Traducción para Artillería inmanente de dos textos de Giorgio Agamben publicados el 8 de septiembre de 2024, el 30 de septiembre de 2024 y el 11 de octubre de 2024 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».
Ciencia y felicidad
A pesar de la utilidad que creemos obtener de ellas, las ciencias no pueden hacernos felices, porque el hombre es un ser hablante, que necesita expresar con palabras la alegría y el dolor, el placer y la aflicción, mientras que la ciencia se dirige en última instancia a un ser mudo, que puede ser conocido numero et mensura, como todos los objetos del mundo. Las lenguas naturales que hablan los hombres son, a lo sumo, un obstáculo para el conocimiento y, como tales, deben formalizarse y corregirse, eliminando por «poéticas» aquellas redundancias a las que acudimos en primer lugar a la hora de expresar nuestros deseos y pensamientos, tanto nuestros afectos como nuestras aversiones.
Precisamente en la medida en que se dirige a un hombre mudo, la ciencia nunca puede producir una ética. Que ilustres científicos hayan realizado sin escrúpulos en interés de la ciencia experimentos sobre los cuerpos de deportados en los Lager o de condenados en las cárceles americanas no debería sorprendernos en este sentido. La ciencia, en efecto, se basa en la posibilidad de separar a todos los niveles la vida biológica de un ser vivo de su vida de relación, la muda vida vegetativa que el hombre tiene en común con las plantas de su existencia espiritual de ser hablante. Es bueno recordarlo, hoy que los hombres parecen haber dejado de lado todo aquello en lo que creían, para confiar a la ciencia una expectativa de felicidad que sólo puede ser defraudada y traicionada. Como han mostrado sin lugar a dudas los últimos años, los hombres que miran su vida a través de los ojos de su médico están por ello dispuestos a renunciar a sus libertades políticas más elementales y a someterse sin límites a los poderes que los gobiernan. La felicidad no puede separarse nunca de las simples y trilladas palabras que intercambiamos, de los gritos y risas de alegría ni de la conmoción que nos hace llorar, no sabemos si de pena o de deleite. Dejemos a los científicos en el silencio y la soledad de los números, procuremos con lucidez que no invadan el ámbito de la ética y la política, que es el único que puede satisfacernos de verdad.
8 de septiembre de 2024
El fin del Judaísmo
No se entiende el sentido de lo que ocurre hoy en Israel si no se comprende que el Sionismo constituye una doble negación de la realidad histórica del Judaísmo. No sólo de hecho, en la medida en que transfiere a los judíos el Estado-nación de los cristianos, el sionismo representa la culminación de ese proceso de asimilación que, desde finales del siglo XVIII, ha ido borrando progresivamente la identidad judía. De manera decisiva, como ha mostrado Amnon Raz-Krakotzkin en un estudio ejemplar, en la base de la conciencia sionista se encuentra otra negación, la negación de la Galut, es decir, del exilio como principio común a todas las formas históricas del Judaísmo tal como lo conocemos. Las premisas de la concepción del exilio son anteriores a la destrucción del Segundo Templo y ya están presentes en la literatura bíblica. El exilio es la forma misma de la existencia judía en la tierra, y toda la tradición judía, desde la Mishná hasta el Talmud, desde la arquitectura de la sinagoga hasta la memoria de los acontecimientos bíblicos, fue concebida y vivida desde la perspectiva del exilio. Para un judío ortodoxo, los judíos que viven en el Estado de Israel también están en el exilio. Y el Estado según la Torá, que los judíos esperan en la venida del Mesías, no tiene nada que ver con un estado nacional moderno, hasta el punto de que en su núcleo están precisamente la reconstrucción del Templo y la restauración de los sacrificios, de lo que el estado de Israel no quiere ni oír hablar. Y es bueno no olvidar que el exilio según el Judaísmo no es sólo la condición de los judíos, sino que concierne a la condición carencial del mundo en su integridad. Según algunos cabalistas, entre ellos Luria, el exilio define la situación misma de la divinidad, que creó el mundo exiliándose de sí misma, y este exilio durará hasta el advenimiento del Tiqqun, es decir, la restauración del orden originario.
Es precisamente esta aceptación sin reservas del exilio, con el rechazo que conlleva de todas las formas actuales de estatalidad, lo que fundamenta la superioridad de los judíos con respecto a las religiones y los pueblos que se han comprometido con el Estado. Los judíos son, junto con los gitanos, los únicos pueblos que han rechazado la forma estado, no han hecho guerras y nunca se han manchado con la sangre de otros pueblos.
Al negar la raíz del exilio y la diáspora en nombre de un estado nacional, el Sionismo ha traicionado por tanto la esencia misma del Judaísmo. No es de extrañar, pues, que esta eliminación haya producido otro exilio, el de los palestinos, y haya llevado al estado de Israel a identificarse con las formas más extremas y despiadadas del Estado-nación moderno. La tenaz reivindicación de la historia, de la que la diáspora según los sionistas habría excluido a los judíos, va en la misma dirección. Pero esto puede significar que el Judaísmo, que no murió en Auschwitz, quizás conozca hoy su fin.
30 de septiembre de 2024
Pueblos que han perdido su lengua
¿Qué ha sido hoy de los pueblos europeos? Lo que no podemos dejar de ver hoy es el espectáculo de su extravío y olvido en la lengua en la que un día se encontraron. Las modalidades de esta pérdida varían para cada pueblo: los anglosajones han recorrido ya todo el camino hacia un lenguaje puramente instrumental y objetivante ―el basic English, en el que sólo se pueden intercambiar mensajes cada vez más parecidos a algoritmos― y los alemanes parecen ir por el mismo camino; los franceses, a pesar de su culto a la lengua nacional y quizá incluso a causa de ella, perdidos en la relación casi normativa entre el hablante y la gramática; los italianos, astutamente instalados en el bilingüismo que fue su riqueza y que por todas partes se transforma en una jerga insensata. Y si los judíos son, o al menos eran, parte de la cultura europea, es bueno recordar las palabras de Scholem ante la secularización llevada a cabo por el sionismo de una lengua sagrada en una lengua nacional: «Vivimos en nuestra lengua como ciegos que caminan al borde de un abismo… Esta lengua está preñada de catástrofes… llegará el día en que se volverá contra quienes la hablan».
En cualquier caso, lo que se ha producido es la pérdida de la relación poética con la lengua y su sustitución por una relación instrumental en la que quien cree usar la lengua es, en cambio, usado sin darse cuenta. Y puesto que el lenguaje es la forma misma de la antropogénesis, del devenir humano del viviente homo, es la humanidad misma del hombre la que hoy aparece amenazada.
Lo decisivo, sin embargo, es que cuanto más se pierde un pueblo en su lengua, que le resulta en cierto modo ajena o demasiado familiar, menos es posible pensar en esa lengua. Por eso vemos hoy a los gobiernos de los pueblos europeos que, habiéndose vuelto incapaces de pensar, se encierran en una mentira de la que no pueden salir. Una mentira de la que el mentiroso no es consciente es en realidad simplemente una imposibilidad de pensar, la incapacidad de interrumpir, al menos por un momento, la relación puramente instrumental con la propia palabra. Y si los hombres en su propia lengua ya no pueden pensar, no hay que sorprenderse de que se sientan obligados a transferir su pensamiento a la inteligencia artificial.
Ni que decir tiene que esta pérdida de los pueblos en el lenguaje que fue su morada vital tiene ante todo un significado político. Europa no saldrá del callejón sin salida en el que se está encerrando si antes no redescubre una relación poética y pensante con sus palabras. Sólo a este precio una política europea ―que hoy no existe― será finalmente posible.