Time to disconnect
El poder socialmente modelador de Google: precursor del totalitarismo smart
Google, Facebook, Twitter, Apple, Amazon, etc. son los servicios ideales para un nuevo “panóptico” digital. Recopilan y entregan muestras individuales de nuestras vidas, con las cuales producen una vasta gama de instrumentos que sirven para categorizar, predecir e influenciar los comportamientos. La monopolización de estas informaciones y su reventa dan a esos servicios un poder de condicionamiento social sin precedentes en la historia. Nuestro consentimiento a la acumulación continua de datos contribuye de manera determinante a esta concentración de poder.
¿Por qué consentimos, como si fuéramos unos exhibicionistas digitales, a la completa radioscopía de nuestra privacidad? ¿Por qué proporcionamos voluntariamente los datos que necesita toda vigilancia basada en la partición entre comportamientos “normales” y “desviados”? ¿Por qué todos esos big brothers se han vuelto nuestros más cercanos amigos? ¿Por qué tenemos más confianza en las máquinas que en nosotros mismos y nuestros verdaderos amigos? ¿Por qué intencionalmente contribuimos tanto a la explotación acelerada como a la estabilización del capitalismo?
Un smartphone lifestyle, manejable y a la moda, vuelve posible la participación social en un mundo de información digital casi total. Todo esto descansa en la hipótesis confortable de que nosotros podremos así controlar y dirigir nuestras vidas y nuestro trabajo de manera más eficaz, más smart. El pasatiempo de la optimización y el desarrollo personal remplaza las categorías superadas del Estado-policía orwelliano — nadie se ve aquí reducido al silencio, al contrario, todos son más bien impulsados a una incesante habladuría en línea. Así, por nuestra constante actividad conectada, cedemos el control sobre detalles personales sensibles a terceros, y entregamos nuestra autodeterminación a una heterónoma injerencia digital.
Cómo cada momento de nuestra vida es grabado y evaluado
Transmitidas por mi teléfono portátil, las coordenadas de geolocalización diseñan mis costumbres, mis trayectos, mis lugares de vida. Mi tarjeta de crédito o de retiro bancario dejan asimismo cotidianamente un rastro individual del monto, el sitio y la naturaleza de mis gastos. El teléfono, los e-mails, Twitter y Facebook proporcionan un sociograma casi íntegro de mis contactos: un simple software responde con una gráfica a la pregunta “¿Quién está vinculado a quién, y hasta qué punto?”. Las palabras clave y el análisis semántico de comunicaciones no-encriptadas revelan mis relaciones sociales y la manera particular que tengo de expresarme en la comunicación.
Basta con un par de meses para obtener un análisis bastante preciso de mi “perfil de comportamiento” individual, y de ahí mi comportamiento “normal” previsible. Las irregularidades de ese comportamiento son después fácilmente detectables y desencadenan instantáneamente la atención cada vez mayor de soplones instituidos y explotadores comerciales de datos.
Ninguno de los métodos de análisis citados requiere inversión personal inmediata de esas autoridades de vigilancia o de sus asociados privados. ¡Nadie necesita interesarse explícitamente en mí! Unos algoritmos evolutivos efectúan sus análisis desde los centros de cálculo vía el cloud, automático y paralelamente al de millones de proveedores de datos “voluntarios”.
Quien se procura un smartphone última generación acepta el hecho de que nunca pueda ser apagado completamente. De que se deja tranquilamente poner en marcha con una “llamada” a distancia. De que a lado del micrófono, la cámara también está constantemente activada, a fin de poder controlar el teléfono portátil con movimientos oculares. Atiborrado con una veintena de captores en total, escanea continuamente nuestro entorno. En cambio, en lo que se refiere a la interfaz de intercambio de datos, el fabricante se vuelve conscientemente ahorrador: todos nuestros datos deben asentarse en el cloud, es decir, en las granjas de servidores de Google, no-encriptados a fin de que Google pueda analizar su contenido.
Pulsera-fitness y reloj-smart — herramientas de optimización personal
Los captores de nuestro acompañante permanente se unen cada vez más a nuestro cuerpo. Más de 30 000 “apps” (aplicaciones para smartphones y tabletas) están disponibles para el tema “Salud y Fitness”, dos veces más en el tema “Deportes” y unas 25 000 en el dominio “Cuidado médico”. En conexión inalámbrica con una de las innumerables pulseras-fitness o relojes-smart, las apps cuentan los pasos, el consumo de calorías, la frecuencia del pulso, la tasa de glicemia e incluso nos informan de la calidad de nuestro sueño. Quien los utiliza es invitado a controlar meticulosamente si alcanza sus objetivos personales — ya se trate de perder peso, nuevos récords deportivos o bien vivir “sanamente”. De manera completamente incidental, de manera lúdica y smart, es interiorizada la doctrina social de la autodisciplina y la optimización personal. Para los “realizadores” modernos, la pulsera-fitness de moda es ya la norma. Las primeras compañías de seguros ofrecen desde ahora descuentos en sus tarifas a aquellos que puedan probarles digitalmente que han realizando más de 5 000 pasos durante el día.
Mientras que pacientes y doctores en Alemania resisten hasta ahora con éxito a la puesta en funcionamiento de una tarjeta electrónica de seguro médico que contiene toda la historia médica del paciente, Google y Apple presiden de los conflictos y las negociaciones transformando el smartphone de un aparato-fitnnes a un verdadero centro de salud digital. Para un manejo óptimo de la salud en smartphone, Google Fit y Apple HealthKit piden las prescripciones digitales de los médicos, los resultados de los laboratorios de análisis incluyendo la medicación, así como la confiscación de sus hábitos alimenticios.
Mediante la comprensión y la desencriptación del genoma humano, Google busca obtener la supremacía sobre los datos. Presentando en junio de 2014 su software de tratamiento de datos genómicos, Google lanzaba la plataforma más importante de su proyecto Google Genomics. Y ya los dos mayores bancos de genomas en el mundo cargan la infraestructura del cloud de Google del análisis y el tratamiento de esos datos.
All data are creditdata — Google, sistema operativo de la vida
“Nosotros no somos los clientes, somos los productos” de Google, Facebook, Twitter y consortes. Con el favor de las divulgaciones de Snowden y del debate sobre la vigilancia masiva por los servicios secretos y sus asociados económicos privados, el mensaje entra poco a poco en las mentes. Muchos creyeron por mucho tiempo que Google era esencialmente sólo un motor de búsqueda y que la creación de un banco de datos de todas las búsquedas efectuadas, incluyendo los resultados “pertinentes”, servía primeramente para volver disponibles ofertas o conocimientos. Mientras tanto, sin embargo, ya no suena paranoico decir que el análisis de los vínculos particulares entre todas las peticiones individuales constituye la principal función del motor de búsqueda y que el motor de búsqueda en sí mismo no es sino la pieza central de una colección monopolizada de todos los datos relevantes de la vida. Es sobre esto que es edificada la posición de líder en el mercado de Google, en navegadores (Google Chrome), sistemas operativos para teléfonos portátiles (Android), servicios de videos en línea (Youtube) y de mensajería electrónica (Google Mail). Google ni siquiera oculta su acceso a todos los contenidos no-encriptados. La única manera de remediar esto, de frustrar a Google, es una comunicación encriptada de uno a otro punto.
El servicio de préstamo de Google, “Zestfinance”, utiliza según lo que ellos dicen más de 80 000 indicadores diferentes para verificar la fiabilidad del crédito de sus clientes y declara en consecuencia que “all data are creditdata” [“todo dato es pertinente para quien quiera dar crédito”]. La enorme cantidad de parámetros tomados en cuenta permite incluso un control más que detallado de la solvencia: ¿quién merece beneficiarse de un financiamiento de estudios o de un seguro de salud?
En el futuro, todos los objetos a cargo de nuestro entorno tendrían que tener un sistema operativo y estar conectados entre ellos y con nosotros. Gracias a su posición en el mercado y a su poder financiero, Google trabaja ferozmente para imponer su sistema operativo Android. Como prueba, sus recientes inversiones en empresas del dominio de los termostatos, los detectores de humo, los robots para el hogar, las cámaras de vigilancia, los coches sin conductores, los satélites, los drones, los cables submarinos de internet, los globos-internet. Para Google se trata de implantar su propio sistema operativo y dominar el acceso a la más vasta parte posible de la infraestructura de datos.
Bastante más que un negocio y un monopolio de la información
La descripción de las actividades de Google como sistema de adquisición y análisis de informaciones personales no es nueva. Pero éste no es el objetivo primordial de Google. De lo que se trata, para ellos, es de construir una nueva realidad.
Quien examina más de cerca la pieza central de Google se percata de que el motor de búsqueda ha sido programado de manera altamente manipuladora. No únicamente en el sentido pasado de moda de una publicidad tan dirigida como sea posible, sino más bien en lo que concierne a la propia accesibilidad de la información. Por medio de algoritmos complejos que sirven para jerarquizar y privilegiar las entradas, usuarios diferentes reciben respuestas diferentes a la misma pregunta. Con la ayuda de perfiles personales minuciosamente detallados, una influencia sutil y muy eficaz del usuario es ya posible en esta fase. Un acceso anonimizado a Internet es así un prerrequisito para evitar este tipo de manipulación.
El objetivo abiertamente declarado de Google es manifestar y desarrollar su posición privilegiada de acompañante personal y de manipulador smart. “Pronto —ha declarado el exdirector ejectivo de Google, Eric Schmidt— no se pedirá ya a Google hacer una búsqueda, sino ¿cuál es la próxima cosa que debo hacer?” En efecto, en su imaginación desbordante, Google organiza nuestra vida entera. Hay que decir que desde hace poco Google se dedica al estudio de la formación de la voluntad humana, gracias al proyecto Google Brain.
Totalidad smart y nuevo voluntarismo
A diferencia del régimen totalitario imaginado por Orwell, la cuestión de nuestra vida cotidiana, hoy, no es ya suprimir pensamientos y cortar de raíz los crímenes de pensamiento eliminando el vocabulario necesario para formularlos. El “panóptico digital” que Google, Facebook y otros controlan actualmente con más fervor incluso que sus asociados gubernamentales, no silencia ya a nadie, sino que alienta a todo el mundo a estar siempre conectado. Antes que callarnos, se nos incita a ser exhibicionistas de nuestras tentativas de organización y a optimizar nuestra vida. Evidentemente, ya no se trata de constreñir, sino de volver dependiente. No más frases amenazantes y represivas, al contrario: es por la creatividad y la eficacia que el mundo multicolor y friendly de las aplicaciones de smartphones estimula nuestra “libre” puesta al desnudo. Los que rechazan esta difusión continua de uno mismo se vuelven sin duda sospechosos, pero no son automáticamente oprimidos. Ni siquiera quedan aislados, se aíslan a sí mismos.
Inicios de resistencias
Los que buscan desbaratar el espionaje de datos personales de todos los tipos o defenderse activamente frente a las extracciones de ADN o a las cámaras de vigilancia, tendrían previamente también que repensar estratégicamente la manera en que dan a conocer —o no— sus datos día tras día. Relacionar entre ellas mis diferentes actividades, centros de intereses, gustos, compras y comunicaciones en una sola identidad digital es el fundamento del poder de todas las herramientas de análisis policial. Métodos de separación de identidades contextuales permiten, por ejemplo, partir sin mucho esfuerzo su vida real en diversas identidades digitales
Así pues, llamamos a no disertar sin fin y con total impotencia sobre los principios de un internet libre y anónimo comparado con la realidad de la vigilancia, sino, primeramente, a utilizar las posibilidades de impedir la adquisición de datos en nuestra vida cotidiana y, segundo, a atacar resueltamente esas incursiones cotidianas.
Kick glassholes
¿Y si se estremeciera el poder de formateo social de Google oponiéndole un precedente que crea un signo emblemático e inolvidable de rechazo? Los Google Glass son una excelente oportunidad por su carácter muy controvertido para una amplia parte de la población. Google es extremadamente sensible ante las resistencias sociales. Así se creó una gran inquietud cuando, el año pasado, los servicios de transporte de Google en San Francisco fueron bloqueados y atacados repentinamente. Unos activistas se habían movilizado contra el enorme aumento del precio de las viviendas en los alrededores de las paradas donde pasan los autobuses de lujo climatizados que llevan a bordo a los empleados super-asalariados que tienen como destino la multinacional del Silicon Valley.
Concretamente: si le quitamos los Google Glass de la nariz a la persona que tengamos enfrente de nosotros en el metro o que nos crucemos en la calle, es verosímil que la discusión sobre la vigilancia y la absorción continua de datos nacerá por sí misma. ¿Quién quiere ser grabado, filmado o fotografiado a sus espaldas, todo esto combinado con la geolocalización exacta, e inmortalizada sobre los discos duros de Google? ¿Quién quiere ser “googleizado” e identificado a primera vista por cada “glasshole” gracias al banco de imágenes disponibles en internet? En los Estados Unidos, el software de la aplicación de reconocimiento facial para los Google Glass recurre inmediatamente a un banco de datos de 450 000 delincuentes sexuales. ¡Nuestra vida, para los diseñadores del programa, estaría claramente más segura si supiéramos en cada instante a lado de quién nos encontramos!
Proponemos pedir a los smart-caballeros y smart-damas quitarse sus lentes o si no hacerlo por ellos. Siendo la meta, mediante la confrontación cotidiana con esos lanzadores de modas tecnófilas benévolas, volver poco atractivo el ser un tecno-nerd 24/7 Google y abrir debates sobre la adquisición y el procesamiento de datos personales. Algunos altercados serios ya han tenido lugar en los Estados Unidos en torno a esto, tras la preocupación justificada de no ser furtivamente escaneados y grabados. Muchos bares y clubes participan en la campaña contra los “glassholes” y los echan fuera para proteger a su clientela. No sin razón, la salida de los Google Glass en Europa ha sido pospuesta a 2015, mientras que en Inglaterra, donde todos están acostumbrados a una videovigilancia permanente, están disponibles desde finales de junio de 2014 [N. T.: Google ha anunciado desde entonces poner una pausa indefinida a la comercialización de sus lentes].
No seamos sus networkers, no colaboremos más, estropeemos la red
Su idea de trabajar en red nos encadena, en cuanto fuentes humanas, como “nodos” en una red que integra a todo y a todos de forma global. Su visión completamente basada en la red, y con ello controlada, de una sociedad tecnocrática puede existir perfectamente sin ninguna clase de relaciones humanas directas. Al contrario: está pensada precisamente para destruir estructuras sociales tradicionales, como por ejemplo los vecindarios solidarios, basados en el apoyo mutuo y la amistad. Estas estructuras humanas “anticuadas” son menos fluidas y, por tanto, menos manejables y explotables en el actual nivel avanzado del capitalismo cibernetizado. Cuanto más seamos unos nodos aislados dentro de su red, tanto más nos acomodaremos y contribuiremos a un mundo capitalista estable, cibernético y real. De hecho, la diferencia entre un “mundo real” y un “cibermundo” ha dejado de existir. Hemos ya alcanzado una era posinternet, porque nuestro mundo está completamente penetrado por internet.
No sólo nuestros avatares, también nosotros mismos estamos restringidos por las limitaciones de su medio. Ellos sostienen que nos están acercando los unos a los otros, pero en realidad ellos nos están separando los unos de los otros. Y es esta misma distancia la que aumenta nuestra dependencia de su medio.
Cuantas más cosas creemos poder resolver rápidamente con nuestros smartphones y notebooks, tanto más se condensa y se acelera nuestra vida cotidiana. Somos invitados permanentemente a contribuir, a autooptimizarnos, a trabajar. No ganamos tiempo, lo perdemos bastante en su red, trabajando para ellos. La única cosa que realmente “ganamos” es dependencia.
Somos perfectamente conscientes de que la red ofrece algunas posibilidades para coordinar nuestra vida política a través de grandes distancias. Tampoco hemos olvidado las posibilidades de movilización y comunicación a corto plazo que facilitaron los medios sociales en los levantamientos de los últimos años. Pero por más que evaluemos los pro y los contra, nuestro balance general es claramente negativo.
No estamos ante un “desarrollo” social neutro guiado por la tecnología, al igual que no puede existir un “proceso” neutral de gentrificación de áreas urbanas. Estamos ante un ataque tecnológico contra nuestra vida social entera que es completamente intencionado e impulsado de forma agresiva con la ventaja para una concentración de poder gigantesca e inédita. Teniendo esto en cuenta, no tiene sentido permanecer en un nivel de crítica de la tecnología o glosar sobre el susodicho “Zeitgeist”, tal como suelen hacerlo los telenovelistas de la izquierda conservadora para garantizar una progresión tecnológica libre de fricciones.
Tenemos la urgencia de contraatacar a los enemigos de las relaciones sociales directas, los cuales son, por otra parte, fácilmente detectables. Tenemos que abandonar su red y sus reglas, bloquear su acceso a nosotros. Ha llegado la hora de la desconexión: ¡acceso denegado! Vincúlemonos con otros camaradas que resistan para minar juntos su ideología e infraestructuras de red. Atacarlas, atacar sus servidores y cortar sus fibras ópticas sería una respuesta adecuada a sus intentos de hacerse con nuestras vidas.
¡Pongámoslos fuera de línea!