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Félix Guattari / Para acabar con la masacre del cuerpo

El siguiente texto se publicó originalmente de manera anónima en la revista francesa Recherches (núm. 12, 1973) en una edición especial que se tituló «Tres mil millones de pervertidos. La Gran Enciclopedia de las Homosexualidades». Bajo la dirección de Félix Guattari, también colaboraron, entre otros, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem, Daniel Guérin, Jean-Paul Sartre. El gobierno francés decomisó y destruyó los ejemplares de la revista y tomó cargos contra Félix Guattari, director de la publicación, acusándolo de «afrontar a la decencia pública».

 

Sin importar cuáles sean las pseudotolerancias de las que haga alarde, el orden capitalista en todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército, códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual y afectiva a la dictadura de su organización totalitaria fundada en la explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento…
Sin descanso, continúa su sucio trabajo de castración, aplastamiento, tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes, para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.
A fuerza de retenciones, estasis, lesiones o neurosis, el Estado capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime sus rasgos, distribuye sus roles, difunde sus programas… Mediante todas las vías de acceso que tiene nuestro organismo, sumerge dentro de lo más profundo de nuestras vísceras sus raíces mortales, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales, mutila nuestros goces, somete todas las producciones «vividas» al control de su administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado, cortado de su propio cuerpo, ajeno a sus deseos.
Con el apoyo de una gran cantidad de terror social que es vivido como culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista, con su sistema cada vez más refinado de agresión, estímulo y chantaje, se ensañan en reprimir, excluir y neutralizar todas las prácticas deseantes que no tengan por efecto reproducir las formas de la dominación.
Es así como se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la muerte: el reino de la castración que produce al  «sujeto» culpable, neurótico, laborioso, sumiso, gobernable.
Este añejo mundo, que por todas partes apesta a cadáver, a nosotros nos horroriza, y hemos decidido tomar la lucha revolucionaria contra la opresión capitalista justo donde está lo más profundamente arraigada: en lo vivo de nuestro cuerpo.
Es el espacio de este cuerpo con todo lo que produce de deseos lo que nosotros queremos liberar del yugo «extranjero». Es «en este lugar» donde queremos «trabajar» por la liberación del espacio social. Entre ambos no existe ninguna frontera. yo me oprimo porque yo es el producto de un sistema de opresión que se extiende a lo largo de todas las formas de lo vivido.
La «consciencia revolucionaria» es una mistificación siempre que no pase por el «cuerpo revolucionario», el cuerpo productor de su propia liberación.
Son las mujeres en revuelta contra el poder masculino —implantado desde hace siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en revuelta contra la normalidad terrorista, los «jóvenes» en revuelta contra la autoridad patológica de los adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el espacio del cuerpo a la subversión y el espacio de la subversión a las exigencias «inmediatas» del cuerpo.
Son ellas y son ellos quienes han comenzado a poner en tela de juicio el modo de producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el cuerpo y el sujeto, tal y como funcionan en todas las esferas de la sociedad capitalista, incluyendo los grupos militantes.
Son ellas y son ellos quienes han quebrado definitivamente la vieja separación que separa «la política» de la realidad vivida para el máximo beneficio tanto de los gestores de la sociedad burguesa como de aquellos que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas y son ellos quienes han abierto los caminos del gran levantamiento de la vida contra las instancias mortales que no cesan de insinuarse en nuestro organismo, para someter cada vez más sutilmente la producción de nuestras energías, nuestros deseos y nuestra realidad a los imperativos del orden establecido.
Es así como se traza una nueva línea de ruptura, una nueva línea de enfrentamiento más radical y más definitiva, a partir de la cual se redistribuyen «necesariamente» las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro ano, nuestro sexo, nuestros nervios, nuestras entrañas, nuestras arterias… para hacer de ellos las piezas y los engranajes de la infame mecánica de producción del capital, de la explotación y de la familia.
Ya no podemos sufrir que se hagan de nuestras mucosas, nuestra piel y todas nuestras superficies sensibles, unas zonas ocupadas, controladas, reglamentadas y prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de correa de transmisión al sistema de explotación capitalista, estatal y patriarcal, ni que nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios programada por el poder que nos cerca.
Ya no podemos sufrir el soltarnos, el retener nuestras cogidas, nuestra mierda, nuestra saliva, nuestras energías, todo esto conforme a las prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: queremos hacer volar en pedazos al cuerpo frígido, al cuerpo carcelario y al cuerpo mortificado que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro cuerpo viviente.

 

Salir del sedentarismo

 

Este deseo de liberación fundamental, que permite introducirnos a una práctica revolucionaria, convoca a que salgamos de los límites de nuestra «persona», a que derroquemos en nosotros mismos al «sujeto» y a que salgamos del sedentarismo, del «estado civil», para atravesar los espacios del cuerpo sin fronteras y vivir así en la movilidad deseante más allá de la sexualidad, más allá de la normalidad, de sus territorios y de sus agendas.
Es en este sentido que algunos de nosotros hemos sentido la necesidad vital de liberarnos «en común» del yugo que las fuerzas de aplastamiento y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros «en particular».
Todo aquello que hemos vivido en el modo de la vida personal, íntima, lo hemos tratado de abordar, explorar y vivir colectivamente. Queremos romper el muro de concreto que separa, en interés de la organización social dominante, el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado de lo social.
Juntos hemos empezado a llevar a la luz toda la mecánica de nuestras atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de nuestros orgasmos, hemos empezado a conducir al conocimiento común el universo de nuestras representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras fobias. «Lo inconfesable» se ha vuelto, para nosotros, materia de reflexión, de difusión y de explosiones políticas, en el sentido en que la política manifiesta, dentro del campo social, las aspiraciones irreductibles de «aquello que vive».
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder hace caer sobre todo cuanto toca al funcionamiento real de las prácticas sensuales, sexuales y afectivas, así como lo hace caer sobre el funcionamiento real de cualquier práctica social que produzca o reproduzca las formas de la opresión.

 

Destruir la sexualidad

 

Al explorar en común nuestras historias individuales, hemos podido medir hasta qué punto toda nuestra vida deseante estaba dominada por las leyes fundamentales de la sociedad estatal, burguesa, capitalista de tradición judeocristiana, y, en realidad, subordinada a sus reglas de eficacia, de plusvalía y de reproducción. Al confrontar nuestras «experiencias» singulares, sin importar qué tan «libres» hayan podido parecernos, nos hemos percatado de que no dejábamos de ajustarnos a los estereotipos de la sexualidad oficial, la cual reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su administración desde las camas matrimoniales hasta las habitaciones de burdeles, pasando por los baños públicos, las pistas de baile, las fábricas, los confesionarios, las sex shop, las cárceles, los colegios, los autobuses, las casas de orgías, etc… etc…
Para nosotros, esta sexualidad oficial, esta sexualidad a secas, no lleva a un problema en torno a si queremos acondicionarla, como quien acondiciona sus condiciones de detención. Se trata de destruirla, de suprimirla, porque no es otra cosa que una máquina para castrar y recastrar indefinidamente, una máquina para reproducir en cualquier ser, en cualquier tiempo y en cualquier lugar las bases del orden esclavista. La «sexualidad» es una monstruosidad, así sea en sus formas restrictivas o en sus formas llamadas «permisivas», y está claro que el proceso de «liberalización» de las costumbres y de «erotización» promocional de la realidad social organizada y controlada por los gestores del capitalismo «avanzado», no tienen otro objetivo que hacer más eficaz la función «reproductora» de la libido oficial. Lejos de reducir la miseria sexual, estos tráficos no hacen más que alargar el campo de las frustraciones y de la «carencia», el cual permite la transformación del deseo en necesidad compulsiva de consumir a la vez que asegura la «producción de la demanda», motor de la expresión capitalista. De la «inmaculada concepción» a la puta publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad voluntarista de las orgías burguesas, no se da ninguna ruptura. Es la misma censura la que está obrando. Es la misma masacre del cuerpo deseante la que se perpetúa. Simple cambio de estrategia.
Lo que nosotros queremos, lo que nosotros deseamos, es reventar la pantalla de la sexualidad y sus representaciones para conocer la realidad de nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo viviente.

 

Eliminar el adiestramiento

 

A este cuerpo viviente lo queremos liberar, descuadricular, desbloquear, descongestionar, para que se libere en sí mismo todas las energías, todos los deseos y todas las intensidades aplastadas por el sistema social de inscripción y de adiestramiento.
Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de nuestras funciones vitales con su potencial integral de placer.
Queremos recuperar las facultades que son verdaderamente elementales como el placer de respirar, literalmente asfixiado por las fuerzas de opresión y de contaminación; el placer de comer y de digerir, perturbado por el ritmo del rendimiento y el repugnante alimento producido y preparado según los criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar y el goce del culo sistemáticamente masacrado por el adiestramiento atentatorio de los esfínteres, mediante el cual la autoridad capitalista inscribe directamente en la carne sus principios fundamentales (relaciones de explotación, neurosis de acumulación, mística de la propiedad y de la limpieza, etc.); el placer de masturbarse alegremente sin vergüenza y sin angustia, no por carencia o compensación, sino por el placer de masturbarse; el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de caminar, de moverse, de expresarse, de delirar, de cantar, de jugar con el cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos recuperar el placer de producir el placer y de crear, despiadadamente triturado por los aparatos educativos encargados de fabricar trabajadores (consumidores obedientes).

 

Liberar las energías

 

Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro y de los otros, dejar pasar las vibraciones, circular las energías y combinarnos los deseos para que todos y cada uno puedan dar libre curso a todas sus fantasías y a todos sus éxtasis, para poder vivir al fin sin culpabilidad y sin inhibición todas las prácticas voluptuosas individuales, duales o plurales que necesitamos imperiosamente vivir para que nuestra realidad cotidiana no sea esta lenta agonía que la civilización capitalista y burocrática impone como modelo de existencia a aquellos que ella enrola. Queremos extirpar de nuestro ser el tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las opresiones.
Conocemos, evidentemente, los formidables obstáculos que tendremos que vencer para que nuestras aspiraciones no sean únicamente el sueño de una pequeña minoría de marginales. Conocemos en particular que la liberación del cuerpo, de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas y extáticas, está indisolublemente vinculada a la liberación de las mujeres y a la desaparición de todos los tipos de categorías sexuales. La revolución del deseo pasa por la destrucción del poder masculino y de todos los modelos de comportamiento y de emparejamiento que aquél imponga, así como pasa por la destrucción de todas las formas de la opresión y de normalidad.
Queremos acabar con los roles y las identidades distribuidos por el Falo.
Queremos acabar con todo tipo de asignación a una residencia sexual. Queremos que ya no haya entre nosotros hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, poseedores y poseídos, mayores y menores, amos y esclavos, sino humanos transexuados, autónomos, móviles y múltiples; seres con diferencias variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus goces, sus éxtasis y sus cariños, sin tener que hacer funcionar algún sistema de plusvalía, algún sistema de poder, a no ser que a modo de juego.
Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como espacio productor de intensidades «subversivas» y como lugar donde se ejercen al final de cuentas todas las crueldades de la opresión, conectando la práctica «política» a la realidad de este cuerpo y sus funcionamientos, buscando colectivamente todas las vías de su liberación, estamos produciendo ya una nueva realidad social en la que el máximum de éxtasis se combina con el máximum de consciencia. Ésta es la única vía que puede darnos los medios para luchar directamente contra el dominio del Estado capitalista allí donde se ejerce directamente. Éste es la única estrategia que puede hacernos realmente fuertes contra un sistema de dominación que no cesa de desarrollar su poder, de «debilitar» y «fragilizar» a cada individuo para constreñirlo a suscribir sus axiomas. Para afiliarlo a la estirpe de los perros.

 


Traducción publicada en el número 69 de Revista Fractal.

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