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Giorgio Agamben / Oriente y Occidente

Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben publicado por primera vez el 20 de diciembre de 2023 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».

 

La historia de los hombres siempre tiene una signatura teológica, por lo que puede resultar instructivo contemplar el actual conflicto entre Oriente y Occidente desde la perspectiva del cisma que dividió a las iglesias romana y ortodoxa hace muchos siglos. Como es bien sabido, en la base del cisma estaba la cuestión del Filioque: el credo romano afirmaba que el Espíritu santo procedía del Padre y del Hijo (ex Patre Filioque), mientras que para la iglesia ortodoxa el Espíritu santo procedía sólo del Padre.
Si traducimos el lenguaje teológico a términos históricos concretos, esto significa —dado que el Hijo encarna la economía divina de la salvación en el plano de la historia terrenal— que para el Oriente greco-ortodoxo la vida espiritual de los creyentes no estaba directamente implicada en el plano de la economía histórica. La negación del Filioque separa el mundo celestial del terrenal, la teología de la economía histórica. Y esto —sin perjuicio de otros factores— puede explicar por qué Occidente —especialmente en su versión protestante— presta al desarrollo de la economía histórica un grado de atención bastante desconocido para el mundo greco-ortodoxo, que parece ignorar la revolución industrial y permanecer anclado en modelos feudales. Traducida en términos teológicos, la primacía marxista de la economía sobre la vida espiritual también se corresponde perfectamente con el nexo del Espíritu santo con el Hijo que define el Credo de Occidente.
Tanto más preñada de consecuencias está la inversión que se produce con la Revolución rusa, cuando el modelo occidental de la primacía de la economía histórica se injerta por la fuerza en un mundo espiritualmente del todo poco preparado para recibirlo. Una vez más, desde esta perspectiva, el fracaso del modelo soviético y la evidente reapropiación de motivos teológicos en la Rusia postsoviética pueden explicarse como el retorno de la independencia reprimida del Espíritu santo, que recupera esa posición central que el régimen comunista no había logrado borrar.
Parece tanto más absurdo que —mientras que en las últimas décadas las Iglesias romana y la ortodoxa se habían acercado— Occidente, no por casualidad bajo la dirección de un país protestante, proponga ahora —más o menos inconscientemente en nombre del Filioque— una guerra sin cuartel con la Rusia ortodoxa.

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