1. El antiterrorismo no es una forma de represión judicial, sino un modo de gobierno.
Glosas:
α. Contra todas las apariencias, el principal objetivo del antiterrorismo no son aquellos sobre los que se abate, sino la población en general. Golpeando a algunos, su objetivo es obtener un efecto en todos los demás. Ya sea para tranquilizarlos, afianzando la ficción de que el gobierno estaría ahí para protegerlos de tantas amenazas, o para infundir una cierta conmoción, un cierto estado de terror y de parálisis oportuna en la población: golpear a uno para asustar a cien. El incremento del “nivel de amenaza terrorista” jamás ocurre de manera fortuita. Hay que recordar que, bastante antes de las revelaciones de Snowden sobre los programas de vigilancia generalizada de la NSA, la Patriot Act de 2001 y la Terrorist Act inglesa de 2000 autorizaban de manera explícita la vigilancia de cualquiera en nombre de la “lucha contra el terrorismo”.
β. Una genealogía del antiterrorismo nos conduce a la Guerra de Argelia. En aquella época, el “antiterrorismo” designaba la actividad clandestina de grupos como la Main Rouge, preparados por los servicios secretos franceses para provocar al FLN y cometer tanto asesinatos selectivos como bombardeos contra la población argelina. De manera no fortuita, esta genealogía continúa con la “estrategia de la tensión” puesta en marcha en Italia durante los años 1970 para contrarrestar el movimiento revolucionario. Pasa después por los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) en España y Francia que, desde 1983 a 1987, bajo el mando del Ministro del Interior español, llevaron a cabo más de treinta y cinco operaciones, de igual modo desde atentados hasta asesinatos, en contra de ETA. Durante el proceso de los GAL, el director de la Guardia Civil, el general José Antonio Sáenz de Santamaría declaró que: “La lucha antiterrorista no se puede hacer dentro de los márgenes legales. Se sitúa en el borde de la ley, unas veces por fuera y otras por dentro. […] No hay más remedio que emplear la guerra irregular contra unos tíos que vienen a matar por la espalda. Está bien el estado de derecho, pero no se puede llevar hasta sus últimas consecuencias, porque quedaríamos en manos de los terroristas”. En 1995 añadía, en una entrevista concedida a El País: “En la lucha contraterrorista, hay cosas que no se deben hacer. Si se hacen, no se deben decir. Si se dicen, hay que negarlas”.
γ. Como cuestión de hecho, el terrorismo no es una categoría jurídica. No existe definición jurídica alguna del terrorismo, y es por esto que existen tantas: más de cien definiciones diferentes en todo el mundo. “Terrorismo” es una categoría política. Es la traducción imposible, en el lenguaje del derecho, de la categoría política de “enemigo”. Terrorista es aquel que ha sido declarado como tal por el soberano, ya que es prerrogativa del soberano designar al enemigo. De esta manera, no es extraño que el “terrorista” de ayer se convierta, tras un cambio aleatorio de régimen, en el soberano de hoy, e inversamente. Tanto Isaac Shamir como Nelson Mandela fueron los líderes de “organizaciones terroristas” antes de volverse jefes de Estado. Más recientemente, esto es lo que les ocurrió a los miembros de la Hermandad Musulmana en Egipto. Pocos días antes de salir huyendo del país en su jet privado, Ben Ali describía en la televisión como “grupos terroristas” a los manifestantes que iban a volverse más tarde “héroes de la revolución”.
δ. El antiterrorismo extrajudicial, que ejecuta sin ningún proceso con drones cargados de misiles u operaciones especiales sobre toda la superficie del planeta, no puede ser separado del antiterrorismo judicial, que conduce procedimientos interminables y encarcela a gente por décadas, o no. Ambos son dos aspectos de un mismo modo de gobierno, es decir, de una guerra dirigida en contra de la población, en contra de la posibilidad de una insurrección.
2. El antiterrorismo es el nombre de una guerra, de una guerra psicológica mundial.
Glosas:
α. Hace ya más o menos un siglo —desde la Primera Guerra Mundial, de hecho— que sabemos que la guerra no es simplemente un fenómeno militar, sino un hecho social total, cuya victoria implica tanto a la industria de la salud como a la propaganda y el control de los comportamientos. Pero es sólo desde las guerras de descolonización que hemos llegado a considerar como central el aspecto psicológico de la guerra. Y no sorprende que, puesto que las guerra de descolonización son guerras que se libran al interior de la población y en contra suya, las técnicas de acción psicológica se hayan difundido desde entonces por todas partes, desde el marketing hasta la política, pasando por la policía. En nuestros días, ¿quién no tiene el objetivo de “conquistar los corazones y las mentes”, desde la estrella de pop hasta la multinacional, pasando por el general que conduce una operación?
β. La guerra psicológica, ya sea que recurra a la práctica de tortura, a la manipulación de la opinión pública o a la infiltración de una organización, tiene como objetivo modelar las percepciones, las del adversario, las de sus propias tropas o las de la masa flotante de la población. Es una intervención sobre los mapas mentales a partir de los cuales cada uno navega a través de la existencia y sobre la combatividad misma del enemigo de la que depende todo combate efectivo. En una nota escrita al Secretario de Estado John Foster Dulles el 24 de octubre de 1953, el antiguo presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower define las formas de esta intervención como tratándose de cualquier cosa, “desde el canto de un bello himno hasta el acto más ostentoso de sabotaje”. En una Noticia de información sobre la defensa interior y la guerra psicológica durante la Guerra de Argelia, el ejército francés define este tipo de guerra así: “Es el empleo planificado de la propaganda y todos los medios disponibles para influenciar la opinión, las pasiones, las actitudes y los comportamientos de los grupos humanos, amigos, neutros o enemigos, de modo que sea posible contribuir a la realización de objetivos nacionales del País”. Lo que aquí se juega es la invasión militar en el continente negro de lo preconsciente, el control gubernamental de la afectividad misma de las poblaciones, una extensión inédita del campo de batalla.
γ. El terrorismo es el primer crimen afectivo de la Historia. El terrorista no es principalmente acusado de haber perpretado o preparado una acción, o de profesar tal o cual doctrina antidemocrática, sino simplemente de haber esparcido el terror, por su sola existencia. Y el terror es un afecto. La acción del terrorista, su violencia, es su existencia misma. Su existencia aterradora. Ahora bien, no hay tal cosa como una existencia aterradora. Sólo hay relatos, escenificaciones, imágenes cuyo objetivo es producir conscientemente un sentimiento de terror. También hay maneras de acoger estas narrativas, estas imágenes, que pueden desactivar este sentimiento. Lo cual quiere decir que el carácter terrorista de un asesinato, de una cara o de una consigna es determinado por aquellos que dominan el estado de explicitación pública, la narrativa social: o sea las fuerzas universalmente aliadas del antiterrorismo, las fuerzas del Espectáculo.
δ. Las fuerzas antiterroristas, desde hace años ya, se han dedicado a asociar al hecho del motín, de la acción directa contra tal o cual agente imperial, no un sentimiento de liberación, un sentimiento de respirar mejor, de estar menos solo en el universo automatizado que nos aplasta, sino el pavor. La simple evocación del “Black Bloc”, a pesar de todas las explicaciones contrarias, aspira a inducir la necesidad de tener miedo: miedo a ser atacado, o miedo a ser asociado. Es crucial romper este hechizo. Jamás dejarse aislar, haciéndose coincidir con la propia imagen y el efecto que la sigue mecánicamente. Suscitar la complicidad. Asociar una vez más la idea de revolución a la del incremento de potencia, de alegría. Recientemente en Francia, durante los motines que siguieron tanto en Toulouse como en Nantes al asesinato de Rémi Fraisse, numerosos bancos fueron hechos pedazos. El gobierno, continuando su eterna tarea contrainsurrecional, hizo que se viralizaran las imágenes de motines, de destrucción y de bancos ardiendo en llamas, incriminando como siempre al “Black Bloc”, los “anarquistas” y otros “extremistas”. La operación no tuvo el efecto esperado: algunos espíritus bien inspirados tuvieron la malicia suficiente de pintar en uno de los bancos destrozados: “¡Toma tus intereses!». Gente “violenta” con sentido del humor, he ahí algo que no cuadra con el storytelling espectacular.
3. El antiterrorismo es una política global, implementada a escala nacional.
Glosas:
α. Es sabido que, entre las once propuestas para una legislación común antiterrorista que fueron presentadas por la Unión Europea en el otoño de 2001 “en reacción a los atentados del 11 de septiembre”, seis habían sido ya examinadas antes de los ataques, cuatro estaban ya en preparación y solamente una, sobre el derecho de asilo e inmigración, era realmente nueva. También es sabido que Gran Bretaña, verdadera locomotora en la materia, había votado ya su Terrorism Act en el año 2000, la cual sin así decirlo tenía como objetivo, al igual que la futura legislación europea, los movimientos políticos subversivos, principalmente el movimiento antiglobalización. Para el general Fabio Mini, después de Génova, no queda ninguna duda de que “la protesta violenta contra el sistema mundial [es] equivalente en este caso al terrorismo”.
β. En el marco de la decisión del Consejo de la Unión Europea del 13 de junio de 2000, a propósito de la lucha contra el terrorismo, se define como terrorista toda acción susceptible de «socavar gravemente a un país o a una organización internacional”, cuando su autor tiene como objetivo “intimidar gravemente a una población” u “obligar excesivamente a los poderes públicos o a una organización internacional a cumplir o a abstenerse de cumplir cualquier acción”, o “desestabilizar gravemente o destruir estructuras fundamentales políticas, constitucionales, económicas o sociales de un país o una organización internacional”. Debido a su voluntaria imprecisión, esta definición permite golpear tanto a una contracumbre como a un movimiento de huelga general que trata doblegar al gobierno; e incidentalmente a una organización que practique la lucha armada. Evidentemente es así como fue interpretada esta decisión por numerosos activistas en la época. Por otra parte, no había nada de nuevo en esto: fue con argumentos similares que Margaret Thatcher intentó, al inicio de los años 1980, aplicar leyes antiterroristas contra las huelgas de mineros.
γ. Mientras tanto, aplicar procedimientos antiterroristas contra los movimientos contestarios se ha vuelto algo normal. En España, algunas personas que habían participado, durante el movimiento llamado “de los indignados”, en el bloqueo del Parlamento catalán en Barcelona el día en que se votaba un plan de austeridad, fueron convocados ante la Audiencia Nacional, el tribunal antiterrorista. En Grecia, algunos camaradas —junto a muchos más— que habían ocupado el ayuntamiento en respuesta a una operación antiterrorista en el Pireo fueron tratados con la misma suerte. En Francia, algunos militantes que estaban acusados de transportar bengalas y clavos torcidos camino a una manifestación, también fueron condenados de acuerdo con la legislación antiterrorista. Otros, los de Tarnac, todavía son perseguidos bajo la misma acusación por haber saboteado —según la policía— líneas de tren de alta velocidad haciendo uso de ganchos de hierro y, lo que es más importante, por haber escrito La insurrección que viene. En Italia, cuatro camaradas, Chiara, Claudio, Nicolò y Mattia, siguen acusados de terrorismo por haber participado en una acción colectiva, reivindicada por el movimiento No TAV en su conjunto, durante la cual un compresor del sitio de construcción de la línea de tren de alta velocidad Lyon-Turín fue incendiado. Se trataría de terrorismo ya que esta acción habría intentado “obligar a los poderes públicos” a no continuar con el proyecto y habrían causado “un grave daño al país” hiriendo su “imagen”. Es por esto que tienen que soportar condiciones de detención y de proceso que son usualmente reservadas a los líderes mafiosos. Más recientemente, en Brasil, algunas personas que tuvieron el valor de organizar manifestaciones contra la Copa Mundial fueron arrestadas a partir de procedimientos antiterroristas.
δ. En estas condiciones es imposible imaginar grandes manifestaciones contra la gran inauguración de la sede del Banco Central Europeo en Fráncfort sin tratar de neutralizar preventivamente el instrumento desarrollado por la Unión Europea contra este tipo de eventos políticos. Y hay que admitir que, hasta ahora, en ninguna parte hemos tenido éxito en nuestros intentos de neutralización del antiterrorismo. Una de las razones por las que hemos fracasado puede ser que siempre lo hemos enfrentado dentro de la escala nacional, cuando se trata de una política global.
4. En cuanto política global, el antiterrorismo tiene que ser combatido en una escala global.
Glosas:
En 2001, en reacción a Génova, el redactor jefe de la Revista Italiana de Defensa escribe: “Dado que las fuerzas del orden conocen bien estas guerrillas antiglobalización, no debería ser difícil establecer una base de datos europea e internacional con el objetivo de identificar previamente a los individuos peligrosos, infiltrar esas organizaciones y, justo antes de un evento de riesgo, recurrir a medidas preventivas como la recolección obligatoria de firmas, los controles fronterizos y la suspensión de la convención de Schengen”. El presidente de un Centro de Estudios Estratégicos Italiano cualquiera recomienda, aún más explícitamente, frente a los “movimientos altermundialistas”: “Un control generalizado del territorio a través de una colaboración organizada y permanente entre las instituciones militares y las fuerzas locales de policía”, “la creación de centros de entrenamiento especializados que trabajarán en estrecha colaboración con los Ministros de Defensa y del Interior”, “evitar la organización de eventos internacionales destinados a dar credibilidad a los activistas y sus motivos», “incitar a la prensa y a los medios de comunicación a autodisciplinarse (a través de presiones institucionales más o menos aparentes”, “modificar el código penal”, “la desinformación y la infiltración de agentes provocadores que busquen controlar y sabotear” y por último “un uso discrecional de las represalias”. Concluye: “Las instituciones implicadas en esta gran ofensiva podrán igualmente recurrir a todo un abanico de contramedidas teorizadas y aplicadas por las escuelas estadounidenses de contrainsurrección y francesas de guerra revolucionaria”. Si tenemos presente la función de infiltración a escala europea que tuvo el oficial inglés Mark Kennedy así como las estrategias policiales aplicadas en las últimas contracumbres, aparece como algo evidente que estas líneas no son palabras vacías, sino la política global que es dirigida en nuestra contra. Así pues, necesitamos una contraestrategia, una estrategia que sea tan global como la maniobra del enemigo.
1. Cuando su táctica consista en aislarnos de “la población” para girarla en nuestra contra, tenemos que procurar que los que vengan a Fráncfort no sólo sean activistas y militantes, sino la gente misma, todos aquellos que tienen que lidiar con la obscena política del BCE.
2. Cuando su táctica consista en asociar a los movimientos revolucionarios un sentimiento de terror, tenemos que hacer reír a la gente, burlarnos de nuestros enemigos, dar muestra de un gran ingenio. Un “terrorista” que hace reír ya no puede ser un terrorista.
3. Cuando luchemos contra cada procedimiento antiterrorista a escala local o nacional, tenemos que aprovechar cada ocasión para convertirlo al menos en un asunto europeo. Es bastante lamentable que no hayamos logrado convertir el escándalo levantado en Inglaterra por el caso de Mark Kennefy en un asunto europeo que pusiera en cuestión las prácticas de las diferentes policías que acudieron a sus servicios.
4. Cuando intenten oponer la “vida normal”, apolítica, a la locura de las hordas anticapitalistas, tenemos que mostrar, al contrario, la locura de la “vida normal” y la alegría de una política arraigada en la vida, en la vida ordinaria.
5. Cuando las victorias del partido adverso se deban a que tiene una estrategia global en nuestra contra, mientras nosotros no tenemos ninguna en contra suya, tenemos que reemprender un debate estratégico internacional, como mínimo europeo, para volver a ser capaces de abordar la situación.