays du peuple» publicado en lundimatin n° 89, 16 de enero de 2017.