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Entrevista a Julien Coupat y Mathieu Burnel: «Por todas partes en Francia, fuerzas autónomas se han agregado y continúan agregándose» (13 de junio de 2016 ─ Mediapart)

austerlitz 2016

Mediapart─. Incluso antes de entrar directamente a la nota de la DGSI (Dirección General de Seguridad Interior) de la que Le Point publicó amplios extractos el pasado 2 de junio, ¿cómo han reaccionado al enterarse de que nuevamente están bajo los proyectores de los servicios de inteligencia?

 

Hilaridad y bochorno. Hilaridad, ya que la mentira policial que consiste en hacer pasar los motines de los últimos meses en muchas ciudades de Francia como la obra de algunos «casseurs» [NDT: del verbo «casser» (romper), «vándalos» o «rompevidrios» en jerga francesa] infiltrados entre los manifestantes ya era enorme; imaginarse actualmente que los amotinados mismos serían de hecho infiltrados de nosotros y que los estaríamos dirigiendo invisiblemente lleva a morir de risa, para cualquiera que haya salido recientemente a las calles. La idea de que nosotros impulsaríamos el vicio hasta infiltrar la «comisión Enfermería» de Nuit debout o de que nosotros utilizaríamos nuestra «mediatización desinhibida» ─cuando son siempre los servicios de inteligencia los que intentan vanamente lanzar campañas mediáticas contra nosotros, metiendo sistemáticamente la pata─, dice mucho sobre la capacidad de invención burlesca del imaginario antiterrorista.
Bochorno, ya que parece que los policías son los únicos que no perciben lo ridículo de sus construcciones, siendo gente armada, numerosa, organizada, una burocracia que cuenta a pesar de todo con los medios para sus delirios. El deseo de aniquilarnos que chorrea cada línea de sus informes, y esto desde hace ya casi diez años, termina siendo igualmente algo fastidioso. Se trata, como siempre con el antiterrorismo, de intimidar y, en este caso, de intimidarnos. ¡Caramba! ¡Otro error! Este nuevo informe ha hecho reír a todo el mundo.

 

Sobre el fondo actual, la nota habla de ti, Julien Coupat, pero también de una «red de afinidad». Algunas semanas antes, el primer ministro Manuel Valls, en la Asamblea, había evocado a «los amigos de Julien Coupat». ¿De verdad existe una «red de afinidad Coupat»?

 

No hay más «red de afinidad Coupat» hoy de lo que había «grupo Coupat» en 2008, en la época de nuestras detenciones. El único lugar en Francia donde hay un «grupo Coupat» es manifiestamente en la DGSI. En cuanto a la declaración del señor Valls, ella tenía que lanzar una campaña que manifiestamente no ha salido adelante. Por su carácter elíptico, al igual que escurridizo, tenía todo para ser una amenaza mafiosa ─ un apellido de familia arrojado como señal de «sabemos quiénes son y nos vamos a ocupar de ustedes». Por lo demás, nosotros podemos afirmar que el informe de la DGSI responde a una orden que emana directamente del señor Valls, quien parece no haber apreciado la idea de que dos mil ocupantes de Nuit debout decidieron, una tarde de abril, invitarse a un aperitivo en su casa. Esto debía tener un lado demasiado 1789 para su gusto. O bien, fue la euforia de esta velada lo que disgustó a este triste caballero.
Cualquiera que conozca la carrera del señor Valls sabe que todo, en su postura, tiene por vocación disimular una concepción profundamente mafiosa de la política. Se incluyen notoriamente en el número de los «amigos del señor Valls» a un cierto Alain Bauer, quien sigue sin perdonarnos haber sido ridiculizado duraderamente, y para ser precisos entartar. Dicho esto, comprendemos sin dificultades que estas personas se enfurezcan al ver cómo los acontecimientos de los últimos meses confirman lo que está escrito en el último libro del comité invisible, A nuestros amigos. Es difícil no entender en la carga contra «nuestros amigos» una cierta irritación con respecto de A nuestros amigos, porque sabemos que estas personas lo han leído.

 

¿Organizan ustedes «reuniones clandestinas que tienen por objetivo erigir un movimiento revolucionario, trazando actividades que apuntan a debilitar las instituciones estatales», como dice la nota?

 

Ése es el tipo de frases que no se pueden leer sin pensar inmediatamente en el caso reciente de Rennes, donde una «asociación de malhechores» que se reúne en los locales de Sud-Solidaires habría sido «desmantelada» mientras se disponía a «sabotear» el metro de la ciudad pegando pegatinas en las cajas de salida, o bien introduciendo en ellas espuma expansiva. Lo que pasa actualmente en este país es que la política clásica, con toda evidencia, no ofrece ninguna salida a una situación que se ha vuelto intolerable, y a partir de lo cual cada vez más gente toma acción.
El primer reflejo es entonces organizarse poco a poco desde lo más cercano, porque todas las estructuras existentes forman parte del problema, y no de la solución. Este reflejo es un reflejo vital, profundamente sano. Incluso feliz, en estas condiciones, en las que nos encontramos, en las que elaboramos planes, hipótesis, estrategias, en las que discutimos, en las que compartimos medios, en las que viajamos también a fin de establecer nuevos contactos, antes que quedarnos en nuestras casas o acomodarnos en el aislamiento prescrito y en un futuro con forma de matadero. Lo que resultaría sorprendente sería no hacerlo. Miles de personas lo hacen en este mismo momento, ¿por qué no nosotros?
Por otra parte, cuando un movimiento revolucionario hace irrupción sobre la escena de la historia, es raro que tal o cual pueda jactarse de haberlo «puesto de pie». En cuanto a las «instituciones estatales», ellas no nos han esperado para debilitarse por sí mismas, como lo atestigua suficientemente la existencia de un presidente llamado François Hollande. No comentaremos la expresión «reunión clandestina», que no expresa más que la amargura de los agentes de la DGSI de no ser excluidos de ellas, al menos tanto como esto pudiera ser hecho.

 

Tomemos otros extractos publicados por Le Point. Me gustaría que los comentaran:
─«Aguerridos a las tácticas de violencia urbana, muy móviles, consiguen fundirse entre los amotinados al mismo tiempo que los alientan a deambulaciones salvajes por fuera del itinerario previsto, en el curso de los cuales numerosos abusos son cometidos. Esta estrategia ha sido experimentada en numerosos casos estas últimas semanas en París, Rennes, Burdeos y Grenoble».
─«Utilizando la ambigüedad de su mediatización desinhibida desde el caso de Tarnac, ellos amplían su proyecto político sacando provecho de la contestación social en curso».
─«El mensaje insurreccional, habitualmente limitado a esferas anarquistas que desprecian las movilizaciones sociales, se ha vuelto audible hoy gracias a la red de afinidad Coupat».

 

Informes «confidenciales de defensa» de la DGSI o de la SDAT (Sub-Dirección Anti-Terrorista) sobre nosotros, a lo largo de los años, los tuvimos en un paquete en nuestras manos. Es un género literario aparte entero, que sólo se puede apreciar a condición de comprender a quién se dirigen y con qué fin fueron escritos. Para este caso, un escribidor de la sección «subversión violenta» de la DGSI tuvo que complacer al señor Valls. Imagina que él se hubiera contentado con escribir que nosotros hemos participado en las manifestaciones contra la ley «¡Trabaja!» [NDLR: es así como sus detractores llaman y escriben la ley Trabajo], que hemos escrito un cierto número de textos a este respecto y que hemos participado en discusiones en la plaza de la République. Esto no divertiría a nadie y ni un solo periódico se atrevería a publicarlo.
A esto hay que añadir que todas las «informaciones» contenidas en este documento corresponden a un trabajo de perezosos, a saber: escuchas administrativas (y por tanto autorizadas directamente por el propio primer ministro) de nuestras líneas telefónicas. Como lo puedes imaginar, nosotros previmos estas escuchas. «Tras su autorización de interceptación de seguridad en emergencia estamos felices de decirle, Sr. ministro, que Julien Coupat y Mathieu Burnel tienen pensado encontrarse en la plaza de la République este jueves». Si escribiera esto, el escribidor resultaría despedido, y en cambio inventa enfermerías conspirativas y reuniones clandestinas «a la punta del combate insurreccional». Sea lo que sea, todo esto dice más sobre la febrilidad actual del aparato gubernamental que sobre lo que pasa efectivamente en la calle y en los bloqueos.

 

Esta nota sale algunos días después del examen por la cámara de instrucción de la situación de los acusados en el caso llamado «de Tarnac», para saber si sí o no hay que calificar los hechos atribuidos como terrorismo. La decisión debe ser entregada al final de este mes de junio. Hace un año, en una entrevista con L’Obs, tú decías a propósito de la magistratura que ella «cree poder regularlo todo entre bastidores, acechar señales de la Corte antes de cada una de sus decisiones, retorcer el cuello a toda lógica y dar muerte a quien se vuelva culpable de lesa majestad». ¿La publicación de la DGSI podría ser una «señal de la Corte»?

 

Este nuevo informa de la DGSI no se «fuga» en efecto en cualquier momento: queda comunicado a la prensa en el momento mismo en que la cámara de la instrucción debe decidir, en el caso llamado «de Tarnac», su no-lugar o nuestro reenvío ante un tribunal por «terrorismo». La maniobra es transparente. Se trata de indicar a la justicia lo siguiente: toda decisión favorable a los inculpados no tardará en ser desmentida por nuevas operaciones de policía contra algunos de entre ellos; por tanto, tomen la decisión correcta…

 

En esta entrevista con L’Obs, denuncias el hecho de que el antiterrorismo se ha vuelto una manera de gobernar, de relegar lo social al segundo plano. Lo social ha vuelto al primer plano, y es la CGT (Confederación General de Trabajo) la que es tratada como terrorista actualmente. Es Nathalie Saint-Cricq, en France 2, quien habla de «técnica revolucionaria bien orquestada» a propósito de este sindicato, es Gattaz, es Valls… ¿Philippe Martinez se ha sumado a la red Coupat?

 

Lo que juega Philippe Martinez en este conflicto es la legitimidad contestataria de su organización respecto a las otras formaciones sindicales, y su propia legitimidad contestataria en el seno de esta organización ─ legitimidad que le hacía falta perfectamente incluso después del último congreso de la CGT. Siendo así, viendo en tantas ciudades el número de CGTistas que se suman al cortejo autónomo de cabeza y desfilan, con banderas ondeando, con los jóvenes enmascarados, cuando no se organizan directamente con ellos, no se puede subestimar la distancia que se ha producido, en bastantes espacios, entre la dirección y su base. No se explican, por otra parte, las posturas tomadas por Philippe Martinez estos últimos tiempos si no se mide la necesidad, para la dirección, de reabsorber esta distancia.
En este punto, no es seguro que exista aún algo como «la CGT», que por lo demás siempre ha sido una federación. Existe la CGT que vapulea a manifestantes en Marsella y aquella que destroza locales del Partido Socialista en Le Havre. Existe la CGT que sabotea líneas telefónicas en Haute-Loire, autorreduce la factura de electricidad de centenas de miles de usuarios y aquella que más bien querría negociar algunas migajas con el gobierno. Hay la CGT que tiene por objetivo estar ante la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo) y aquella que tiene por objetivo el bloqueo de la Euro. Hay incluso SO (servicios de orden) que se baten entre ellos, en plena manifestación, para determinar la marcha a seguir. Poca gente comprende algo mínimo de esto, y ciertamente no el gobierno.
Planteado esto, no hay que olvidar nunca que, desde el 9 de marzo, las centrales no hacen otra cosa que seguir el movimiento. El llamado inicial a manifestarse provenía de youtuberos y de un peticionario. Las centrales se han acoplado a esto porque no tenían otra elección. Como se dice en Nantes, «no es la manifestación lo que desborda, es el desbordamiento lo que se manifiesta».

 

La figura del «casseur» ocupa desde hace semanas a medios de comunicación, a políticos y a sociólogos. ¿Cómo lo definen ustedes?

 

Hay daños y cosas rotas, indiscutiblemente. No obstante, no hay «casseurs». Medios, políticos y sociólogos deberían detenerse menos en intentar delinear los contornos inencontrables del «casseur» que preguntarse simplemente: ¿por qué, ahora, tantos actos de daños y cosas rotas son recibidos, en los cortejos de cabeza, con aplausos? ¿Por qué, cuando una inocente terminal de Autolib’ es destrozada, la muchedumbre entona un «todo el mundo detesta Bolloré»?
Al menos desde la velada en la casa de Valls, donde el bulevar Voltaire fue íntegramente limpiado de sus bancos con el consentimiento general, al son de eslóganes explícitos en voz alta, se encuentra cada vez más gente para manifestar su aprobación de la destrucción, cuando ésta apunta a objetivos evidentes. ¿El hecho de que un acto de destrozo puro y simple desencadene alborozo en los cortejos de ciudadanos no enmascarados no es sorprendente, y más interesante que el acto en sí mismo y su misterioso «autor»? Cuando se le muestra la luna, el imbécil observa el dedo.
Si no existen «casseurs», bien existe gente que se organiza para tomar la iniciativa en la calle o, como mínimo, para no sufrir la gestión de rebaño policial. Se comprende sin pena que esto vuelva histérico al poder: por todas partes en que hay gente que se organiza directamente, él se ha vuelto superfluo, puesto en paro, destituido. Es por tanto este proceso lo que hay que propagar por todas partes, en todos los sectores de la vida, en todas las escalas de la existencia. Un hospital puesto en las manos de los enfermeros y los asistentes será siempre más respirable que entre las manos de mánagers, como es el caso hoy.
Que el poder tiemble al ver que se esparcen procesos de organización autónomos desde la base, y notablemente en las manifestaciones, no autoriza en nada la entonación de la retórica anti-casseur. Toda esta retórica inagotable, y vieja como las manifestaciones, no apunta más que a aislar la fracción más intrépida, a veces la más temeraria, de los manifestaciones. Apunta sobre todo a cortar a cada uno de entre nosotros el acceso a la propia facultad de revuelta, a desviarnos de la liberación que puede formar, en cierto punto de la existencia, el hecho de cubrirse el rostro, de ponerse guantes y de dar prueba de coraje.

 

En una tribuna que apareció en lundi.am, Éric Hazan considera que arremeter contra la policía no es «inteligente», y recuerda que «en todas las insurrecciones victoriosas, desde la toma de la Bastilla hasta el derrocamiento de Ben Ali y Mubarak, el momento decisivo ha sido aquel en que las “fuerzas del orden” han hecho defección». Arremeter contra la policía, ¿no es estar equivocado ligeramente en el combate? ¿Por qué los jóvenes «casseurs», llamémoslos así por facilidad, no toman por asalto las sedes de los bancos en La Défense por ejemplo, o incluso la sede de la DGSI, o cualquier otro lugar de poder? Estos duelos policía-manifestantes, en suma, ¿no llevan a agotarse por poca cosa?

 

Nosotros estamos felices de incluirte entre aquellos que se preocupan de que la insurrección sea victoriosa. Y la sugerencia de ir a tomar por asalto las sedes de bancos en La Défense o aquella de la DGSI no puede sino resonar dulcemente en la oreja de gente que, como nosotros, ha organizado el año pasado, en el mismo período, la operación «Occupy DGSI» en Levallois-Perret para protestar contra la ley Inteligencia. No obstante, notarán que si, gracias al apoyo de Mediapart, nosotros consiguiéramos ser algunos miles organizados y equipados como se debe en La Défense o Levallois, habría grandes oportunidades de que nos encontremos allí también a algunos miles de robocops armados. Digamos que la policía tiene una desafortunada tendencia a colocarse entre nosotros y los blancos que nos proponemos atacar, tanto que aquello que aparece a menudo como un duelo estéril policía-manifestantes proviene más bien de un fracaso para perforar el obstáculo policial ─ tan mejor armado y menos accesible a los casos de consciencia de lo que nosotros lo estamos.
El punto de acuerdo que nosotros tenemos con Éric Hazan es que sin duda hará falta forzar un rincón en el bloque policial a fin de que, cuando éste ceda, los actuales tenientes del poder vayan a hacer fila en Villacoubla para tomar el próximo jet. El desacuerdo que nosotros tenemos con él radica en el modo en que lo alcanzamos. Éric piensa que es gritando «¡la policía con nosotros!». Nosotros pensamos que es ejerciendo sobre el cuerpo policial una presión popular, física y moral tal que una parte de él tenga que disociarse del 50% que ya vota Front National y se verían bien como pequeños S.A. de una próxima revolución nacional.
Pero tal vez lo más astuto consista aún en hacer extender un desacuerdo público entre Hazan y nosotros, sobre el modelo de la técnica del «good cop-bad cop» en un interrogatorio de la DGSI. El adversario sería así desestabilizado en cuanto a nuestras intenciones reales a este respecto, y más dispuesto a rendirse. Sea lo que sea, lo que convenció a los policías de la prefectura de policía de París a pasarse al lado de la insurrección en agosto de 1944, no fueron sus sentimientos comunistas, sino más bien el temor, de no actuar así, a ser matados por los parisinos a causa de todo aquello que les habían hecho sufrir durante la Ocupación.

 

Dices en mayo de 2015: «Vivimos tiempos radicales. Al no poder seguir durando el estado de cosas, la alternativa entre revolución y reacción se endurece. Si la descomposición en curso es aprovechada esencialmente por las fuerzas fascistoides no es porque “la gente” se inclinaría espontáneamente hacia ellas, es porque ellas dan voz, hacen apuestas, toman el riesgo de perder». La izquierda radical tiene la apariencia de tomar riesgos, estos últimos tiempos. No se sabe aún si va a perder, ¿pero qué balance extraen ahora mismo de estos tres meses de movilización?

 

Para comenzar, hay que deshacerse de la idea de que nosotros estaríamos frente a un «movimiento social». Lo que pasa en el país desde hace tres meses no tiene el aspecto, masivo en apariencia, pero indeciso en realidad, de lo que se conoce en Francia, desde hace lustros, bajo el nombre inofensivo de «movimiento social». Todavía menos se trata de un «movimiento social en contra de ley ¡Trabaja!». La ley «¡Trabaja!» no es más que la ley de más, la afrenta que hace subir al frente.
El rechazo que se expresa aquí es de otro modo más amplio que el rechazo a una ley; es la repulsa a toda una manera de ser gobernado, y tal vez incluso, para algunos, el rechazo puro y simple a ser todavía gobernado. Es toda la política, tanto de derecha como de izquierda, lo que tiene el efecto de un espectáculo oscilante entre lo patético y lo obsceno. El deseo general es que esta mala pieza se acabe, y de intentar al fin aferrarse a los puntos más importantes de una época crucial y terrible a la vez. Nos encontramos en un buque que se embiste directamente hacia un iceberg y donde sólo se quiere hablar del vestido de tal o cual condesa en esta bella noche de baile. En todas las cosas, los aparatos gubernamentales han tomado un trago de su impotencia. Ahora sólo nos queda la insurrección, es decir, aprender a hacer sin ellos.

 

¿Es decir?

 

Lo que toma la forma exterior de un «movimiento social» a propósito de una ley particular es más bien una fase política de meseta, de intensidad alta, que no tiene ninguna razón de cesar hasta la presidencial, si ésta tiene finalmente lugar, que tiene incluso más bien todas las razones para continuar, para metamorfosearse, para desplazarse, para tomar sin cesar nuevos frentes. No nos imaginamos, por ejemplo, que el Partido Socialista pueda mantener tranquilamente su próxima escuela de verano a finales de agosto en Nantes.
Lo que ha pasado verdaderamente estos últimos meses son innumerables comienzos, al igual que muchos encuentros fortuitos pero decisivos entre sindicalistas sinceros, estudiantes amateurs en pancartas fortalecidas, lycéens sin ilusión por el porvenir que les es prometido, asalariados cansados de la vida que soportan, etc. Por todas partes en el país, fuerzas autónomas se han agregado y continúan agregándose. Un poder que no tiene ya una pizca de legitimidad encontrará frente a él, en cada nuevo paso que dé, la voluntad tenaz de hacerlo caer y de aplastarlo. Se da aquí una rabia y una determinación que no son «de izquierdas».
«Ser de izquierdas» siempre ha tenido algo de vago, de cobarde, de indeciso, de bien intencionado, pero no al grado de actuar en consecuencia. Lo que pasa en Francia desde hace más de tres meses ahora tiene que ver justamente con la imposibilidad de ser aún de izquierdas bajo un poder socialista. Es una fuga fuera de todos los cuadros de la izquierda, e incluso su implosión; y esto es una cosa muy buena. El fracaso de la retórica anti-casseur lo atestigua. El dique moral que separaba el rechazo platónico del curso de las cosas y el asalto directo a aquello que se rechaza, dique moral que producía la izquierda y su cobardía característica, ha saltado.
Presentar la deserción de la izquierda como la constitución de una nueva «izquierda radical» es el género de escamoteos oportunos, el tipo de juego de manos político, la especie de maniobras de recuperación desvergonzada que hay que dejar a los futuros candidatos a la presidencial y a todos aquellos que especulan sobre aquello que los otros viven. Esto no funcionará, porque nosotros hemos visto todo lo que pasó en Grecia el año pasado y en España recientemente. No hay más bobos para esa estafa.

 

Asistieron a Nuit debout en París. ¿Qué vieron? ¿Qué se llevaron?

 

Nuit debout ha permitido a todo tipo de desertores encontrarse, hablarse, constituir un contraespacio público, pero sobre todo ofrecer una continuidad a lo que no podía agregarse mediante días de huelga puntuales o simples manifestaciones. Esto ha servido también como punto de partida a todo tipo de acciones meritorias contra blancos lógicos.
Por lo demás, si el señor Valls se ha encargado, con su 49-3, de demostrar toda la inanidad de la democracia representativa, las AG (asambleas generales) de Nuit debout plaza de la République han dado a ver toda la inanidad de la democracia directa. Lo que el comité invisible decía en A nuestros amigos a propósito de las asambleas generales, y que parecía tan escandaloso hace ya un año, se ha vuelto una sabiduría compartida, al menos por las mentes honestas. Congregarse, disertar y después votar no es manifiestamente la forma por excelencia del actuar político, es solamente su forma parlamentaria, es decir, la más espectacular y ciertamente la más falsa de entre todas.
Nada testimonia mejor la confusión que reinaba en las mentes plaza de la République que el modo en que se ha esparcido, como un incendio forestal, la idea descabellada de que les incumbiría redactar una nueva Constitución antes que interrogarse sobre los medios para abatir la Constitución existente.

 

Todavía en la entrevista con L’Obs ya citada, dices que «la única esperanza de los gobernantes yace en convencer a todos de que no existe otra opción que la de seguirlos, de que es vano creer poder constituir otros mundos, insensato organizarse contra ellos y suicida atacarlos. Es por esto que Tarnac debe ser decapitado. Es por esto que las ZAD deben ser puestas en vereda, ya sea por vía judicial o con la ayuda de milicias». El movimiento social actual, los Nuit debout casi por todas partes en Francia, la nueva organización de las manifestaciones, con sus cortejos ofensivos frente y los sindicatos atrás, se parece a esta organización que el poder querría impedir.

 

En efecto. Por lo demás, el poder no ha contado sus esfuerzos para acabar con todo esto. No consiguiéndolo, ha intentado risiblemente movilizar el desbordamiento de los ríos contra el desbordamiento de las calles. Ahora, es de la Euro de fútbol que se agarran sin vergüenza para recubrir lo que pasa, y pronto el Tour de Francia. Es verdaderamente sucio. Asimismo, esto dice mucho sobre lo que se ha vuelto el ejercicio del poder, y su profunda miseria. El empleo de la Euro de fútbol como dispositivo contrainsurreccional tiene el mérito de volver a poner algunas ideas en su lugar. Y lo cual atestigua también lo poco a lo que se sujeta aún el poder.

 

Aun así hay una paradoja en ustedes: por un lado, explican muy claramente cómo y por qué el Estado quiere deshacerse de ustedes ─«decapitar Tarnac»─, por el otro, se quejan de esto. Son revolucionarios pero parecen no soportar que el Estado se defienda, explicando al mismo tiempo que es muy lógico que se defienda.

 

A nuestro saber, jamás nos hemos quejado, de nada. No hay nada en nosotros la más ínfima disposición a la queja. La denunciación contiene siempre algo de mojigato o de mal jugador. Todo el mundo detesta a las víctimas, comenzando por las víctimas mismas.
Lo que nosotros hacemos es más bien poner al desnudo las operaciones adversas, arrancar el velo de legitimidad con el que se rodean las instituciones para desplegar sus miserables estrategias, para cubrir sus pequeñas maniobras. Cuando el poder decide eliminarnos políticamente, despacha la política antiterrorista, se oculta bajo la máscara y el lenguaje de la justicia, formula el pretexto de todo un lujo de investigaciones, procedimientos, falsos procesos-verbales, peritajes amañados, etc. Pero la verdad desnuda es que él quiere destruirnos y que la justicia antiterrorista es el mejor instrumento para este efecto.
Igualmente, cuando el poder deja tuertos a manifestantes, les rompe el cráneo a porrazos o les arroja granadas en plena cabeza, es cuestión de «mantenimiento del orden», de «proyectiles» lanzados por no se sabe quién, de investigaciones y de contra-investigaciones incluso, de «policía de policías», etc. ¡Vaya broma! El aparato de Estado es una mafia que ha triunfado, la policía una banda armada, la prisión secuestro impune, la energía nuclear una amenaza de muerte lanzada a toda tentativa de conmoción política, el impuesto un atraco con consentimiento, etc. Las instituciones son mistificaciones a las que se consagra en Francia un culto tan incomprensible como el culto cargo en Melanesia. Y hay toda una guerra, una guerra sorda y escandalosa a la vez, para mantener a flote esta ciudad de sueño que no cesa de hundirse en las lagunas del tiempo.

 

En un texto, co-firmado con el editor Éric Hazan, aparecido el 24 de enero pasado en Libération, escriben: «Lo que preparamos no es una toma de asalto, sino un movimiento continuo de sustracción, la destrucción atenta, dulce y metódica de toda política que planee por encima del mundo sensible», o también: «Tenemos un año y medio para formar, a partir de las amistades y las complicidades existentes, a partir de encuentros necesarios, un tejido humano suficientemente rico y seguro de sí como para volver […] irrisoria la idea de que deslizar un sobre en una urna puede constituir un gesto ─ a fortiori un gesto político.». Se comprende fácilmente que ustedes no irán a votar en 2017. Al mismo tiempo, los grandes medios de comunicación se preparan ya a hablar sólo de esto o casi durante los diez próximos meses. ¿Cómo pueden permanecer audibles los frentes abiertos recientemente?

 

Si lo reflexionamos, ya es sorprendente que una onda de revuelta como ésta que dura ahora desde hace más de tres meses, ocurra a un año de la elección presidencial. En tiempo normal, ya sólo se hablaría desde hace semanas de las pequeñas frases de unos y otros, de las lamentables ambiciones de tal o cual, y se pretendería creer que esto tendría alguna importancia. Es ya un éxito notable, de nuestra parte, haber conseguido repeler hasta ahora el comienzo del espectáculo lamentable de la campaña presidencial.
Hay una penosa ironía en que el primer acto de campaña verdadero haya sido el realizado por aquel que pretende sacar provecho de las luchas en curso, en este caso Jean-Luc Mélenchon. Al mismo tiempo, raramente los cordeles de la democracia representativa a la francesa han sido tan grandes. Es bastante claro que esta elección presidencial no es un momento en el que vayamos a poder ejercer nuestra libertad, sino un ultimátum que nos es dirigido. Es evidente también que el Front National es un producto del sistema político actual, un producto de su descomposición ciertamente, pero un producto del sistema de todos modos.
Las próximas elecciones hacen pensar, a otra escala, en la atrocidad que es el referéndum local a propósito del porvenir de Notre-Dames-des-Landes: nada más «democrático» en apariencia que un «referéndum local». En realidad, nada más manipulatorio, después del sondeo, a fin de que el «sí» lo porte. Dicho de otro modo: hay una decisión soberana que se esconde bajo toda consulta democrática, y es la decisión de quién votará, cuándo y por qué; y esto constituye la verdadera decisión, de la cual el «resultado del escrutinio» es simplemente una peripecia sin importancia.
Todo lo mejor que se puede desear a las fuerzas autónomas que se han agregado estos últimos meses es que vayan al encuentro las unas de las otras y formen un tejido de realidad cada vez más profundo, más intenso y más ajeno al espectáculo político, que haya una ruptura general entre un discurso público más y más vano y extraterrestre y procesos locales de organización, de pensamiento, de encuentro y de lucha más y más densos. El nivel de descrédito de la política es tan amplio en el país que un proceso semejante parece imaginable. Nosotros lo hemos llamado «destituyente» por cuanto, mediante su simple existencia y mediante sus intervenciones puntuales, arruinaría paso a paso la facultad de gobernar del gobierno. Esta puesta en jaque de las estrategias gubernamentales sucesivas, simplificadas en minúsculos engendros de gestos, ¿no es esto de lo que somos testigos desde hace más de tres meses?

 

En un muro parisino, después de una manifestación, se podía leer el grafiti siguiente: «La presidencial no tendrá lugar». ¿Piensan que un bloqueo total es posible? ¿Qué es lo que podría provocar el golpe fatal?

 

Lo que hace falta a las movilizaciones en curso es de naturaleza afirmativa. No llegaremos a traspasar el obstáculo que nos hace frente mientras no apuntemos más allá, mientras no discernamos, aunque sólo con una imagen, los contornos del mundo que destruimos, un mundo que deja su lugar a toda suerte de mundos. Leemos en A nuestros amigos: «No es la debilidad de las luchas lo que explica el desvanecimiento de toda perspectiva revolucionaria; es la ausencia de perspectiva revolucionaria creíble lo que explica la debilidad de las luchas. Obsesionados como estamos por una idea política de la revolución, hemos descuidado su dimensión técnica. Una perspectiva revolucionaria no se dirige ya a la reorganización institucional de la sociedad, sino a la configuración técnica de los mundos».
Esto nos parece más justo que nunca. Durante la campaña electoral es tal vez esto lo que tendríamos que discutir, en cada barrio, en cada ciudad, en cada campo, en el año que viene. La humanidad y la tierra están en un estado penoso. Por todas partes, los seres se construyen sobre fallas narcisistas gigantescas. Incluso las mentes más moderadas se han hecho a la idea de que vamos a poder continuar viviendo así. Hemos llegado a una extremidad de la civilización. Una conmoción es necesaria. No nos escaparemos de esto. Y esta conmoción no será solamente social, será en primer lugar existencial.
La vida social actual recubre con su barniz profundidades de angustia, terrores perfectamente palpables. Paradójicamente es en nuestro hundimiento en nosotros mismos, en nosotros dejándonos caer, que encontramos el mundo, el mundo común. Y no en una socialización más realizada de la sociedad. Lo que hay de inevitablemente superficial en todo discurso político, lo condena a las orejas de nuestros contemporáneos. El «bloqueo total» se hará cuando ya no se despierte al «espectro de la penuria», cuando la angustia económica de la carencia no pueda ya servir como espantapájaros entre las manos de los gobernantes, cuando nos sintamos vinculados en verdad. Jamás se han visto millones de personas ser muertas de hambre, a fortiori millones de personas que han luchado juntas.
Entonces, nosotros percibiremos en la puesta en cese de la organización económica del mundo no ya una amenaza, sino la ocasión al fin ofrecida de encontrar otras maneras de hacer, de acceder a una vida nueva, más viva, más resplandeciente, por fin potente. Esa serenidad, ella, es el «golpe fatal».

 

Sí, pero entonces la Euro de fútbol…

 

Querrás decir: un plan gubernamental que, apenas comenzado, no tenga la apariencia de desenvolverse completamente sin contratiempos…

 

Imaginemos pues que esta destitución haya tenido lugar, ¿qué pasa a continuación? ¿Qué es el día posterior?

 

La destitución, pero es ya mismo esto lo que está a la obra desde hace meses en cada uno de los encuentros, en cada una de las audacias que conforman la vitalidad de este «movimiento». La cuestión del día posterior, de lo que pasa a continuación, en resumen: la angustia de las garantías, eso es justamente lo que no tiene ningún sentido en la actualidad integral de la contienda. Como decía el otro, «Hic Rhodus, hic salta»: «Aquí está el miedo, aquí hay que saltar».

 


Traducción para Artillería Inmanente de entrevista publicada como Julien Coupat: «La loi travail est l’affront qui fait monter au front» el 13 de junio de 2016 en Mediapart.

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