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Gilles Dauvé / Capitalismo y comunismo

 

El comunismo no es un programa a realizar o a hacer realizar, sino un movimiento social. Los que desarrollan y defienden el comunismo teórico no tienen sobre el resto de la humanidad más que la ventaja de una comprensión y capacidad de expresión más claras y rigurosas; pero, al igual que los demás que no se dedican especialmente a la teoría, tienen la necesidad práctica del comunismo. En este sentido, no tienen ningún privilegio, no aportan el saber que desencadenará la revolución pero, inversamente, no tienen ningún miedo de volverse unos “jefes” al exponer sus concepciones. La revolución comunista, como toda revolución, es el producto de necesidades y condiciones de existencia reales. De lo que se trata es de mostrarlas, de aclarar un movimiento histórico.
El comunismo no es un ideal a realizar: existe desde ahora, no como sociedad ya establecida, sino como esfuerzo, como tarea para prepararla. Es el movimiento que tiende a abolir las condiciones de existencia determinadas por el trabajo asalariado, y las deja abolidas efectivamente por medio de la revolución. La discusión sobre el comunismo no es académica. No es un debate sobre lo que se hará mañana. Desemboca en y forma parte de un conjunto de tareas inmediatas y lejanas de las cuales no es más que un aspecto, un esfuerzo de comprensión teórica. Inversamente, estas tareas se revelan más fáciles, más eficaces, si se responde a la pregunta: ¿a dónde se va?
La afirmación de lo que es el comunismo no es primero refutación de los otros “revolucionarios” (PCF, izquierdistas, etc.). Pues en este terreno no se les puede tomar en serio. El PC no tiene programa, no es sino una variante del programa del capital, que conserva todos los rasgos esenciales del mundo actual, comenzando por el trabajo asalariado. Es mucho más eficaz mostrar su función que intentar demoler su programa punto por punto. No se trata aquí de oponer ideas justas a ideas falsas. Polemizar con el PC sobre su “concepción del socialismo” es tratarlo aún como un miembro degenerado, pero un miembro de todos modos, de la familia revolucionaria. Por lo demás, los izquierdistas no paran de criticar al PC, sin mostrar nunca claramente su función, su papel simplemente contrarrevolucionario, entre los mejores defensores del capital. El problema no es que el programa del P.C. no sea comunista, sino que es capitalista1.
Las explicaciones presentadas en este texto no han nacido simplemente de un deseo de clarificación. No existirían bajo esta forma, y un cierto número de personas no se habrían reunido para agruparlas y presentarlas, si actualmente la sociedad, por su contradicción, por las luchas sociales prácticas que la desgarran, no mostrara la sociedad nueva en formación en las entrañas de la vieja, y no impusiera tomar conciencia de ello.

 

Un vínculo social: el asalariado

 

Si se considera rápidamente la sociedad moderna, se da uno cuenta de que, para vivir, la gran mayoría de sus individuos se ven obligados a trabajar como asalariados, a vender su fuerza de trabajo. El conjunto de las facultades físicas e intelectuales que existen en el cuerpo de cada uno, en su personalidad propia, y que debe poner en movimiento para producir cosas útiles, no puede emplearse más que a condición de venderse a cambio de un salario. La fuerza de trabajo es una mercancía, como todos los otros bienes. La existencia del cambio y del asalariado parece normal, como que cae de su peso. Sin embargo, la introducción del trabajo asalariado exigió presiones, violencias, y estuvo acompañado de luchas sociales. La separación del trabajador y los medios de producción, que ha llegado a ser hoy una cruda realidad, aceptada como tal, es de hecho producto de toda una evolución, y no pudo llevarse a cabo más que por la fuerza. En Inglaterra, en los Países Bajos, en Francia a partir del siglo xvi, la violencia económica y política expropió a los pequeños artesanos y campesinos, reprimió la indigencia y el vagabundeo, obligó a los pobres al trabajo asalariado. En el siglo xx, a partir de los años treinta, Rusia debió promulgar un código del trabajo que preveía hasta la pena de muerte para organizar en unos decenios el paso de millones de campesinos al trabajo industrial asalariado2. Por consiguiente, los hechos aparentemente más normales: que cada cual no disponga más que de su fuerza de trabajo, que, para vivir, deba venderla a una empresa, que todo sea mercancía, que las relaciones sociales giren alrededor del cambio, todo esto no es de hecho más que el resultado de un proceso violento y prolongado.
Hoy la sociedad, por su enseñanza, su vida ideológica y política, enmascara las relaciones de fuerza y la violencia pasada y presente sobre la que se ha establecido esta situación. Disimula a la vez su origen y el mecanismo de su funcionamiento. Todo aparece como el resultado de un contrato libre en que el individuo, portador y vendedor de su fuerza de trabajo, encuentra la empresa. La existencia de la mercancía es presentada como el fenómeno más cómodo y natural posible. Sin embargo, se manifiesta regularmente por medio de catástrofes, grandes y pequeñas: aquí se destruyen bienes para mantener los precios, allá no se utilizan las capacidades existentes, mientras que al lado no son satisfechas las necesidades elementales. Ahora bien, los dos pilares de la sociedad capitalista, el cambio y el trabajo asalariado, no son sólo la fuente de desastres periódicos y permanentes, también han creado —y ése es su papel histórico— las condiciones de posibilidad de otra sociedad. Sobre todo, obligan a una parte importante del mundo actual a sublevarse contra ellos, y a realizar esa posibilidad: el comunismo.
Para comprenderlo bien, se puede situar la sociedad existente en su marco histórico, ver de dónde viene, a dónde va. Los lazos entre los miembros de una sociedad, y los lazos entre todos los elementos que la componen (individuos, instrumentos de producción, instituciones, ideas) son transitorios, a la vez efectos de una evolución pasada y causa de una transformación futura. Las relaciones que unen entre sí todos los elementos de la sociedad son enganchadas en una dinámica: su presente no se aclara más que a la luz de su pasado y de su futuro.

 

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Por definición, toda actividad humana es social3. La vida no existe sino en grupo, por la asociación de los individuos bajo las formas más diversas. De entrada, la reproducción de las condiciones de existencia es obra de una actividad colectiva: tanto la reproducción de los seres humanos entre sí, como la reproducción de sus medios de vida. Lo que caracteriza, efectivamente, a la sociedad humana es que produce y reproduce sus condiciones materiales de existencia. El animal puede, a veces, servirse de una herramienta, pero sólo el hombre fabrica sus herramientas. Entre el individuo o el grupo y la satisfacción de las necesidades intervienen la producción, el trabajo, que modifica incesantemente las maneras de actuar y de transformar el entorno. Otras formas de vida —la sociedad de las abejas, por ejemplo— fabrican sus condiciones materiales pero, al menos en la medida en que el hombre puede observarlas, su evolución parece paralizada. Por el contrario, el trabajo es la apropiación, la asimilación cada vez más perfeccionada, del entorno del hombre. La relación de los hombres y la naturaleza es igualmente una relación de los hombres entre sí: estas relaciones interhumanas dependen de las relaciones de producción. Por ahí los hombres producen también las ideas, el modo como se representan el mundo, y la evolución de los dos.
Con la transformación de la actividad se transforma igualmente el contexto social en el que se ejerce, las relaciones entre los hombres. Las relaciones de producción en las que entran los hombres son independientes de su voluntad: cada generación se ve confrontada a las condiciones técnicas y sociales legadas por las generaciones precedentes. Pero puede transformarlas, dentro de los límites permitidos por el nivel alcanzado entonces por las fuerzas productivas materiales. Hablando con propiedad, lo que se llama “la historia” no hace nada: son los hombres, por el juego de sus relaciones reales, los que hacen la historia, pero solamente en el marco de las posibilidades de su época. Esto no quiere decir que cada cambio importante de las fuerzas productivas vaya acompañado inmediata y automáticamente por un cambio correspondiente de las relaciones de producción. La sociedad nueva engendrada por la antigua no puede aparecer y triunfar más que por una revolución que destruya todo el edificio político e ideológico que permitía hasta ese momento la supervivencia de las relaciones sociales caducadas.
Toda relación de producción es histórica, luego transitoria. Un negro es un negro; sólo en ciertas condiciones se convierte en esclavo. De igual modo, el trabajo asalariado es un tipo de relación entre los individuos, entre el individuo y la sociedad, entre el individuo y la producción de los medios de su vida. No es más que una relación en toda una evolución histórica. A pesar de las miserias y los sufrimientos que ha conllevado, ha jugado un papel útil, al poner las bases necesarias de su propia superación. El asalariado, forma de desarrollo en otros tiempos, ya no es más que, y desde hace mucho tiempo, una pesada traba, e incluso una amenaza para la simple existencia de la humanidad. Lo que importa mostrar, más allá de los objetos materiales, de las fábricas, de las máquinas, de los obreros que van cada día a trabajar en ellas, de los productos que fabrican, es la relación social que se oculta tras todo este mecanismo, y su evolución posible y necesaria.

 

Comunidad y destrucción de la comunidad

 

Históricamente, la humanidad se ha reunido primero en grupos relativamente autónomos y dispersos, en familias (en sentido amplio: la familia que reúne a todos aquellos que tienen una misma sangre), en tribus. En estas comunidades primitivas, cada uno no produce más de lo que consume. El nivel de las fuerzas productivas es muy bajo y la constitución de reservas, de existencias, es casi imposible. Por producción hay que entender aquí esencialmente actividades de caza, pesca, recolección. Los bienes no son producidos para ser consumidos después del cambio, después de ser puestos en el mercado. La producción es social inmediatamente, y no por el rodeo del cambio. La comunidad reparte —según reglas simples, por supuesto— lo que produce, y cada uno recibe directamente lo que ella le da, sin que haya necesidad de ir a procurárselo. No hay producción individual, en el sentido de una separación entre los individuos, que un término medio, el cambio, reuniría sólo después de la producción por la confrontación de los diferentes bienes producidos por cada uno separadamente. Las actividades son decididas aquí —es decir, impuestas al grupo por las necesidades— y efectuadas en común, y sus resultados repartidos de la misma manera.
Muchas comunidades “primitivas” podían haber acumulado excedentes, pero simplemente no se tomaron la molestia. Como ha señalado M. Sahlins, la edad de la escasez era, en realidad, la de la abundancia, y en ella predominaba el tiempo dedicado al ocio —si bien su concepto de “tiempo” tiene poco que ver con el nuestro. Los exploradores y antropólogos han observado que la búsqueda y aprovisionamiento de alimentos ocupaba una pequeña parte de la jornada. La actividad “productiva” formaba parte del conjunto de relaciones entre el grupo y su entorno.
Como sabemos, buena parte de la humanidad pasó de la caza y recolección a la agricultura, y acabó acumulando excedentes que las comunidades empezaron a intercambiar.
Esta circulación no se puede efectuar más que por el cambio, es decir, por la toma en consideración, no en la conciencia sino en los hechos, de lo que hay de común entre los diferentes bienes a hacer pasar de un punto a otro. Ahora bien, los productos de la actividad humana tienen entre sí el elemento común de ser todos el resultado de una cierta cantidad de energía, individual y social a la vez, marcada por un fenómeno bien visible, observable: el desgaste de la fuerza y del medio de trabajo. Ése es el carácter abstracto del trabajo, que no sólo produce un objeto útil, sino que además es consumo de energía, de energía social. En efecto, el trabajo es social por su naturaleza misma. Al permitir progresivamente al hombre avenirse con la naturaleza, también le permite desarrollar su relación con los otros hombres. El “actor” de la historia es, pues, siempre la sociedad, producto de la interacción de las acciones de los hombres. Es ella la que transforma su entorno; esta actividad no es posible más que a condición de consagrarle una cantidad dada de tiempo de trabajo, independientemente del carácter concreto y útil y de la cualidad del resultado obtenido. El valor de un bien, fuera del uso que se pueda hacer de él, es la cantidad de energía social necesaria para reproducirla. Esta cantidad encuentra a su vez su medida en el tiempo, y el valor de un bien es el tiempo socialmente necesario, como media en la sociedad considerada y en un momento dado de su historia, para producirlo.
La ampliación de la actividad y de las necesidades de la comunidad la conduce a producir ya no solamente bienes, sino también mercancías, que tienen un valor de uso, pero poseen igualmente un valor de cambio. El comercio, aparecido primeramente entre comunidades, se introduce después en el interior de las comunidades, especializando las actividades, creando los oficios, dividiendo socialmente el trabajo. Pero por ahí mismo el trabajo cambia de naturaleza. La relación de cambio crea el trabajo como trabajo doble, a la vez producción de valor de uso y producción de valor de cambio. Deja de ser integrado en toda la actividad social para convertirse en dominio especializado, separado del resto de la existencia del individuo. Primero hay separación entre lo que hace el individuo para el grupo y para sí mismo, y lo que hace para intercambiar por otros bienes de otra comunidad4. Esta segunda parte de su actividad es sacrificio, coacción. Después la sociedad se diversifica y hay separación entre trabajador y no-trabajador. En este estadio, la comunidad ya no existe5.
La relación de cambio es indispensable a la comunidad para permitirle desarrollarse y satisfacer sus necesidades crecientes. Al mismo tiempo, la destruye en cuanto comunidad. Hace que no se considere ya al otro —y a sí mismo— más que como portador de un bien. La utilización de lo que yo produzco para intercambiarlo ya no me interesa; sólo cuenta la utilización del bien que yo obtendré en contrapartida. Pero para el que me lo vende, este segundo uso no cuenta pues él no se interesa más que en el valor de uso de lo que yo mismo produzco. Lo que es valor de uso para uno no es más que valor de cambio para el otro, y recíprocamente. La comunidad ha desaparecido el día en que sus (antiguos) miembros no se interesan ya los unos por los otros más que en función del interés que tienen en entrar en relación con ellos. No es que el altruismo haya sido el motor de la comunidad primitiva, o deba ser el del comunismo. Simplemente, en un caso el movimiento de los intereses acerca a los individuos y los hace actuar en común; en el otro, los individualiza y los obliga a luchar unos contra otros. Con la aparición del cambio en la comunidad, el trabajo ya no es la realización de necesidades por la colectividad, sino el medio de conseguir de los otros la satisfacción de necesidades.
Al tiempo que la comunidad promovía el cambio por un lado, ha intentado frenarlo por otro. Ha intentado destruir los excedentes, por ejemplo, por medio del “pot latch”, o fijar reglas estrictas de circulación de los bienes. Pero, finalmente, el cambio ha ganado, al final de una evolución larga y compleja, al menos en una gran parte del mundo. Allí donde no ha podido establecerse verdaderamente como señor, la sociedad se ha estancado antes de ser destruida al fin por la invasión de la sociedad mercantil (así, el imperio de los incas bajo los golpes de los españoles en la búsqueda del valor bajo forma de metal precioso: ver más adelante sobre la moneda).
Mientras los bienes no son producidos por separado, por tanto, mientras no hay división del trabajo, no se puede confrontar los valores respectivos de dos bienes puesto que son producidos y repartidos en común. No hay todavía ese momento del cambio, momento intermedio entre producción y consumo, durante el cual se miden los tiempos de trabajo de dos productos el uno con el otro, efectuándose el cambio consecuentemente. Para que se manifieste el carácter abstracto del trabajo es necesario que lo exijan las relaciones sociales. No puede hacerlo más que cuando, con el progreso técnico, el desarrollo de las fuerzas productivas necesita que los hombres se especialicen en oficios y relacionen entre sí sus productos y que también se establezcan comunicaciones entre grupos, convertidos entonces en Estados. Estas dos exigencias imponen que el valor, el tiempo medio de trabajo, se convierta en el instrumento de medida. En la base de este mecanismo se encontraban relaciones prácticas entre hombres cuyas necesidades reales se desarrollaban.
El valor no aparece porque es más cómodo medir por medio de él. Cuando las relaciones sociales de la comunidad primitiva ceden el lugar a relaciones más amplias y diversificadas, entonces nace como la mediación indispensable para las actividades humanas. Es normal que el tiempo medio de trabajo social sirva de medida, puesto que el trabajo vivo es entonces el elemento esencial de la producción de riquezas: representa lo que hay de común entre todos los trabajos, los cuales tienen esa cualidad común de ser gasto de fuerza humana de trabajo, al margen de la manera particular como se haya gastado esta fuerza. Correspondiendo al carácter abstracto del trabajo, el valor representa su abstracción, el carácter general, social, independientemente de todas las diferencias de naturaleza entre los objetos que puede producir6.

 

La mercancía

 

Los progresos económicos y sociales permiten a la organización humana y a sus capacidades de asociación de los elementos del proceso de trabajo —y, en primer lugar, del trabajo vivo— adquirir una eficacia nueva. Aparece así la diferencia (y la oposición) entre trabajador y no-trabajador, entre los que organizan el trabajo y los que trabajan. Las primeras ciudades y grandes trabajos de irrigación nacen de esta multiplicación de los esfuerzos y de la eficacia productiva. Hace su aparición el comercio como actividad distinta: en adelante hay hombres que viven, no de la producción, sino de la mediación entre las diferentes actividades de las unidades de producción separadas. Un gran número de bienes ya no son sino mercancías. Para ser utilizadas, para poner en práctica su valor de uso, su capacidad de satisfacer una necesidad, deben ser compradas, satisfacer su valor de cambio. Si no, aunque existen en cuanto objetos materiales, concretos, desde el punto de vista de la sociedad no existen. No se tiene el derecho a servirse de ellas. Este hecho muestra bien que la mercancía no es simplemente una cosa, sino ante todo una relación social que obedece a una lógica propia, la del cambio, y no la de la satisfacción de las necesidades. El valor de uso no es más que el soporte del valor. La producción se convierte en un dominio distinto del consumo, de la misma manera que el trabajo por oposición al no-trabajo. Se introduce la propiedad como marco jurídico de la separación entre las actividades, entre los hombres, entre las unidades de producción. El esclavo es una mercancía para su propietario, que compra un hombre para hacerlo trabajar7.
La existencia de un mediador en el plano de la organización de la producción (intercambio) va acompañada de la de un mediador en el plano de la organización de los hombres: el Estado es indispensable como fuerza de agrupamiento de los elementos de la sociedad en función de los intereses de la clase dominante. Hay necesidad de una unificación porque ha sido destruida la coherencia de la comunidad primitiva. La sociedad está obligada, por tanto, para mantener su cohesión, a crear una institución que se alimenta de ella. Pero el intercambio se manifiesta también de modo concreto, visible, con el nacimiento de la moneda. La abstracción que es el valor se materializa en la moneda, se convierte también en una mercancía, que marca la tendencia del valor a ser independiente, a desligarse de aquello de lo que ha salido y a lo que representa: los valores de uso, los bienes reales. En comparación con el simple cambio: x cantidad del bien A contra y cantidad del bien B, la moneda permite una universalización en que se puede obtener cualquier cosa si se dispone de tiempo de trabajo abstracto cristalizado en moneda. La moneda no es más que tiempo de trabajo abstraído del trabajo y fijado bajo una forma duradera, mensurable, transportable. Manifiesta de modo visible, incluso palpable, lo que hay de común en las mercancías, no ya en dos o varias mercancías, sino en todas las mercancías posibles. Autoriza a su poseedor a ordenar el trabajo de otro, o a hacerlo hacer o a buscarlo al fin del mundo. Con la moneda, escapa uno a las limitaciones del espacio y del tiempo. Si las comunidades primitivas estaban separadas unas de otras hasta el punto de que, con frecuencia, ni siquiera podían hacerse la guerra, el cambio, aparecido al principio en los lindes de las comunidades, las destruye. En las regiones más avanzadas del globo, los hombres se organizan en Estados mercantiles y guerreros a la vez, y el comercio y la violencia emprenden la socialización del mundo. Desde la antigüedad hasta el final de la Edad Media se manifiesta una tendencia a la economía universal, en torno a los grandes centros, pero no puede realizarse. La destrucción de los imperios y el repliegue sobre sí mismo marcan los fracasos sucesivos de estos intentos. Únicamente el capitalismo crea, a partir del siglo xix, pero sobre todo en los siglos xix y xvi, la infraestructura necesaria para una economía universal duradera.

 

El capital

 

En efecto, el capital es una relación de producción que crea entre la fuerza de trabajo y el trabajo muerto (acumulado por las generaciones precedentes) una relación completamente nueva y prodigiosamente eficaz. Pero también en este caso, como ocurría con el nacimiento del cambio, el capital no aparece como consecuencia de una decisión o planificación cualquiera, sino como la prolongación de relaciones sociales reales que, después de la Edad Media, traen consigo en algunos países de Europa occidental un desarrollo cualitativamente nuevo.
El comercio había acumulado sumas de dinero, bajo diversas formas, perfeccionando ya un sistema bancario y crediticio. Existía la posibilidad de emplearlas, por un lado, en las primeras máquinas (textil), por otro, en los miles de pobres obligados a aceptar, por la pérdida de todo instrumento de trabajo (agrícola o artesanal) la nueva relación de producción: el asalariado. Se necesitaba previamente que la industria amasase, amontonase, almacenase trabajo en forma de máquinas y, después, de manufacturas. Este trabajo muerto debía ser puesto en movimiento por el trabajo vivo de aquellos que no habían podido realizar esta acumulación de materias primas y medios de trabajo. Sobre esta base es como se estableció el capital. Desde la disolución de la comunidad primitiva hasta el final de la Edad Media (para Europa occidental, pues en otras partes la evolución es diferente), hay intercambio de bienes producidos, según las épocas, por esclavos, artesanos, campesinos libres, muy pocos asalariados. Hacia el siglo xvi, objetos de comercio no son verdaderamente más que los excedentes de la pequeña producción campesina y algunos productos fabricados (armas, vestidos). Pero la producción no está hecha en función del cambio, no está regulada por él. El comercio solo, la producción mercantil simple (por oposición a la producción mercantil capitalista), no podía proporcionar la estabilidad, la durabilidad que supone la socialización, la unificación del mundo. Por el contrario, la economía mercantil capitalista es capaz de ello porque la producción de la que se adueña el capital le da los medios. El capital realiza, en efecto, una verdadera síntesis del cambio y de la producción8.
El esclavo no vendía su fuerza de trabajo; su propietario compraba la persona del esclavo mismo, y lo ponía a trabajar. Con el capital, son los medios de producción los que compran el trabajo vivo, que los pone en movimiento. El papel del capitalista no es despreciable, sino secundario: es, ante todo, el funcionario del capital, el comandante del trabajo social. Por esta razón, lo que está en primer plano es el desarrollo del trabajo muerto por el trabajo vivo. Invertir, acumular, tales son las consignas del capital (así el desarrollo prioritario de la industria pesada en todos los países llamados socialistas no hace más que indicar la construcción del capitalismo)9. Pero no se trata de acumular valores de uso. El capital no multiplica las fábricas, las vías férreas, etc., más que para acumular valor. El capital es ante todo una suma de valor, de trabajo abstracto cristalizado en forma de dinero, de fondos financieros, de títulos, de acciones, etc., y que intenta acrecentarse. Es necesario que una suma x de valor dé al final del ciclo una suma x + una ganancia. Para valorizarse, el valor compra la fuerza de trabajo misma. La gran novedad del capital es hacer de la fuerza de trabajo una mercancía.
Esta mercancía es completamente especial pues su consumo proporciona trabajo y, por tanto, valor nuevo, al contrario de los medios de producción, que no entregan más que su propio valor. Hay, pues, producción de valor adicional. El secreto del origen de la riqueza burguesa reside en esta plusvalía, diferencia entre el valor creado por el asalariado en su trabajo y el necesario para la reproducción de su fuerza. El salario cubre los gastos de esta reproducción; pero el asalariado trabaja una parte de su jornada de trabajo gratuitamente, pues esta parte, correspondiente al valor nuevo que produce, no le es pagada. El capital se embolsa la diferencia.
Enseguida se ve que lo esencial no está en la apropiación de esta plusvalía por el individuo capitalista. El comunismo no tiene nada que ver con la idea de que los trabajadores deben recuperar para sí mismos toda o una parte de esta plusvalía. En primer lugar por una razón bien simple, casi evidente: es necesario reservar una parte de los recursos para la renovación del equipamiento, para las producciones que se van a crear, etc. Pero, sobre todo, lo importante no es la fracción de plusvalía embolsada por un puñado de capitalistas. Si estos últimos fuesen eliminados, pero se conservase el conjunto del mecanismo, distribuyendo una parte de la plusvalía entre los trabajadores e invirtiendo el resto en equipamientos colectivos10, la lógica del sistema del valor desembocaría siempre en desarrollar las producciones que permiten una valorización máxima. Mientras la sociedad tenga como base un mecanismo que mezcla dos procesos, un proceso de trabajo real y un proceso de valorización, el valor domina a la sociedad. La novedad del capital es haber conquistado la producción, lo que ha tenido como efecto el socializar el mundo desde el siglo xix por medio de instalaciones industriales, medios de transporte, el almacenamiento y la comunicación rápida de la información, etc. Pero en el ciclo del capital la satisfacción de las necesidades no es más que un subproducto y no el motor del mecanismo. El fin es la valorización: en el mejor de los casos, la satisfacción de las necesidades es un medio, pues se necesita sin duda vender lo que se produce.
La empresa es el lugar y el centro de esta producción capitalista; cada empresa, industrial o agrícola, sirve de punto de reagrupamiento a una suma de valor que busca acrecentarse. Para la empresa, se trata de obtener ganancias. Aquí una vez más, la liquidación comunista de la ley de la ganancia no consiste en desembarazarse de algunos “grandes” capitalistas. Lo importante no son las ganancias personales que puede tener tal capitalista sino la coacción, la orientación impuesta a la producción y a la sociedad por este sistema. Toda la demagogia sobre los ricos y los pobres no desemboca más que en alejar la atención del meollo del problema (como con los temas de las “200 familias” antes de la guerra y “la Francia del parné”, opuesta a la Francia del “pueblo”). El comunismo no consiste en apoderarse del dinero de los ricos ni, por parte de los revolucionarios, distribuirlo entre los pobres. El tema del reparto se sitúa todavía en el terreno del capital.

 

La competencia

 

Entre las empresas hay competencia: cada una de ellas se enfrenta a las otras en el mercado, es decir, disputa el mercado a las otras. Se ha visto cómo, históricamente, los diferentes aspectos de la actividad humana se separan. La relación de cambio contribuye a la división en oficios, que a su vez facilita el desarrollo del sistema mercantil. Pero, como todavía se puede ver con frecuencia en nuestros días, incluso en los países desarrollados, en el campo, por ejemplo, no hay verdaderamente competencia porque las actividades están repartidas de modo estable entre el panadero, el zapatero, etc. En el capitalismo, ya no se trata sólo de una división de la sociedad en corporaciones de oficios, sino de una lucha permanente entre los diversos componentes de la industria (y también, del sector improductivo: ver más adelante sobre esta materia). Cada suma de valor no existe más que contra las otras. Lo que la ideología llama el egoísmo natural del hombre y la lucha inevitable de todos contra todos, no es realmente más que el complemento indispensable de un mundo en que hay que batirse, especialmente para vender lo que se ha producido. La violencia económica, y la violencia armada que la prolonga, forman parte del sistema capitalista.
En otros tiempos la competencia tuvo un efecto positivo en la medida en que rompió las limitaciones de los reglamentos, de las coacciones corporativas y empujó al capital a invadir el mundo. Hoy se ha convertido en una fuente de despilfarro y de parasitismo, que conduce a la vez a desarrollar las producciones inútiles o de un interés secundario porque permiten una valorización más rápida, y a frenar las producciones más importantes si la oferta y la demanda corren el riesgo de entrar en contradicción.
La competencia es la separación del aparato productivo en centros autónomos que constituyen otros tantos polos rivales que intentan acrecentar sus respectivas sumas de valor. Ninguna “organización” ni “planificación” ni control puede ponerle fin. Lo que se manifiesta en la competencia no es la libertad de los individuos, ni siquiera la de los capitalistas, sino la libertad del capital. Éste no puede vivir más que devorándose a sí mismo, destruyendo sus componentes materiales (trabajo vivo y trabajo muerto) para sobrevivir como suma de valor que se valoriza.
Los diferentes capitales competidores tienen cada uno una tasa de ganancia particular. Pero los capitales se desplazan de una rama a otra en busca de una tasa de ganancia tan elevada como sea posible. Se dirigen hacia la rama más beneficiosa, dejando las otras. Cuando esta rama está saturada de capital, su rentabilidad baja y los capitales se dirigen a otra rama (esta dinámica es modificada, pero no anulada, por la constitución de monopolios.) Este desplazamiento incesante conduce a la estabilización de la tasa de ganancia en torno a una tasa media para una época y en una sociedad dadas. Cada capital tiene tendencia a ser remunerado, no según la tasa de ganancia que realiza en su propia empresa, sino según la tasa media de ganancia en la sociedad, en proporción a la suma de valor invertido en su empresa11. Por tanto, cada capital no explota a sus obreros, sino que el conjunto de los capitales explota al conjunto de la clase obrera. En el movimiento de los capitales, el capital actúa y se revela como una potencia social, que domina al conjunto de la sociedad, y adquiere así una coherencia a pesar de la competencia que lo opone así mismo. Se unifica y se convierte en fuerza social, totalidad relativamente homogénea en sus conflictos con el proletariado o con los otros conjuntos capitalistas (nacionales). A partir de entonces organiza, en su interés, las relaciones y las necesidades de toda la sociedad. Este mecanismo juega a escala de cada país: el capital constituye su Estado y su nación contra los otros capitales nacionales, pero también contra el proletariado (ver más adelante sobre esta materia). La oposición de los Estados capitalistas se manifiesta hasta en las guerras, medio último, para cada capital nacional, de resolver sus problemas.
Nada cambia mientras se tengan unidades de producción que tienen como objetivo aumentar sus cantidades respectivas de valor. ¿Qué ocurre si el Estado “democrático”, “obrero”, “proletario”, etc., toma todas las empresas bajo su control, pero las conserva como empresas? Las empresas estatales, o bien respetan la ley de la ganancia, y nada cambia; o bien no la respetan pero, sin embargo, no la destruyen y en ese caso todo va mal12. Dentro de la empresa, la organización es racional, metódica: el capital impone su despotismo a los trabajadores. Fuera, en el mercado, donde cada empresa encuentra a las otras, no hay orden más que por la supresión permanente y periódica del desorden, a costa de sacudidas y de crisis. Únicamente el comunismo puede suprimir esta anarquía organizada, suprimiendo la empresa como totalidad separada de las otras.

 

Aspectos de la contradicción del capital

 

Por un lado, el capital ha socializado el mundo. Toda producción tiende a ser fruto de los esfuerzos de toda la humanidad. Por otro lado, el mundo sigue dividido en empresas competidoras que intentan producir lo que es rentable, y producir para vender lo más posible. Cada empresa intenta valorizar su capital en las mejores condiciones posibles. Intenta producir más de lo que el mercado puede absorber y, a pesar de todo, espera vender, y que únicamente los competidores sufran de superproducción.
De ello resulta un desarrollo de las actividades destinadas a ayudar a la venta. Los trabajadores improductivos que, sean manuales o intelectuales, hacen circular el valor, aumentan en proporción a los que, manuales o intelectuales, producen el valor. La circulación de que se trata aquí no es el desplazamiento físico de los bienes. La rama de los transportes produce efectivamente valor, pues el simple hecho de hacer pasar un bien de un lugar a otro le añade valor, corresponde a un cambio real de su valor de uso: en adelante este bien está disponible en cualquier otro lugar distinto al de su fabricación, lo que evidentemente aumenta su eficacia, su efecto útil. La circulación del valor puede no corresponder a ningún desplazamiento real del objeto en cuestión si, por ejemplo, cambia de propietario aunque permanezca en un depósito; pero, por esta operación, habrá sido comprado y vendido. Las dificultades de venta, de realización del valor del producto en el mercado, obligan a crear un mecanismo muy complejo, bancario, de crédito, de seguros, de publicidad también. El capital desarrolla de esta manera un parasitismo gigantesco que engulle una parte enorme (y creciente) de los recursos globales en los gastos de gestión y de administración del valor. La contabilidad, necesaria en todo organismo social desarrollado, se ha convertido aquí en una maquinaria ruinosa y burocrática que aplasta a la sociedad y las necesidades reales, en lugar de facilitar su satisfacción. Al mismo tiempo, el capital se concentra, se centraliza, tiende al monopolio. Esta doble tendencia, al crecimiento de los gastos improductivos y a la formación de monopolios, desemboca a la vez en hacer menos agudo el problema de la superproducción, y en agravarlo. El capital no puede salir de esta situación más que a través de crisis periódicas, que arreglan momentáneamente el problema reajustando la oferta y la demanda (demanda solvente únicamente, pues el capitalismo no conoce sino un medio de hacer circular los bienes: la compra / venta; poco le importa que la demanda real, las necesidades, no sea satisfecha: el capital crea en realidad una sub-producción con relación a las necesidades reales que no satisface) 14.
La crisis capitalista es más que una crisis de la mercancía. Es una crisis que une de modo indisociable la producción y el valor, pero de tal manera que la producción queda al servicio del valor. Se la puede comparar a las crisis precapitalistas, a algunas crisis del Antiguo Régimen en Francia, por ejemplo. Había entonces una caída de la producción agrícola, provocada por malas cosechas. Los campesinos compraban menos productos industriales (ropas) y la industria —todavía débil— se encontraba en dificultades. La crisis tiene en este caso como base un fenómeno natural, climático. Pero las especulaciones de los comerciantes con el precio del trigo conducen a almacenarlo para hacer que aquel suba, lo que conlleva algo de hambre aquí y allá. La mera existencia de la mercancía y del dinero permite la crisis: hay ruptura, materializada en el tiempo, entre la compra y la venta. Para el comerciante y para el dinero que intenta aumentar de volumen, la compra y la venta del trigo son dos operaciones distintas y el tiempo que las separa se determina en función de la ganancia a realizar. Durante esta ruptura entre producción y consumo hay hombres que mueren de hambre. Pero el mecanismo mercantil y el valor no vienen sino a amplificar una crisis nacida de condiciones naturales. Mientras nos encontremos con tales fenómenos, el contexto social es precapitalista, o el de un capitalismo todavía débil (así, los países como China o Rusia cuyas malas cosechas influyen aún pesadamente sobre la economía)14 bis.
La crisis del capitalismo, por otro lado, es producto de la obligada unión del valor y la producción. Examinemos el caso de un fabricante de automóviles. La competencia le obliga a incrementar la productividad y obtener el máximo beneficio con el mismo coste. La crisis se presenta cuando la acumulación no se corresponde con una reducción suficiente de los costes de producción. Podrán salir diariamente miles de coches de la cadena de montaje, y aun tener compradores, pero su fabricación y venta no valoriza suficientemente este capital en comparación con otros. La empresa reacciona ajustando la producción, invirtiendo más, compensando la caída de los beneficios con el aumento de las ventas, recurriendo a créditos, fusiones, ayudas públicas, etc. Al final produce como si la demanda hubiera de crecer a perpetuidad, y las pérdidas aumentan cada vez más. La causa de las crisis no estriba ni en el agotamiento de los mercados, ni en generosos aumentos salariales, sino en la caída de los beneficios (a la que no es ajena la lucha de los trabajadores): en cuanto suma de valor, al capital le cuesta cada vez más valorizarse a la tasa normal.
En las crisis, no sólo se rompe el lazo entre valor de uso y valor de cambio, entre la utilidad, la necesidad real de un bien y su capacidad para ser cambiado, y muestra que el mundo funciona para que las cantidades de valor de las empresas puedan aumentar, y no para satisfacer las necesidades ni para enriquecer a los capitalistas; sino que además, si en la crisis del Antiguo Régimen se tenía una dificultad insuperable (cosecha desastrosa), que las relaciones mercantiles se contentaban con agravar, las crisis capitalistas muestran ahora que no tienen ninguna base racional ineluctable. Su causa no es natural, sino social. Están presentes todos los elementos de la actividad industrial: materias primas, máquinas, trabajadores, pero se quedan sin ser empleados, o son utilizados parcialmente. De este modo se ve que ante todo no son cosas, objetos materiales, sino una relación social. No existen en esta sociedad más que si el valor los reúne. Este fenómeno no es “industrial”, no proviene de exigencias técnicas de la producción; es un fenómeno social, que se deriva de relaciones de producción, de relaciones sociales determinadas y al que un derrocamiento de estas relaciones suprimiría. El capital no es, pues, un sistema de producción que habría que arrancar a una minoría de “explotadores”, o que los trabajadores deberían “gestionar” por sí mismos. Es una relación social mediante la cual el aparato productivo y, en la medida en que la producción ha conquistado la sociedad, el edificio social en su conjunto son sometidos a la lógica mercantil. El comunismo se contenta con destruir esta relación mercantil, pero por ahí mismo reorganiza y transforma toda la sociedad (ver más adelante).
La red de las empresas —lugares e instrumentos del valor— se convierte en una fuerza por encima de la sociedad. Las necesidades (de toda clase: vivienda, alimentación, “culturales”) no existen más que sometidas a este sistema, y son incluso modeladas por él. No son las necesidades las que determinan la producción, sino la producción —para la valorización— la que determina las necesidades. Se construye mucho más gustosamente oficinas o segundas residencias, que viviendas donde hacen más falta. Y las segundas residencias permanecen vacías diez meses al año, como miles de apartamentos, pues únicamente los propietarios o los que los alquilan, que han comprado la vivienda o pagado su alquiler, pueden ocuparla. La agricultura está descuidada en gran medida a escala mundial por el capital, que no la desarrolla sino allí donde puede valorizarse, mientras que el hambre continúa siendo un problema sin arreglar para cientos de millones de hombres14 ter. El automóvil es una rama desarrollada más allá de las necesidades en los países avanzados, pero su rentabilidad asegura su mantenimiento a pesar de todas las incoherencias. Los países poco desarrollados sólo construyen fábricas si proporcionan una tasa de ganancia suficiente. La tendencia a la superproducción va acompañada de una economía armamentística permanente en la mayoría de los países avanzados; estas fuerzas destructoras sirven, cuando es necesario, para hacer realmente la guerra, cuyos efectos son también un medio para luchar contra la tendencia a las crisis.
El trabajo asalariado mismo se ha convertido en un absurdo desde hace décadas. Obliga a una parte de los trabajadores a un trabajo embrutecedor (obreros especialistas); otra parte muy importante trabaja en el sector improductivo, que sirve a la vez para facilitar las ventas, para absorber a los trabajadores liberados por la mecanización y la automatización y para proporcionar una masa de consumidores, medio adicional de lucha contra la crisis. El capital se anexiona todo lo que es ciencia y técnica: en el dominio productivo, orienta la investigación hacia el estudio de lo que producirá el máximo beneficio; en el dominio improductivo, desarrolla la gestión y las técnicas de utilización del mercado. De este modo la humanidad tiende a dividirse en tres grupos:
  • los productivos, con frecuencia liquidados físicamente por su trabajo;
  • los improductivos, que no sirven para nada, o peor aún;
  • y la masa de los no asalariables de los países pobres, que el capital no consigue integrar de un modo u otro y de los que cientos de miles son exterminados periódicamente en guerras producidas directa o indirectamente por la organización capitalista de la economía mundial.
El desarrollo de algunos países pobres es real (Brasil), pero no se consigue sino a costa de la destrucción parcial o total de las antiguas formas de vida y se manifiesta, por ejemplo, en el hacinamiento y la miseria en las ciudades. Sólo una minoría de la población tiene la “suerte” de poder trabajar en una fábrica, el resto sigue estando subdesarrollado o en paro.

 

Proletariado y revolución

 

El capital crea al mismo tiempo una red de empresas que viven de y para la ganancia, red extendida y protegida por los Estados convertidos en instrumentos anticomunistas, y un conjunto de individuos a los que constriñe a levantarse contra él. Esta masa no es homogénea, pero constituirá su unidad en la revolución comunista, sin que sus componentes jueguen el mismo papel. Toda revolución es producto de necesidades reales, surgidas de condiciones materiales de existencia que se han hecho insoportables. Lo mismo ocurre con el proletariado, al que el capital mismo obliga a aparecer. Una gran parte de la población mundial está obligada a vender su fuerza de trabajo para vivir, pues no tiene ningún medio de producción a su disposición. Algunos la venden y son productivos, otros la venden y son improductivos y, finalmente, otros no pueden venderla (el capital sólo compra el trabajo vivo cuando puede valorizarse en una proporción razonable) y son excluidos de la producción, ya sea en los países desarrollados, o bien en los países pobres.
Si se identifica proletario y obrero, trabajador, entonces no se ve lo que hay de subversivo en la condición de proletario. El proletariado es la negación de esta sociedad. No agrupa a los pobres, sino a aquellos que no disponen de ninguna reserva y no tienen nada que perder, sino sus cadenas; aquellos que no tienen nada y no pueden liberarse más que destruyendo todo el orden social actual. El proletariado es la disolución de la sociedad actual porque ésta le niega, por así decir, todos sus aspectos positivos. Por tanto, es también su propia destrucción. Todas las concepciones (burguesa clásica, fascista, estalinista, de izquierda, izquierdista, etc.) que elogian de alguna manera al proletariado como tal, como existe actualmente, y lo muestran bajo una luz positiva, como el que afirma valores y viene a regenerar a la sociedad en crisis, son contrarrevolucionarias. La glorificación del obrero se ha convertido en una de las manifestaciones más eficaces y uno de los engaños más peligrosos del capital15. Muy al contrario, cada vez que interviene, el proletariado muestra que es lo negativo de la sociedad actual y no tiene ningún valor que aportarle ni ningún papel que desempeñar en ella, salvo un papel destructor.
El proletariado no es la clase que trabaja, sino más bien la clase de la crítica del trabajo. Viene definida como la sempiterna destructora del viejo mundo, pero sólo en potencia; se materializa únicamente en momentos de tensión e inestabilidad social, cuando el capital la obliga a convertirse en agente del comunismo. Destruye el orden establecido cuando se unifica y se organiza, no para erigirse en la clase dominante, como hizo en su momento la burguesía, sino con el fin de liquidar la sociedad de clases; llegado este punto, sólo existe un agente social: la humanidad. Pero aparte de dicho período de conflictividad y el que le precede, el proletariado queda reducido a la condición de elemento del capital, a una rueda dentro de un engranaje (y desde luego, éste es precisamente el aspecto glorificado por el capital, que rinde culto a los trabajadores únicamente mientras forman parte del sistema social existente).
Aunque no carente de “obrerismo” y laborismo (la otra cara del intelectualismo), el pensamiento radical no ensalzó a la clase obrera ni idealizó el trabajo manual. Otorgó a los obreros un papel decisivo (aunque no exclusivo) porque el lugar que ocupan en el proceso de producción les coloca en mejor posición para revolucionarlo. Únicamente desde este punto de vista desempeña un papel central el obrero productivo (que a menudo lleva traje y quizás corbata), en la medida en que su función social le permite llevar a cabo tareas diferentes de las que realizan otros. No obstante, cada vez es más difícil distinguir el trabajo de lo que no lo es debido al crecimiento del paro, la precariedad laboral, la cada vez más larga etapa de escolarización, los períodos de formación profesional a cualquier edad, los trabajos temporales y de media jornada, las prejubilaciones forzosas y la anómala mezcla de prestaciones sociales y programas de trabajo obligado subretribuido que restituye al obrero de la miseria al mercado laboral sólo para devolverlo a continuación a la pobreza y la intemperie, cuando el dinero de las limosnas a veces iguala a un salario paupérrimo.
Muy probablemente estamos entrando en una fase similar a la de disolución que Marx menciona en sus primeras obras. En cada período de fuertes turbulencias históricas (la década de 1840 y a partir de 1917) el proletariado refleja la progresiva disolución de los estratos sociales (sectores obreros y de la clase media descienden en la escala social o temen que les ocurra) y la pérdida de vigencia de los valores tradicionales (la cultura ya no funciona como elemento unificador). Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están negadas ya en las del proletariado. Es el capitalismo moderno, y no los hippis o los punks, el que mata la ética del trabajo. La propiedad, la familia, la nación, la moral y la política entendidas al modo burgués tienden a desintegrarse dentro de la condición proletaria.

 

Constitución de la comunidad humana

 

La comunidad primitiva era demasiado pobre como para sacar provecho de las potencialidades del trabajo. Entonces el trabajo tiene carácter inmediato, cada cual actúa para su subsistencia inmediata. El trabajo no se cristaliza, no se acumula en instrumentos, en trabajo amasado, muerto. Cuando esto es posible, se hace necesario el cambio: sólo se puede medir la producción en trabajo abstracto, en tiempo de trabajo medio, a fin de hacer que circule. El trabajo vivo sigue siendo el elemento esencial de la actividad, y el tiempo de trabajo la medida necesaria. La moneda lo materializa. De ahí la explotación de clases por otras clases, la agravación de catástrofes naturales (ver más arriba sobre la crisis en el Antiguo Régimen). De ahí también el nacimiento, el declive, la caída de Estados y, a veces, de imperios que no pueden desarrollarse más que luchando contra otros. A veces, las relaciones de cambio son interrumpidas entre las diferentes partes del mundo civilizado como consecuencia de la muerte de un imperio o de varios: sucede incluso que semejante pausa en el desarrollo dure siglos, durante los cuales la economía parece que vuelve atrás, hacia la economía de subsistencia.
La humanidad no tiene entonces un aparato de producción tal que la explotación del trabajo vivo sea inútil, incluso ruinosa. El papel del capitalismo es precisamente acumular este trabajo muerto. La existencia de todo este conjunto industrial, de todo este capital fijo, prueba que el carácter social de la actividad humana ha acabado por materializarse en un instrumento que permite crear, no un paraíso en la tierra, sino un desarrollo que utiliza óptimamente los recursos para satisfacer las necesidades y que produce los recursos en función de las necesidades. Si esta infraestructura es el elemento esencial de la producción, entonces el papel regulador del valor, que corresponde a la fase en que el trabajo vivo era el factor productivo principal, pierde todo su sentido, ya no es necesario a la producción. Su mantenimiento se hace caduco y catastrófico16. El valor, plasmado en la moneda, bajo todas sus formas, desde las más simples hasta las más complejas, resulta del carácter general del trabajo, de la energía al mismo tiempo individual y social que extrae y consume. Sigue siendo el mediador necesario mientras esta energía no crea un sistema productivo global a escala planetaria. Después se convierte en una traba.
El comunismo es la desaparición de una serie de mediaciones necesarias hasta entonces (a pesar de la miseria que engendran) para acumular bastante trabajo muerto a fin de que se pueda prescindir de ellas. Muy en primer lugar, el valor: es inútil tener un elemento exterior a las actividades sociales para ligarlas entre sí y estimularlas. La infraestructura acumulada no necesita más que ser transformada y desarrollada. El comunismo sopesa los valores de uso para decidir si desarrolla tal producción antes que tal otra. No reduce los componentes de la vida social a un denominador común (el tiempo medio de trabajo que contienen). El comunismo organiza su vida material partiendo de la confrontación de las necesidades, lo que no excluye conflictos, si llega el caso.
El comunismo es también final de todo elemento necesario a la unificación de la sociedad: es final de la política. No es ni democrático ni dictatorial. Es, por supuesto, “democrático” si con eso se quiere decir que todos se hacen cargo de las actividades sociales: y no es que esto se haga por voluntad gestora o por principio democrático, sino porque la organización de la actividad es normalmente asunto de sus miembros. Pero, contrariamente a lo que dicen los demócratas, esto no es posible más que por el comunismo, es decir, poniendo en comunidad todos los elementos de la vida, por la supresión de toda actividad separada, de toda producción aislada. No se puede conseguir este resultado más que por la destrucción del valor. Pues el intercambio entre las empresas excluye totalmente que la colectividad tome a su cargo la vida (y, en primer lugar, la vida material): en efecto, el objetivo del intercambio y de la empresa es radicalmente opuesto al de los hombres, que es satisfacer sus necesidades. La empresa busca ante todo valorizarse y no tolera ir en ninguna dirección salvo la que le permite alcanzar lo mejor posible este objetivo (por esta razón los capitalistas no son más que funcionarios del capital). Es la empresa la que dirige a sus dirigentes. La supresión de la limitación que representa la empresa, la destrucción de la relación mercantil, que obliga a cada cual a considerar a los demás sólo como medios de ganarse la propia vida, son las únicas condiciones de una autoorganización de los hombres. A partir de ahí, los problemas de gestión son secundarios y sería absurdo querer que todos lleven a cabo la gestión de modo rotativo. El problema ni siquiera se plantea ya. La contabilidad y la administración se convierten en actividades como las otras, sin privilegios en ningún sentido: cada cual puede ejercerlas o no.
En el comunismo es inútil tener una fuerza exterior a los individuos para agruparlos. Es lo que no ven, por ejemplo, los socialistas utópicos. Sus sociedades imaginarias, cualesquiera que sean sus méritos y su fuerza visionaria, tienen casi siempre necesidad de planes muy estrictos y directivas casi totalitarias. Se intenta crear un vínculo que, en realidad, resulta naturalmente de la asociación de los hombres en grupo. Se pretende evitar la explotación, la anarquía, y se organiza por adelantado la vida social. Otros, para no caer en semejante dirigismo, quisieran dejar que la sociedad se arregle sola. El problema está en otra parte: únicamente relaciones sociales bien determinadas, que descansen en un nivel de desarrollo de la producción material bien preciso, hacen posible y necesaria la armonía entre los individuos (lo que incluye conflictos: ver más arriba). Entonces estos últimos pueden satisfacer sus necesidades, pero sólo por la participación automática en el funcionamiento del grupo, sin ser reducidos por ello a simples engranajes del grupo. El comunismo no tiene necesidad de reunir lo que estaba separado y que, en adelante, ya no lo está17.
Esto sirve igualmente en el plano mundial. Los Estados y las naciones, instrumentos necesarios del desarrollo, son ahora puramente reaccionarios y las divisiones que perpetúan son un freno al desarrollo: la única dimensión posible en adelante es la de toda la humanidad.
La oposición entre manual e intelectual, entre naturaleza y cultura, era indispensable en otro tiempo. La separación entre el trabajador y el organizador del trabajo multiplicaba su eficacia. El desarrollo conseguido hoy ya no tiene necesidad de esa separación y este corte no es más que una traba que manifiesta su absurdo en todos los aspectos de la vida escolar, universitaria, profesional, “cultural”, etc. El comunismo acaba con la separación entre una parte de los trabajadores embrutecida por el trabajo manual y otra parte inútil en las oficinas.
Lo mismo sucede con la oposición entre el hombre y su entorno. En otros tiempos, el hombre sólo pudo socializar el mundo luchando contra la dominación de la “naturaleza”. Hoy, es él el que cerca y amenaza a la naturaleza. El comunismo es reconciliación del hombre y la naturaleza.
El comunismo es el fin de la economía como dominio particular, lugar privilegiado del que depende todo lo demás, pero que todo lo demás desprecia y rehuye. El hombre produce y reproduce sus condiciones de existencia; a partir de la disolución de la comunidad primitiva, pero bajo la forma más pura bajo el capitalismo, el trabajo, actividad de apropiación de su entorno por parte del hombre, se ha convertido en una coacción opuesta al tiempo de descanso, al ocio, a la “verdadera” vida. Esta fase era necesaria históricamente para crear el trabajo muerto que permite suprimir esta servidumbre. Con el capital, la producción, de hecho producción para la valorización, se ha convertido en el dueño del mundo. Es la dictadura acabada de las relaciones de producción sobre la sociedad. Mientras se está produciendo se sacrifica el tiempo de la propia vida para disfrutar de la vida a continuación, disfrute casi siempre sin relación con la naturaleza del trabajo, convertido en simple medio de ganarse la vida. El comunismo disuelve las relaciones de producción, las funde en las relaciones sociales. Ya no conoce actividades separadas, trabajo opuesto al juego. Desaparece la obligación de hacer el mismo trabajo toda la vida, ser manual o ser intelectual. Con el papel del trabajo acumulado, que incluye e incorpora toda la ciencia y toda la técnica, la investigación y el trabajo, la reflexión y la acción, la enseñanza y la actividad no son ya más que una sola cosa. Ciertas tareas pueden ser ejecutadas por todos y la generalización de la automatización transforma completamente la actividad productiva. Por lo demás, el comunismo no preconiza el juego contra el trabajo, o el no-trabajo contra el trabajo. Estas nociones de escasas miras y parciales son todavía realidades capitalistas. El trabajo como producción y reproducción de las condiciones de vida, tanto materiales como culturales, afectivas, etc., es lo propio de la humanidad18.
El hombre crea colectivamente los medios de su existencia, y los transforma; no los recibe regalados por las máquinas, pues en ese caso la humanidad estaría reducida al estadio del niño, que se contenta con recibir juguetes cuyo origen ignora, y cuyo origen ni siquiera existe para él (los juguetes están ahí, existen, es todo). De la misma manera, el comunismo no hace el trabajo perpetuamente alegre y agradable. La actividad eminentemente enriquecedora del poeta pasa por momentos penosos e incluso dolorosos. Lo único que hace el comunismo en este dominio es suprimir la separación entre el esfuerzo y el disfrute, la creación y el recreo, el trabajo y el juego19.

 

La revolución comunista

 

El comunismo es la apropiación por la humanidad de sus riquezas, quedando claro que esta apropiación es también e inevitablemente una transformación de arriba abajo. Esto implica necesariamente la destrucción de las empresas como unidades separadas y, por ahí mismo, la destrucción de la ley del valor: no para socializar la ganancia sino para hacer circular los productos entre los centros industriales sin pasar a través del valor. Esto no significa de ninguna manera que la revolución comunista recogerá el sistema productivo del capitalismo tal como está. No se trata de desembarazarse del lado “malo” del capital (la valorización), guardando el “bueno” (la producción). Pues como hemos visto, el valor y la lógica de la ganancia imponen un cierto tipo de producción, súper desarrollan ciertas ramas, descuidan otras. Toda alabanza de la economía actual, del proletariado actual (es decir, engranaje del capital), de la ciencia y de la técnica actuales, no es más que un elogio del capital. Toda exaltación de la productividad y del crecimiento económico tal como existen hoy, no es más que un himno a la gloria del capital20.
Dicho esto, para revolucionar la producción, para liquidar la empresa, la revolución comunista se ve obligada naturalmente a servirse de ella. Ahí está su palanca esencial, al menos durante una fase. No se trata de poner pie en la empresa para quedarse encerrado en ella y gestionarla, sino para salir de ella y unir entre sí las empresas sin intercambio, lo cual las destruye como empresas21. Un movimiento así irá acompañado casi automáticamente por un primer esfuerzo para reducir, y después suprimir, la oposición ciudad / campo y la separación entre la industria y las otras actividades. Hoy la industria se asfixia en su marco al tiempo que asfixia a los otros sectores.
El capital vive para acumular valor: fija este valor en forma de trabajo amasado, muerto. La acumulación, la producción, se convierten en fines en sí mismos. Todo les está subordinado: el capital alimenta sus inversiones con trabajo vivo. Al mismo tiempo desarrolla el trabajo improductivo, como hemos visto. La revolución comunista es revuelta contra este absurdo: es también una des-acumulación, no para volver hacia atrás, sino para cambiar de algún modo radicalmente, para volver a ponerlo todo con los pies en el suelo. Ya no se trata de poner al hombre al servicio de la inversión, sino al revés. En este punto, el comunismo se opone también al productivismo frenético —entre cuyos mejores propagandistas se encuentran los países llamados socialistas y los P.C.— y a la ilusión reformista y humanista de un cambio posible en el marco actual.
El comunismo no es la prolongación del capitalismo bajo una forma más racional, más “eficaz”, más moderna, menos injusta, menos anárquica. No toma las bases materiales del viejo mundo tal como son: las trastorna completamente. Únicamente la preponderancia considerable del trabajo acumulado en el proceso productivo permite:
  • no explotar ya el trabajo vivo;
  • no subordinar ya la satisfacción de las necesidades a la producción de bienes de equipo. Sólo el comunismo puede explotar esta condición creada por el capital.
El comunismo no es un conjunto de medidas que se aplicarían después de la toma del poder. Es un movimiento que existe desde ahora, no como modo de producción (no puede haber un islote comunista en la sociedad capitalista), sino como tendencia surgida de necesidades reales (ver más arriba sobre los sin-reservas)22. En cierto sentido, el comunismo ni siquiera sabe lo que es el valor. No hay, un buen día, una gran reunión de gente que tomaría la decisión de suprimir el valor y la ganancia. Todos los movimientos revolucionarios del pasado conseguían llevar a la sociedad al colapso, y esperaban que de esta parálisis universal surgiera algo. En la sociedad comunista, por el contrario, se pondrán en circulación bienes prescindiendo del dinero, se abrirán las puertas que aíslan a las fábricas de su entorno, se cerrarán las fábricas en las que el proceso de trabajo sea demasiado alienante como para poder mejorarse, se eliminará la escuela entendida como centro especializado para adolescentes en el que se disocia la teoría de la praxis, se derribarán los muros que obligan a las personas a vivir encerradas con la familia en celdas de tres habitaciones; en resumen, se tenderá a eliminar todas las separaciones.
El mecanismo de la revolución comunista es producido por las luchas. Será su desarrollo normal en un momento en que la sociedad constreñirá a todos los elementos a los que niega toda perspectiva, a que instauren nuevas relaciones sociales. Si actualmente un gran número de luchas sociales parece no desembocar en nada, es precisamente porque su única prolongación sería el comunismo, piensen lo que piensen los que participan en ellas. En el plano simplemente reivindicativo, con frecuencia, y cada vez más, llega un momento en que para ir más lejos no habría más solución que el enfrentamiento violento con las fuerzas del Estado, generalmente secundadas por las de los sindicatos. En este caso, la lucha armada y la insurrección suponen necesariamente la puesta en práctica de un programa social, el uso de la economía como arma (ver más arriba acerca del proletariado). El aspecto militar, por muy importante que sea, depende del contenido social. Para simplemente triunfar de sus adversarios en el terreno militar, el proletariado, sin saberlo necesariamente —pero si lo sabe y tiene la capacidad de expresarlo, de hacerlo saber en otra parte, de decir lo que hace, su acción es más fuerte— transforma la sociedad en el sentido comunista.
Hasta el presente, las luchas no han alcanzado nunca todavía el estadio en que su simple desarrollo militar habría hecho necesaria la aparición de la nueva sociedad. En las luchas sociales más importantes, en Alemania entre 1919 y 1921, el proletariado, a pesar de la violencia de la guerra civil, no alcanzó este nivel. Pero el programa comunista estaba subyacente en estos enfrentamientos, que no pueden ser comprendidos sin él. La burguesía supo servirse del arma de la economía, en el sentido de sus intereses, por supuesto, utilizando, por ejemplo, el paro para dividir a los obreros. El proletariado fue incapaz de hacerlo y sólo llevó la lucha con medios militares —llegando hasta la creación de un ejército rojo en el Ruhr en 1920— sin utilizar el arma que le da su función social23.
En otro contexto, ciertos motines de la minoría negra en los Estados Unidos han iniciado una transformación social, pero sólo al nivel de la destrucción de la mercancía, y no del capital mismo. Estos negros sólo eran una parte del proletariado y, con frecuencia, ni siquiera tenían la posibilidad de servirse de la palanca de la producción porque estaban excluidos de ella. Permanecían fuera de la empresa. Por el contrario, la revolución comunista implica, entre otras tareas, una acción a partir de la empresa para destruirla como unidad separada. Los motines negros se han mantenido al nivel del consumo y de la distribución. La revolución atacará el corazón del sistema, el centro donde se produce la plusvalía. Pero sólo se sirve de esta palanca para destruirla24.
Los sin-reservas hacen la revolución, constreñidos a establecer relaciones sociales que afloran en la sociedad actual. Esta ruptura supone necesariamente una crisis que, por lo demás, quizá no sea una crisis del tipo de la de 1929, marcada por una gigantesca parálisis económica. En todo caso, para unificar los diversos elementos en revuelta contra el trabajo asalariado, es necesario que la sociedad conozca dificultades suficientemente graves como para no poder ya aislar las luchas unas de otras. La revolución comunista no es la suma de los movimientos inmediatos actuales, ni su metamorfosis por la intervención de una “vanguardia”. Supone una sacudida social, un ataque del capital contra los sin-reservas, en grados diversos, que, a la vez, amplifiquen cuantitativamente y modifiquen cualitativamente su acción. Por supuesto, este mecanismo no es posible más que a escala mundial y, al menos al principio, en varios países avanzados.
De todo lo que antecede se deduce que la revolución y la sociedad comunistas no son cuestiones de organización, ni de “poder” de la clase obrera. Por otro lado, querer la dictadura del proletariado tal como éste existe hoy es un absurdo. Del mismo modo que la toma a su cargo de la actividad social por todos es imposible mientras reine el valor y su instrumento, la empresa; de igual manera el proletariado, tal como se presenta hoy en la economía, es incapaz por definición de dirigir o gestionar cualquier cosa. No es más que un engranaje del mecanismo de valorización, sufre la dictadura del capital. Por consiguiente, la dictadura del proletariado tal como éste existe en este momento no puede ser más que la dictadura de los representantes del proletariado, es decir, de los jefes de los sindicatos y de los partidos obreros. En su brutalidad, la doctrina oficial de los países del Este, según la cual la dictadura del proletariado es identificada con la del “partido”, es más lúcida y franca que la teoría de ciertos “revolucionarios” que creen posible una gestión obrera aun conservando los fundamentos de la economía actual25.
La revolución no es un problema de organización. Todas las teorías de “gobierno de los trabajadores” y de “poder obrero” sólo proponen vías muertas, otras soluciones a la crisis del capital. La revolución es ante todo una transformación de la sociedad, es decir, de lo que constituye las relaciones existentes entre los hombres, entre los hombres y sus medios de vida. Los problemas de organización, de “jefes”, son secundarios: dependen de lo que hace la revolución. Esto es válido tanto para el desencadenamiento de la revolución comunista como para el funcionamiento de la sociedad que sale de ella. La revolución no entra en acción el día en que el 51% de los obreros son revolucionarios, ni pone en marcha enseguida un aparato de decisión y de gestión. Por el contrario, es el capitalismo el que no consigue desembarazarse de las cuestiones de gestión y de “jefes”. La forma de organización de la revolución comunista, y de todo movimiento social, se deriva de su contenido. La manera como el partido, organización de la revolución, se constituye y actúa, depende de las tareas a realizar.

 

* * *

 

En el siglo xix, y aún en el momento de la Primera Guerra mundial, las condiciones materiales del comunismo estaban todavía por crear, al menos en algunos países (Francia, Italia, estaban entonces poco industrializadas, sin hablar de Rusia). La revolución comunista habría tenido que desarrollar, en un primer momento, las fuerzas productivas, poner a trabajar a los pequeños burgueses, generalizar el trabajo industrial, con la regla: quien no trabaja, no come (fórmula que no se aplicaría, ciertamente, más que a aquellos que fuesen aptos para el trabajo). Posteriormente, el progreso económico ha realizado esta tarea. Ahora existe la base material del comunismo. Ya no hay necesidad de enviar los trabajadores improductivos a la fábrica; el problema consiste en la creación de las bases de otra “industria”, totalmente distinta a la actual. Muchas fábricas deberán cerrarse, y el trabajo obligatorio quedará desterrado: lo que queremos es la abolición del trabajo como actividad disociada de los demás aspectos de la vida. Sería absurdo acabar con la profesión de la recogida de basura a la que algunos se dedican durante años si no cambian a la vez todo el proceso y la lógica de la creación y eliminación de basura.
Los países subdesarrollados —por utilizar un término anticuado aunque no del todo inapropiado— no tendrán que atravesar el período de industrialización. En muchas zonas de Asia, África y América Latina, el capital oprime a los trabajadores pero no los ha sometido hasta el punto de ejercer sobre ellos una dominación “real”. Antiguas formas de vida comunal aún subsisten. El comunismo regeneraría muchas de ellas —como Marx pensó en referencia a las comunidades campesinas rusas— con la ayuda de tecnología “occidental” aplicada de forma diferente. Estas zonas serían en muchos aspectos más fáciles de comunizar que las gigantescas urbes “civilizadas” llenas de automóviles y adictas al televisor. En otras palabras, un proceso mundial de desacumulación.

 

Los Estados y cómo eliminarlos

 

El Estado nació como resultado de la incapacidad de los seres humanos para gestionar sus vidas. Es la unidad —simbólica y material— de lo desunido. En el momento en que el proletariado se apropia de sus medios de existencia, este instrumento de mediación empieza a carecer de función, pero su destrucción no constituye un proceso automático. No irá desapareciendo poco a poco a medida que la esfera no mercantil se vaya engrandeciendo. Lo cierto es que esa esfera sería frágil si permitiera que la maquinaria estatal continuara existiendo, como ocurrió en España entre los años 1936-1937. No hay estructura estatal que desaparezca por sí misma.
La comunización es, por tanto, algo más que una suma de acciones directas realizadas fragmentariamente. El capital será derribado por medio de la subversión general, mediante la cual las personas pasarán a controlar sus relaciones con el mundo. Pero no se conseguirá nada decisivo mientras el Estado conserve un mínimo poder. La sociedad no es un conjunto de vasos capilares: las relaciones están centralizadas en una fuerza que concentra la capacidad de conservar esta sociedad. El capitalismo estaría encantado viéndonos cambiar nuestras vidas a escala local si él continúa existiendo a escala mundial. En cuanto fuerza central, el Estado debe ser destruido por una acción central y su poder debe ser liquidado sin dejar resquicio alguno. El movimiento comunista no es apolítico, sino antipolítico26.

 

El comunismo, movimiento social actual

 

El comunismo no es sólo un sistema social, un modo de producción que nacerá en el futuro a partir de la revolución comunista. Esta revolución es, de hecho, un enfrentamiento entre dos mundos:
  • por un lado, el conjunto de todos aquellos que se encuentran rechazados, excluidos de todo goce profundo e incluso, a veces, amenazados en su existencia física, unidos todos, sin embargo, por la obligación de entrar en relación los unos con los otros;
  • por otro, el conjunto de una economía socializada mundialmente, unificada técnicamente, pero dividida en unidades constreñidas a oponerse para respetar la lógica del valor que las une, y que no retrocede ante ninguna destrucción para subsistir en cuanto tal.
El mundo de las empresas, marco actual de las fuerzas productivas, está dotado de una vida propia; se ha constituido en fuerza autónoma y somete a sus leyes el mundo de las necesidades reales. La revolución comunista es destrucción de esta sumisión. El comunismo es lucha contra esta sumisión y, en este sentido, se ha opuesto a ella desde los orígenes del capitalismo, e incluso antes, sin posibilidad de éxito27.
De igual manera que la humanidad, al principio, ha atribuido a sus ideas, a su visión del mundo, un origen exterior a ella, creyendo que lo propio del hombre residía no en su relación social sino en su vínculo con un elemento exterior al mundo real (dios), del cual el hombre no es más que un producto; de igual modo la humanidad, en su esfuerzo de apropiación, de adaptación al mundo que la rodea, habrá debido crear previamente un mundo material, un complejo de fuerzas productivas, una economía, un mundo de objetos que la aplasta y la domina, antes de poder apropiárselo y transformarlo, adaptarlo a sus necesidades28.
La revolución comunista no es más que la prolongación, la superación también, de los movimientos sociales actuales. Las discusiones sobre el comunismo generalmente se plantean en un terreno falso: se preguntan qué se hará después de la revolución. Jamás ligan el comunismo con lo que sucede en el momento en que se habla. Hay ruptura: se hace la revolución, después se hace el comunismo. En realidad, el comunismo es la prolongación de necesidades reales que se manifiestan desde hoy pero que no llegan a buen término ni encuentran su verdadera satisfacción porque la situación actual lo impide. Hay ya desde ahora todo un conjunto de prácticas, de gestos, de actitudes mismas, comunistas: no sólo expresan un rechazo global del mundo actual, sino sobre todo un esfuerzo para, a partir de él, construir otro29. En la medida en que esto fracasa, no se ve más que los límites, la tendencia, y no su prolongación posible (los izquierdistas sirven precisamente para teorizar estos límites como el fin del movimiento, y así los refuerzan). En la negación del trabajo en cadena, en la lucha de los desahuciados que ocupan un piso o un local vacío, aparece la perspectiva comunista, el esfuerzo por crear otra cosa, no a partir de un rechazo puro y simple del mundo actual (hippie), sino utilizando y transformando lo que ha producido y lo que despilfarra. Esta otra cosa está inscrita en estas luchas, independientemente de lo que piensen y quieran los que participan en ellas y de lo que afirmen los izquierdistas que se mezclan en ellas o las teorizan. Tales movimientos serán inducidos posteriormente a adquirir la conciencia de sus actos, a comprender lo que hacen para hacerlo mejor.
Para los que desde ahora se plantean la cuestión del comunismo, no se trata de intervenir en todas estas luchas para aportarles el mensaje comunista, proponiendo que estas acciones limitadas se giren hacia la “verdadera” actividad comunista. No se trata ahora de aportar consignas, sino en primer lugar mostrar la razón y el mecanismo de estas luchas, lo que se verán obligadas a hacer. Esta acción sólo tiene sentido si se participa realmente en tales movimientos, sin activismo, pero siempre que sea posible. Esto no significa el abandono, por parte de los que se entregan a ello, de la actividad propiamente teórica, de investigación y de exposición. No está dicho todo y este texto y otros, por ejemplo, no son sino aproximaciones al problema. Dicho esto, hay cierto modo de hacer teoría que conduce a no entrar nunca en contacto con el movimiento social real; de todos modos, eso no es un “problema”, y la actividad comunista hará por sí misma el reparto entre las dos maneras de ser.
Negativamente, todo lo que sirve para desmontar las diversas mistificaciones del capital, provengan del Estado, del P.C. o de los izquierdistas30, es igualmente una práctica comunista, tanto si esta propaganda se hace por la palabra, como por el texto o por el gesto. La actividad teórica es práctica. Por un lado, no hay que hacer ninguna concesión teórica. Pero por otro, la única manera de sentar el programa y permitir que el comunismo teórico juegue su papel práctico, consiste en participar en la agitación y en la unificación que los movimientos sociales emprenden desde distintos puntos. A su manera, el comunismo ha pasado ya al ataque31.

 


1 En lo esencial, los izquierdistas, incluido un grupo como Lutte ouvrière, se quedan en el análisis del P.C. y de los sindicatos como organizaciones dobles: “obreras” por su reclutamiento (lo que es parcialmente falso en el terreno de los hechos), “burocráticas” por sus direcciones. Casi siempre mantienen la confusión sobre su papel en la sociedad. Por lo demás, esa es la función social de los izquierdistas, integrar un cierto número de disputas enmascarando los antagonismos y los conflictos profundos. La Liga comunista llega incluso a luchar por un “fortalecimiento” de la C.G.T. (nada de la C.G.T.-traición-de-las-luchas, sino C.G.T.-lucha-de-clases, por supuesto: pero,¿cómo distinguir el uno del otro, cómo luchar por el “verdadero” sindicato sin apoyar el que existe verdaderamente, pues el otro es pura ideología?). Ése es el programa de la contrarrevolución, pues en el momento en que la sociedad vacila, en que las apariencias se vienen abajo, el capital sólo tiene dos armas, una complemento de la otra, frecuentemente una al servicio de la otra: la violencia militar para aplastar las insurrecciones, la izquierda democrática y reformista para arrastrar al proletariado al terreno en que inevitablemente es batido, porque no es el suyo: la política, la consulta democrática, la gestión.
2 “La historia de su expropiación no es materia de conjetura: está escrita en los anales de la humanidad con letras de sangre y fuego indelebles.” (El Capital, Libro I, octava sección: “La acumulación primitiva”, Obras, I, Gallimard, 1963, p. 1169-1170.)
Se encontrará el detalle de las leyes estalinistas sobre la materia en Suvarin, El estalinismo, Spartacus, 1972, p.20. Ver también Vinatrel, La U.R.S.S. de los campos de concentración, Spartacus, 1949. La brutalidad extraordinaria del estalinismo no es más que el complemento indispensable del ritmo muy rápido que conoció este proceso entre 1930 y 1950 aproximadamente: Cf. Maddison, Economic Gowth in Japan and the U.S.S.R., Londres, Allen & Unwin, 1969. Por lo demás, una evolución semejante era tomada en consideración por Marx, que se preguntaba qué aplicación para Rusia se podría extraer de su análisis de la acumulación primitiva: “Sólo ésta: si Rusia tiende a convertirse en una nación capitalista a semejanza de las naciones de Europa occidental, y durante los últimos años se ha tomado muchas molestias en este sentido, no lo conseguirá sin haber transformado previamente a una buena parte de sus campesinos en proletarios; y después de esto, llevada al regazo del régimen capitalista, sufrirá sus leyes despiadadas…” (Carta a Mijailovsk, noviembre de 1877, Obras, II, Gallimard, 1968, p. 1154-1155.)
En su obra citada más arriba, Suvarin sucumbe, él también, a la fascinación del estalinismo y se deja hechizar porque nombra su “ignominia”. De hecho, el horror que desprende el estalinismo es debido esencialmente a que concentra en algunas decenas de años lo que ha costado siglos a Occidente (comprendido el colonialismo y sus masacres, de las que la sociedad occidental enseña poco a sus escolares).
3 Cf. Marx, Engels, La ideología alemana, Ed. Sociales, 1968, p. 45 a 104.
4 Este punto, casi siempre descuidado por los marxistas, es el fundamento del comunismo teórico. Cf. El Capital, Libro I, 1a sección, y Un capítulo inédito del Capital, U.G.E., 1971.
5 “El dinero, al ser él mismo la comunidad, no puede tolerar a otros frente a sí.” (Marx, Fundamentos de la crítica de la economía política, t. I, Anthropos, 1967, p. 63.)
Este mecanismo está estrechamente ligado a la cuestión rusa, que el comunismo planteaba así a mitad del siglo xix:
1. El Estado ruso ha servido de principal fortín de la reacción, obstaculizando, por ejemplo, la revolución burguesa en Alemania en 1848 en la medida en que el dominio de Prusia, de Austria y de Rusia sobre Polonia reforzaba a Prusia y su fuerza militar (surgida efectivamente, en buena parte, de su papel colonizador al este de Alemania, y esto, desde la Edad Media; Cf. Perroy, La Edad Media, P.U.F., 1967, p. 351-353). El peso de Prusia le permitió oponerse victoriosamente a Alemania central y occidental, más avanzada económica y socialmente, no obstante. La destrucción del Estado zarista era, pues, una tarea revolucionaria necesaria: de ahí el papel extremadamente positivo del movimiento nacional en Polonia (por el contrario, los eslavos del sur bajo dominación otomana, cuando ven su emancipación en el marco del paneslavismo, por tanto, del fortalecimiento de Rusia, juegan objetivamente un papel reaccionario). Sobre estas cuestiones, ver sobre todo Marx, Engels, Escritos militares, t. I, L’Herne, 1970.
2. “La propiedad comunal en Rusia ha sobrepasado desde hace mucho tiempo su apogeo y, según toda verosimilitud, se encamina hacia su disolución. Sin embargo, es innegable que existe una posibilidad de hacer pasar esta forma social a una forma superior si se mantiene hasta que estén maduras las condiciones para esta transformación y si se muestra capaz de desarrollarse de manera que los campesinos cultiven la tierra no ya separadamente, sino en común; de hacerla pasar a esta forma superior sin que los campesinos rusos tengan que atravesar la etapa intermedia de la propiedad parcelaria burguesa. Pero todo esto no es posible más que si se realiza victoriosamente una revolución proletaria en Europa occidental antes de la ruina total de la propiedad comunal, proporcionando al campesino ruso las condiciones previas de esta transformación, especialmente las condiciones materiales de que tiene necesidad para poder llevar a buen fin la subversión necesaria de todo su sistema de cultivo.” (Engels, La cuestión social en Rusia, op. cit., p. 1349-1350.) Pero contrariamente a algunas visiones optimistas de Engels en los años 1880-1895 (Cf. La política exterior del zarismo (1890), en Escritos sobre el zarismo…, op. cit., p. 1419), el movimiento comunista es ahogado en los países occidentales por el parlamentarismo y el sindicalismo. Cuando se manifiesta de nuevo la revolución, después de la guerra de 1914-1918, la comuna rural está liquidada desde hace mucho tiempo por a) la introducción de la economía monetaria en el campo, especialmente con la obligación de pagar los impuestos en dinero; b) la transformación de un cierto número de campesinos en obreros de fábrica. Desde 1892 Engels escribe:
“Temo que tengamos que tratar la obchina (la comuna rural) como un sueño del pasado y que en el futuro no tendremos que contar más que con una Rusia capitalista. No cabe duda de que así se ha perdido una gran oportunidad, pero contra los hechos económicos no hay recurso.” (Carta a Danielson, 15 de marzo de 1892, id., p. 1446-1447.)
6 Ver el análisis de las sociedades precapitalistas en Fundamentos de la crítica de la economía política, t. I, op. cit., p. 435-481.
7 Cf. Invariance no 2: “El sexto capítulo inédito del Capital y la obra económica de Marx”.
8 “El capital no es una cosa… El capital no es la suma de los medios de producción materiales y fabricados. El capital son los medios de producción transformados en capital, los cuales no son, por sí mismos, más capital de lo que el oro y la plata son, por sí mismos, moneda… Son igualmente las fuerzas y las relaciones sociales… que se levantan frente a los productores en cuanto manifestaciones de su producto.” (El Capital, Libro III, Obras, II, op. cit., p. 1428.)
9 Estos países afirman construir el socialismo. De hecho, no construyen sino sus bases… es decir, el capitalismo. Ver, por ejemplo, Spulber, Soviet Strategy for Economic Growth, Indiana U.P., U.S.A., 1967, primer capítulo.
10 Es lo que el P.C. dice que haría si estuviese en el poder.
11 Cf. Contribución a la crítica de la ideología de ultra-izquierda (Leninismo y ultra-izquierda), epígrafe IV: “La ley del valor”.
12 La economía rusa, obligada a un estatismo asfixiante, conoce crisis y distorsiones como los países occidentales, con frecuencia bajo forma de despilfarro. Se encuentran allí también desfases entre producción y consumo debidos a un desarreglo del mecanismo mercantil.
“Nos ha ocurrido tener mercancías y productos en cantidades bastante grandes; ahora bien, no sólo no llegaban a los consumidores, sino que continuaban durante años arrastrándose por los meandros burocráticos de lo que se llama la red de distribución de las mercancías, lejos del consumidor. Se comprende que en estas condiciones la industria y la agricultura no tenían ya nada que las estimulase a ver ampliarse la producción; la red de distribución se atascaba, mientras que los obreros y los campesinos seguían sin mercancías y sin productos.” (Stalin, Informe al xvii congreso del P. C.(b) de la URSS, [1934], en Cuestiones del leninismo, t. II, Ed. N. Béthune, 1969, p. 687.) Ante lo que comúnmente se llama un fenómeno de superproducción (nota 13), Stalin razona como buen capitalista y canta un himno a la libertad y al dinamismo del comercio: “es necesario… que los intercambios sean muy activos”, “es necesario que el país esté cubierto por una espesa red de depósitos, de almacenes, de tiendas”, “es necesario que las mercancías circulen sin parar”, “es necesario hacer participar en este trabajo a la red comercial del Estado y a la red comercial cooperativa, la industria local, los koljoses y los campesinos individuales”. (Id.). Stalin no ve más que el efecto, no la causa, y no imagina remedio más que en el ámbito de los efectos de la ley del valor, por medio de una gestión mejor.
(13) No es necesario que un país esté altamente desarrollado para que conozca la superproducción. Muy al contrario: un número muy grande de industrias de los países subdesarrollados se ven obligadas a funcionar utilizando sólo una parte de sus capacidades de producción —a veces, menos del 50%— pues la demanda solvente es incapaz de absorber lo que pueden producir (el capital no es un conjunto de medios materiales, sino la relación social que sólo pone en servicio estos medios materiales para una valorización). El caso de Rusia es diferente, pero allí encontramos el mismo mecanismo esencial. El Estado tiene tendencia a no respetar la ley del valor, que acaba por imponerse después de una crisis (jugando aquí el despilfarro el papel de las destrucciones, guerras, desnaturalización de los productos, en los países avanzados). Las producciones que se desarrollan son, a la larga, las que permiten la mejor valorización. La lógica del dinero y del capital triunfa siempre, al final de todo.
14 Ver el extracto de los manuscritos de 1861-1863 reproducido bajo el título “Crisis” en Obras, II, op. cit., p. 459-498.
14 bis Sobre las contradicciones de la economía rusa y su agricultura, se puede consultar: Balance de una revolución, no especial de Programme communiste (números 40-41-42). Una selección de artículos escritos en los años cincuenta por Bordiga sobre esta materia aparecerá pronto en Maspéro.
14 ter Sobre la cuestión agraria, ver los números 2, 6 y 7 del Hilo del tiempo, J. Angot, B.P. 24, París XIX.
15 “Aquí, el hombre que trabaja no se siente abandonado y solitario. Por el contrario, el hombre que trabaja se siente entre nosotros ciudadano libre de su país, un hombre público en su género. Si trabaja bien y da a la sociedad lo que puede darle, es un héroe del trabajo, está rodeado de gloria. Es evidente que sólo en estas condiciones es como ha podido nacer el movimiento stajanovista.” Stalin, Discurso pronunciado en la primera conferencia de los stajanovistas, en Las cuestiones del leninismo, op. cit., p. 739.)
16 Cf. Fundamentos de la crítica de la economía política, t. II, Anthropos, 1968, p. 209-231, en donde Marx muestra el papel del capital fijo, o cómo el desarrollo de los valores de uso hace absurdo el valor de cambio.
17 Es útil leer o releer los manuscritos de 1844 a la luz del Capital (incluyendo en este término los Libros I, II, III y IV (historia de la economía política), el capítulo VI inédito, que sintetiza el Libro I, y los manuscritos de 1857-1858 [Fundamentos de la crítica…] y toda la correspondencia a este respecto). Hacia 1844, Marx comprendía el comunismo como movimiento, y el proletariado como autosupresión, aunque todavía vea mal el mecanismo exacto de este movimiento (Miseria de la filosofía —1847— es el primer texto en el que estudia el ciclo del valor).
18 Ver el análisis del trabajo por Moses Hess en 1846 en El comunismo, realidad y utopía, Cahiers de l’I.S.E.A., t. IV, número 11, noviembre de 1970, p. 2124-6.
19 “El comunismo se distingue de todos los movimientos que lo han precedido hasta ahora en que… por primera vez, trata conscientemente todas las condiciones naturales previas como creaciones de los hombres que nos han precedido hasta ahora, en que las despoja de su carácter natural y las somete al poder de los individuos unidos.” (La ideología alemana, op. cit., p. 97.)
20 “¿Por qué ha batido y vencido el capitalismo al feudalismo? Porque ha creado normas de productividad del trabajo más elevadas… ¿Por qué puede, debe vencer y vencerá necesariamente el socialismo al sistema de economía capitalista? Porque puede proporcionar ejemplos de trabajo superiores, un rendimiento más elevado que el sistema de economía capitalista.” (Stalin, Discurso pronunciado en la primera conferencia de los stajanovistas, op. cit., p. 731.)
21 “La reivindicación socialista cae cuando se suprime uno sólo de sus términos. El criterio de la economía privada individual y personal puede ser superado ampliamente incluso en pleno capitalismo. Nosotros combatimos el capitalismo como clase y no sólo los capitalistas como particulares. Hay capitalismo siempre que los productos son llevados al mercado o, en todo caso, “contabilizados” en el activo de la empresa, considerada como islote económico distinto, incluso importante, al tiempo que la retribución del trabajo se inscribe en su pasivo.
La economía burguesa es una economía doble.
El individuo burgués no es un hombre, sino una casa comercial. Nosotros queremos destruir todas las casas comerciales. Queremos suprimir la economía doble para fundar una de una sola pieza, que la historia conocía ya en la época en que el troglodita salía a recoger tantos cocos como compañeros tenía en la caverna, con sus manos como único instrumento.
Nosotros sabíamos ya esto en 1848, lo cual no nos impide repetirlo con un ardor juvenil.” (Bordiga, Propiedad y capital, Centro de documentación “La Vieille Taupe”, 1972.).
22 “Esta verdadera comunidad no nace, pues, de la reflexión; parece ser producto de la necesidad y del egoísmo de los individuos o, dicho de otro modo, la afirmación de su existencia misma.” (Marx, Manuscritos de 1844, Obras, II, op. cit., p. 23.)
23 Ver la obra de Denis Authier, citada anteriormente, sobre el movimiento comunista en Alemania en aquella época.
24 “El único valor de uso que puede constituir una oposición al capital es, pues, el trabajo (y más precisamente el trabajo creador de valor, es decir, productivo). Esta observación, hecha por anticipado, merece ser desarrollada ampliamente cuando llegue el momento.” (Fundamentos de la crítica de la economía política, t. I, op. cit., p. 220.)
25 Se encontrará una recopilación de los textos de Marx sobre la dictadura del proletariado en Marx y la dictadura del proletariado (en inglés), Cahiers de l’I.S.E.A., número 129, septiembre de 1962.
26 Marx elaboró una crítica de la política (véanse “El rey de Prusia y la reforma social”, artículo escrito en 1844, y otras obras tempranas) y contrapuso la revolución “política” a la “social”: aquella reajustaba los vínculos entre los individuos y los grupos, sin que sus respectivas formas de actuar se vieran demasiado afectadas por los cambios, y esta actuaba sobre la forma en que los seres humanos reproducen sus medios de existencia, su estilo de vida y su verdadera condición, transformando así el modo en que se relacionan entre sí.
Uno de los primeros gestos de rebeldía consiste en oponerse al control ejercido sobre nuestras vidas por instancias superiores, ya sean estas el profesor, el patrón, el policía, el asistente social, el dirigente sindical, el estadista… A continuación interviene la política y reduce las aspiraciones y deseos a una cuestión de poder —ya sea cedido a un partido o ejercido de forma mancomunada. Pero de lo que carecemos es de la facultad de producir nuestra vida. Un mundo en el que toda la electricidad que nos llega procede de gigantescas centrales eléctricas (sean de carbón, fuel-oil o nucleares), siempre quedará fuera de nuestro alcance. Sólo la mente política considera que la revolución es ante todo una cuestión de toma de poder o redistribución, o ambas cosas.
27 “Desde hace mucho tiempo, el mundo sueña con una cosa… no se trata de hacer borrón y cuenta nueva entre el pasado y el futuro, sino de realizar las ideas del pasado.” (Marx, carta a Ruge, septiembre de 1843, en Marx, Textos [1842-1847], Spartacus, 1970, p. 47).
“¿Qué es una utopía? Un sueño no realizado, pero no irrealizable.” (J. Déjacque, L’humanisphère, utopie anarchique, [escrito en 1857, año en que Marx empieza la redacción del Capital), en A bas les chefs, Champ Libre, 1971, p. 131).
28 “Es evidente que los individuos deben comenzar por producir sus propias relaciones sociales antes de poder someterlas… Si este lazo es todavía exterior y autónomo respecto de los individuos, esto muestra simplemente que aún tienen que crear las condiciones de su vida social, cuya transformación no pueden abordar todavía.” (Fundamentos de la crítica de la economía política, t. I, op. cit., p. 99)
29 Cf. “La lucha de clases y sus aspectos más característicos estos últimos años: en qué vuelve a aparecer la perspectiva comunista”, en Le mouvement communiste número 1, mayo de 1972, y el prefacio de P. Guillaume a Luxembourg, Mehring, Vandervelde, L’experience belge, Spartacus, 1970.
30 Para no citar más que un ejemplo, la Liga comunista considera el socialismo como la automatización más los consejos obreros: Cf. ¿Qué quiere la Liga comunista?, Maspéro, 1972
31 Para un examen más detallado de algunos puntos abordados en este texto, se puede leer: J. Barrot, Le mouvement communiste, Champ Libre, septiembre de 1972.

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