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Catherine Malabou / La vía anarquista es la única que sigue abierta

Traducción de «La voie anarchiste est la seule qui reste encore ouverte», artículo que se publicó por primera vez el 21 de enero de 2022 en el diario AOC. En tal momento Malabou acababa de publicar su libro Au voleur ! Anarchisme et philosophie en las Presses Universitaire de France, del que ya habíamos publicado una traducción de su Conclusión.

 


Aunque el anarquismo parece estar muy vivo hoy en día en las prácticas militantes, pero también en la realidad desregulada de la economía ultraliberal, el lenguaje ahora hegemónico del anarcocapitalismo no logra entender lo que constituye el precio y el recurso del anarquismo, como han intentado hacer filósofos como Foucault, Rancière o Agamben. Hoy es importante profundizar en la vía anarquista, partiendo de su historia iniciada en la década de 1870, para redescubrir el verdadero sabor de la libertad.

 

Es evidente que ningún filósofo político contemporáneo ha propuesto una nueva interpretación de los anarquistas clásicos —Proudhon, Kropotkin o Bakunin— o de sus descendientes más contemporáneos, como Bookchin, Chomsky o Graeber. ¿Los han leído siquiera?
Ha llegado el momento de repensar filosóficamente el anarquismo. ¿Por qué? Porque la horizontalidad es la clave del futuro del anarquismo. Porque la horizontalidad, es decir, la ausencia de centralización piramidal, está hoy en crisis.
Esta crisis tan particular se debe a la coexistencia en todo el mundo de un anarquismo de facto y de un anarquismo emergente. Esta coexistencia dificulta la distinción estricta entre resignación e iniciativa.

 

Un anarquismo de facto

 

Anarquismo de facto. Hoy, el Estado ya se ha marchitado y no es más que un caparazón protector de las diversas oligarquías que se reparten el mundo. En todas partes, el mundo social está condenado a una horizontalidad de abandono. En Francia, el cierre de camas en los hospitales, la reducción de las clases en las escuelas, la privatización y subcontratación de los servicios postales, la generalización de la flexibilidad laboral, que va acompañada de la supresión de los estatutos, la multiplicación de los contratos de duración determinada en la función pública, sobre todo en la enseñanza superior, la reducción del personal en los ministerios, la desigualdad cada vez mayor en el acceso a la asistencia, la protección judicial, la educación… son los síntomas más evidentes.
En los países llamados democráticos, económicamente privilegiados, el hundimiento del Estado del bienestar, aunque ya antiguo, sigue imponiendo sus efectos indefinidamente. Ninguna institución estatal u organización parlamentaria común —el funcionamiento de la Unión Europea es un triste ejemplo— puede reaccionar ante los retos de la pobreza, la migración o la crisis ecológica y sanitaria si no es con míseras medidas de emergencia.

 

Un anarquismo emergente

 

Un anarquismo emergente. Esta caída fáctica del sentido social de la verticalidad va acompañada al mismo tiempo de una toma de conciencia planetaria marcada por el auge de la iniciativa colectiva y la experimentación de coherencias políticas alternativas.
Las estrategias de ocupación, el surgimiento de los Chalecos amarillos o la creación de las ZAD en Francia, por ejemplo, han aportado en los últimos años al panorama político la existencia efectiva de organizaciones y modos de decisión basados en formas colectivas y autogestionadas de hacerse cargo de una lucha, un medio, un territorio o una estructura. Gran parte de los movimientos de resistencia a la política sanitaria actual también participan de estos modos de expresión.
Es evidente que existe una correlación entre el giro altermundialista del anarquismo —que se puede rastrear hasta los acontecimientos de Seattle en 1999— y la explosión de estos nuevos fenómenos que, sin pretender ser siempre abiertamente anarquistas, se desarrollan al margen de los sindicatos o de los partidos. La circulación de la información, escribe Karel Yon, «pasa ahora más por canales si no competidores, al menos transversales a los sindicatos, en formas de horizontalidad opuestas al “silo” informativo de las organizaciones nacionales. […] Esto modifica la relación de interlocución entre los individuos y grupos movilizados y los actores instituidos que pretenden hablar colectivamente».1

 

El giro anarquista del propio capitalismo

 

Este tipo de interlocuciones alternativas son estrictamente contemporáneas de lo que debe llamarse el giro anarquista del propio capitalismo, actor principal del anarquismo de facto. Este giro, nacido de la crisis financiera de la década de 2000, marcó la inflexión del neoliberalismo hacia el ultraliberalismo. La crítica del neoliberalismo ya no puede ignorarlo. El desarrollo del capitalismo posfordista a finales del siglo XX aún no hablaba el lenguaje que los actores económicos ya no se esconden de utilizar hoy en día: el ahora hegemónico lenguaje del anarcocapitalismo.
Pero, se dirá, ¿no estamos asistiendo a un endurecimiento global del dirigismo político, inseparable de una nueva forma de centralización del poder económico? ¿No ha llegado la hora de un mayor autoritarismo político, de la confiscación de la riqueza y los beneficios por un puñado de empresas y conglomerados? Pues sí. Y, sin embargo, cuando algunos periodistas políticos declaran en broma que Donald Trump es un anarquista,2 no están jugando con las palabras, sino tratando de circunscribir lo que el mundo entero siente como una crisis mayor: la combinación híbrida de la violencia gubernamental y la uberización ilimitada de la vida.
El autoritarismo no contradice la desaparición del Estado, es su mensajero, asumiendo su función de máscara de esa llamada economía colaborativa que, al poner en contacto directo a profesionales y usuarios a través de plataformas tecnológicas, pulveriza cada día un poco más toda fijeza regulada.
Fue cuando descubrí el mundo de las transacciones con criptomonedas y la circulación de divisas no nacionales cuando me di cuenta de esta evidencia fáctica. Las criptomonedas parasitan a las monedas estatales y compiten con el circuito monetario habitual de los bancos comerciales y centrales. Pero más ampliamente, y como señala Alain Damasio, «la arquitectura eminentemente horizontal y libertaria de la red» da lugar a un anarquismo «polimorfo», tan libertario como libertariano.3 Llegué a la conclusión de que el ciberanarquismo es uno de los síntomas más visibles de la anarquía de facto, que se ha convertido en una dimensión de la realidad, nos guste o no.
¿Cómo liberar entonces la horizontalidad de las manifestaciones alternativas de la ganga del anarcocapitalismo? ¿Cómo excavar el relieve de una diferencia en la superficie? Éste es el nuevo desafío geográfico, político y filosófico del siglo XXI.
Se dirá que esta diferencia, esta incompatibilidad misma, salta a la vista. «El “anarco”-capitalismo no forma parte de la tradición anarquista cuyo nombre usurpa», reza The Anarchist FAQ. «[Es necesario] explicar por qué los “anarcocapitalistas” no son anarquistas e indicar en qué difieren de los auténticos anarquistas (en cuestiones clave como la propiedad privada, la igualdad, la explotación y la oposición a la jerarquía)».4
Tal oposición es sin duda real, pero su visibilidad es cada vez menos clara. César de Paepe señalaba ya en 1874: «[La] palabra an-arquía […] pone los pelos de punta a nuestros burgueses, mientras que la idea de la reducción de las funciones gubernamentales y finalmente la abolición misma del gobierno es la última palabra de los economistas del laissez-faire, patrocinados por estos valientes burgueses».5
La coexistencia del anarquismo revolucionario y el anarquismo de mercado no es desde luego nueva. Sin embargo, la extensión, en particular, de lo que Rifkin llama los «bienes comunes colaborativos»6 crea una situación inédita que nos obliga a problematizar el polimorfismo del anarquismo, a cuestionar sus límites. Y aquí es donde debe intervenir la filosofía.

 

Anarquía y anarquismo

 

La dificultad estriba en que si bien algunos de los filósofos continentales más importantes del siglo XX, como Schürmann, Foucault, Rancière o Agamben, han sabido ver en la anarquía un recurso deconstructivo, análogo, en el orden teórico, a una lógica revolucionaria, ninguno de ellos ha conceptualizado la distancia que les parece clara entre anarquía y anarquismo.
Ahora bien, esta distancia entre una anarquía entendida como crítica del poder y el anarquismo considerado como movimiento revolucionario es nada menos, en realidad, que la que separa la libertad relativa de la libertad absoluta. Es notable que casi todas las definiciones filosóficas de la libertad, incluidos los enfoques más radicalmente deconstructivos, son sistemáticamente condicionales: la libertad no puede existir sin una forma de servidumbre y necesidad, un mando, una ley. Que esta servidumbre sea voluntaria, que este mando sea mando de sí mismo por uno mismo, que la necesidad sea conocimiento de las causas que nos determinan, que la ley sea una ley que nos prescribimos a nosotros mismos, la libertad debe, sin embargo, contener su propio freno.
La aparente inevitabilidad de esta autoinhibición se refleja en el panorama político actual, que equilibra el escepticismo liberal por un lado y el dogmatismo neocomunista por otro. El escepticismo liberal confina la libertad que aparentemente defiende con tanta vehemencia 1) dentro de los límites jurídicamente circunscritos de la propiedad privada (reservando así, de ahí el escepticismo, la libertad a los afortunados, a los bien nacidos); 2) en las derivas identitarias nacionalistas (la libertad pertenece a los que tienen el origen adecuado).
El dogmatismo neocomunista (que, obviamente, no abarca por completo al marxismo) lo encierra en los límites 1) de la verticalidad: disciplina de partido, jerarquía, presuposición de una incapacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo; 2) del todo-económico-e-ideológico: la crítica sistemática y continua de una gran entidad indiferenciada llamada «capitalismo». El capitalismo nos convierte en sus esclavos. Para emanciparnos de él, abramos los brazos a otros amos. Curiosamente, el «centro», que supuestamente se sitúa entre estas dos aristas, en realidad siempre participa en ambas.

 

Repensar el anarquismo

 

El coro de candidatos presidenciales en 2022 ofrece el triste espectáculo de una salpicadura de un poco de ambas ideologías en cada bando. Un poco de escepticismo en el balbuceo socialista y ecologista. Un poco de dogmatismo jerárquico de partido en la derecha.
Se dirá que el comunismo ya no forma parte de la vida política actual. Pero si su alma se ha evaporado, su cuerpo permanece. Lo vemos en particular entre los partidarios de La France insoumise, que, si tuvieran que elegir, se reconocerían comunistas antes que libertarios, con su confianza total en el centralismo orgánico del Estado. Ahora bien, si es cierto que la entidad «servicio público» ha sido víctima por elección del neoliberalismo, también lo es que se ha gangrenado a sí misma produciendo esta infernal camisa de fuerza administrativa y jerárquica que la mata cada día un poco más.
Consideremos, contra el escepticismo y el dogmatismo, la historia del anarquismo, desde la invención de su nombre, su estatuto de movimiento constituido en la década de 1870, los desarrollos posteriores del anarcosindicalismo, la autonomía, el anarcofeminismo, el giro altermundialista de la década de 1990, el surgimiento del posanarquismo, los movimientos de ocupación, y hasta el auge actual de las revueltas sociales sin representantes… Consideremos las singularidades locales del autonomismo zapatista, la resistencia anarquista kurda, los Anarquistas contra el Muro en Israel o Black Lives Matter en Estados Unidos, por ejemplo…
Aparece una idea federadora: la libertad absoluta, formulada en su mayor radicalismo por Bakunin: «La libertad de cada individuo adulto, hombre y mujer, debe ser absoluta y completa», escribió. O también: el anarquismo presupone la «reorganización interna de cada país, tomando como punto de partida y base la libertad absoluta de los individuos, de las asociaciones productivas y de las comunas».7
Es repensándola, aceptando afrontar su sentido, como podremos comprender al mismo tiempo que la libertad absoluta no es precisamente la de los libertarianos, ese laissez-faire que en realidad está muy regulado y que se manifiesta en nuestras vidas por la ilusión de que nosotros mismos somos los amos abriendo a nuestros supuestos deseos el universo infinito de plataformas donde todo se intercambia y se alquila.
El anarcocapitalismo, como mostró Foucault,8 cuestiona ciertamente la intervención del Estado y del gobierno en el mercado, pero sigue siendo una ideología de lo muy gobernado. El anarcocapitalismo sigue basándose en la confianza en la gobernabilidad, no de las instituciones, sino de las «realidades transaccionales»,9 nuevas gubernamentalidades de la «sociedad civil».10 Foucault anticipó perfectamente el momento en que estas «realidades transaccionales», de las que la uberización de la vida es hoy la expresión perfecta, determinarían nuevos sistemas de autorregulación de los sujetos.
El anarquismo es ante todo una ruptura con la convicción de que la libertad debe ser enmarcada, dirigida, amputada de una parte de sí misma. La libertad absoluta es, como su nombre indica, indivisible: no se puede cortar una parte de ella sin aniquilarla por completo. Por eso puede decirse tanto de lo uno como de lo múltiple, tanto de lo individual como de lo colectivo. No hay dominaciones pequeñas. Nada tiene autoridad excepto, precisamente, ella.
¿Y si por fin hubiera llegado el momento de decírnoslo a nosotros mismos? Preguntarnos: ¿por qué estamos más dispuestos a aceptar el control que la página en blanco, la represión que el borrón y cuenta nueva? Vamos, hagamos un esfuerzo. La vía anarquista es la única que sigue abierta.

 


1 Karel Yon, «Les grèves et la contestation syndicale sont de plus en plus politiques», entrevista con Marina Garrisi, en RP Dimanche, 9 de febrero de 2020.
2 Cf. por ejemplo el artículo muy interesante de Melissa Lane, «Why Donald Trump was the ultimate anarchist?», en New State Man, 8 de febrero de 2021.
3 Alain Damasio, «Internet est tellement vaste et polymorphe que l’anarchisme y reste possible», entrevista con Mathieu Dejean, en Les Inrockuptibles, 22 de junio de 2015.
4 «L’anarcho-capitalisme est-il un type d’anarchisme ?», en La FAQ anarchiste, Section F.
5 César de Paepe, «De l’organisation des services publics dans la société future», en Daniel Guérin, Ni Dieu ni Maître, Anthologie de l’anarchisme, vol. 1, p. 279.
6 Jeremy Rifkin, La nouvelle Société du coût marginal zéro, L’Internet des objets, l’émergence des communaux collaboratifs et l’éclipse du capitalisme, trad. Françoise et Paul Chemla, París, Les Liens qui libèrent, 2014.
7 Mikhail Bakounine, La Liberté, Choix de textes, París, Jean-Jacques Pauvert, 1969, pp. 42-43.
8 Michel Foucault, Naissance de la biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, París, Gallimard-Seuil, 2004.
9 Ibid., p. 301.
10 Ibid., p. 299.

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