La edad de este hombre no tiene ninguna importancia. Puede ser muy viejo o muy joven.
Lo esencial es que no sepa en dónde está y que tenga ganas de ir a cualquier parte.
Por eso, como en los westerns estadounidenses, él siempre toma el tren en marcha.
Sin saber de dónde viene (origen) ni a dónde va (fin). Y se baja en marcha, en un pequeño poblacho en torno a una estación ridícula.
Salón, cerveza, whisky. — ¿De dónde vienes, tío? — De lejos. — ¿A dónde vas? — ¡No lo sé! — A lo mejor hay trabajo para ti. — Ok.
Y nuestro amigo Nikos se pone a trabajar. Es griego de nacimiento, emigrado a los Estados Unidos, como tantos otros, pero sin un céntimo en el bolsillo.
El trabajo es duro y al cabo de un año se casa con la más bella chica del lugar. Se hace con una pequeña fuente de riqueza y compra unos animales para formar un rebaño.
Con su inteligencia, su sentido (Einsicht) de la elección de los jóvenes animales (caballos, vacas), termina por tener el mejor repertorio de animales de la región — al cabo de diez años de trabajo.
El mejor repertorio de animales = el mejor repertorio de categorías y conceptos.
Competencia con los otros propietarios — tranquilo. Todos lo reconocen como el mejor, y a sus categorías y conceptos (su rebaño) como los mejores.
Competencia con los otros propietarios — tranquilo. Todos lo reconocen como el mejor, y a sus categorías y conceptos (su rebaño) como los mejores.
Su reputación se extiende por todo el país.
De vez en cuando, toma el tren en marcha para ver, charlar, escuchar — como hace Gorbachov en las calles de Moscú. — ¡Se puede, por lo demás, tomar el tren sobre la marcha!
Más popular ya que cualquier otro, podría ser elegido para la Casa Blanca, habiendo empezado desde cero. No. Prefiere viajar, bajarse en el camino; es así como se comprende la verdadera filosofía, que es la que la gente tiene en la cabeza y que es siempre conflictiva.
Desde luego, puede también solucionar problemas, apaciguar conflictos, pero a condición absoluta de dominar sus pasiones.
Es entonces cuando lee a los indios, a los chinos (el Zen) y a Maquiavelo, Spinoza, Kant, Hegel, Kierkegaard, Cavaillès, Canguilhem, Vuillemin, Heidegger, Derrida, Deleuze, etc.
Se convierte así, sin quererlo, en un filósofo materialista casi profesional — no materialista dialéctico, ¡ese horror!, sino materialista aleatorio.
Alcanza entonces la sabiduría clásica, el “conocimiento” del tercer género de Spinoza, el superhombre de Nietzsche y la inteligencia del eterno retorno: saber que todo se repite y que no existe más que en la repetición diferencial.
Entonces puede discutir con los grandes idealistas. No solamente los entiende, sino que ¡les explica a ellos mismos las razones de sus tesis! Y los otros se sumen a veces en la amargura, pero y qué,
amicus Plato, magis amica Veritas!