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Reiner Schürmann en entrevista: «Tal vez siempre seré un ser de fuga»

Con motivo de la traducción italiana de la novela Les origines (publicada originalmente en francés en 1976 y todavía no traducida en castellano) de Reiner Schürmann (una publicación de Edizione Efeso editada por el Laboratorio di Archeologia Filosofica), el sitio web italiano Qui e ora publicó el 6 de julio de 2020 una entrevista que este filósofo concedió al periódico católico francés La Croix el viernes 30 de septiembre de 1977 sobre su libro. Es un documento interesante porque interroga al filósofo en primera persona, llevándolo a discutir las acciones de la Rote Armee Fraktion (RAF), justo en los días en que sus miembros habían secuestrado al presidente de la Federación de Industriales Alemanes Hanns Martin Schleyer (antiguo oficial nacionalsocialista de las Schutzstaffel), y en general sobre su visión de la vida o incluso de la anarquía.

 


 

Reiner Schürmann tiene 36 años. Nacido en Alemania en el apogeo de la guerra, nunca ha dejado de soportar el peso de los errores que no cometió. En un intento de escapar del pasado se lanzó a una larga peregrinación. Una estancia en un kibutz en Israel, estudios en París, viajes a Grecia, luego una estabilización en los Estados Unidos donde es profesor de filosofía. En un inquietante libro, Les origines, en gran parte autobiográfico, cuenta su sufrimiento al estar marcado por sus «orígenes». En un momento en que el terrorismo pone a Alemania en la primera línea de la actualidad, escuchar a Reiner Schürmann facilita la comprensión de lo que está sucediendo, pero sobre todo las reacciones de su pueblo ante el retorno de la violencia.

 

¿Por qué escribe (magníficamente) en francés?

 

Debido al tema. Se ha hablado demasiado de este tema en Alemania. O no lo suficiente. Pero mal. Parece que nuestros oídos están tapados, lesionados de antemano. Creo que mis compatriotas no quieren oír hablar del tema de mi libro. Por eso se trata de un libro escrito para no-alemanes. Pero una vez que fue publicado en los Estados Unidos y en Francia, Alemania comenzó a interesarse en él.

 

El título: Los orígenes.

 

Es una historia un poco complicada. En primer lugar, los orígenes son mis orígenes nacionales. Es la historia de un alemán nacido durante la guerra, una guerra que no vio y con la que vivió durante mucho tiempo. No con la guerra, sino con sus consecuencias. Entonces, los orígenes se refieren a una búsqueda, un intento de encontrarse a sí mismo, pero esta vez individualmente, a nivel de las relaciones humanas. Un impulso hacia lo que soy: yo, Reiner Schürman. ¿Por qué mi vida está tan marcada por la obsesión con un pasado particular? Aquí hay un hecho original: haber nacido alemán en una época en la que mi país cometía todo tipo de crímenes; y luego está el origen en el sentido de la identidad individual, de esa zona tenue dentro de uno mismo de la que surge una vida.

 

Todo su libro es como un largo grito de gran sufrimiento.

 

Algunos críticos, aunque benévolos, han tomado este libro por algo así como… ¿Cuál fue la frase de esa mujer?… Oh, sí, una «expiación». Un alemán pidiendo perdón al pueblo francés, una especie de ajuste de cuentas internacional. No, no quería escribir nada más que una especie de radiografía de mi cabeza, a partir de una serie de obsesiones, todas centradas en un solo problema.

 

¿Podría describir brevemente la idea del libro?

 

Se trata de un alemán que comienza a viajar demasiado joven, a la edad de 16 años, a finales de la década de 1950, y que, dondequiera que vaya, se ve obligado a identificarse con lo que los alemanes han hecho a otras personas: Polonia, Israel, Grecia, Francia y, finalmente, Estados Unidos. En todas partes, por ser alemán, he sido identificado con un pasado que no quería, que no conocía, con el que no tenía nada que ver. En Creta, por ejemplo, tenía 16 años. Estaba con dos amigos de mi edad y nos negaron el servicio en un restaurante. «No para los alemanes». A los 16 años no estás preparado para lidiar con ese tipo de rechazo. En los Estados Unidos, a los 30 años, estaba tratando de conseguir un trabajo como profesor asistente en una universidad. Lo primero que me dijeron fue: «¡Oh, eres de Colonia! ¿Todavía hacen jabón con huesos humanos en esa ciudad?».

 

El terrorismo de hoy

 

¿Piensa que hay muchos alemanes jóvenes que están tan traumatizados como usted por este rechazo y culpa?

 

Mi respuesta no será sencilla. El genio de Francia reside en el habla. En este país se habla. Y lo ininteligible, una vez que entra en una frase, parece haber sido entendido. En Alemania no se habla de las cosas más importantes. Se convierten en filosofía abstracta o en música. Esto a menudo da una impresión de mutismo, de distancia. Estoy seguro, lo he visto, que con la ayuda de la cerveza, después de la medianoche, hay arrebatos de ira que no son agradables de ver. De repente, un núcleo oculto resurge. Está escondido bajo la fachada ordinaria de la vida, pero ésta se agrieta. Y entonces las grietas se parchean. El endurecimiento policiaco en este momento en Alemania es el mismo tipo de encubrimiento, pero en un fondo vertiginoso: se trata de crear un clima en el que todas las diferencias de opinión son imposibles. Esta solidez de una superficie donde sólo se acepta una tonalidad y se suprimen todas las demás, elimina o reprime todo lo que causa obsesión y angustia. Esta solidez crecerá más y más.

 

Si esto fuera dicho, ¿sería menos dañino, más sanable?

 

Por eso escribo, para sanarme. Deberíamos hablar sobre el papel de la escritura en este momento. Si se escucha un poco lo que se dice en los cafés y en las terrazas de los restaurantes, pues bien, siempre es un poco lo mismo. Hablan de la comida, hablan de lo que pasa en sus vidas, hablan de películas. La escritura tiene el papel de penetrar en esta pátina del lenguaje, aquella para la que la comunicación es agradable, no demasiado ofensiva, donde hay convenciones, donde nos entendemos inmediatamente. La tarea de escribir consiste en decir las cosas de las que no se habla en la mesa de un restaurante. Sacarlas a la luz: pero se necesita tener un fondo para sacar las cosas a la luz. Puedes ganarte muy bien la vida usando cierta jerga, o con las polémicas que todos repiten. Lo que yo llamo «los orígenes» es el esfuerzo de sumergirse mucho más profundo, por debajo de los patrones mentales aceptados en nuestras relaciones cotidianas con la gente.

 

¿La Alemania de la banda Baader-Meinhof, del terrorismo, tiene algo que ver con el desconcierto de los jóvenes alemanes? Y frente al terrorismo, el letargo general de la opulencia, el economicismo, la sociedad del lucro, aquella de la «vida por el lucro» de la que habla en su libro, ¿no esconde todo esto el mismo desconcierto?

 

Creo que de hecho es el mismo tipo de confusión, la misma huida de un pasado que debe ser olvidado a toda costa.

 

¿Se puede explicar o tratar de entender este terrorismo de los jóvenes?

 

En primer lugar, debe ser situado en la historia. Parece que se está hablando de un nuevo fenómeno. Por supuesto, tiene sus aspectos nuevos, pero tienen raíces muy antiguas. La unidad alemana fue impuesta por fuerzas externas victoriosas. Como dijo el presidente Gustav Heinemann en su discurso de investidura: «No fuimos capaces de unificar nuestro país por nuestra cuenta (se necesitaba un poder externo, como era Prusia), ni de establecer un régimen democrático por nuestra cuenta».
El régimen democrático fue impuesto dos veces por las potencias vencedoras. ¡No gustó mucho eso! ¿Se imagina a un presidente de la República Francesa denunciando la incapacidad nacional para establecer un modo de vida republicano? Así que hubo una incapacidad de crear una nación a partir de sus divisiones regionales y hacerlo democráticamente. El resultado ha sido que la conciencia política de Alemania siempre ha estado bajo vigilancia extranjera. Los Aliados no sólo nos impusieron un régimen democrático, sino que lo mantuvieron con su constante presencia. La presencia y la vigilancia de los Aliados han sido efectivas, y tal vez indispensables.
Así, con tan pocos recursos políticos propios, es comprensible que el terrorismo sea en parte causado por la incapacidad de crear una amplitud de opinión lo suficientemente grande como para absorber los extremos. Debido a que las voces políticas son débiles, por las razones históricas que he mencionado, la más mínima divergencia de opinión se siente como una amenaza. El resultado es que aquellos que se desvían, digamos, del comportamiento «promedio» se enfrentan a un endurecimiento tal que se ven empujados cada vez más a los márgenes, incluso hasta el punto de tomar las armas. En lugar de violencia deberíamos hablar de contraviolencia. La necesidad de esta contraviolencia es un fenómeno nuevo. Que, evidentemente, puede tomar diferentes formas. Personalmente no estoy de acuerdo con la forma sangrienta de la anarquía.
Algunos de sus periódicos se quejan o lamentan porque no tenemos partidos de izquierda más sólidos. Eso equivale a poner el carro delante del caballo. No se pueden formar partidos, por ejemplo un partido comunista, que sean más fuertes que los dos que existen, si para empezar no existe una base psicológica necesaria para aceptar opiniones o modos de vida divergentes. En Alemania existe un terrible acuerdo —que se aplica tanto al hombre de la calle como a los intelectuales a los que respeto enormemente— sobre la directiva que excluye a cualquier extremista de izquierda de los cargos públicos. Hay una unidad de juicio —lo digo como ejemplo— sobre la exclusión de los extremistas de izquierda, en la que no veo nada más que el temor de ver a personas que se desvían de un consenso final más bien mediocre, que es, sin embargo, tranquilizador.
Daré otro ejemplo de este acuerdo tácito. Su periódico pregunta si debemos perdonar a Herbert Kappler o devolverlo a la cárcel. Pero no, el verdadero problema no está ahí. Es mucho más amplio y se refiere a la forma en que se administra la justicia. En este punto, en Alemania, no se hace justicia. Desde el final de la guerra, en los tribunales ha habido una abstención continua y persistente —si no una obligación— de hacer lo mínimo para castigar a los criminales de guerra e imponerles la justicia.

 

El retorno del nazismo

 

Películas recientes sobre Hitler y otros síntomas sugieren una resurrección del nazismo.

 

¿Resurrección? Yo diría que es la continuación, no del nazismo, sino de lo que lo hace posible. Hay neonazis, pero no tienen mucha influencia. El verdadero totalitarismo está en la intolerancia hacia las formas de vida y de pensamiento que van más allá de un margen extremadamente estrecho, prácticamente ese margen que usted ha llamado economicismo.

 

En un periódico leí esta fórmula: «Una sociedad donde el oro es Dios».

 

Eso es realmente patético… El oro, pero no. Esa frase no sólo es patética, es estúpida. Hoy en día el Dios alemán es la seguridad. Cuando has vivido dos guerras y has sido devastado psicológicamente como lo ha sido esta nación durante medio siglo, bueno, existe este vértigo, este fondo de vértigo en el que se solidifica un fantástico deseo de estar eventualmente… tranquilos.

 

Usted escribe: «Ni la revuelta ni las cuestiones de actualidad, sino dejar ser».

 

Ni la revuelta ni el rechazo indignado de mis orígenes, pero tampoco ceder a las cuestiones de actualidad, es decir, a la carrera por el lucro y el éxito, este materialismo que está en la mente de mis compatriotas hoy en día. Ni la insurrección ni la sumisión, sino lo que yo llamo «dejar ser», dar a todo, en el presente, el peso que conviene. Después de un tiempo de huir, de buscar en vano un origen único y cierto —un fondo de cosas que sería estable, ¡como si pudiera existir tal cosa!— finalmente descubrí esto: es en ausencia de una identidad estable, en esta dislocación, que la alegría debe ser situada. Dejar ser es una alegría errante. Lo que Nietzsche llama la «gaya ciencia» es precisamente la alegría errante: aceptar el caos y cultivar la alegría.

 

¿Y Francia?

 

Usted está viviendo ahora en los Estados Unidos. Mira a la juventud estadounidense y escribe: «Sólo ve el futuro».

 

¡No lo escribí con admiración! Al contrario, veo en ello una inmensa pobreza. La gran fuerza de los estadounidenses es su especialización. Si se lanzan a algo, van muy lejos, son muy fuertes. Pero hágales preguntas de «cultura general», como se dice, fuera de su campo: ¡cero! De ahí viene su miedo a las ideas. Y también de la pobreza de sus relaciones humanas. No son muy curiosos los unos con los otros. Están interesados en los negocios y en sus carreras. Los veo completamente empeñados en lograr cosas antes que en el presente.

 

«Ellos»… ¿Y «ellas»?

 

¡Oh! Ya sabes, las mujeres estadounidenses no son muy femeninas. Comparadas con las mujeres estadounidenses, las francesas me parecen muy sumisas, infelices en su propia piel y dependientes. Las mujeres estadounidenses tienen poco encanto y una confianza en la empresa material de la vida que a menudo las convierte en hombres.

 

Alemania, Estados Unidos… ¿Y Francia?

 

Francia… Lo que me aburre de ustedes es su verborrea con sus esquemas extremadamente pobres. En Francia, se gasta mucha energía en debates entre derecha e izquierda, mientras que queda en manos de cada uno encontrar los recursos para un mínimo de creatividad en lugar de repetir eslóganes. Cuando no se sabe qué es lo que importa en la vida, se repiten ideas estereotipadas. Hasta ahora he llevado una vida de fuga. ¿Quién sabe? Tal vez siempre seré un ser de fuga. Pero por ahora, de lo que resueltamente huyo es de la vida insignificante, la vida delegada. La congestión, la monotonía de las cosas masivamente presentes, el inmenso revoltijo de palabras y sobre todo la jerga, el revoltijo de miedos, todo eso impide ver, en un presente más sobrio, la vida en acción. Una vida significativa no es necesariamente una vida grandiosa. Es más agradable si es grandiosa, si tiene emociones fuertes, pero la tarea que me he propuesto es descubrir lo que es más tenue, más frágil en las situaciones humanas, considerado como algo muy personal.

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