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Jean-Luc Nancy / Alepo, los ojos grandes abiertos

Ya no se podría ser más claro: todo lo que se dice y lo que se analiza a propósito de Alepo no deja de poner mejor en evidencia dos datos fundamentales. El primero: una guerra tan fría como caliente, y en todo caso muy guerrera, muy técnica y muy económica, está haciendo mutar la dominación del mundo y el mundo con ella. El desenlace no es seguro, actores importantes (China e India, al menos) aún no han avanzado todos sus peones en este juego imperial que inició desde hace ya mucho tiempo. Segunda evidencia: la vieja lucha entre chiitas y sunníes incorpora de modo hábil su forma contemporánea en el conflicto mundial. Se busca una conmoción local (desde hace cuarenta años) a favor de la mutación general. A los imperios árabe y persa se les une el turco. Todo lo demás es secundario. Es por esto que se vuelven secundarias, en definitiva, las centenas de miles de muertos de Siria y los millones de exiliados, tras otros millones que ya fueron sacrificados a los Molochs imperiales (que son industrias, flujos de energía, algoritmos productivos, saberes sofisticados).
Es por esto que el Sr. Fillon puede decir «es la guerra» (esta frase terrible que asume a la vez fatalismo y cinismo). Es por esto que otros retoman esta frase, otros para los cuales ella significa, sobre todo, que se trata de la guerra de nuestros queridos viejos países contra la horrible maquinación estadounidense. Esta última, sin embargo, ha cedido su lugar desde hace mucho tiempo a una maquinaria mucho más amplia y compleja — a la cual, precisamente, pertenece el carrusel de las maniobras en curso en torno a Alepo. La impotencia de Europa no debe llevar a lamentaciones: ella es una pieza indispensable para el conjunto del juego. Europa es la casilla vacía que posibilita los desplazamientos de los peones.
Estos peones son los monstruos fríos qu nuestra historia produce a pesar de todas nuestras esperas mesiánicas o utópicas. Son el precio a pagar por nuestra supuesta emancipación. Congenian entre sí como congenian peones y monstruos: sus guerras son sus espaldarazos y sus hermanamientos. Nos arrinconan en ellas. No podemos continuar fingiendo que podemos escapar. Henos aquí estupefactos, asustados o abatidos.
No basta ni con llorar a propósito de las masacres ni con reducirlas vergonzosamente a las duras exigencias de la guerra. No basta tampoco con acabar evacuando a los pocos que quedan: pues la ciudad esta destruida. No basta tampoco con discutir con un exceso de gusto por la victimización en una sociedad hasta aquí mejor protegida. Ya que sin duda existe, desde hace un siglo, un crecimiento exponencial de la destrucción, sincronizado con el aumento de la población y de sus sistemas de explotación (operating system y big data).
Esta sociedad sabe —al mismo tiempo que rechaza saberlo— que vive un estremecimiento considerable no sólo de su historia, sino de su naturaleza misma: de su humanismo, de su dominio, de su seguridad, de su universalismo, de sus religiones y de sus filosofías. No bastará nada, salvo lo que nos abra realmente los ojos ante aquello que llega a nosotros. Es decir, ante lo oscuro y lo desconocido, algo que con toda evidencia es más que difícil. Pero si hubiéramos empezado antes a dedicarnos a discernir en la oscuridad, no estaríamos aquí, con los ojos de unos nublados por lágrimas y de otros por viejas imágenes deslucidas.
Por supuesto, hay mil cosas que hacer, mil gritos que soltar. Por supuesto, hace falta indignarse, por supuesto imaginar. Sin embargo, decididamente nos hace falta pasar también a otra velocidad. La de la luz. Intentar ver en el corazón de aquello que nos ciega. A lo cual siempre se le ha llamado «pensar». Como mínimo podemos empezar a repetir esto: «Conmovidos y sublevados por las atrocidades cometidas […], constatamos que ellas son inherentes a todas las guerras, y que es la guerra lo que hay que deshonrar». Era 1925, se trataba de la Guerra del Rif. Uno de los firmantes se llamaba Émile Benveniste. Él era nativo de Alepo.

 


Traducción de Artillería Inmanente del artículo de Jean-Luc Nancy, «Alep, les yeux grands ouverts», publicado en Libération, 21 décembre 2016.

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