Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben publicado por primera vez el 30 de noviembre de 2023 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».
Mi relación con Armenia —ante todo con la lengua armenia— tiene algo de íntimo y de legendario. Hace muchos años, Gianfranco Contini, un filólogo al que tenía y tengo en la más alta estima, me dijo que el apellido Agamben es sin duda de origen armenio. El apellido armenio Aganbeghyan se acortaría a Agamben, al igual que el apellido italiano Gianni deriva del armenio Gianighyan. Así me lo confirmó más tarde, no sin cierto desdén, un monje del convento de la Isla de los Armenios, en Venecia. Sin embargo, en las tradiciones de mi familia no había rastro de tal origen, y el nombre —que somos los únicos que tenemos en Italia— se explicaba de otras formas más fantásticas, tal vez inventadas para ocultar el origen exótico.
Por lo tanto, mi identidad está dividida, pero esta escisión me parece contener algo así como una indicación preciosa. ¿Soy armenio, soy italiano? ¿Y qué significa ser italiano de origen armenio? Cuanto más se adhiere uno a una lengua y a una cultura —como yo me adherí todo lo que pude al italiano—, más tiene que haber una salida. ¿De dónde y hacia dónde? No del italiano hacia otra identidad más original o, peor aún, hacia una universalidad genérica. Más bien hacia ese otro lugar impensado que yace enterrado en el corazón de toda lengua y de toda identidad y hacia el que siempre han viajado todas las identidades y todas las lenguas. Ser italiano, ser armenio, no es un origen del que partir, es una meta que tal vez nunca alcancemos, pero hacia la que vale la pena emprender el viaje. Y en cualquier caso, como escribió el poeta para Ulises y su isla natal, será la meta la que te dio el viaje: «Ítaca te dio el hermoso viaje. / Sin ella no emprenderías el camino. / Nada más tiene ahora que darte».