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Entrevista a Michel Foucault sobre Las palabras y las cosas: «Una etnología de nuestra propia cultura» (1966)

El 15 de junio de 1966, Michel Foucault concedió la siguiente entrevista con motivo del lanzamiento de su libro Las palabras y las cosas. Esta entrevista tuvo lugar en el programa Lectures pour tous, conducido por Pierre Dumayet en el canal de Radiodiffusion-Télévision Française.

 

Señor Michel Foucault, lo que usted ha hecho aquí es el trabajo de un etnólogo, la etnología de nuestra propia cultura. ¿Qué quiere decir con eso?

 

Lo que a mí me hubiera gustado es que pudiéramos considerar nuestra propia cultura como algo tan ajeno a nosotros como la cultura de, por ejemplo, los arapesh, los nambikwara o la cultura china. Por supuesto, llevamos mucho tiempo intentando, a través del trabajo de los historiadores o de los sociólogos, recuperar nuestra propia cultura como un objeto, como algo que está ahí frente a nosotros. Pero los historiadores estudian esencialmente los fenómenos económicos, mientras que los sociólogos estudian los comportamientos afectivos, políticos y sexuales. Creo que nunca hemos considerado nuestro propio saber como algo ajeno a nosotros mismos. Y eso es lo que intenté hacer. Intenté tratar nuestra propio saber como si fuera algo que tuviéramos delante. Como si fuera un fenómeno tan ajeno y distante como la cultura de los nambikwara o los arapesh. Todo este saber occidental que se ha formado desde las profundidades de la época griega y es esta situación etnológica de nuestro saber lo que quise reconstituir.

 

Es un poco como mirarse al espejo como si uno fuera un extraño para sí mismo.

 

Como si uno fuera un extraño para sí mismo. Evidentemente, se trata de una gran dificultad. Después de todo, ¿con qué otra cosa podemos conocernos a nosotros mismos, si no es con nuestro propio conocimiento? En otras palabras, son todos nuestros esquemas mentales, toda una categoría de saber, los que nos permiten conocernos a nosotros mismos. Y si queremos saber con precisión cuáles son esas categorías de conocimiento, obviamente nos encontramos en una situación muy compleja. Nuestra razón tiene que retorcerse sobre sí misma para asimilar un fenómeno que le es ajeno. En cierto modo tiene que salir de sí misma, tiene que volverse del revés, y es el principio de este esfuerzo, finalmente, el que he emprendido.

 

¿Quién sería el etnólogo ideal? ¿De qué raza o nacionalidad sería?

 

Bien, podríamos decir que un buen etnólogo de nuestra propia cultura sería un chino, un arapesh o un nambikwara. Pero, después de todo, ¿con qué categoría, con qué marco de pensamiento, este chino o este arapesh podría conocernos a nosotros mismos, si no es con nuestros propios marcos mentales? Lo que significa que tal vez seamos nosotros los que tendríamos más éxito. Si pudiéramos volvernos del revés y mirarnos en el espejo, tal vez seríamos los más capaces de hacer este trabajo y emprender esta etnología de nuestra propia cultura. Podríamos, por supuesto, soñar con un marciano, un marciano cuyos pensamientos serían capaces de captar nuestra cultura por completo. Este marciano nos conocería sin duda mejor que nadie, pero probablemente no sea posible. Porque, que yo sepa, los marcianos no existen.

 

Usted enseña filosofía. ¿Es ésta la actitud de un filósofo o todo lo contrario?

 

En el fondo, es muy difícil definir lo que es la filosofía hoy en día. Durante mucho tiempo, y creo que se podría decir que hasta Sartre…

 

¿Sartre incluido?

 

Sartre incluido. Durante mucho tiempo la filosofía fue una disciplina autónoma. Iba a decir cerrada sobre sí misma, pero eso no sería correcto, porque la filosofía siempre reflexionó sobre objetos culturales que, en cierto modo, le eran propuestos desde otro lugar. Reflexionó sobre Dios, porque la teología se lo propuso. Reflexionó sobre la ciencia, porque todos los sistemas de nuestro saber le ofrecieron ese objeto. La filosofía era una disciplina abierta, pero era una disciplina que tenía sus propios métodos, sus propias formas de razonamiento, sus propias deducciones muy específicas. Me parece que, ahora, la filosofía está desapareciendo. Cuando digo que está desapareciendo no quiero decir que hayamos llegado a una época en la que todo el saber se ha vuelto positivo. Pero sí creo que la filosofía se está disolviendo y disipando en toda una serie de actividades del pensamiento. Así que es difícil decir si son propiamente científicas o propiamente filosóficas. Estamos llegando a una época que es, tal vez, la del pensamiento puro, del pensamiento en acto. Después de todo, una disciplina tan abstracta y general como la lingüística, una disciplina tan fundamental como la lógica, una actividad como la literatura, desde Joyce por ejemplo, todas estas actividades son probablemente las actividades del pensamiento, y ocupan el lugar de la filosofía. No es que ocupen el lugar de la filosofía, sino que, en cierto modo, son el despliegue mismo de lo que una vez fue la filosofía.

 

¿Cuál es su idea del hombre?

 

Pues bien, creo que el hombre ha sido, si no un mal sueño, si no una pesadilla, al menos una figura muy particular, muy determinada, históricamente situada dentro de nuestra cultura.

 

¿Quiere decir que es un invento?

 

Es una invención humana. En el siglo XIX, y a lo largo de la primera mitad del siglo XX también, creíamos que el hombre era básicamente la realidad fundamental por la que podíamos interesarnos. Teníamos la impresión de que era la búsqueda de la verdad sobre el hombre lo que, desde las profundidades de la época griega, había impulsado todas las investigaciones, tal vez en ciencia, sin duda en moral y sin duda en filosofía. Cuando miramos las cosas más de cerca, podemos preguntarnos si esta idea de que el hombre siempre ha existido, y que estaba ahí esperando a ser tomado en mano por una ciencia o una filosofía, podemos preguntarnos si esta idea no es una ilusión, una ilusión propia del siglo XIX. A decir verdad, hasta finales del siglo XVIII, es decir, hasta la Revolución francesa, nadie se ocupó del hombre como tal. No deja de ser curioso que la noción de humanismo que atribuimos al Renacimiento sea una noción muy reciente. Abra cualquier obra literaria y no encontrará la palabra humanismo. Porque la palabra humanismo se inventó en el siglo XIX y a finales del siglo XIX. Antes del siglo XIX, se puede decir que el hombre no existía. Lo que existía era un cierto número de problemas, formas de saber y de reflexión, donde se discutía sobre la naturaleza, la verdad, el movimiento, el orden, la imaginación, la representación, etc. Pero no se trataba, de hecho, del hombre. El hombre es una figura que surgió hacia finales del siglo XVIII, a principios del XIX, y que dio lugar a lo que se llamaron y se siguen llamando las ciencias humanas. El hombre, este flamante hombre inventado a finales del siglo XVIII, ha dado lugar también a todo este humanismo, del que el marxismo y el existencialismo son hoy los ejemplos más visibles.
Pero creo que, paradójicamente, el desarrollo de las ciencias humanas nos conduce ahora, mucho antes, a una desaparición del hombre que a una apoteosis del hombre. Entonces, ¿qué está ocurriendo actualmente con las ciencias humanas? Pues bien, las ciencias humanas no están descubriendo en absoluto el núcleo concreto, individual, positivo, por así decirlo, de la existencia humana. Al contrario, lo que vemos cuando estudiamos, por ejemplo, las estructuras comportamentales de la familia, como hizo Lévi-Strauss, cuando estudiamos los grandes mitos indoeuropeos, como hizo Dumézil, o cuando estudiamos, bueno, para el momento actual, la propia historia de nuestro saber, nos damos cuenta de que lo que estamos descubriendo no es al hombre en su verdad, al hombre en todo su potencial positivo, sino que lo que estamos descubriendo son grandes sistemas de pensamiento, grandes organizaciones formales que son en cierto modo como el suelo sobre el que aparecen las individualidades históricas. En consecuencia, el pensamiento y la reflexión actuales son completamente inversos a los de hace unos años.
Creo que estamos viviendo actualmente la gran ruptura con el siglo XIX, con todo el principio del siglo XX. En el fondo, vivimos esta ruptura no como un rechazo, sino como un distanciamiento de Sartre. Creo que Sartre, que es un gran filósofo, sigue siendo un hombre del siglo XIX. ¿Y por qué? Porque toda la empresa de Sartre era intentar que el hombre se adecuara de algún modo a su propia significación, toda su empresa era intentar redescubrir lo que hay de absolutamente auténtico en la existencia humana. Quería devolver al hombre a sí mismo, hacerle poseedor de significaciones que podrían escapársele. A pesar de todo, el pensamiento de Sartre se sitúa en una filosofía de la alienación y de la alienación que hay que superar, mientras que nosotros queremos hacer justo lo contrario. Lo único que queremos hacer es mostrar que lo individual, lo singular, lo propiamente vivido en el hombre, no es más que una especie de centelleo en la superficie, por encima, de grandes sistemas formales, y el pensamiento de hoy tiene que reconstituir esos sistemas formales sobre los que, de vez en cuando, flotan la espuma y la imagen de la propia existencia.

 

Sólo para asegurarme de que lo he entendido bien, me cuesta ver cómo de su actitud de trabajo puede desprenderse alguna toma de conciencia o actitud política.

 

Por supuesto, ésa es sin duda la pregunta que se plantea a todas las formas de reflexión que están en vías de destruir un mito y aún no han reconstituido una nueva mitología. Por ejemplo, durante mucho tiempo, la filosofía y la teología estuvieron tan estrechamente relacionadas que correspondía a la filosofía definir qué moral o qué política debían y podían deducirse de la existencia de Dios. Cuando la filosofía, cuando toda la cultura occidental, descubrió que Dios había muerto, la gente dijo inmediatamente: pues bien, si Dios ha muerto, todo está permitido; si Dios ha muerto, ya no hay moral posible; si Dios ha muerto, ¿qué política debemos adoptar, qué política debemos desear? Pero la experiencia ha demostrado que nunca la reflexión moral, nunca la reflexión política, ha sido más viva, más fuerte y más abundante que cuando supimos que Dios había muerto.

 

Porque el hombre estaba ahí, ¿no?

 

El hombre estaba ahí. Y ahora ese hombre está desapareciendo. Se nos hace la misma pregunta que en su día se hizo a quienes proclamaban que Dios había muerto. Se nos dice que si el hombre ha muerto, entonces todo es posible, o más exactamente, se nos dice que todo es necesario. Lo que descubrió la muerte de Dios, esa gran ausencia del ser supremo, fue el espacio de la libertad. Lo que la desaparición del hombre ha descubierto ahora en esta inmensa laguna dejada por el hombre ahora borrado, lo que vemos emerger es la trama de una especie de necesidad, la gran red de sistemas a la que pertenecemos. Y se nos dice que todo es necesario. Pues bien, es probable que al igual que en el espacio de libertad dejado por la muerte de Dios, los grandes sistemas políticos, los grandes sistemas morales, como el marxismo, como Nietzsche, como el existencialismo, hayan podido construirse de la misma manera. A partir de esta trama de necesidad que ahora tratamos de explorar, veremos surgir las grandes opciones políticas y morales.

 

¿Más frías?

 

Más frías, sin duda. Y tengo que decir que aunque no las veamos aparecer —después de todo, no podemos prejuzgar el futuro—, si no las vemos aparecer, no es muy grave. Estamos descubriendo, en los últimos cincuenta años, que la literatura ya no está concebida para entretener, ni la música para provocar sensaciones viscerales. Me pregunto si, tal vez, no nos daremos cuenta de que el pensamiento tiene otra finalidad que prescribirle a la gente lo que tiene que hacer. Sería estupendo que el pensamiento pudiera pensarse a sí mismo, enteramente, que el pensamiento pudiera descubrir lo que hay de inconsciente en el espesor mismo de lo que pensamos.

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