Texto publicado originalmente en el sitio web alemán nd, el 19 de febrero de 2021.
Critical Whiteness, reflexión sobre las formas de hablar, conceptos-awareness que regulan minuciosamente el comportamiento tanto en fiestas como en acciones políticas, acusaciones constantes de antisemitismo: quien observe los discursos de izquierda y el habitus de muchas personas involucradas en el activismo notará rápidamente que el comportamiento y el habla «correctos», es decir, la moral, juegan un papel central. Esto responde a una forma de subjetivación que reproduce —girándolos a la izquierda— los mecanismos del capitalismo neoliberal, en lugar de cuestionarlos de forma radical.
El capitalismo neoliberal se sostiene sobre tres pilares fundamentales. El primero es el libre mercado que, según su principal apologista, F. A. Hayek, puede «convertir al enemigo en amigo» y garantizar tanto la mayor prosperidad como la máxima libertad. En segundo lugar, una concepción del Estado centrada en la garantía de la propiedad y en la defensa frente a intervenciones en el mercado. El tercer punto —y el más difícil de comprender del todo— es una forma específica de subjetivación e individualización que emergió en la transición del fordismo al posfordismo o «toyotismo»: una fuerza de trabajo autónoma, convocada en toda su subjetividad y creatividad —ya sea en una fábrica de Toyota, en una agencia de diseño web o en un hospital—, siempre dispuesta a entregarse por completo y a someterse a la crítica de su equipo o grupo: yo, una empresa de mí mismo, atrapado en la exigencia de adquirir competencias de forma permanente, en el aprendizaje a lo largo de la vida y en la flexibilidad, tanto geográfica como biográfica.
Laboratorios de nosotros mismos
En otros tiempos —por ejemplo, en Rosa Luxemburgo— la individualidad era la libertad de cada persona, una exigencia emancipadora. Hoy, en cambio, se ha convertido en un imperativo del orden dominante, que lo exige todo. Es la última instancia de la vida exitosa: si fracasas, es tu culpa. Somos laboratorios de nuestras propias personalidades; extraemos de nosotros mismos nuestra libertad y autoridad. Esta autoafirmación dentro del capitalismo neoliberal, que Ulrich Beck celebraba ya en 1997 como el preludio del «capitalismo rojo-verde», sería —en sus palabras— la reinvención republicana de una Europa de individuos, una figura del «nuevo filósofo» al estilo de Friedrich Nietzsche.
Gracias a Dios, no tardó mucho en agotarse este optimismo trágico de la individualización capitalista. Junto a los movimientos de derecha —que reaccionaron ante esta sobrecarga con nuevas formas de homogeneización étnica y racismo—, también la izquierda de los movimientos sociales en Alemania tomó posición: la crítica al patriarcado, los movimientos antirracistas y por los derechos de las personas refugiadas, así como Ende Gelände, son intentos de resistir a estas condiciones. Esta izquierda de los movimientos sociales lucha desesperadamente contra las consecuencias catastróficas del capitalismo, pero en su combate —en sus formas de organización y principios— ha interiorizado, de manera no dialéctica, los supuestos fundamentales del sujeto neoliberal-capitalista: la exigencia de la autooptimización e individualización creativas. Así, los reproduce contra sí misma. Contra la emancipación como horizonte utópico de la política de izquierda.
El sujeto toyotista de la autooptimización reaparece como una figura del activista político comprometido con su propia perfección moral en la lucha contra la destrucción ambiental, la explotación y la injusticia: sujeto obligado a una autooptimización constante en nombre de la integridad moral. La política de izquierda se reduce cada vez más a intervenciones discursivas y a transformaciones del habitus. Las teorías que buscan analizar las estructuras sociales como parte de un proceso de socialización capitalista —como la Teoría Crítica— ya casi no tienen lugar en las universidades. Han sido desplazadas por una recepción reducida del constructivismo posestructuralista, que suele presentarse, con razón, como «deconstructivismo».
Esto se refleja especialmente en ciertas formas populares del discurso de género —con frecuencia basadas vagamente en Judith Butler—, en el furor alrededor de la Critical Whiteness y en la recepción dominante de los Postcolonial Studies. La radicalidad en términos de crítica a la dominación se demuestra hoy, ante todo, en el comportamiento políticamente correcto en la discusión, en la crítica al white saviorism, a los privilegios propios, etc. Lo que se omite es que esta subjetivación personal bajo condiciones capitalistas no se analiza como un proceso histórico de socialización. Así, sucede que colectivos locales de Ende Gelände acaban por paralizar su praxis al lamentarse, en dolorosa autorreflexión, de no tener suficientes «PoC» (People of Colour) entre sus filas.
La política como expiación
Cada vez importa menos transformar las condiciones sociales y entender esa lucha como una empresa de seres imperfectos. En cambio, la política de izquierda se convierte en una crítica de las insuficiencias o los defectos propios, ajenos y sociales, cuyo horizonte último es la expiación a través de la autooptimización moral desde una perspectiva de izquierda. Esta figura es bien conocida en la historia religiosa, particularmente en la de las iglesias protestantes. La referencia aquí es el pietismo del siglo XVII. Esta corriente centraba su fe en la interiorización religiosa —la «indagación del alma»— y en un perfeccionamiento moral que debía expresarse también hacia el exterior. Esto se aseguraba a través de una fuerte orientación hacia la comunidad espiritual interna, la ecclesiola. Esta forma secularizada aparece hoy en la izquierda cuando se redactan largas hojas de reflexión sobre las estructuras racistas interiorizadas, cuando durante la pandemia de coronavirus se denunciaba sin piedad a quienes no asumían suficiente responsabilidad por su salud y la de los demás, o cuando grupos de masculinidad crítica presentan confesiones de sus conductas masculinas dominantes equivocadas para así mostrarse como mejores hombres, por feministas. A eso se le puede llamar un pietismo secularizado.
Un cansancio esforzado
Estas formas de vida y política tienen cada vez más dificultades para formular una crítica del conjunto social. Las acciones se limitan a exigir lo correcto a la sociedad y a «la política», es decir, a las instituciones estatales. Mientras tanto, hacia adentro reina una fuerte presión: una denuncia implacable de cualquier comportamiento o expresión que contradiga las reglas, hasta llegar a la exclusión o la denuncia. Se genera un ambiente de autocontrol temeroso que inhibe la creatividad, el deseo de experimentar y el gusto por la discusión. El manejo individual y colectivo de los conflictos derivados de la tensión entre la exigencia de una autorrealización individual ilimitada y la necesidad de cumplir con los estándares morales propios y colectivos consume mucho tiempo, energía y espacio, lo que termina por obstaculizar los procesos políticos.
Así surge un tipo de militante de izquierda que parece estar siempre cansado y esforzarse demasiado, justo porque intenta mantener una comunicación amable y contenida, mientras impone las reglas autoimpuestas mediante presión moral interna. A este tipo se le puede aplicar buena parte de lo que Nietzsche criticaba de la moral del entorno protestante-burgués: «¡Canciones mejores deberían cantarme, para que crea en su redentor: redimidos deberían parecerme sus discípulos!».
La crítica nietzscheana a una «moral de esclavos» —que busca compensar la debilidad y la inferioridad propias con exigencias de superioridad moral y las convierte en virtud— debería ser asumida por la izquierda actual. Sólo entonces quizá logre liberarse de la prisión de ese pietismo secularizado. Le vendría bien un poco más de Nietzsche. Aunque sólo fuera para reactivar la pregunta sobre cómo podemos liberarnos —de forma colectiva y gozosa— hacia una vida y un deseo que nos permitan combatir y superar por fin las relaciones invertidas y alienadas, no a nosotros mismos. Ésa sería, tal vez, la verdadera revocación de izquierda de la figura del «nuevo filósofo» que Ulrich Beck había evocado con Nietzsche para defender la explotación neoliberal, ajena y propia.