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Giorgio Agamben / El exiliado y el ciudadano | Entre actores y marionetas | El trabajo y la vida | El número de los asesinados | Coyuntura y revolución

Traducción para Artillería inmanente de cinco textos de Giorgio Agamben publicados entre noviembre de 2024 y enero de 2025 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».

 

El exiliado y el ciudadano

 

Es útil reflexionar sobre un fenómeno que nos resulta a la vez familiar y extraño, pero que, como suele suceder en estos casos, puede ofrecernos indicaciones valiosas para nuestra vida entre los demás hombres: el exilio. Los historiadores del derecho aún discuten si el exilio —en su figura originaria, en Grecia y Roma— debe considerarse como el ejercicio de un derecho o como una situación penal. Dado que, en el mundo clásico, se presenta como la facultad otorgada a un ciudadano de escapar mediante la huida a una pena (en general, la pena capital), el exilio parece, en realidad, irreductible a las dos grandes categorías en que puede dividirse la esfera del derecho desde el punto de vista de las situaciones subjetivas: los derechos y las penas. Así, Cicerón, que había conocido el exilio, puede escribir: «Exilium non supplicium est, sed perfugium portumque supplicii», «El exilio no es una pena, sino un refugio y una escapatoria a las penas». Incluso cuando, con el tiempo, el estado lo apropia y lo configura como una pena (en Roma esto sucede con la lex Tullia del 63 a. C.), el exilio sigue siendo de hecho para el ciudadano una vía de escape. Así también Dante, cuando los florentinos inician contra él un proceso de destierro, no se presenta en el tribunal y, adelantándose a los jueces, comienza su larga vida como exiliado, negándose a regresar a su ciudad incluso cuando se le ofrece la posibilidad de hacerlo. Es significativo, desde esta perspectiva, que el exilio no implique la pérdida de la ciudadanía: el exiliado se excluye de hecho de la comunidad a la que, sin embargo, sigue perteneciendo formalmente. El exilio no es ni derecho ni pena, sino escape y refugio. Si se quisiera configurarlo como un derecho, algo que en realidad no es, el exilio se definiría como un paradójico derecho a situarse fuera del derecho. En esta perspectiva, el exiliado entra en una zona de indistinción respecto al soberano, quien, al decidir sobre el estado de excepción, puede suspender la ley, está, como el exiliado, a la vez dentro y fuera del ordenamiento.
Precisamente porque se presenta como la facultad de un ciudadano de situarse fuera de la comunidad de los ciudadanos y, por tanto, en una especie de umbral respecto al ordenamiento jurídico, el exilio no puede dejar de interesarnos de manera particular hoy en día. Para quien tenga ojos para ver, es evidente que los estados en los que vivimos han entrado en una situación de crisis y en un progresivo e imparable desmoronamiento de todas las instituciones. En una condición como ésta, en la que la política desaparece y cede su lugar a la economía y a la tecnología, es inevitable que los ciudadanos se conviertan de hecho en exiliados en su propio país. Es este exilio interno el que hoy debemos reivindicar, transformándolo de una condición pasivamente sufrida en una forma de vida elegida y activamente perseguida. Donde los ciudadanos han perdido incluso la memoria de la política, sólo hará política quien esté en exilio dentro de su propia ciudad. Y es sólo en esta comunidad de exiliados, dispersa en la masa informe de los ciudadanos, donde algo como una nueva experiencia política puede, aquí y ahora, volverse posible.

 

7 de noviembre de 2024

 

Entre actores y marionetas

 

Teatro y política, como sabían los antiguos, están estrechamente ligados, y es poco probable que la escena teatral esté viva cuando la política muere o se eclipsa. Sin embargo, en un país donde la política parece estar hecha únicamente de momias que pretenden dirigir su propia exhumación, fue posible presenciar, hace unos días, en un pequeño teatro veneciano, una representación tan llena de vida e inteligencia que los espectadores —como debería ocurrir siempre en el teatro— salieron de ahí más conscientes y casi físicamente regenerados. Un milagro así no ocurrió por casualidad. Piermario Vescovo, con su conocimiento ejemplar de la historia del teatro, recurrió con lucidez a una tradición aparentemente menor, pero que, sobre todo en Italia, es sin duda mayor: la de las marionetas. Pero lo hizo —y aquí está la novedad— conjugando la presencia del cuerpo de seis actrices con la de las marionetas que éstas manejan y animan. Así, entre los vivos y los muertos, entre los cuerpos imponentes de las actrices que recitan y los cuerpos menudos pero no menos presentes de las marionetas, se produce un intercambio inconmensurable, en el que la vida fluye constantemente en ambos sentidos, hasta el punto de que al final no queda claro si son las actrices quienes mueven a las marionetas o éstas las que sacuden y animan a las actrices. Nunzio Zappella, uno de los últimos grandes titiriteros napolitanos, al mostrar a su pequeño y ya desgastado Pulcinella, dijo en una ocasión: «¡Es mi padre!». Tal vez no se pueda definir de manera más precisa el misterio que ocurre entre el titiritero y su marioneta. Pero Vescovo, injertando con genialidad el bunraku japonés en la tradición de la comedia italiana, hizo aún más: transfiguró un texto menor de Goldoni (La incógnita, que no se había vuelto a representar desde la muerte del autor) en algo provocador y ferozmente actual. La lección que puede extraerse de esto es que el derrumbe de todas las instituciones —no sólo las políticas— que estamos viviendo no nos hace necesariamente impotentes: siempre es posible encontrar en el pasado y custodiar, incluso en las condiciones más adversas, la semilla vernalizada que, llegado el momento oportuno, no dejará de germinar.

 

19 de noviembre de 2024

 

El trabajo y la vida

 

Se escucha con frecuencia elogiar la Constitución italiana porque ha puesto el trabajo como su fundamento. Sin embargo, no sólo la etimología del término (labor en latín designa una pena angustiosa y un sufrimiento), sino también su adopción como lema de los campos de concentración («El trabajo hace libres» estaba escrito en la entrada de Auschwitz), deberían haber advertido contra una acepción tan imprudentemente positiva. Desde las páginas del Génesis, que presentan el trabajo como un castigo por el pecado de Adán, hasta el pasaje tan citado de La ideología alemana, en el que Marx anunciaba que en la sociedad comunista sería posible, en lugar de trabajar, «hacer hoy una cosa, mañana otra, por la mañana cazar, por la tarde pescar, por la noche criar ganado, después de comer criticar, según se tenga ganas», una sana desconfianza hacia el trabajo forma parte integral de nuestra tradición cultural.
Sin embargo, hay una razón más seria y profunda que debería desaconsejar que el trabajo sea el fundamento de una sociedad. Esta razón proviene de la ciencia, y en particular de la física, que define el trabajo como la fuerza que es necesario aplicar a un cuerpo para desplazarlo. Al trabajo definido de esta manera se le aplica necesariamente el segundo principio de la termodinámica. Según este principio, que quizás sea la expresión suprema del sublime pesimismo al que llega la verdadera ciencia, la energía tiende fatalmente a degradarse, y la entropía, que expresa el desorden de un sistema energético, aumenta de manera igualmente fatal. Cuanto más producimos trabajo, más crecerán irreversiblemente el desorden y la entropía en el universo.
Fundar una sociedad sobre el trabajo significa, por tanto, condenarla en última instancia no al orden y a la vida, sino al desorden y a la muerte. Una sociedad sana debería reflexionar no sólo sobre las maneras en que los hombres trabajan y producen entropía, sino también sobre cómo son inoperantes y contemplan, produciendo esa neguentropía sin la cual la vida no sería posible.

 

24 de diciembre de 2024

 

El número de los asesinados

 

Es necesario meditar una y otra vez el pasaje del Apocalipsis (6, 9-11) donde se lee: «Y cuando (el cordero) abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado. Y clamaron a gran voz diciendo: “¿Hasta cuándo, señor santo y veraz, no juzgas y vengas nuestra sangre de los que habitan en la tierra?”. Y se les dio a cada uno una vestidura blanca, y se les dijo que descansaran todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que debían ser muertos como ellos».
La historia no terminará, y el juicio final no será pronunciado hasta que se complete el número de los justos asesinados. ¿Es esto lo que está ocurriendo a nuestro alrededor? ¿Y cuántos justos más tendrán que ser asesinados, como los vemos morir cada día? Es cierto que la historia es una historia de guerras, muertes y asesinatos. Pero el sentido de la apertura del quinto sello no es que, en el tiempo que estamos viviendo, debamos esperar inertes a que se complete el número de los asesinados. Aunque los periódicos no hagan más que contarlos cada día, ignoramos cuál es este número, así como ignoramos cuándo ocurrirá el juicio y si es que algún día ocurrirá. Vivimos en un tiempo intermedio y, como aquellos que han sido degollados, debemos testimoniar lo que vemos y en lo que creemos. No tenemos otra tarea antes de que se complete el número de los asesinados.

 

7 de enero de 2025

 

Coyuntura y revolución

 

Es un hecho sobre el que no deberíamos cansarnos de reflexionar que uno de los términos clave de nuestro vocabulario político —revolución— proviene de la astronomía, donde designa el movimiento de un planeta que recorre su órbita. Pero también otro término que, en la tendencia general de sustituir categorías políticas por económicas característica de nuestro tiempo, ha ocupado el lugar de la revolución, proviene del léxico astronómico. Nos referimos al término «coyuntura», al que Davide Stimilli ha llamado la atención en un estudio ejemplar.
Este término, que designa «la fase del ciclo económico que atraviesa la actividad económica en un periodo de breve duración», es en realidad una modificación del término «conjunción», que significa la coincidencia de la posición de varios astros en un momento dado.
Stimilli cita un pasaje del ensayo de Warburg sobre La adivinación pagana antigua en textos e imágenes de la época de Lutero, en el que se acercan los conceptos de conjunción y revolución: «Sólo en el transcurso de largos periodos de tiempo, llamados revoluciones, podían esperarse tales conjunciones. En un sistema cuidadosamente elaborado, se distinguían conjunciones grandes y máximas; estas últimas eran las más peligrosas debido al encuentro de los planetas superiores Saturno, Júpiter y Marte. Cuantas más conjunciones coincidían, tanto más aterrador parecía el hecho, aunque un planeta de carácter más favorable pudiera influir sobre el peor». Es significativo que precisamente un revolucionario como Auguste Blanqui, decepcionado en sus expectativas, pudiera concebir al final de su vida la historia de los hombres como algo que, al igual que el movimiento de los astros, se repite infinitamente y representa eternamente las mismas escenas.
Lo que está ocurriendo hoy ante nuestros ojos es precisamente un fenómeno de este tipo, en el que una coyuntura económica, por su naturaleza contingente y arbitraria, intenta imponer su dominio aterrador sobre toda la vida social. Será mejor, entonces, abandonar sin reservas la conexión entre la política y las estrellas, y cortar en todos los ámbitos el vínculo que pretende unir destino astronómico y revolución, necesidad y coyuntura económica, ciencias de la naturaleza y política. La política no está inscrita en las esferas celestes ni en las leyes de la economía: está en nuestras débiles manos y en la lucidez con la que desmentimos toda pretensión de encarcelarla en coyunturas y revoluciones.

 

15 de enero de 2025

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