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Giorgio Agamben / La experiencia del lenguaje es una experiencia política

Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben publicado por primera vez el 16 de febrero de 2024 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».

 

¿Cómo sería posible cambiar realmente la sociedad y la cultura en la que vivimos? Las reformas e incluso las revoluciones, aunque transforman las instituciones y las leyes, las relaciones de producción y los objetos, no cuestionan esos estratos más profundos que dan forma a nuestra visión del mundo y a los que habría que llegar para que el cambio fuera verdaderamente radical. Sin embargo, tenemos experiencia cotidiana de algo que existe de forma distinta a todas las cosas e instituciones que nos rodean y que las condiciona y determina: el lenguaje. Nos ocupamos ante todo de cosas nombradas y, sin embargo, seguimos hablando en vano y, como suele ocurrir, sin cuestionarnos nunca lo que hacemos al hablar. De este modo, es precisamente nuestra experiencia originaria del lenguaje la que permanece obstinadamente oculta para nosotros y, sin que nos demos cuenta, es esta zona opaca dentro y fuera de nosotros la que determina nuestro modo de pensar y de actuar.
La filosofía y los saberes de Occidente, enfrentados a este problema, han creído resolverlo suponiendo que lo que hacemos cuando hablamos es poner en acto una lengua, que el modo en que existe el lenguaje es, en definitiva, una gramática, un léxico y un conjunto de reglas para componer los nombres y las palabras en un discurso. Ni que decir tiene que todo el mundo sabe que si tuviéramos que elegir conscientemente las palabras de un vocabulario cada vez y juntarlas con la misma conciencia en una frase, no podríamos hablar en absoluto. Sin embargo, en el curso de un proceso secular de elaboración y enseñanza, la lengua-gramática ha penetrado en nosotros y se ha convertido en el poderoso dispositivo mediante el cual Occidente ha impuesto su saber y su ciencia a todo el planeta. Un gran lingüista escribió una vez que cada siglo tiene la gramática de su filosofía: lo contrario sería igual de cierto y quizás más, a saber, que cada siglo tiene la filosofía de su gramática, que el modo en que hemos articulado nuestra experiencia del lenguaje en una lengua y en una gramática determina también fatalmente el conjunto de nuestro pensamiento. No es casualidad que la gramática se enseñe en la escuela primaria: lo primero que debe aprender un niño es que lo que hace al hablar tiene una estructura determinada y que debe conformar su razón a ese orden.
Por tanto, sólo en la medida en que consigamos cuestionar este supuesto fundamental será posible una verdadera transformación de nuestra cultura. Tenemos que intentar repensar de nuevo lo que hacemos cuando hablamos, meternos en esa zona opaca e interrogarnos no sobre la gramática y el léxico, sino sobre el uso que hacemos de nuestro cuerpo y de nuestra voz cuando las palabras parecen salir casi solas de nuestros labios. Veríamos entonces que lo que entraña esta experiencia es la apertura de un mundo y de nuestras relaciones con nuestros semejantes, y que, por tanto, la experiencia del lenguaje es, en este sentido, la experiencia política más radical.

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