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A nuestros padres. Carta abierta para poner fin a la incomprensión

Jóvenes franceses lectores y colaboradores de lundimatin han querido compartir lo que han dicho, o lo que les habría gustado decir este año a sus mayores: es habitual decir que las comidas en familia en Francia son momentos importantes (si no interesantes) de discusión política, particularmente durante el fin de año cuando la mayor parte de las familias están obligadas, o felices, de reencontrase. Si éste es el caso, entonces, las dos últimas Navidades han debido transcurrir particularmente agitadas en los hogares de Francia, entre debates sobre las pensiones y el precio del carburante, los chalecos amarillos y la violencia policial, Macron y la huelga de los transportes.

 

El periodo de fiestas ha sido, como cada año, la ocasión para muchos de  nosotros de regresar para veros, a vosotros, a nuestra familia, y sobre todo, a nuestros padres. «Nosotros», es decir, los miles de «jóvenes», estudiantes de instituto, universitarias, precarios, que estamos cansadas de este mundo de restricciones, obligaciones, deudas y trabajo.
E inevitablemente, cuando nuestras aspiraciones se escapan a vuestras expectativas, las ideas divergen, saltan las chispas y lo padecemos.

 

Difícil tarea la de explicaros, a vosotros, que nos habéis alimentado, abrigado, educado, visto crecer y que esperáis ahora para nosotros lo mejor, es decir, desde vuestra perspectiva: diplomas, altos salarios, una vida familiar ordenada, que lo que vosotros creéis bueno para nosotros no lo es, y que no tenemos ninguna intención de seguir vuestros consejos.
¿Cómo haceros comprender que la ascensión social que tanto soñáis para nosotros no nos interesa, que la palabra «estudios» es sinónima de agotamiento, de laxitud, de cólera y de depresión, que el trabajo no es sino su prolongación más abyecta y alienante?
¿Cómo explicaros la injusticia que nos estalla en los ojos todos los días, cómo explicaros nuestro odio al capitalismo, nuestra rabia contra los opresores que nos dominan; nuestra determinación, y cómo haceros tomar consciencia de la fuerza con la que comenzamos nuestros combates?
¿Cómo mostraros, a vosotros que vivís otra existencia que la nuestra, que flotamos cotidianamente en una precariedad diversificada, porque no es solo económica sino también afectiva y existencial, sintomática de una generación que toma consciencia de que nada va bien, y que rechaza la supervivencia que se le ofrece como el único camino posible?

 

Queremos vivir. Plenamente.
Y seguir el camino que habéis querido hacernos seguir no lo permite. Hemos tenido suficientes inyecciones de racionalidad, de vuestras llamadas al sentido común, de vuestros discursos cenizos, de vuestra hipocresía consistente en condenarnos «por nuestro bien», de vuestros chantajes afectivos indignantes.
Hemos tenido suficiente de ser percibidos como culpables de la situación: nuestros fracasos escolares, nuestra pereza, nuestros excesos, son legítimos, y más aún, son precisamente la expresión de nuestra vitalidad. Ante todo, no queremos vuestra lástima, sino más bien que, por una vez, la puesta en cuestión se haga por vuestro lado, no por el nuestro.
Queremos luchar, y no porque patéticamente hayáis renunciado por vuestra cuenta vamos a tomaros de ejemplo.
Vergüenza de que hayáis aguantado desde hace treinta o cuarenta años la dominación del patrón y que os atreváis a pedirnos que nos dirijamos hacia un destino similar.
Vergüenza de que no comprendáis la urgencia de la situación que en parte habéis contribuido a crear por vuestros años de confortable parálisis.
Vergüenza que no comprendéis que la acogida de refugiados, la lucha feminista o la devastación del capitalismo nos preocupan más que nuestro futuro profesional.
Vergüenza de vosotros que no comprendéis que hay que correr riesgos para hacer caer este Estado policial.
Vergüenza de vosotros.

 

¿No podéis entender entonces que nuestra felicidad no reside en la ambición de ser reconocidas socialmente en una sociedad que odiamos? ¿No sois capaces de imaginar que lo que nos hace felices es oponernos cueste lo que cueste a este mundo de dominación y de firmar nuestro deseo de gozar aquí y ahora los raros placeres que nos quedan?

 

Sí, queridísimos padres —porque os queremos a pesar de todo, y sufrimos que vosotros, más que los demás, no nos entendáis—, el mejor regalo que podríais hacernos no consiste en que nos miméis en Navidad, ni que busquéis a toda costa protegernos, ni que nos ayudéis con la consecución de nuestros estudios, sería, más bien, que estuvierais en la calle con nosotras, que participarais en la huelga y en los piquetes, sería que nos encontráramos en la lucha, sería que nos dejarais tomar nuestras decisiones y que las apoyarais sean las que sean y tal como son.

 

Sed menos imbéciles, mierda.
Dejad que el o la joven rebelde que está en vosotros vuelva a vivir, os hará mucho bien, ya lo veréis.

 

Muchos besos y hasta pronto, nos vemos en las barricadas,
Vuestras niñas y niños.

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