Carta LI
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
Doctor en Leyes.
Ilustrísimo señor,
El motivo por el cual le escribo es porque deseo conocer su opinión sobre las apariciones y los espectros o fantasmas y, si existen, saber qué piensa usted de ellos, y cuánto tiempo cree que dure su vida; ya que unos creen que son inmortales, y en cambio otros opinan que están sujetos a la muerte. Mientras tenga esta duda, me será agradable continuar hasta que sepa su parecer. Entre tanto, es cierto que los antiguos han creído en su existencia. Los teólogos y los filósofos modernos han admitido hoy en día la existencia de criaturas de este género, aunque sobre su esencia no concuerden. Algunos sostienen que están compuestos de una materia tenuísima y sutilísima, y otros afirman que son espirituales. Pero tal vez (como ya lo dije al inicio) nosotros estemos en gran desacuerdo, ya que dudo que usted admita la existencia de estos seres; aunque, como usted no ignora, encuentros suyos se encuentran registrados en toda la antigüedad, y son tantos los casos y relatos que resulta difícil negarlos o ponerles en duda su existencia. Sin embargo, una cosa es segura, y es que si usted admitiera su existencia, usted no diría, como hacen los defensores de la fe romana, que se tratan de las almas de personas fallecidas. Me detendré aquí y esperaré su respuesta. No diré nada de la guerra 1, ni de los rumores que corren, de por qué nos ha tocado vivir en estos tiempos, etc. Adiós.
14 de septiembre de 1674.
Carta LII
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Su carta, que he recibido ayer, me fue gratísima, tanto porque deseaba oír alguna noticia de usted, como porque veo que usted no se ha olvidado completamente de mí. Aunque algunas personas tal vez puedan dar malos presagios de que los fantasmas hayan sido el motivo por el que usted me escribiera; para mí es todo lo contrario, yo considero que es cosa importante; no sólo las cosas verdaderas sino también las menudencias e imaginaciones pueden serme útiles.
Dejo por el momento de lado la cuestión de si los espectros son parte de las ilusiones e imaginaciones; ya que, por lo que veo, le parece extraño negar su existencia, o tan sólo ponerla en duda, contando con tantas historias antiguas y modernas que los mencionan. La gran estimación y honor que siempre le he tenido, y que sigo teniendo por usted, no me permiten contradecirle, aunque bien tampoco pienso aludirle. Usaré un término medio y le pido de favor que de todas las historias de espectros que usted conoce, escoja una o dos de ellas; la que deje menor lugar a dudas y muestre lo más claramente que los espectros existen. Debo admitir que nunca he leído a un autor digno de fe que muestre claramente su existencia. Y hasta ahora sigo ignorando lo que son y ninguna persona me lo ha podido decir: Sin embargo, es cierto que tenemos que saber lo que es una cosa cuando la experiencia nos la muestra tan claramente; si no es así, resultará difícil que la existencia de los espectros surja sólo de meras historias; lo que surge es la existencia de algo que nadie sabe lo que es. Si los filósofos quieren nombrar «espectros» a aquello que no conocemos, no negaré su existencia, porque hay un número infinito de cosas que yo ignoro.
Por último, señor eminentísimo, antes de que me explaye más ampliamente sobre esta materia: Dígame qué son esos espectros o espíritus. ¿Son acaso niños, tontos o locos? Porque, por todo lo que he oído acerca de ellos, parecen ser más apropiados a los seres privados de razón que a los de buen sentido, y para decirlo de la mejor manera, se asemejan a cosas infantiles, o a las diversiones de los locos. Antes de terminar, sólo voy a comentar que, el deseo que tiene la mayor parte de los hombres de narrar las cosas, no como son realmente, sino como quieren que éstas sean, es muy reconocible en las historias de fantasmas y de espectros. Igual que la esperanza que ellos tienen de hacerse conocer, ya que por medio de estas narraciones de espectros y fantasmas resulta ser más fácil que haciéndolo con historias serias. La razón principal de esto es, creo yo, por la ausencia de más testigos que los mismos narradores, con lo que pueden inventar a su discreción, añadir o eliminar las circunstancias que les plazca, sin temor a un rival que les contradiga. Así, inventarán esas historias para justificar, a sus ojos, el terror que tienen de sueños y visiones, y algún otro para incrementar su valentía, para consolidar su autoridad y valor de su opinión. Otras razones me hacen dudar si las historias en sí mismas, al menos las de estas circunstancias narradas, y que más contribuyen, deben ser consideradas para tratar de inferir algo de estas historias. Me detendré aquí, hasta que conozca cuáles son las historias que lo tienen convencido a tal punto, que considera que dudar de ellas es algo absurdo, etc.
Carta LIII
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
(Respuesta a la precedente)
Agudísimo señor,
No esperaba otra respuesta que la que usted me ha enviado, de un amigo que sostiene una opinión adversa a la mía. No me preocupa lo que venga: siempre es permitido que en materias indiferentes los amigos estén en desacuerdo de opinión, mientras quede a salvo su amistad.
Quiere usted saber, antes de dar su opinión, qué le digo yo que son esos espectros o espíritus, si niños, tontos o locos, y agrega que todo eso que ha oído de ellos parece más provenir de seres privados de razón que de seres con sentido común. Pero es verdadero el proverbio que dice que una opinión preconcebida impide indagar en la verdad.
Aquí entonces por qué yo creo en los espectros. Primero, porque importa a la belleza y a la perfección del universo que existan. Segundo, porque es verosímil que el Creador los haya creado, porque estos seres se parecen más a Él que las criaturas corpóreas. Tercero, porque así como existe el cuerpo sin alma, también existe el alma sin cuerpo. Cuarto, en fin, porque creo que en los lugares superiores del aire, región o espacio, no hay ningún cuerpo oscuro que no tenga sus propios habitantes; y por consiguiente, que el inconmensurable espacio, que se encuentra entre nosotros y los astros, no está vacío, sino repleto de habitantes espirituales; tal vez aquellos que están más lejanos son los verdaderos espíritus, aquellos que está más abajo, en la región inferior del aire, son criaturas de una sustancia sutilísima y tenuísima, y además invisibles. Opino, entonces, que existen espíritus de todo género, excepto, quizás, de género femenino.
Este racionamiento de ningún modo convencerá a aquellos que creen fácilmente que el mundo ha sido creado por azar. La experiencia cotidiana muestra, además de las razones precedentes, que existen espectros sobre los cuales tenemos muchas historias tanto modernas como antiguas. Se pueden encontrar historias de espectros en Plutarco, en su libro De viris illustribus, además de otras obras suyas; en las Vidas de los Césares de Suetonio y también en Weyer y en Lavater, que en sus libros sobre los espectros han tratado prolíficamente esta materia, recogiendo los relatos de toda clase de escritores. También Cardano, que es célebre por su erudición, habla de los espectros en sus libros De Subtilitate, De Varietate, y en aquel que escribe sobre su propia vida, que relata las apariciones con que fue favorecido de sus familiares y amigos. Melanchthon, hombre prudente y amante de la verdad, entre otros, rinden testimonio de las experiencias que tuvieron ellos mismos. Cierto cónsul, hombre docto y sabio, que todavía vive, me contó una vez que en la cervecería de su madre, se oía trabajar tanto de noche como de día, de manera similar a cuando se cocinaba y decantaba la cerveza; y declaraba que esto se había reproducido en muchas ocasiones. Este relato me ha obligado a creer en la existencia de los espectros; además de las experiencias y por las razones que he dicho más arriba.
En cuanto a espíritus malvados que atormentan a los hombres desdichados en y después de esta vida, y que practican magia, pienso que esas historias contadas son fábulas. Encontrará usted en los tratados que se ocupan de los espíritus una serie de circunstancias detalladas. Además de los que he citado, puedes usted consultar, si lo ve conveniente, a Plinio el Joven, libro VII, en carta a Sura, Suetonio, en el capítulo XXXII de su Vida de Julio César, Valerio Máximo, capítulo VIII del libro I, parágrafos VII y VIII, y Alejandro de Alejandro en su obra Dies Geniales: estoy seguro de que estos libros te serán accesibles. No hablaré de los monjes y clérigos que reportan apariciones y visiones de ánimas, espíritus y espíritus malignos, y tantos cuentos o, por decirlo mejor, fábulas de espectros, que uno se avergüenza de leerlos, y que, por su abundancia, causan tedio al lector. Un jesuita, Tiraseo, en su libro sobre apariciones de espíritus, también trata estas cosas. Pero esta gente trata estos temas más movida por un deseo de lucro y para hacer creer en el purgatorio, que es para ellos una mina de la que extraen tantísimo oro y plata. Pero éste no es el caso para los escritores citados más arriba y los otros escritores modernos, que son imparciales y ameritan, por lo tanto, mayor confianza.
A manera de respuesta a su carta donde habla de los tontos y locos, doy aquí la conclusión del erudito Lavater con la que finaliza así su primer libro sobre Los espectros y fantasmas con estas palabras: «Quien ose desafiar la palabra de tantos unánimes testimonios, tanto antiguos como actuales, lo considero indigno de mi confianza. Si, en efecto, es un signo de ligereza dar crédito a todos esos que pretenden haber visto algunos espectros, será una imprudencia distintiva el negar infundada e imprudentemente lo que es afirmado en tantas historias dignas de fe, de Padres de la Iglesia, y de otras grandes autoridades.»
21 de septiembre de 1674.
Carta LIV
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Me basaré en lo que usted dice en su carta del 21 del mes pasado en relación al tema de los desacuerdos de opinión que, cuando tratan sobre un punto indiferente, no pueden perjudicar a la amistad, y le diré sin rodeos mi sentimiento sobre las razones y los relatos de donde ha sacado la conclusión de que existen fantasmas de todo género, excepto quizás de género femenino. Si no le había respondido antes, se debe a que no tenía a la mano los libros que usted ha citado y que además de Plinio y Suetonio no había podido conseguir. Esos dos autores, no obstante, me salvaron del problema de consultar otros, porque estoy convencido de que todos ellos se equivocan al razonar de una misma manera y aman las historias extraordinarias que dejan atónitos a los hombres y les deleitan en admiración. Confieso mi asombro, no tanto ante las historias, sino ante los narradores. Me admiro de que hombres dotados de inteligencia y de juicio usen su talento en escribir para persuadir con tonterías de ese estilo.
Pero dejemos a los autores a un lado para considerar el tema por sí mismo: en primer lugar razonaré un poco sobre su conclusión. Vamos a ver si soy yo, quien niega que existan espectros o espíritus, comprendiendo mal a estos autores, que han escrito sobre el tema; o si es usted, quien admite que tales seres existen, dando importancia a las narraciones hechas por esos escritores más de lo que ameritan. Que por una parte usted no ponga en duda la existencia de espíritus del género masculino y, por otra parte, dude que existan del género femenino, me parece más bien una fantasía que una duda razonada. Si tal fuese verdaderamente su opinión, parecería más bien estar de acuerdo con la imaginación del vulgo, que afirma que Dios es de género masculino y no femenino. Y me sorprende que los que han visto a los espectros desnudos, no hayan postrado sus ojos sobre sus partes genitales, lo cual habría removido toda duda; quizás habrá sido por temor, o porque ignoran la diferencia. Contestará usted que esto es burlarse, no un razonamiento; y así comprendo que sus razones le parezcan tan sólidas y tan bien fundadas, que nadie (al menos a su juicio) podría contradecirlas; sino alguien perverso, que crea que el mundo es un producto del azar. Esto mismo me urge, antes de examinar sus razones precedentes, a exponer brevemente mi opinión respecto a la afirmación de que el mundo ha sido creado por azar. Pero respondo que, así como es cierto que lo fortuito y lo necesario son dos cosas contrarias, también es evidente que quien afirme que el mundo es un efecto necesario de la Naturaleza Divina, niega también enteramente que el mundo sea un resultado del azar: en cambio, si afirma que Dios pudo haber omitido la creación del mundo, confirma, si bien en otros términos, que éste ha sido hecho por azar; puesto que proviene de una voluntad que pudo no ser. Pero como esta opinión o sentencia es básicamente absurdo, por lo general se acuerda unánimemente que la voluntad de Dios es eterna y que nunca ha sido indiferente. Por lo tanto se debe también reconocer (téngalo bien en cuenta) que el mundo es un efecto necesario de la Naturaleza Divina. Llamen a esto voluntad, entendimiento, o con cualquier otro nombre que les agrade, con todo, llegan finalmente a la conclusión de que expresan una sola y misma idea con nombres diversos. Pues, si se les pregunta si la Voluntad Divina no difiere de la voluntad humana, responderán que la primera no tiene de común con la segunda sino el nombre. Aunque la mayoría estará de acuerdo en que la Voluntad, el Entendimiento, la Esencia o la Naturaleza de Dios son una sola y misma cosa; así como yo también, para no crear confusión entre la Naturaleza Divina y la naturaleza humana, no asigno atributos humanos a Dios, tales como Voluntad, Entendimiento, atención, audición, etc. Repito entonces que el mundo es un efecto necesario de la Naturaleza Divina y que no ha sido creado por azar.
Considero que con esto será suficiente para convencerle de que la opinión de esos que hablan (si es verdad que los hay) es de un mundo obra del azar en todo caso contraria a la mía, y así basado sobre esta hipótesis, paso ahora a examinar las razones de donde usted concluye que existen espectros de todo género. Lo que puedo decir de una manera general de lo que dice, es que parecen ser conjeturas que razones, y me es difícil creer que usted las tenga por razonamientos demostrativos. Pero veamos si, conjeturas o razones, se les puede estimar por bien fundadas.
Su primera razón es que la existencia de espectros importa a la belleza y a la perfección del universo. La belleza, eminentísimo señor, no es tanto una cualidad del objeto que se contempla, sino un efecto producido en el que lo contempla. Si nuestros ojos fuesen más largos o más cortos de vista, o si nuestro temperamento fuese otro, las cosas que ahora nos parecen bellas nos parecerían feas, y las que ahora nos parecen feas se volverían bellas. La mano más bella vista al microscopio, parecerá terrible. Ciertos objetos que vemos bellos de lejos, son feos cuando se los ve de cerca; de forma que las cosas consideradas en sí mismas, o referidas a Dios no son bellas ni feas. Por lo tanto, quien afirme que Dios ha creado el mundo para que fuese bello, debe necesariamente admitir o bien que Dios ha hecho el mundo adaptado al apetito y los ojos del hombre, o bien que ha hecho el apetito y los ojos del hombre adaptados al mundo. Pero lo que se admita por una u otra parte, no veo por qué Dios habría de crear los espectros y espíritus, a fin de conseguir uno u otro de esos objetivos. La perfección y la imperfección son denominaciones que no difieren mucho de las de la belleza y de la fealdad. Para no ser demasiado prolijo, preguntaré solamente: ¿En qué contribuye más al ornato y a la perfección del mundo el que existan espectros o multiplicidad de monstruos tales como centauros, hidras, arpías, sátiras, grifos, argos y otras muchas locuras semejantes? ¡Ciertamente el mundo estaría bien adornado, si Dios lo hubiera ordenado de acuerdo al capricho de nuestra fantasía y decorado con seres que cualquiera, sin pena alguna, fácilmente inventa con una imaginación en delirio, pero que el entendimiento no puede concebir jamás!
Su segunda razón es que, como los espíritus, más que las otras criaturas corporales, expresan una imagen de Dios, resulta entonces verosímil que Dios los haya creado. En primer lugar confieso que hasta ahora ignoro por qué los espíritus expresan a Dios mejor que las otras criaturas. Lo que sé es que entre el finito y el infinito no existe ninguna proporción: de tal suerte que la diferencia entre la criatura más grande y la más eminente y Dios no es otra que la que hay entre Dios y la criatura más pequeña. Esto entonces no tiene ninguna relevancia. Si de los espectros tuviera una idea tan clara como aquella que tengo del triángulo o del círculo, no tendría duda alguna de que fueron creados por Dios. Pero como por el contrario la idea que tengo de ellos es de la misma naturaleza que las ideas que tengo de las arpías, los grifos, las hidras, etc., que surgen de mi imaginación, no puedo considerar a los espectros de otro modo sino como sueños, que difieren tanto de Dios como el ser del no-ser.
Su tercera razón (que sostiene que así como existe el cuerpo sin alma, así también debe existir el alma sin cuerpo) no me parece menos absurda. Dígame, se lo ruego, ¿no es acaso igualmente verosímil que existan la memoria, la audición, la visión, etc., sin cuerpos, puesto que encontramos cuerpos sin memoria, sin audición, sin visión? ¿O lo mismo la esfera sin el círculo, dado que existe el círculo sin la esfera?
Su cuarta, y última razón, es idéntica a la primera, y me remito a la respuesta que he hecho. Aquí señalaré solamente que ignoro cuáles puedan ser esos lugares superiores e inferiores que usted concibe en el espacio infinito, a no ser que usted no piense que la Tierra es el centro del universo. En efecto, si el Sol o Saturno fuesen el centro del universo, el Sol o Saturno, y no la Tierra, serían el inferior. Haciendo caso omiso de esto, entonces, infiero que estas y otras razones semejantes no convencen a nadie de que existan espectros o fantasmas de todo género, excepto a aquellos que, cerrando los oídos del entendimiento, se dejan seducir por la superstición; la cual es tan enemiga de la recta razón que, para menoscabar el prestigio de los filósofos, tiene más bien fe en las vejezuelas.
En cuanto atañe a las historias, he dicho ya, en mi primera carta, que no son los hechos en sí mismos los que niego por completo, sino la conclusión que de ellas infieren. A esto agrego que no les considero tan dignos de fe como para no dudar de las muchas circunstancias que muy a menudo suelen agregar, más a manera de ornamento que para hacer más eficaz la verdad de la historia o para establecer más sólidamente eso que quieren concluir de su relato. Había esperado que, entre tantas historias que usted me mencionara, al menos hubiera uno que no permitiese la menor duda y que demostrase clarísimamente la existencia de espectros o fantasmas. Lo que cuenta el cónsul que usted menciona, que en la cervecería de su madre escuchara espectros trabajar en la noche, como solía escuchar trabajar de día, y que quiera inferir que éstos existen, me parece digno de risa. Del mismo modo, me parecería demasiado largo examinar aquí todas las historias que sobre estas tonterías se han contado. Para ser breve, me remito a Julio César que, de acuerdo al testimonio de Suetonio, se reía de todas estas cosas, y sin embargo era feliz, conforme lo que cuenta Suetonio en el capítulo 59 de la vida de este príncipe. Y del mismo modo, todos aquellos que examinen la imaginación de los mortales y el efecto de las pasiones, deben reírse de tales cosas; o de lo que sea que Lavater y otros, que con él soñaron sobre este asunto, produzcan en contra.
Carta LV
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
(Respuesta a la precedente)
Agudísimo señor,
Respondo algo tarde a la exposición de sus opiniones, porque una pequeña enfermedad me había privado del placer de mis estudios y meditaciones y me había impedido escribirle. Ahora, gracias a Dios, estoy completamente restablecido. En mi respuesta seguiré paso a paso su carta, pero no me detendré en las dificultades que usted ha dado a aquellos que han escrito sobre los espectros.
Así entonces, decía que a mi juicio no existen espectros de género femenino porque niego que exista procreación entre ellos. En cuanto a su forma exterior y composición no digo nada, porque realmente no me concierne. Se dice que algo ha sucedido por azar cuando ha tenido lugar independientemente de la intención del autor. Cuando se remueve la tierra para plantar una vid o al cavar un hoyo para hacer una sepultura, y se encuentra un tesoro sin haberlo nunca pensado, decimos que esto ha sucedido por azar. Pero de alguien que obra por su libre albedrío, siendo que pudo igualmente no haber obrado, no se dirá jamás que obra por azar, porque, si se dice así, todas las acciones humanas tendrían un carácter fortuito, lo cual sería absurdo. Es lo necesario y lo libre, no lo necesario y lo fortuito, los que son contrarios. Y aunque la voluntad de Dios sea eterna, no se sigue de esto que el mundo sea eterno, porque Dios ha podido decidir desde la eternidad que crearía el mundo en un momento definido.
Niega usted, luego, que la voluntad de Dios haya sido alguna vez indiferente. Yo también, y no es necesario, como usted lo cree, considerar este punto con tanta atención. No es cierto que todos atribuyan a la voluntad de Dios un carácter de necesidad; esto, en efecto, involucra la necesidad. Porque atribuir a alguien una voluntad, es reconocer que éste puede, de acuerdo a su voluntad, actuar o no actuar. Si otorgamos a alguien la necesidad, deberá actuar necesariamente.
Por último, usted dice que no afirma de Dios ningún atributo que pertenezca al hombre, con el fin de no crear confusión entre la naturaleza Divina y la humana; hasta aquí apruebo este lenguaje: no podemos percibir de qué manera Dios obra, de qué manera desea, conoce, examina, ve, oye, etc. Pero si usted le niega todo poder de efectuar estas operaciones y declara falsas las ideas más altas que nos podemos hacer de él, si usted pretende que estas operaciones no son eminentemente y metafísicamente en Dios, entonces no puedo concebir más su Dios, y no sé más lo que usted entiende por esta palabra. Lo que no se percibe no debe por lo tanto ser negado. El alma, que es un espíritu y una cosa inmaterial, sólo puede intervenir con la ayuda de cuerpos muy sutiles, operando a través de fluidos. ¿Y cuál es la relación que hay entre el alma y el cuerpo? ¿De qué manera el alma obra con la ayuda de los cuerpos? Sin ellos es pasiva y, si ellos es problemática y el alma hace lo contrario de lo que cabría esperar. Muéstrame cómo se hace. Usted no puede, y yo tampoco puedo. Sin embargo, vemos y sentimos que el alma opera, y esto sigue siendo verdad a pesar de que no racionemos de qué manera se produce esta acción. De la misma manera, aunque no comprendamos cómo es que Dios obra y que no queremos atribuirle un modo de acción humana, no debemos por lo tanto negar de él que posea los modos de acción que se conceden eminentemente y de manera incomprensible a nosotros, tales como la voluntad, el conocer, el ver y el oír, no por los ojos o las orejas sino por el entendimiento. Del mismo modo que el viento y el aire pueden sin manos ni instrumentos destruir, alterar las regiones terrestres y las montañas , lo que es imposible al hombre sin el socorro de manos y máquinas. Si usted atribuye a Dios la necesidad, privándole de la voluntad y libre elección, se puede dudar si usted no exhibe ni representa al Ser infinitamente perfecto como un monstruo. Si usted quiere lograr su objetivo, habría que fundar su demostración de una manera totalmente diferente porque, a base de las razones que usted da, no encuentro nada sólido. Y si usted tiene éxito, hay otras que quizás tengan un peso igual a los suyos. Dicho esto, continuemos.
Exige usted, para probar que en el mundo existen espíritus, pruebas demostrativas, pero en el mundo hay muy pocas, y a excepción de las matemáticas, no se encuentra ninguna tan segura como deseemos; por lo que nos contentamos con conjeturas probables y verosímiles. Si las razones con las cuales se prueban las cosas fuesen demostraciones, sólo encontraríamos a los tontos y a los tercos para contradecirlos. Pero, querido amigo, no somos tan bendecidos. En el mundo no somos tan precisos, pues hacemos, hasta cierto grado, conjeturas, y en los razonamientos, a falta de demostración, asumimos lo probable. Esto es evidente en todas las ciencias, tanto divinas como humanas, que están llenas de controversias y de discusiones; su multiplicidad es la causa de que se encuentren en todas sentencias diversas. A causa de esto, hubo antiguamente, usted lo sabe, unos filósofos, llamados escépticos, que dudaban de todo. Discutían en pro y en contra para conseguir, a falta de razones verdaderas, solamente lo probable, y cada uno de ellos creía eso que les parecía más probable. La Luna se encuentra justo debajo del Sol, y, por lo tanto, el Sol se oscurecerá en algún lugar de la Tierra, y si el Sol no se oscurece, mientras es de día, la Luna no está situada directamente debajo del Sol. Aquí tenemos una prueba demostrativa, que va de la causa al efecto y del efecto a la causa. Existen algunas demostraciones de este género, pero muy pocas, a las cuales nadie puede contradecir, con tal que las haya comprendido.
En cuanto atañe a la belleza, existen ciertas cosas cuyas partes son proporcionales respecto a las otras y están mejor compuestas que otras. Y Dios ha otorgado al entendimiento y al juicio humano una concordancia y armonía con la que lo que está bien proporcionado, y no con lo que está privado de toda proporción. Asimismo con los sonidos que estén de acuerdo o en desacuerdo: el oído sabe bien distinguir las consonancias y las disonancias, porque las unas procuran placer, las otras molestia. La perfección de una cosa también es bella en tanto que nada le falta. De ello existen numerosos ejemplos que omito para no ser demasiado prolijo. Consideremos solamente el mundo, que nombramos el Todo o el Universo. Si esto es verdad, como en efecto lo es, no es desfigurado o menoscabado por las cosas incorpóreas. Lo que usted dice de los centauros, hidras, arpías, etc., no tiene cabida aquí, pues nosotros hablamos de los géneros más universales de las cosas y de sus primeros grados, los cuales abarcan diversas e innumerables especies; a saber, de lo eterno y de lo temporal, de la causa y del efecto, de lo finito y de lo infinito , de lo animado y de lo inanimado, de la sustancia y del accidente, de lo corporal y de lo espiritual, etc. Digo que los espíritus se parecen a Dios porque Él también es espíritu. Usted exige una idea de los espíritus tan clara como aquella del triángulo, pero eso es imposible. Dígame, se lo ruego, qué idea tiene usted de Dios, y si acaso ella es para su entendimiento tan clara como la idea del triángulo. Sé que usted no tiene esta idea clara de Dios, y he dicho que no estamos tan bendecidos como para conocer las cosas mediante pruebas demostrativas y que, la mayor parte de las veces, en este mundo, prevalece lo probable. En absoluto afirmo que si existe un cuerpo sin memoria, etc., existe una memoria sin cuerpo, etc., y que si existe un círculo sin esfera existe también una esfera sin círculo. Esto es descender de los géneros universales a las especies particulares, y este razonamiento no es inteligible. Digo que el Sol es el centro del mundo, y que las estrellas fijas están más distantes de la Tierra que Saturno y éste más que Júpiter, y éste más que Marte; de modo que en el aire ilimitado existen cosas más próximas a nosotros, otras mas lejanas y esto es lo que podemos decir cuando hablamos de cosas más altas o más bajas.
Los que defienden la existencia de los espíritus no desacreditan a los filósofos, sino los que la niegan, porque todos los filósofos, tanto antiguos como modernos, han estado convencidos de que existen espíritus. Plutarco lo atestigua en su Tratado de las opiniones de los filósofos y en su Tratado del demonio de Sócrates; igualmente lo atestiguan todos los estoicos, los pitagóricos, los platónicos, los peripatéticos, Empédocles, Máximo de Tiro, Apuleyo y otros. Entre los modernos ninguno niega a los espectros. Por lo tanto, rechazar tanto a sabios testigos oculares y auriculares, tanto a filósofos e historiadores,que narran todo esto, afirma que todos los hombres son tontos e insensatos al nivel del vulgo. Esto no hace que sus respuestas no persuadan, ni evita que ellas no sean absurdas y no toquen el objeto propio de nuestra discusión, sin que diera alguna prueba que fortaleciera su opinión. César, igual que Cicerón y Catón, no se reía de los espectros, pero sí de los presagios y las premoniciones, y si él no hubiera hecho de Espurina una burla, sus enemigos no lo hubieran atravesado a puñaladas. Pero es suficiente por esta ocasión, etc.
Carta LVI
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Espero poder responder a su carta que me han entregado ayer porque, si esperara más, estaría obligado a posponer por mucho tiempo mi respuesta. El estado de su salud me habría angustiado, si no supiera que usted ha mejorado; espero que todo esté bien ahora.
Las dificultades que tienen dos personas, cuando ellas parten de principios diferentes, intentando llegar a un acuerdo sobre un tema, que depende mucho de otros y sus opiniones, podría mostrarse evidente en esta discusión sola como ejemplo, si no pudiéramos demostrarla por el razonamiento. Dígame, le ruego, si usted ha visto o leído a filósofos que hayan sostenido la opinión de que el mundo fue creado por azar, entendiéndolo en el mismo sentido que usted ha dicho, es decir, que Dios al crearlo se habría propuesto un objetivo y no hubiera producido eso que había decretado. No conozco que tal sea jamás haya entrado al pensamiento de ninguna mente y se me oculta igualmente con qué razones se empeña usted en persuadirme de que crea que lo fortuito y lo necesario no son contrarios. Tan pronto caigo en la cuenta de que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos, niego en el acto que ello suceda por azar. De manera similar, tan pronto comprendo que el calor es efecto necesario del fuego, también niego que así sea por accidente. Que lo necesario y lo libre sean dos términos contrarios no es menos absurdo y repugnante a la razón: pues nadie puede negar que Dios se conoce a sí mismo y todas las cosas libremente y, sin embargo, todos conceden unánimemente que Dios se conoce necesariamente. De ahí que me da usted la impresión de que no establece diferencia alguna entre la coacción o violencia y la necesidad. Que el hombre quiere vivir, amar, etc., no están bajo una acción violenta, pero sí necesaria; y mucho más, que Dios quiera existir, conocer y obrar. Si, aparte de lo dicho, piensa usted que la indiferencia es sólo otro nombre para la ignorancia o la duda, y que una voluntad siempre constante y en todo determinada es una virtud y una propiedad necesaria del entendimiento, comprenderá que mis palabras están en completa armonía con la verdad. Si afirmamos que Dios pudo no desear un acontecimiento dado, o que no pudo adquirir su conocimiento, atribuimos a Dios dos libertades diferentes en naturaleza la una de la otra, la una necesaria, la otra indiferente; y consecuentemente concebimos la voluntad de Dios como diferente de su esencia y entendimiento, y caemos así de un absurdo a otro.
La atención, por la cual había alegado en mi carta precedente, parece no haberle sido necesaria. Esto ha sido la razón por la cual usted no ha dirigido sus pensamientos al punto principal, y ha dejado de lado lo que más importaba.
Usted dice enseguida que si rechazo admitir que la acción de ver, de oír, de ser atento, de voluntad, etc., están en Dios eminentemente, usted no sabe más qué tipo de Dios es el mío; lo que me conduce a sospechar que para usted no hay un punto de perfección más grande que aquel que se manifiesta por atributos de tal tipo. Eso no me sorprende, pues considero que el triángulo, si estuviera dotado de lenguaje, diría de la misma manera que Dios es eminentemente triangular, mientras que el círculo diría que la Naturaleza Divina es eminentemente circular. De este modo, cada uno daría a Dios sus atributos y se haría semejante a Dios, y toda otra manera de que fuera le parecería fea.
El espacio reducido de un carta y la falta de tiempo no me permiten explicarle a fondo mi opinión sobre la Naturaleza Divina, ni tampoco sobre las preguntas realizadas por usted, además que, contrastando las dificultades del objeto, no se pueden dar para eso razones. Es verdad que en el mundo actuamos frecuentemente por conjeturas, pero es falso que obtengamos nuestras meditaciones a base de conjeturas. En la vida cotidiana estamos obligados a seguir lo que es más verosímil, pero en nuestras especulaciones es a la verdad que nos acercamos. El hombre perecería de sed y de hambre si él no bebiera ni comiera después de haber sido perfectamente demostrado que los alimentos y la bebida le serán provechosos. Pero esto en la contemplación no ocurre así. Por el contrario, debemos tener cuidado de no admitir como verdadero algo que sea solamente verosímil, porque de una sola proposición falsa admitida, una infinidad seguirá.
De que las ciencias divinas y humanas estás llenas de disputas y controversias, no se puede inferir que todos los puntos que se traten sean inciertos. Para eso ha habido muchos que estuvieron dominados por el amor de la contradicción que incluso se burlaron de las demostraciones geométricas. Sexto Empírico y otros escépticos que usted cita, dicen que es falso que el todo sea mayor que la parte, y toman el mismo juicio sobre los demás axiomas.
Pero, dejando de lado esto y concediendo que nosotros, a falta de demostraciones, debemos contentarnos con verosimilitudes, digo que una demostración verosímil debe ser tal que, aunque podamos dudar de ella, no podamos, sin embargo, contradecirla; pues lo que se puede contradecir no es semejante a lo verdadero, sino a lo falso. Si digo, por ejemplo, que Pedro está vivo, porque lo vi ayer con buena salud, esto parece, ciertamente, verdad, en tanto que nadie pueda contradecirme. Pero si alguien más dice que vio un día antes al mismo Pedro en estado de síncope y cree que ha muerto, esto hace que mi afirmación parezca falsa. He mostrado muy claramente que su conjetura relativa a los espectros y fantasmas parece falsa, y ni siquiera probable, que no he encontrado nada que amerite consideración en su respuesta.
A su pregunta, de si acaso tengo de Dios una idea tan clara como del triángulo, le respondo afirmativamente; pero, si me pregunta si tengo de Dios una imagen tan clara como del triángulo, le contestaré negativamente: pues no podemos imaginar a Dios, pero sí entenderlo. Señalaré además, que yo no digo que conozco totalmente a Dios, sino que entiendo algunos atributos suyos, pero no todos ni la mayor parte, y es cierto que el ignorar la mayor parte no impide conocer algunos de ellos. Y lo cierto es que esta ignorancia de la mayor parte no me impide conocer algunos. Cuando estudié los Elementos de Euclides, conocí en primer lugar que la suma de los tres ángulos de un triángulo era igual a dos rectos, y percibí claramente esta propiedad del triángulo, aunque por el momento ignoraba muchas otras.
En cuanto a los espectros o fantasmas, aún no la llegado a mis oídos ninguna propiedad inteligible suya, pero sí características que les atribuyen por la imaginación y que nadie puede comprender. Cuando usted dice que los espectros y fantasmas se componen aquí, en las regiones inferiores (siguiendo su estilo, pues todavía ignoro por qué la materia de abajo sea menor que la materia de arriba), de una sustancia tenuísima, rarísima y sutilísima, me parece que usted habla de telarañas, aire o de vapores. Decir que son invisibles equivale para mí a decir lo que no son, pero no lo que son; excepto tal vez que usted quiera decir que se vuelven ahora invisibles, ahora visibles, y que la imaginación, como en todas las imposibilidades, encontrará una dificultad.
La autoridad de Platón, Aristóteles y Sócrates no vale mucho para mí. Me hubiera admirado que usted hubiera aducido a Epicuro, Demócrito, Lucrecio o a alguno de los atomistas y defensores de los átomos: no es de extrañar que aquellos que han inventado las cualidades ocultas, las especies intencionales, las formas sustanciales y otras mil tonterías, hayan excogitado los espectros y fantasmas y hayan creído las historias de las vejezuelas a fin de disminuir así la autoridad de Demócrito, cuya buena fama envidiaron tanto que llegaron a quemar todos los libros que él había editado con tanto encomio. Si usted está dispuesto a prestar fe a todas estas cosas, ¿cómo podría luego usted negar los milagros de la Virgen Divina y de todos los Santos, referidos por tantos celebérrimos filósofos, teólogos e historiadores, que por cada mil de éstos, no podría mostrarle un ejemplo en favor de los espectros? En resumen, distinguido Señor, porque me he extendido más de lo que quería; no deseo molestarlo más tiempo con estas cosas, que usted (lo sé) no me concederá, puesto que sigue principios muy diferentes de los míos, etc.
1 La guerra de Luis XIV contra Holanda.