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Ben Morea / El síndrome de Pancho Villa

Traducción de la introducción y los extractos de entrevistas con Ben Morea que se publicaron el 21 de marzo de 2025 en el sitio web de Ill Will.

Ill Will: A continuación se presentan tres extractos de un nuevo libro de entrevistas con el revolucionario estadounidense Ben Morea, titulado Full Circle: A Life in Rebellion (Detritus, 2025). Realizadas por el colectivo 1000 Voices y editadas por Ariel Uesseler, las entrevistas recorren la trayectoria singular de Morea a lo largo del siglo XX en Estados Unidos: desde sus primeros encuentros con el jazz y la heroína en los barrios marginados de Nueva York, pasando por las revueltas urbanas y las comunas vecinales del Lower East Side en los años sesenta —donde cofundó la pandilla anarquista callejera Up Against the Wall / Motherfucker—, hasta su vida a caballo en el suroeste rural, con episodios explosivos de expropiación armada y enfrentamientos con la policía, y finalmente su regreso a Nueva York, donde Morea vive actualmente. (Para nuestras entrevistas anteriores con Morea, ver aquí y aquí).
Las páginas que se reproducen a continuación retoman la narrativa a principios de los años setenta, cuando Morea y muchas otras personas han huido de la ciudad de Nueva York hacia las montañas de Nuevo México y Colorado. Mientras relata su estilo de vida agreste y los acontecimientos extraordinarios de esos años —que trágicamente cobraron la vida de varios amigos e incluso de su propio hermano—, Morea introduce uno de sus conceptos políticos más incisivos: el «síndrome de Pancho Villa». ¿Qué ocurre con los sujetos revolucionarios una vez que sus revoluciones colapsan o son derrotadas, dejándolos en el exilio? Después de haber arriesgado la vida para cambiar el mundo, para muchos la vida civil atomizada se vuelve impensable. ¿Y entonces? El síndrome de Pancho Villa es el término con el que Morea nombra el remolino mortal que suele emerger en estos momentos, cuando las ambiciones políticas se desvanecen en simple bandidaje y la lucha armada degenera en formas de criminalidad guerrillera. Compañeros que están «armados y listos para morir», pero privados de un horizonte transformador, corren el riesgo de volverse hacia dentro: «obsesionados con su propia mitología», incapaces de reintegrarse a la vida cotidiana, consumen sus días en rituales autodestructivos de orgullo y rabia, hasta que finalmente se extinguen. Estas espirales nihilistas no son exclusivas del caso estadounidense; se encuentran ejemplos en México, Ucrania, Brasil y, notablemente, en Italia. El síndrome de Pancho Villa constituye un peligro recurrente, presente dondequiera que la lucha insurgente alcanza el umbral del conflicto armado con el Estado. Según Morea, la única esperanza para evitar estos agujeros negros depende de ampliar el impulso revolucionario más allá de una perspectiva meramente política o materialista. Si quiere evitar caer en ciclos trágicos de sangre y sacrificio, la lucha revolucionaria debe estar animada por una idea de la felicidad que incorpore componentes espirituales, una visión de nuestro lugar en la naturaleza y el cosmos. Si bien Full Circle inicia esta tarea, corresponde a la generación actual de combatientes llevarla a cabo.

Tú y tu esposa se fueron a las montañas y comenzaron a vivir en plena naturaleza. Pero ¿cómo lo lograron? ¿Cómo se prepararon? ¿En qué estación llegaron por primera vez?

 

Probablemente era primavera. Esperamos el primer invierno. Estábamos explorando. Conseguimos caballos, monturas de carga, íbamos a hacer trueques. Cabalgábamos algo. Pero no nos desconectamos del todo de la civilización. Estábamos sobre todo cerca de las comunas.

 

¿O sea que era un lugar muy remoto, con montañas grandes, no?

 

¡Hasta de 3000 metros!

 

¿Y acampaban en una tienda?

 

Teníamos una tienda de campaña, y también construíamos refugios. Dependía de cuánto tiempo íbamos a quedarnos en cada campamento. Como teníamos los caballos, cabalgábamos y armábamos el campamento en distintos lugares.

 

¿Y sobrevivían cazando y recolectando? ¿Todo eso lo aprendieron por experiencia?

 

Bueno, o lo haces, o mueres. Al principio no era un buen cazador. Pero nuestras vidas dependían de ello. No era un pasatiempo. Tenía que hacerlo. Así que tenía que volverme bueno. Hasta que logré mejorar, sólo era seguir luchando. A veces pasaban días sin que pudiera atrapar nada.

 

Porque no era como que podías rendirte e irte a comer una pizza.

 

¡Y no había a dónde ir! O conseguías comida ahí afuera, o no comías.

 

¿Qué cazaban?

 

Venado y alce. También animales pequeños, como conejos, ardillas, gallinas silvestres, pavos salvajes. Por ejemplo, yo salía a cazar, y mi esposa veía alguna presa pequeña y le disparaba. Era muy buena tiradora.

 

Eso sí es estar en lo salvaje.

 

Fue una vida salvaje. Especialmente después del Lower East Side. Pero siempre pensaba: en realidad no es tan distinto. Hay un paralelo, no sé…

 

De algún modo lidias con ambos entornos de una forma parecida, ¿no?

 

Y lo enfrentas simplemente como un ser viviente.

 

También tenían caballos. ¿Cómo te adaptaste a eso viniendo de la ciudad?

 

Primero que nada, yo no nací en la ciudad. Nací en el campo. Y además, incluso viviendo en la ciudad, siempre estuve cerca de caballos. Trabajé con caballos. Trabajé en la pista de equitación de Central Park, trabajé en todos los establos. Una vez alguien del King Ranch me vio y quiso entrenarme como jinete de carreras.

 

¡Pudiste haber tenido una vida completamente distinta! ¿Crees que sí habrías podido ser jockey?

 

Tenía como 14 años, y mi mamá dijo que no, que no me iba a ir a Kentucky.

 

Es impresionante cómo esos distintos elementos de tu vida aparecen en diferentes momentos.

 

Eso fue lo que hizo posible que viviera como lo hice. No era sólo un chico de ciudad. Nací en el campo, a orillas del río Potomac. Teníamos familia de ambos lados, en Virginia y Maryland. Era todo un mundo. Había reservas; esa era tierra algonquina. Yo me quedaba ahí cuando era niño. Hasta que cumplí diez años, cuando mi madre se volvió a casar, iba y venía.
Y siempre me sentí agradecido de que, en mis primeros diez años de vida, tuve mucho contacto con la vida no urbana. No era sólo producto de la vida urbana. Eso realmente me marcó. Porque pude experimentar ambos mundos, pude entender ambos. No estaba atado a uno solo. Podía moverme entre entornos. La verdad, no creo que hubiera podido hacer lo que hice si sólo hubiera sido un chico de ciudad. ¿Te imaginas a un niño de ciudad yéndose a vivir a la naturaleza? A caballo, cazando y recolectando. Es casi impensable.

 

¿Y tu esposa? ¿Cómo lo llevó ella?

 

Bueno, lo logró, pero fue duro para ella. Estar sin comida, con frío, empapada, durante semanas. A veces me la encontraba llorando. La vida podía ser muy dura. Y por más difícil que fuera, ella lo asumía como: así es la vida. Tenía la fortaleza. Pero fue muy difícil para ella.

 

¿Y los demás que se fueron de la ciudad? ¿Cómo manejaron ese cambio?

 

Bueno, nadie se internó totalmente en la naturaleza como lo hicimos nosotros. Algunas personas lo intentaron, siguieron nuestro ejemplo y lo hicieron. Pero para la mayoría hubo una transición. Estaban las comunas, que eran mitad ciudad, mitad campo. Y la gente de la ciudad podía adaptarse ahí. Algunos se volvieron más campesinos. Así que sí hubo una transición, o una mezcla.

 

Había muchas comunas, ¿no? Porque no sólo venían de Nueva York, sino también de San Francisco y otras ciudades. Todos esos grupos se estaban yendo al campo a formar comunas, ¿cierto?

 

Ese fue el movimiento Back to the Land (Regreso a la tierra). Muchos se fueron a Nuevo México y Colorado, y también a California. Otros muchos se fueron a Vermont. Y la mayoría de las comunas eran del tipo new age, contracultura, lo que la gente llama hippie. Pero había algunas con las que teníamos más afinidad, en las que encajábamos mejor.

 

¿En la mayoría de las comunas new age no encajaban?

 

No. Teníamos un lado rudo, ya sabes, el Lower East Side era rudo. Así que siempre tuvimos ese filo. No éramos hippies. Y eso se notaba. Tal vez parecíamos un poco hippies, pero se sentía que había una diferencia. Y algunas personas se sentían incómodas con nosotros.

 

¿Sospechaban, como diciendo quiénes son estos tipos tan intensos que vienen de la ciudad?

 

No sospechaban, pero algunas personas sí se sentían incómodas, o no nos entendían. O no estaban de acuerdo con nuestra creencia en la autodefensa, que implicaba violencia. Y por eso no les caíamos bien.

 

Supongo que para alguien de una comuna new age en Nuevo México sería difícil imaginar cómo era la vida en el Lower East Side.

 

Exacto. Y no sólo éramos del Lower East Side, sino que estábamos del lado guerrero de ese lugar. Pero también había algunas comunas con gente un poco así.

 

¿Te refieres a gente militante? Más politizada que simplemente new age.

 

Sí, o una mezcla.

 

¿Y después de que saliste de Nueva York, seguías en contacto con algunas personas?

 

En su mayoría, estaba incomunicado. Mucha gente pensaba que estaba muerto, y yo fomentaba eso. Pero algunos familiares vinieron a quedarse un tiempo. En cierto momento, la mayoría se dispersó. Así que sí, fue una etapa de transición.

 

¿Estaban en Nuevo México? ¿O dónde exactamente?

 

Era una región montañosa que se extiende por el norte de Nuevo México y el sur de Colorado. No tiene nada que ver con los estados; la línea estatal es sólo eso, una línea. Es una sola región. Y ahí nos quedamos. Así que cruzábamos de un lado a otro. Por ejemplo, si estábamos en Nuevo México y el Servicio Forestal nos buscaba, cruzábamos a Colorado. Y viceversa, si Colorado se ponía difícil, volvíamos a Nuevo México. Yo mandaba postales a la oficina del Servicio Forestal diciendo: «Ya pueden dejar de buscarme, estoy en otro estado». Y lo sabían por el matasellos.

 

Qué conveniente, dos estados distintos.

 

Y seguía siendo zona fronteriza en ese entonces. Solía ser parte de México. Había personas que vivían en esa frontera y que en realidad no hablaban inglés. Era una zona remota, como un área oculta. Y la autoridad no tenía presencia. No había ley, todo el mundo estaba armado.

 

¿Era relativamente autónoma? Tiene sentido que se sintieran atraídos hacia allá.

 

Totalmente. No había policía. La ley la aplicaba la propia gente. Si te robabas una vaca, no llamaban a la policía: te disparaban. No había policía local, y la policía estatal nunca iba ahí. Toda esa zona se autogobernaba. Como las personas con las que nos unimos en Nuevo México durante su levantamiento. Ellos sentían que una ley artificial los estaba invadiendo, y se rebelaron.

¿Hubo una insurrección? ¿Y tú te uniste?

 

Correcto. Habían sido ocupados por la Guardia Nacional. Y nos escribieron diciendo que necesitaban más personas como nosotros. Ya sabes, gente armada. Así que fuimos. Éramos como diez los que fuimos.

 

¿Todos listos para pelear con armas? Eso es algo fuerte.

 

Y justo en ese momento ya estábamos pensando en reubicarnos. No sabíamos bien cómo, ni dónde, ni qué. Entonces llegó esa carta.

 

Pero es un paso muy grande en términos de confrontación. Enfrentar a la Guardia Nacional, en un lugar tan remoto… es bastante intenso.

 

Sí, la policía estatal tenía retenes alrededor de esa zona, así que no podías entrar ni salir si te conocían. Y a algunos de mis compañeros los detectaron en los retenes. Llevaban armas, y los arrestaron.

 

¿Y qué había pasado antes? ¿Puedes contarnos el contexto de la insurrección?

 

Mucho antes, en esa región fronteriza, el gobierno español le dio a las comunidades lo que llamaban una merced. Les daba derecho a usar la tierra en común, para pastorear sus animales. Cada quien tenía su parcela donde vivía y cultivaba, y luego había miles de hectáreas para pastoreo. Es un ideal. En todo el mundo, las tribus que pastorean hacen eso. No hay merced, simplemente es así la vida. Se basa en el uso, no en la propiedad.
Así que entraba en conflicto directo con el sistema legal estadounidense. Los estadounidenses ricos usaban la ley para apropiarse de la tierra, para decir: esto es mío, no puedes pastorear aquí. Y hacían que la oficina del sheriff hiciera valer eso. Con los años, fueron invadiendo más y más. El conflicto se intensificó, y hubo una rebelión. Asaltaron el palacio de justicia, hubo un tiroteo. Entonces la Guardia Nacional ocupó la zona. Y fue cuando nos escribieron.

 

¿Te sorprendió recibir esa clase de solicitud?

 

No. Era una petición lógica.

 

¿Pero ya se conocían antes? ¿O cómo supieron de ustedes?

 

Había una persona que sabía de nosotros. En realidad, me conocía a mí. Era una mujer que había estado en el SNCC, participó en el sur con los viajes por la libertad. Era una militante. Y era parte mexicana, así que se involucró en la lucha mexicano-estadounidense. Se unió a la insurrección y vivía ahí, entre ellos. Ella fue la que nos escribió. Los demás no nos conocían.

 

¿Fue difícil comunicarse? ¿O tenían traductores?

 

No, todos hablaban inglés. No eran parte de esa población más rural que no hablaba inglés. Tenían un pueblo, un pueblito en lo alto de las montañas. Los que no hablaban inglés eran los rancheros más rurales, que no tenían contacto con angloparlantes.

 

De verdad conocieron la tierra, a la gente y esas historias. Debe ser hermoso ese lugar.

 

Sí, es una zona bellísima.

 

¿Ya habías estado antes en esa parte del país?

 

No realmente. Fuimos una vez a participar en la gran carrera de autobuses. ¿Conoces el autobús de Ken Kesey, que se llamaba Further? Y luego el Hog Farm tenía uno que se llamaba Road Hog. Y nosotros teníamos uno también. Así que organizamos una carrera. Siempre discutía con Ken Kesey que nosotros ganamos, ¡pero en realidad no tengo idea! Estaba tan drogado que ni siquiera sabía qué estaba pasando, la verdad no podría decir quién ganó. Pero siempre le decía de broma: ¡eh, ganamos esa carrera!

 

Esas condiciones eran muy distintas a tu segunda vez en Nuevo México. Qué fuerte.

 

A veces, cuando me escucho hablar, casi no lo puedo creer. Cuando hablo de las cosas que hicimos, de lo distintas que eran, lo extremas en tantos niveles, desde la contracultura, hasta la militancia, pasando por el arte… casi parece fantasía.

 

A mí también me parece un sueño. Todavía me impresiona esa historia de la insurrección. Resulta que, cuando te fuiste de la ciudad, no fue una retirada de la lucha armada. ¡Fue una escalada!

 

Y ése fue también un momento de transición. Yo estaba listo para morir en la lucha. Pero al mismo tiempo, tenía la sensación de que faltaba algo. Que se necesitaba algo más allá del arte y la política. Estaba buscando algo distinto a lo que estaba disponible en la ciudad. Nunca pude formular bien qué era. Ni siquiera cuál era la pregunta. Sólo sentía que algo faltaba. Así que cuando sentí que era hora de dejar Nueva York —o cuando más bien tuve que dejarla—, no sólo fue un impulso de salir, también pensé: ésta es mi oportunidad de ver qué es eso otro. No tenía una idea clara de qué era. Pero sabía que era necesario.

[…] Viviste en el bosque durante cinco años. ¿Cómo era? ¿Cuál era la rutina diaria? Por ejemplo, en la mañana despertabas, ¿y luego qué desayunabas?

 

Nuestra dieta principal era carne seca. Mi esposa la preparaba de distintas formas: desayuno, comida y cena. Pero ése era el ingrediente principal. A veces también teníamos algo de grano, había un grano silvestre que se podía cosechar. De vez en cuando intercambiábamos cosas con tiendas rurales en las montañas, y conseguíamos avena o algo así, y la mezclábamos con carne. También cazábamos animales pequeños, como ardillas o conejos. Así que variaba, según lo que tuviéramos. Mi esposa encontraba ciertos vegetales y eso era la cena, hacía sopas o platillos. Para la comida básicamente era carne molida en una tortilla, ella hacía las tortillas. Ella cocinaba todo. Era muy buena cocinera.

 

¿Tú mismo despellejabas a los animales?

 

Mi esposa hacía todo eso. Yo cazaba y ella los despellejaba, los cortaba en tiras y los secaba.

 

¿Ella hacía todo el trabajo de carnicería? Eso es fuerte.

 

Es que yo salía a cazar todo el día, y ella se quedaba en el campamento. Así que ella hacía el trabajo de carnicería y cocinaba, recogía leña, salía a recolectar. Teníamos un equilibrio. Yo estaba fuera unas diez horas cazando, y ella usaba ese tiempo en el campamento.

 

¿Cazabas a caballo o a pie?

 

Principalmente a pie. A veces usábamos el caballo para llegar a cierta distancia. Pero el caballo espanta a los animales.

 

¿Y qué recolectaban? Me imagino que comían muchos hongos.

 

Totalmente, los hongos eran una parte principal de nuestra dieta. Por ejemplo un puffball, que es del tamaño de un balón de basquetbol: si lo cortas rinde para cuatro o cinco comidas. Hay muchísimos vegetales silvestres. Sólo hay que saber cuáles son.
Una vez, mi esposa encontró unos hongos. Los cocinó y los desayunamos. Pero algo no se sentía bien. Le dije: sabes, ese hongo estaba muy grasoso. Pero ella no le había puesto nada de grasa, sólo lo cocinó en un sartén. Me dijo: ¿por qué no lo buscas? Llevábamos unos folletos sobre especies de plantas. Me dijo: «Busca a ver si puedes encontrar ese hongo». Lo busqué, y lo encontré. Me dijo: «A ver, léelo». Lo hice: «Este hongo es extremadamente venenoso». Vi a mi esposa y ella esperaba, como: «¿Qué más dice?». Y leí: «Las toxinas de este hongo pueden hacerte reír de forma incontrolable». Y justo al leer eso, empecé a reír. No podía parar. Luego mi esposa se soltó riendo también. Y le dije: «Oh, mierda, estamos en problemas». Nos desmayamos. Estuvimos inconscientes al menos un día, quizá dos. Nos apagamos.

 

Y cuando despertaron, eso debió ser muy fuerte, darse cuenta de que casi mueren.

 

Sí, si fuera una persona normal. Pero yo sólo me levanté y dije: «¡Mejor me voy a cazar! ¡Necesitamos algo para comer!».

 

De verdad cuesta imaginar esa vida. Para alguien que nunca ha pasado más de uno o dos días al aire libre… y ustedes hicieron todo eso.

 

Veinticuatro horas al día. ¡Durante cinco años!

 

¡El mundo cambia! Uno se convierte en otra persona.

 

Y yo cambié. Salí, después de esos cinco años, ya no siendo la misma persona. Ya no era un tipo del Lower East Side. Cambié.

 

Entonces esos años fueron muy importantes para ti, para tu transformación.

 

Cruciales. Quien soy, no existiría sin esa experiencia. Me metí al bosque sin nada. Sin dinero, sin tarjetas, sin identidad. Lo dejé todo. Quería ver qué era realmente necesario. ¿Qué necesitamos para vivir? Y eso fue lo que eventualmente me llevó hacia el animismo.

 

También poco a poco te fuiste acercando a la comunidad indígena, ¿no?

 

Correcto. Y me involucré con ese mundo animista y ceremonial.

 

Imagino que la experiencia de estar en la naturaleza fue importante para poder conocer a esa gente.

 

Estoy seguro de que influyó. No fue lo único, pero sí fue importante, sin duda. Por ejemplo, cuando salimos del bosque, el primer lugar al que llegamos fue una reserva. Íbamos a caballo, y nos dijeron: «Pueden acampar en nuestra tierra, junto a nuestra casa». Así que pusimos nuestra tienda ahí. Fue como si sintieran de inmediato una afinidad con nosotros. Estoy seguro de que la forma en que vivíamos ayudó.

 

¿Y qué pasó con los otros que fueron contigo al oeste, desde la ciudad? Has hablado de la idea de construir mundos alternativos, pero eso es un poco distinto a tu visión de descubrir qué es lo verdaderamente necesario.

 

Eso tiene que ver con lo que yo llamo el síndrome de Pancho Villa. Yo quería saber qué se necesita para vivir. Y cómo vivir en el mundo, por decirlo así. Algunos de los otros sentían que la revolución había fracasado, y ya no les importaba cambiar el mundo. Así que se volvieron bandidos. Eso pasa en todo el mundo cuando una revolución no triunfa. Muchos revolucionarios se vuelven bandidos. Porque ya tienen los ingredientes: están armados y dispuestos a morir.

 

Además, creen en el contrapoder. Están en contra del orden dominante.

 

Así es. Se mantenían en contra del sistema y de la centralización. Pero se volvieron egocéntricos. Ya no estaban luchando por una revolución. Ahora era por su propio beneficio y por sobrevivir.

 

¿Te refieres a que se volvieron bandidos literalmente? ¿Como a robo armado y eso?

 

Sí, se obsesionaron con eso… Te doy un ejemplo. Había un tren que todavía pasaba por las montañas, como un tren angosto. Lo usaban turistas. Bueno, llegaron al punto de que querían detener el tren y asaltarlo. Ya sabes, como en las películas, donde los bandidos salen a caballo y detienen el tren. Tenían esa fantasía de que iban a hacer eso.

 

¿En serio? ¡Como en las películas del Viejo Oeste!

 

Sí. ¡Iban a hacerlo! Se reunieron en las montañas y planeaban bajar a caballo y robar el tren. Pero nos enteramos, fuimos a buscarlos, los encontramos de noche cuando estaban dormidos. Les pusimos armas en la cabeza y les dijimos: «Si lo hacen, vamos a volver y los vamos a matar».

 

¿Querían detenerlos?

 

Porque eso destruiría nuestra forma de vida. Nadie podría seguir viviendo en las montañas después de eso. Llegarían las fuerzas federales y encontrarían a todos los que vivíamos a caballo.

 

Y aun así ellos querían representar esa imagen del Viejo Oeste.

 

Sí, eran unos románticos. La imagen es emocionante: ¡wow! De pronto aparecen estos tipos a caballo y asaltan el tren. Y no puedes culparlos por pensarlo, es una idea emocionante. Pero la realidad era: «Espera un momento. Nosotros no estamos en eso».
Ellos sólo estaban metidos en la imagen, en engrandecerse. Se obsesionaron con su propia mitología. No pensaban en lo que le pasaría al resto de nosotros en las montañas.

 

¿Intentaban hacer guerra de guerrillas?

 

No, lo suyo era crimen de guerrillas. Para ellos la revolución ya había terminado. Actuaban como criminales. Y sí, es emocionante. Es algo que no puedes explicarle a nadie… Estar armado, listo para morir y hacer lo que quieras. Es como una droga.

Y ustedes también vivieron experiencias poderosas, ¿no? O sea, sí tuvieron ese poder, en el Lower East Side.

 

Sí, pero era con un propósito.

 

La revolución.

 

Y ayudar a quienes necesitaban ayuda. Pero ellos lo hacían para ayudarse a sí mismos.

 

Entonces, ¿la familia que fue contigo desde Nueva York se volvió como una banda de bandidos en el oeste?

 

O se formaban distintos grupos, con nuevos reclutas.

 

Cuando dices «nuevos reclutas», ¿no eran necesariamente personas con convicciones políticas, me imagino?

 

No. Eran mercenarios. Ya eran bandidos. Y se juntaban para formar bandas.

 

¿Puedo preguntarte algo? En la ciudad también llevaban armas, ¿no? ¿Eso era más que nada por protección, como contra la policía?

 

Contra la policía, o lo que fuera.

 

Porque también nos contaste que hacías seguridad para los Panteras Negras. Eran como guardias armados, ayudando a otros radicales con sus armas, ¿no?

 

En esa ocasión. Pero en general era por defensa personal. También había depredadores. La ciudad era dura. El Lower East Side era un gueto extremo. Y había gente que se aprovechaba de los jóvenes fugitivos, que buscaban explotarlos, robarles o atacarlos. O sea, era difícil.

 

Me pregunto si tu idea de autodefensa forma parte de tu idea de libertad. O como hoy en día, que muchas personas usan la palabra «autonomía». En tu época, en la década de 1960, quizá la autodefensa era muy importante para la autonomía.

 

Bueno, si no puedes defenderte, entonces eres una víctima. Si el pueblo no puede protegerse a sí mismo, ¿cómo va a ser libre? ¿Sabes cuántos jóvenes fueron agredidos sexualmente en estas calles? Nosotros salíamos a patrullar para protegerlos. Teníamos rondas nocturnas para vigilarlos, y los mandábamos a nuestros refugios.

 

Entonces eso es lo importante, cuando hablas de autodefensa, no se trata sólo de ustedes.

 

No, autodefensa significa defender al pueblo0. Es decir, necesitamos hacerlo por nuestra cuenta. Proteger a los nuestros. No necesitamos a la policía.

 

Era realmente una relación simbiótica con esos jóvenes.

 

No tienes idea de lo salvaje que era. No había nada parecido. Una vez, unas personas con malas intenciones secuestraron a unos jóvenes y los tenían en un departamento. Alguien vino corriendo a decirnos: «Tienen a estos chicos en ese cuarto». Fuimos, rompimos la puerta, íbamos armados, y liberamos a los chicos.

 

¿No daba miedo? ¿Enfrentarse a gente así?

 

Escucha, no da más miedo enfrentarse a un depredador que enfrentarse al gobierno de Estados Unidos. Ambos pueden matarte. No hacíamos distinción. Si eran enemigos de lo que intentábamos hacer, daba igual si eran autoridades o criminales.
Incluso entre nosotros, como cuando esos tipos iban a asaltar el tren. Fuimos y los amenazamos, les dijimos que si lo hacían, los íbamos a matar. Que íbamos a declararles la guerra. Entonces nosotros actuábamos como nuestra propia defensa. Así es. No éramos policías, pero para nosotros eso iba a traer tanta presión a las montañas que interferiría con nuestra forma de vida. Sería el fin de la cultura que estábamos tratando de construir.

 

Y tuvieron que usar la fuerza. No podían simplemente decir «oye, no hagas esto». Tuvieron que amenazarlos.

 

Exactamente. No podías sólo decir: «Estamos en contra». No tuvimos una reunión y votamos. Eso es lo que la gente no entiende. No es que tuviéramos el derecho; nos hicimos del derecho. Les pusimos armas en la cabeza y dijimos: «La próxima vez, los matamos».

 

Wow, sí que era el Viejo Oeste. No puedo creer este mundo de bandidos.

 

Casi nadie sabe cómo era ese mundo.

 

Es un mundo que nunca había imaginado. Entonces eran ustedes, los de la ciudad, y luego gente de la región, que se juntaban y empezaban a vivir esta vida tipo bandidos.

 

Y también venía gente de otros lugares, como de la Costa Oeste, que se sentía atraída por las montañas. Escuchaban: «¡Wow, estos tipos están viviendo a caballo!». Y eso se fue corriendo. En cierto momento llegamos a ser un par de cientos.

 

¿En serio? ¿Las autoridades no los detenían?

 

Sólo si podían encontrarte. Por eso tratábamos de impedir que la gente hiciera cosas escandalosas que atrajeran atención a las montañas. Pero bueno, esto fue hace cincuenta años, era otro mundo. No había GPS, no podían escanear el terreno. Así que no sólo no podían encontrarte, ¡ni siquiera sabían que estabas ahí! Hoy en día eso es imposible.

 

¿Todos vivían en la naturaleza, cazando y acampando?

 

Sí, o algunos tenían cabañas, casas tipo rancho, o se quedaban en casas abandonadas. La mayoría eran nómadas. Era como un grupo general de renegados viviendo en las montañas. No todos estábamos juntos. Había distintas bandas. Pero de vez en cuando nos reuníamos.
Como una vez, que algunos se enfrentaron a tiros con la policía estatal. Un tipo recibió un balazo, quedó herido y no pudo escapar. Cayó y los policías lo encontraron. Lo llevaron a un hospital carcelario. Y escapó. Eventualmente regresó a las montañas. Pero poco después se metió en otro conflicto y lo mataron. Eso pasaba a veces, la gente se peleaba entre ellos. Así que a menudo moría gente.
De todos modos, ese tipo había dejado claro que quería ser incinerado. La noticia corrió entre la gente de las montañas. Elegimos un lugar, apilamos leña para hacer una pira, pusimos su cuerpo encima y la encendimos. Bueno, parece que el Servicio Forestal vio el fuego. De pronto llegó una camioneta, y un tipo se bajó gritando: «¡Apaguen eso! ¡Apaguen ese fuego!». Yo lo miré y le dije: «Apágalo tú». Luego el tipo miró alrededor y vio que éramos como doscientos. Todos lo miraban. Y estábamos armados, éramos como salvajes, gente de montaña. Se notaba que no era una multitud cualquiera. El tipo pensó: «Uh, oh». Se subió de nuevo a la camioneta y se fueron.

 

Eso es increíble. Y totalmente imposible hoy.

 

Totalmente. No había celulares entonces, y estábamos muy dentro de las montañas. Para conseguir refuerzos tenían que bajar ellos mismos. Y para cuando regresaban, ya no había nadie.

 

La tecnología era diferente, y también la geografía lo permitía. Las montañas lo hacían posible, de alguna forma.

 

Y en toda esa región, la autoridad simplemente no existía. Era tan remoto. Me encontré con gente que ni siquiera hablaba bien inglés, como la población mexicana, o mestiza entre mexicana e indígena. Había apaches por ahí, muchos no se fueron cuando el gobierno intentó moverlos. Se escondieron. Algunos estaban casados con mexicanos y se negaron a irse. Así que ya había gente viviendo ahí como un pueblo de montaña. Llevaban vidas normales. Y este nuevo grupo simplemente se integró. Se perdían, por así decirlo.

 

Se mezclaban.

 

Sí, se mezclaban. Y también se ayudaban entre ellos, en cierto sentido.

 

¿Y algunos de los que ya vivían ahí se involucraron en todo eso?

 

Algunos sí. Pero la mayoría no.

Hoy la situación debe ser muy distinta. Para cualquiera de esos grupos de personas, debe ser mucho más difícil sostener ese tipo de autonomía.

 

Oh, ahora es imposible. ¡Estamos hablando de hace cincuenta años! Hoy la mayoría quiere ser estadounidense.
¿Has oído hablar de Billy the Kid? Su bisnieto vivía por allá, y apenas hablaba inglés. Era mayormente mexicano. Su apellido era Bonney, que era un nombre escocés que usó Billy the Kid. Yo lo conocí, solía ir a visitarlo. Vivía en San Gerónimo, Nuevo México. Iba a caballo hasta allá y me detenía a verlo.

 

¿En serio? ¡Eso sí que suena increíble!

 

¿Ves? A eso me refiero: estamos hablando de un mundo que está muriendo. Algo más lo reemplaza, no digo que se haya acabado todo. Pero eso de lo que hablamos ya no va a volver a pasar.

 

Entonces, para construir autonomía tenemos que descubrir algo en el presente.

 

Ese es el trabajo de quienes están en el presente. Yo ya pasé por eso. Bueno, no del todo. Todavía tengo un pie ahí, pero…

 

¡Yo creo que tienes más que un pie! Pero es interesante este fenómeno de los bandidos. Hay una paradoja. Tienen poder, tienen libertad, pero luego se autodestruyen. Implosionan, el grupo no logra sostenerse.

 

Ése es el síndrome de Pancho Villa. Muchos revolucionarios se convierten en bandidos. Pancho Villa es el caso clásico, por eso le llamo así. Pero pasó en todo el mundo. Como Majnó, en Ucrania, también se volvieron bandidos. Pasó en España, en Brasil; en Brasil fue muy fuerte. Pasó en todos lados.

 

¿Y tú? ¿No fuiste tentado por el camino de Pancho Villa?

 

Lo evité porque busqué una necesidad más profunda. La necesidad espiritual. Y eventualmente eso me llevó al animismo, y me ayudó a ver cómo mis esfuerzos aún podían servir para cambiar el mundo para bien. Encontré una forma de continuar la lucha en otro plano. Muchos de los otros se olvidaron de todo eso. Ya sabes, la revolución no ocurrió, entonces mejor…

 

Cuando sintieron que la revolución fracasó, ¿se deprimieron? ¿Se volvieron nihilistas?

 

No exactamente. Pero llegaron a un punto en el que se dieron cuenta de que lo que venían haciendo ya no era viable. Es difícil explicarlo. Hay que vivirlo. Pero si eres un revolucionario, estás armado, estás listo para morir… ¿qué haces cuando no hay revolución? ¿Te vuelves dentista? ¿Qué haces? Entonces te quedas armado, te quedas listo para morir. Pero tienes que sobrevivir.
Muchos no sobrevivieron. Varios murieron. Los mató la policía estatal, o se mataron entre ellos discutiendo. Al menos diez murieron en esa lucha. Más que en las luchas callejeras.

 

Debe haber sido duro para ti ser de los que salieron con vida. Debiste haber estado muy preocupado.

 

Sí… fue duro. Mataron a mi hermano menor. Se volvió bandido, y lo mataron otros bandidos. Le dispararon.

 

¿Ninguno de los otros se fue contigo?

 

Lo pensé mucho en ese entonces. Sobre todo por mi hermano. Veía que iba directo a la destrucción. Hablé con él, le conté del otro camino que yo estaba tomando. Traté de ver si podía llevarlo conmigo. Pero no logré hacérselo ver, al menos no a tiempo.

 

Me pregunto qué fue lo que hizo la diferencia entre tú y los otros. Tal vez si hubieran compartido tu sentido de búsqueda…

 

Preferiría no decirlo. No se puede saber. Pero nadie de ese mundo entró al mundo al que yo estaba entrando.

Ben, por mucho que nos inspiren estas conversaciones, la verdad es que cuesta mucho pensar en qué podemos hacer hoy, con el estado actual del mundo. Cada semana hay alguna nueva noticia horrible, y cada vez parece más que nada es posible. Y cuanto más leemos, más paralizados estamos, atrapados en un ciclo vicioso de sobreinformación. Entonces ya no hay nada que hacer, ¿sabes?

 

Sí, te sientes abrumado. Pero no puedes permitirlo. Sólo tienes que hacer lo que puedas hacer, y sentir dónde encajas. Qué es posible.
Como en la década de 1960, estábamos muy metidos en la lucha contra la guerra de Vietnam. Pensar en Estados Unidos, la nación más poderosa del momento, y creer que podíamos afectar de alguna manera lo que hacían… eso pudo habernos abrumado. Pudimos haber dicho: «Bueno, ¿qué se puede hacer?». Pero dijimos simplemente: «No, vamos a cambiar esto. Y punto». Y luchamos contra ellos como si fueran vulnerables. No sentíamos miedo. Sentíamos que lo íbamos a lograr, o íbamos a morir. Pero lo íbamos a intentar. Y ese tipo de riesgo… es casi suicida.

 

¿Luchaban contra el Estado como si fuera vulnerable, como si se pudiera atacar?

 

Sí. No porque creyéramos que íbamos a salir victoriosos. Sino porque sentíamos que teníamos que hacer algo. Tuviéramos éxito o no.
Estábamos listos para confrontar al poder. Pero al mismo tiempo, empecé a sentir que la lucha política, por sí sola, no era suficiente. Habíamos creído que sí lo era, pero yo ya podía ver que no. La lucha era aún más grande de lo que imaginábamos.
Y ése es el reto hoy. Llegamos a un punto donde la gente está realmente lista, si hay una comprensión más profunda, yo creo que hay una posibilidad de reunirnos. Pero la política por sí sola no basta. Tiene que haber otra dimensión. Y ahí es donde, para mí, el elemento espiritual es crucial. No sé si en el siglo XIX, o en la década de 1920, o incluso en la de 1960, era así. Pero ahora, puedo decirlo: si no hay una conciencia espiritual en la lucha, no va a ocurrir.

 

Nos contaste cómo llegaste al animismo cuando fuiste al oeste. Pero, ¿cuando aún estabas en Nueva York, ya tenías una idea de espiritualidad?

 

Bueno, sí la tenía en mente. Pensaba todo el tiempo en la historia de los guerreros espirituales, como el Bhagavad Gita, o los samuráis. Sentía que había algo… pero no lo entendía. Y empecé a usar diseños indígenas porque sentía que los pueblos originarios comprendían esa otra dimensión. No tenía claridad sobre su espiritualidad, ni sabía cómo definirla. No sabía cómo hablar de eso. Pero lo pensaba todo el tiempo.
Y cuando tuve que salir de Nueva York, me dije: «Ahora es mi oportunidad». Quería descubrir qué era eso en lo que había estado pensando pero que no podía entender.

 

Hay algo ya particular en tu pensamiento, que conectabas la militancia con ese tipo de tradición guerrera. Intuías una importancia cultural en la figura del guerrero. Algo más allá de un soldado disparando un arma.

 

¡Oh, muchísimo más allá!

 

Querías ser más como un guerrero, y no simplemente una máquina de matar.

 

Yo no quería ser un soldado. Hay una gran diferencia. Y entendí que los pueblos indígenas eran guerreros. No eran soldados. La tecnología que tenían los soldados era tan poderosa, que al final venció a la resistencia indígena. Pero el guerrero tenía una energía tremenda. Y empiezas a comprender que no fue que no tuvieran fuerza, sino que no podían igualar el poder de fuego. Por eso no fueron victoriosos.
¿Has oído hablar de los Dog Soldiers? Era una sociedad guerrera. Eran cheyenes, pero formaron una sociedad aparte. Llevaban estacas con ellos, y cuando eran superados, se clavaban al suelo con esas estacas. Y no se movían de ese lugar.

 

Es como decías: hay una conexión entre el poder para luchar y la disposición a perder la vida.

 

Y ésa era su forma de vida. Estaban tan comprometidos con esa forma de vida, que sacrificaban su vida individual por la tribu. Y eso era una fuente de poder tremendo.

 

Para ti, ¿el guerrero era esencialmente lo mismo que el revolucionario?

 

No. Pueden coexistir. Pero no es lo mismo.

 

Pero en algún sentido se parecen. Ambos están dispuestos a luchar y morir por algo más grande que ellos mismos.

 

Sí, en algunos aspectos pueden ser muy similares. Pero en otros pueden ser totalmente distintos. Por ejemplo, algunos revolucionarios son soldados. Pero un soldado, cuando recibe una orden, está obligado a cumplirla. En cambio, en las culturas indígenas no se dan órdenes. Y si hay conflicto, digamos un desacuerdo dentro de una banda o tribu, en lugar de pelear entre sí, un grupo puede simplemente irse. Por ejemplo, hubo una tribu en Wyoming llamada Shoshone. En cierto momento, un grupo se fue al sur. Se mudaron a las llanuras del sur, y se convirtieron en los comanches. ¡En realidad eran la misma tribu! Pero no se hacían la guerra entre ellos. Eso es importante entenderlo.

Sí, es un paradigma totalmente distinto. Pero es fascinante que ya tuvieras esa idea del guerrero espiritual cuando aún vivías en la ciudad. O sea, estabas enfrentándote con la policía, y al mismo tiempo pensando todo el tiempo en el Bhagavad Gita, ¿no?

 

Todo el tiempo. Pero nunca hablaba de eso. Me lo guardaba. No sabía cómo hablar de eso porque, en mi mente, si mencionas la palabra espiritualidad, espantas a la gente. Porque piensan en religión. Y la religión es tan horrible, destruyó la espiritualidad.

 

Y eventualmente la palabra espiritualidad fue cooptada por los movimientos comerciales. Es un mercado de miles de millones ahora, especialmente la espiritualidad «oriental». Pero mucho de eso empezó en la década de 1960.

 

Y en Occidente está la idea de que la espiritualidad significa que no te defiendes. Es absurdo. La espiritualidad siempre tuvo un lado defensivo. Y eso fue lo que me atrajo, como que vi que, en mis ojos, las culturas indígenas tenían un elemento guerrero y un elemento espiritual. Tenían ambos. Eran personas que iban a la guerra para defenderse, y aún así no temían rezar. Y yo quería entender cómo era posible eso. Nosotros teníamos la parte guerrera, pero nos faltaba la parte espiritual. Como que trabajábamos con el arte y la política, pensábamos que ambos eran necesarios. Pero yo siempre sentí que faltaba otra forma de comprensión.
Tenía esa sensación persistente de que la lucha política, por sí sola, no bastaba. De verdad la tenía. Puedes verlo si miras los carteles que hacía, hay una conciencia de otra entidad —no la comprendía del todo— pero ya la estaba tanteando. Antes de que se manifestara del todo. Tenía esa premonición.

 

Sí, eso es una premonición. Tu trabajo visual era una premonición.

 

De alguna manera tenía esa premonición de que iba a hacer falta algo más, porque lo que teníamos no alcanzaba. Así que estaba trazando un camino, por así decirlo. No lo pensaba así en ese momento. Pero puedes ver que estaba trazando un camino, que la lucha tenía que expandirse a otra dimensión, en otra dirección. Quiero mostrarte algo…
¿Has visto este libro? Tiene muchos de los carteles que hice. Mira todos estos elementos indígenas, como el del árbol de la vida… O este que dice «conócete a ti mismo, conoce a tu pueblo». ¡Un marxista nunca haría esto! Esto fue antes de salir de la ciudad. Pero ya puedes ver que no era una lucha política tradicional.

 

Todo esto fue antes de irte al oeste.

 

Correcto. No es que me fui y de pronto todo cambió… Esto fue parte de lo que me empujó. Así que cuando se volvió inevitable que tenía que irme, pude ver por qué, y hacia dónde. Ya estaba sintiendo ese camino indígena, animista, espiritual.

 

Sabes, de no ser por este tipo de comprensión, simplemente estamos controlados por la sociedad consumista. Comprar una casa, comprar un buen coche, tener dos hijos y mandarlos a la universidad: ésa es la única felicidad que la gente puede concebir en esta sociedad.

 

Quieren que pienses que la felicidad tiene que ver con posesiones materiales, en lugar de con la vida.

 

Y sin otro tipo de felicidad existencial, es como si ya estuviéramos perdidos. Incluso si llegara el socialismo, ¿sabes? Como si más gente tuviera coches, eso es el socialismo.

 

El problema es el materialismo. Usa la metáfora de una moneda. Existe una moneda materialista: de un lado está el capitalismo, del otro, el socialismo. Es la misma moneda. Todo está basado en este mundo material, en lugar de una interacción con fenómenos reales, naturales. Todo gira en torno a lo fabricado por el hombre. Como Marx, que estaba obsesionado con la idea de los medios de producción. ¿A quién le importan los medios de producción? Lo esencial son los medios para vivir. ¿Cómo vives?

 

Algo que quería preguntarte: cuando te fuiste al bosque, cuando vivías en la naturaleza, con recursos limitados…

 

No tenía nada que no fuera necesario. Renuncié a todo. Renuncié a la comodidad. ¿Sabes? Estuve mojado durante semanas seguidas.

 

¿Y con frío, no?

 

¡Y con frío! Y con hambre. Y con preocupación.

 

Pero fue una decisión tuya, ¿no? Detrás de esa decisión había otra visión de lo que era importante para tu vida.

 

Ésa fue la razón para hacerlo. Solía decir: «Quiero regresar al punto cero». Vivir con lo mínimo posible y ver qué es realmente necesario.

 

Imagino que encontraste un mundo muy rico. En lugar del objeto mercancía, te enfrentaste al mundo vivo, a la naturaleza, al universo. Así que no fue sólo una reducción: fue un descubrimiento nuevo de la existencia. Debiste haber alcanzado una felicidad increíble en medio de todas esas dificultades. ¿No fue así?

 

Sí. Fue el momento más feliz de mi vida, y quizá el más feliz que jamás tenga. Llegar a ese punto donde tú y el universo están conectados. Estás completamente desprotegido. Vulnerable. Simplemente eres, estás ahí.

 

Tal vez es la misma vulnerabilidad. Ya sea frente al Estado o frente a las fuerzas del universo…

 

¡Sí!

 

Y viviste eso, sólo tú y tu esposa, en medio del bosque.

 

Exacto. Si haces un movimiento en falso, te mueres. ¡Nadie sabe que estás ahí!

 

Sí, a nadie le importa.

 

¡No! Pero ésa es la verdad de la realidad. A la naturaleza no le importa. El cosmos puede mandar un desastre que mate a millones de personas. ¿Tú crees que al cosmos le quita el sueño pensar: «Hoy maté a un millón de personas»?

 

En cierto sentido, tu concepto de lucha se expandió al irte al bosque. Se volvió más amplio que el contexto político inmediato.

 

Sí. Y cambió la lucha diaria. Le dio a la lucha diaria un objetivo más grande. Sobrevivir, encontrar otra forma, construir una nueva vida.

 

Una pregunta que quería hacer desde el principio: entre tus compañeros que se fueron de Nueva York hacia el oeste, ¿hubo alguien más que tuviera esta conciencia del guerrero?

 

No exactamente.

 

¿Entonces crees que el síndrome de Pancho Villa viene de una falta de esa conciencia? Como si se mantuviera el ímpetu revolucionario, pero sin una perspectiva espiritual más profunda.

 

Sí. Y muchas de esas personas, incluyéndome, habíamos sido criminalizados desde jóvenes. Así que después de que terminó la lucha militante, fue más fácil recaer en eso.

 

¿Volver a los grupos criminales, como pandillas?

 

Sí.

 

Aunque en esta sociedad pueden ser revolucionarios, ¿no?

 

Claro. Y cuando la revolución fracasa, regresan. Eso le pasó a Pancho Villa. Era un bandido antes de la revolución, y cuando terminó, volvió a serlo.
¿Has oído hablar de Sri Aurobindo? Fue un revolucionario en la India. Un revolucionario armado que luchaba contra los colonizadores británicos. Y eventualmente fue encarcelado, y se volvió espiritual. Salió y se volvió como un gurú, fundó un ashram. Se volvió una persona espiritual. Y eso es interesante, porque en cierto momento vio que el revolucionario violento ya no tenía sentido. Pero no se volvió bandido. Se fue hacia el entendimiento espiritual. Siempre pensé en él porque, en cierto sentido, eso es más paralelo a lo que me pasó a mí.

 

Lo viviste en carne propia.

 

Exacto. Vi que el camino de Pancho Villa era un callejón sin salida. Y pude ver que este otro camino quizá llevaría a algún lugar, un lugar desde donde aún podrías ayudar a la gente. Así que me fui por ahí. Mi propio hermano se fue por el camino de Pancho Villa. Y lo mataron a balazos.

 

¿Crees que eso te alejó de ese camino?

 

No, yo ya iba en otra dirección. Y traté de llevarlo conmigo. ¿Te conté esa historia? Él ya estaba muy metido en ese camino de Pancho Villa. Y yo ya iba en otra dirección. Siempre tuve la fantasía de que tal vez podía jalarlo conmigo. Alejarlo de eso… No sabía si era posible, tenía mis dudas. Pero pensé que valía la pena intentarlo.
Había un café en Nuevo México que, cada vez que pasaba, me detenía para ver si él estaba ahí. Solíamos ir juntos, era nuestro punto de encuentro. Así que ahí nos buscábamos. Una vez, mi esposa y yo pasamos por ahí a buscarlo, y sí estaba. Nos sentamos, tomamos café y platicamos. Le hablé de este camino que estaba siguiendo. Le dije que realmente quería compartirlo con él. Quería llevarlo conmigo, para que viera de qué se trataba. Que decidiera por sí mismo.
Al principio dijo que no. Dijo: «¿Cómo vamos a renunciar a quienes fuimos? ¡Éramos alguien!». Usó esas palabras: éramos alguien. Le dije que sí, que teníamos que dejar atrás quienes fuimos. Pero ya fue. Ya no puedes ser esa persona. Y este camino por el que vas no… Discutimos. Él era más joven que yo. Me dijo: «Sabes, hermano, eres mayor que yo. Y discuto contigo, pero sabes que siempre trato de escucharte». Dijo: «Voy a ir contigo. Voy a ver qué pienso. Yo decidiré».
Le dije: «Eso es todo lo que quiero. Que tú veas por ti mismo». Me dijo: «Está bien».
Eso fue un martes, tal vez. Y ese fin de semana yo iba a ir a una ceremonia. Le dije: «Este sábado voy a una ceremonia». Me dijo: «Está bien, voy contigo. Voy a averiguar». Nos dimos la mano, nos dijimos dónde y cómo nos veríamos, nos abrazamos. Y me fui.
Ese jueves, lo mataron. Le dispararon. Él iba a ir conmigo el sábado. Pero lo mataron el jueves. Así que nunca supe si se habría unido a mí en ese camino; todavía no lo sé.

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