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Giorgio Agamben / Una pregunta

Texto de Giorgio Agamben publicado en su columna Una voce el 14 de abril de 2020.

 

La peste marcó para la ciudad el comienzo de la corrupción… Nadie estaba dispuesto a perseverar en lo que antes consideraba el bien, porque creía que tal vez podría morir antes de alcanzarlo.
Tucídides, La guerra del Peloponeso, II, 53

 

Me gustaría compartir con cualquiera que lo desee una pregunta en la que no he dejado de pensar desde hace más de un mes. ¿Cómo pudo suceder que un país entero se haya derrumbado ética y políticamente ante una enfermedad sin darse cuenta? Las palabras que he usado para formular esta pregunta fueron consideradas cuidadosamente una por una. La medida de la abdicación a los propios principios éticos y políticos es, de hecho, muy simple: se trata de preguntarse cuál es el límite más allá del cual uno no está dispuesto a renunciar a ellos. Creo que el lector que se tome la molestia de considerar los siguientes puntos tendrá que estar de acuerdo en que —sin darse cuenta o pretendiendo no darse cuenta— el umbral que separa a la humanidad de la barbarie ha sido cruzado.
1) El primer punto, quizás el más grave, se refiere a los cuerpos de las personas muertas. ¿Cómo hemos podido aceptar, sólo en nombre de un riesgo que no se podía precisar, que nuestros seres queridos y los seres humanos en general no sólo murieran solos, sino —algo que nunca había sucedido antes en la historia, desde Antígona hasta hoy— que sus cadáveres fueran quemados sin un funeral?
2) Entonces hemos aceptado sin demasiados problemas, sólo en nombre de un riesgo que no era posible precisar, limitar nuestra libertad de movimiento a un grado que nunca antes había ocurrido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra estaba limitado a ciertas horas). Por consiguiente, hemos aceptado, sólo en nombre de un riesgo que no era posible precisar, suspender de hecho nuestras relaciones de amistad y de amor, porque nuestro prójimo se había convertido en una posible fuente de contagio.
3) Esto ha podido ocurrir —y aquí tocamos la raíz del fenómeno— porque hemos escindido la unidad de nuestra experiencia vital, que es siempre inseparablemente corpórea y espiritual a la vez, en una entidad puramente biológica por un lado y una vida afectiva y cultural por el otro. Ivan Illich mostró, y David Cayley lo recordó recientemente aquí, las responsabilidades de la medicina moderna en esta escisión, que se da por sentada y que es en cambio la mayor de las abstracciones. Sé bien que esta abstracción ha sido realizada por la ciencia moderna a través de los dispositivos de reanimación, que pueden mantener un cuerpo en un estado de pura vida vegetativa.
Pero si esta condición se extiende más allá de los confines espaciales y temporales que le son propios, como se intenta hacer hoy en día, y se convierte en una especie de principio de comportamiento social, se cae en contradicciones de las que no hay salida.
Sé que alguien se apresurará a responder que se trata de una condición limitada del tiempo, después de la cual todo volverá a ser como antes. Es verdaderamente singular que esto sólo pueda repetirse de mala fe, ya que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que, cuando la emergencia sea superada, deberán seguirse las mismas directrices y que el «distanciamiento social», como se lo ha llamado con un eufemismo significativo, será el nuevo principio de organización de la sociedad. Y, en cualquier caso, no podrá ser cancelado lo que, de buena o mala fe, uno ha aceptado sufrir.

 

No puedo, en este punto, ya que he acusado a las responsabilidades de cada uno de nosotros, dejar de mencionar las responsabilidades aún más graves de quienes habrían tenido la tarea de velar por la dignidad humana. En primer lugar, la Iglesia que, haciéndose sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renegado radicalmente sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa que se llama Francisco, ha olvidado que Francisco abrazaba a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de la misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida en lugar de la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe.
Otra categoría que ha fallado en sus tareas es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de la separación de los poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites, y se tiene la impresión de que las palabras del primer ministro y del jefe de la protección civil tienen, como se decía para las del Führer, un valor jurídico inmediato. Y no se ve cómo, agotado el límite de validez temporal de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad podrán, como se anuncia, mantenerse. ¿Con qué dispositivos jurídicos? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro?
Sé que invariablemente habrá alguien que responda que el grave sacrificio se hizo en nombre de principios morales. Me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansaba de repetir que había hecho lo que había hecho según conciencia, para obedecer a aquellos que consideraba los preceptos de la moral kantiana. Una norma que afirma que se debe renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como aquella que, para proteger la libertad, impone renunciar a la libertad.

Una respuesta a «Giorgio Agamben / Una pregunta»

Fantastico articulo, ojala q nos haga reflexionar sobre nuestro comportamiento.

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