Lectores de Artillería Inmanente nos envían esta traducción del inglés que a primera vista puede parecer inusual compartir en este blog. No obstante, su pertinencia reside en que ofrece algunas ideas adecuadas para pensar, sin moralizar, la violencia, más precisamente en el curso del movimiento de los chalecos amarillos en Francia. El punto desde el que se enuncia no deja de parecernos sorprendente. El original puede consultarse en el sitio web personal de la autora. También traduciremos próximamente más textos sobre la situación en Francia.
Me alegra saber que los medios de comunicación se alertaron con mi posicionamiento en Twitter con respecto a la situación en Francia, país que adopté y en el cual se ha experimentado durante las últimas semanas una serie de manifestaciones masivas.
Algunos de mis seguidores me acusaron de «apología» de los motines y la violencia, sin haber comprendido el problema. Esto es algo que en el fondo resulta tendencioso. ¿Por qué? ¡Véamoslo! ¿Cuáles son las razones por las cuales estas manifestaciones están teniendo lugar, precisamente ahora?
En lugar de hipnotizarse con unas imágenes incendiarias, yo preferiría plantear esta pregunta: ¿de dónde emergieron estas manifestaciones?
Los «chalecos amarillos» (gilets jaunes, nombrados así por su empleo de chalecos de seguridad vial) son un movimiento popular masivo en contra del estado de cosas presente. Se trata de una revuelta que ha estado cociéndose a fuego lento desde hace años en Francia. Una revuelta de gente ordinaria en contra del sistema político actual que —como en muchas otras sociedades occidentales— actúa en alianza con las élites y al margen de sus ciudadanos.
Las manifestaciones comenzaron cuando el presidente Macron anunció un incremento de impuestos sobre el carbono y la contaminación atmosférica. El próximo incremento ocurrirá en enero. La idea que hay detrás de esto es que se produzca una mayor recolección de presupuesto para el Estado, así como una motivación ulterior para que la gente utilice alternativas a los coches a base de diesel. La voluntad de Macron apunta a que los coches de motor diesel queden prohibidos hacia el año 2040.
Ahora bien, durante muchos años el Estado francés alentó a la gente para que compraran coches de motor diesel. Por ejemplo, en 2016, 62 % de los coches en Francia eran a base de diesel, al igual que 95 % de las furgonetas y los camiones pequeños. Por eso no debe sorprendernos que muchas personas consideren que la nueva política es un completo engaño.
No cabe duda de que la adquisición de nuevos coches no supone un problema para Macron y sus ministros. Pero las cosas son demasiado complicadas para la mayor parte de las personas que ya están al tope en sus finanzas. Muchas personas pobres no serán capaces de ir al trabajo, sobre todo si no hay un transporte público fiable a lo largo de su camino. Muchas personas ancianas no serán capaces de ir a las tiendas o al doctor.
La mayor parte de los medios de comunicación ven a los chalecos amarillos manifestantes como criminales que causan destrucción.
Yo veo fuerzas de destrucción del otro lado.
¿Qué pasa con la violencia?
Me considero una pacifista comprometida. Aborrezco la violencia. Pero también sé que cuando los manifestantes recurren a la violencia la mayoría de las ocasiones lo hacen por el fracaso y los vicios del Estado. El fracaso del Estado con respecto a dejar vías para que la gente sea escuchada. Ésta es la posición que sostienen muchas organizaciones internacionales de derechos humanos, incluyendo Amnistía Internacional.
Del mismo modo, los críticos de los «motines violentos» fingen que la sociedad capitalista que nos rige es no-violenta. No es así. La violencia forma parte de las sociedades modernas y se presenta en varias formas.
Por ejemplo, Philippe Bourgois reconoce cuatro tipos de violencia.
La violencia política se lleva a cabo en nombre de un poder o una ideología estatales.
La violencia estructural atañe al orden político y económico de una sociedad en la que las condiciones de desigualdad y explotación están institucionalizadas, incluyendo la explotación de la «mano de obra barata» y los recursos naturales del «Tercer Mundo».
La violencia simbólica tiene lugar cuando los oprimidos y los débiles interiorizan su humillación y desigualdad.
Y por último, la violencia cotidiana, que es la violencia de la vida «ordinaria», como la criminalidad o la violencia doméstica. Esta violencia a menudo se relaciona estrechamente con la violencia estructural (por ejemplo, la criminalidad puede asociarse con la pobreza) o la violencia simbólica (la violencia doméstica puede relacionarse con la desigualdad de género).
Así pues, ¿qué es la violencia de toda esta gente y los coches de lujo quemados, en comparación con la violencia estructural de las élites de Francia y del mundo?
Cuando unos manifestantes destruyen coches y queman tiendas, atacan simbólicamente la propiedad privada que está a la base del capitalismo. Cuando atacan a los policías, rechazan y desafían simbólicamente las fuerzas estatales represivas, fuerzas que protegen primariamente al capital.
Están fuera de lugar las opiniones que moralizan sobre los coches quemados y las ventanas rotas de bancos. Todo esto debe ser considerado en el contexto del statu quo existente. Un statu quo en el cual se conserva el poder de los poderosos y la impotencia de los impotentes. Un statu quo de sociedades en las que sólo unos cuantos sacan provecho y la mayoría pierde.
¿Qué hay del cambio climático?
Algunas personas podrían pensar que los chalecos amarillos están luchando en contra de políticas acertadas que se dirigen a reducir las emisiones de carbono.
Pero no debe olvidarse que son el 10 % de los hombres más ricos del mundo quienes son los responsables de casi 50 % de las emisiones de una forma de vida completamente basada en el consumo.
Asimismo, la lucha asumida contra el cambio climático resulta a menudo un negocio bastante lucrativo y que se utiliza simplemente como una pantalla para proyectos preferenciales que de otro modo no serían viables a causa de sus costos. Casi siempre, estos proyectos son elegidos de una manera para nada transparente.
No creo que los chalecos amarillos apoyen las políticas nocivas que producen el cambio climático. Están en contra del sistema político y de los políticos que actúan más en favor de los ricos que de los pobres.
¿Qué sigue?
La verdadera cuestión es si las manifestaciones actuales pueden girarse a contenidos positivos. Las preguntas que se suscitan son qué vendrá mañana y si los elementos de las fuerzas de transformación en Francia, y en todo el mundo, podrán encontrar los caminos para construir sociedades igualitarias.
Los chalecos amarillos están convocado a un nuevo orden de justicia social, a favor del derecho a vivir dignamente, con salarios justos y un sistema fiscal justo. La única solución es crear ese sistema. Un sistema que se apoyará en el respeto a la vida comunitaria, en una redistribución de la riqueza para el beneficio del pueblo y de la nación. Puesto que el pueblo ha sido excluido de la distribución de la riqueza y se ha quedado en la miseria.
Esto es sólo el comienzo, ¡visiten este espacio!
Con amor,
Pamela