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Jonnefer Barbosa / Tiqqun de las afueras

El siguiente texto es el prefacio a la edición brasileña de Un habitar más fuerte que la metrópoli del consejo nocturno (Pepitas de calabaza, 2018), publicado en portugués por la editorial brasileña Glac en noviembre de 2019.

 

Con exactamente 32 años de diferencia, el 19 de septiembre de 1985 y el 19 de septiembre de 2017, violentos terremotos sacudieron la Ciudad de México. Los terremotos interrumpieron las comunicaciones, cerraron carreteras e impidieron el acceso a regiones. Edificios, casas y viaductos se derrumbaron, causando muertos y heridos en una conurbación de 21 millones de personas que habitan la región que hasta el siglo XVI era el valle del Anáhuac.
En 2017, el engranaje de la planificación gubernamental que se inició tras el primer terremoto se derrumbó como un castillo de naipes, especialmente en lo que respecta a la fiscalización de las nuevas construcciones de una megalópolis expansiva situada en un área reconocidamente sísmica. Junto a las ruinas también quedaron al descubierto los cárteles estatales-financieros-partidistas que hasta entonces habían gestionado la política metropolitana en el antiguo Distrito Federal, donde la especulación inmobiliaria, la gentrificación de los barrios antiguos y la expulsión de los pobres a las periferias lejanas estaban siempre coludidas. Al mismo tiempo, los servicios de apoyo y emergencia gubernamentales resultaron inoperantes, incapaces de lidiar con la intensidad y el alcance de los estragos.
En los relatos posapocalípticos imaginados por los escribas del Imperio, las situaciones límite, como los terremotos de Ciudad de México, se asocian inevitablemente con imágenes aterradoras de saqueos y guerra civil, hordas hobbesianas o multitudes de muertos vivientes hambrientos. El tan supuesto caos derivado de la suspensión de la ley. Nada más lejos. Al igual que en los sismos de septiembre de 1985, en 2017 miles de personas salieron a las calles e iniciaron movimientos espontáneos para remover escombros y rescatar personas atrapadas, formando brigadas de emergencia y alimentación, lugares de apoyo y cuidados ambulatorios improvisados, redes informales de resguardo en edificios que quedaron intactos. El «desbordamiento popular de los aparatos de gobierno» no significó aquí la aparición de una «ciudadana y quimérica “solidaridad”», sino la de diversas praxis de autoorganización independientes y ajenas a los aparatos gubernamentales que regían la cotidianidad: otros lenguajes, otras formas de relacionarse con el espacio, otras maneras de habitar.
Caos y ley siempre han estado implicados en una misma máquina metafísica y seguritaria, que se ve socavada en sus propios fundamentos en el momento de un gran sismo geológico o insurreccional. En poco tiempo, no sólo en la Ciudad de México sino en otras regiones afectadas por los terremotos, las Fuerzas Armadas se movilizaron formando cercos contrainsurreccionales: intervinieron en los escombros y una operación mediática-espectacular reunió donaciones y movilizó la reactivación de los dispositivos y aparatos agregados en gobiernos, constructoras, empresas y cárteles inmobiliarios, precisamente la red de controles y gestiones que había sido neutralizada con el terremoto. Retorno, aunque sea temporal y mantenido bajo situaciones de excepción, a la metafísica de la interdicción de las presencias.
Sólo el «curso aún no cerrado de los acontecimientos» permitirá dar la victoria a una u otra de las partes: es en esta pendencia que este texto llega a los territorios del sur, para ser leído en portugués brasileño. Es precisamente en la tradición de la insurrección anónima y de una ética inmanente del habitar, telúrica y comunal, donde este documento del consejo nocturno, Un habitar más fuerte que la metrópoli, de marzo de 2018, cobra legibilidad y potencia.
Tiqqun de las afueras: no me refiero sólo al movimiento anónimo que dio origen a la célebre revista francesa de finales de la década de 1990 y principios de la de 2000. Tiqqun no sólo como lema pegadizo de un movimiento singular o identidad sibilina de un grupo anónimo de jóvenes, sino como potencia de deriva, escritura y vida —todo en el mismo plano de inmanencia— para la articulación histórica y política de un pasado negado, reprimido, desaparecido… en vistas a su redención y reparación en el ahora.
La escritura del consejo nocturno no es sólo un gesto de retomar y releer el movimiento francés para el contexto más amplio mexicano y latinoamericano, sino la implosión de los confines académicos y de patrullaje que hasta ahora han disciplinado y ordenado Tiqqun como un movimiento estrictamente filosófico, geográfica, histórica y políticamente situado, es decir, muerto y neutralizado. Tiqqun no se limita a una intervención intelectual específica que movió las palas de editoriales de izquierda como La fabrique a principios de la década de 2000 (o incluso recientemente). Tiqqun es una potencia anónima de deserción y secesión. Inconfundible con las coagulaciones del militantismo, entendido aquí como progresismo, donde las prácticas kairológicas de subversión, de una felicidad aquí y ahora, son sustituidas por «proyectos de liberación», negociaciones e innumerables cronogramas. Incluyendo también una escritura dócilmente bien portada, inofensiva, vendible y, sobre todo, académicamente asimilable.
de las afueras: no pretendo referirme a una entrada o importación neocolonial —aunque sea de izquierda— de los conceptos de la filosofía francesa contemporánea en las periferias y jacales, en las universidades y espacios de discusión estrictamente intelectual de un país como México («el movimiento Tiqqun aplicado al sur»). Sino a un salvaje habla de las afueras, un habla desde los escombros y arrabales mundiales, en aquellos lugares donde la gestión se muestra como lo que siempre ha sido: confluencia de pandillas que lograron territorializar y circunscribir a los demás, poder necropolítico violento, no restringido al gobierno de poblaciones y a la posibilidad de infundir la muerte, sino también de producción diseminada de desapariciones.
En Un habitar más fuerte que la metrópoli, junto a las intensidades conceptuales benjaminianas, deleuzianas y agambenianas, tan presentes en los escritos de Tiqqun y del comité invisible, veremos aparecer una serie de tópicos que hablan mucho de las luchas de secesión libradas en el contexto brasileño, como la colonización, la territorialidad comunal, la fuga del paradigma metropolitano y su régimen policial de subjetivación.
Salir de la metrópoli, en los términos del consejo nocturno, no significa ir al campo, o elegir inofensivamente uno de los polos del dispositivo gubernamental. Walmart está tanto en las tiendas físicas, con sus estacionamientos y cámaras de seguridad, como en los campos de monocultivo. La arquitectura de un aeropuerto va acompañada del mundo que implica. La metrópoli es un diagrama gerencial y proliferante; es la propia organización de los espacios y los tiempos bajo la lógica del capital cibernético-financiero, dirigida al máximo rendimiento, control y eficiencia, en el momento de la simultaneidad de las señales digitales y la continua retroalimentación de datos.
La metrópoli es inseparable de «las tecnologías y las ciencias de gobierno» y de la «formación de un mercado y una esfera particular de producción», absorbiendo y reagrupando los procesos fordistas y toyotistas en una gestión imperial de nuevos esclavos. En concreto: el modelo de economía en el que los conductores de Uber en la ciudad de São Paulo empiezan a llevar pañales para no interrumpir sus recorridos, o la dinámica de competencia en la que los motociclistas kamikazes de iFood mueren sin seguro de vida ni pensiones. Y cada día, además de productos y servicios, cada uno de estos nuevos esclavos abastece de nueva información a la gestión cibernética, con vistas a crear la mercancía integral y el mercado total, que ya no necesitará intermediarios ni inscripciones mundanas (el conductor de Uber o el repartidor de la app también como continuos recolectores de datos e información, que en el futuro engendrarán los coches autónomos o los drones de reparto impulsados por inteligencia artificial). Entre los nuevos esclavos y los desechos humanos inservibles, una serie de identidades fantasmagóricas sin persona: el instagramer, el youtuber, el emprendedor, el coach — los «predicados contrainsurreccionales» que cada ciudadano metropolitano vehicula —o con los cuales sueña— para «demostrar su fidelidad fulminante al estado de cosas presente».
En tiempos del capitalismo imperial, el colonialismo no es algo que haya ocurrido de una vez por todas y que sólo deba ser rememorado, incluso en forma de un monumento a las víctimas. El consejo nocturno lo entiende como una gubernamentalización constante y continua, presentificada, que coloniza todos los espacios-tiempo y las regiones más remotas de la vida y del mundo. La metrópoli global integrada se confunde hoy con sus propios entornos: confusión sintomática en los megaproyectos infraestructurales y los planes urbanísticos, como la transformación de ciudades enteras en parques temáticos, las smart cities, en las que cada humanoide se convierte en un usuario de su ciudad-dispositivo, un turista desarraigado que contempla su propia impotencia y su muerte cronometrada.
Pero, ¿qué significa este habitar más fuerte que la metrópoli? Abordarlo en este espacio sería anticipar y tal vez limitar la fuerza de este grito-escrito lanzado por los compañeros del partido imaginario radicados en este inmenso territorio conflagrado que hemos acordado, por mera limitación, llamar México.
¿Qué ontología en expansión o plano de consistencia sustenta un Municipio Autónomo Rebelde Zapatista? ¿O una ZAD? ¿O una aldea yanomami, warlpiri o purépecha? Si los tzotziles en Chiapas o los korubos en la Amazonía defienden sus territorios con sus armas y con sus vidas, no es porque éstos sean sus propiedades (como insiste la psicosis bolsonarista), sino porque sus territorios son parte inseparable de sus formas de vida. Cuando un pueblo es expulsado de sus tierras, un mundo se apaga. Una morada indígena es la continuación por otros medios del propio bosque, que se convierte en habitación humana, al igual que el «iglú no es más que la continuación por otros medios del viento glacial, pero vuelto habitable». Conceptos como anarquitectura, construcción vernácula, intercomunalidad (¡no una internacional, sino una intercomunal!) abren brechas sobre cómo desactivar el colonialismo que atraviesa nuestros cuerpos y maneras de vivir. Si el capitalismo imperial es el propio medio en el que nos movemos, si todos los espacios pretenden ser capturados por dispositivos cibernético-gerenciales, los gestos de deserción sólo pueden tener consistencia si van acompañados de otras formas de habitar y de una defensa a ultranza de los territorios que, en su uso, pueden convertirse en barricadas y, ojalá, en quilombos o comunas.

Una respuesta a «Jonnefer Barbosa / Tiqqun de las afueras»

Un texto muy expresivo. Un recorido tactil de lo real. Una escritura aposionado e inmoralista. Me vienen a la memoria textos y formas de Reem Koolhas. ????????

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