En Pisa una manifestación contra el fascismo en Grecia y las provocaciones de los fascistas locales «degeneró» en una serie de enfrentamientos entre manifestantes y policías cuando las fuerzas del orden, comprometidas en defender vigorosamente a los fascistas, fueron identificadas como instrumento de un único y mismo poder que reina en Grecia y en Italia por aquellos que no podían contentarse con una «concentración bien ordenada». Durante los enfrentamientos, a los cuales se arrojó igualmente una parte de la población de los barrios, un estudiante encontró la muerte, asesinado según varios testimonios por una granada lacrimógena de la policía que, tras haberle fracturado la quinta costilla, le destrozó el corazón.
En Turín las huelgas organizadas por metalurgistas en los establecimientos de la Fiat Mirafiori y Rivalta «degeneraron» porque muchos trabajadores no se contentaron con una «manifestación bien ordenada» y con un «cortejo bien ordenado», y dañaron los sitios de producción al igual que los refectorios, intentando en el caso de unos ocupar el establecimiento de Rivalta, y en el caso de otros participar en la manifestación contra el Salón del Automóvil (reservada ese día por decisión sindical sólo a los trabajadores de la Lancia). Estas dos últimas iniciativas fracasaron de un modo particular gracias a la intervención «responsable» de los sindicatos.
En Pisa Potere Operaio desempeñó un rol de primer plano. En Turín los grupos de la izquierda extra-parlamentaria, al igual que los estudiantes, tomaron parte en la huelga y en las manifestaciones; los momentos de debate y de toma de consciencia política no faltaron, aunque con una participación de masas todavía insuficiente y una muy débil interacción entre estudiantes y trabajadores. Más de cien personas fueron denunciadas en la magistratura por la Fiat por violencia privada, invasión de empresa, violación de domicilio, y por golpes y heridas. 85 obreros fueron suspendidos por la Fiat por tiempo indeterminado; se habla igualmente de numerosas suspensiones suplementarias todavía in pectore [no oficializadas].
La posición adoptada por los partidos de la izquierda parlamentaria (abstracción hecha de los socialdemócratas tanto en el orden de las palabras como de los hechos) cara a los enfrentamientos de Pisa y a las declaraciones del ministro de Interior, es más bien uniforme: los fascistas provocaron, alentados por el consentimiento tácito y el comportamiento agresivo de la policía, y se llegó así intencionalmente a tumultos que impregnaban de insurrección las luchas de los demócratas y los trabajadores. Si la policía hubiera intervenido contra el MSI [Movimiento Social Italiano: partido de extrema derecha] y no contra los manifestantes, el enfrentamiento sobre la plaza habría sido evitado, enfrentamiento por lo demás instrumentalizado por grupos de extrema izquierda irresponsables y agitadores. Análoga la actitud de los partidos y de los sindicatos con respecto a los incidentes de Turín (y de Milán, así como de otras localidades): el comportamiento provocador del patronato y de las fuerzas del orden exasperó a ciertos trabajadores que cedieron a la tentación de la violencia ofrecida por los habituales grupos de extrema izquierda expertos en instrumentalización. Si patrones y policía no provocaran continuamente y si los grupos «llamados extremistas» no rechazaran la «lección de seriedad y de disciplina» de los sindiatos, no habría ningún incidente.
Del mismo modo el ministro de Trabajo declara: «Los acontecimientos del 29 de octubre en Turín y en Milán no pertenecen al dominio de competencia del ministro de Trabajo y no conciernen, al menos en lo que yo sé, a las organizaciones sindicales de los trabajadores representativas a nivel nacional. Estos acontecimientos atañen a la competencia de los procuradores de la República e importa poco saber si se derivan de la provocación o del extremismo, o si resultan de los dos a la vez».
El tono de los periódicos del gran capital difiere necesariamente muy poco: tras haber excluido de entrada por razones evidentes la posibilidad de provocaciones patronales o policiales, dan como carnada a la execración pública los grupos de «hooligans» responsables de los peores vandalismos y reservan únicamente un ataque más ligero a los sindicatos por su falta de responsabilidad. En la primera página de La Stampa del 30 de octubre, Carlo Casalegno [escritor, periodista asesinado por un commando de las Brigate Rosse] denuncia con un vigor marcado de autoridad una ola de delincuencia que incluye a la vez los enfrentamientos de Pisa, los mafiosos de Aspramonte y de Avola y los arreglos de cuentas de los bajos mundos genoveses. Al día siguiente Nicola Abbagno escribe serenamente que «nuestro Estado democrático ofrece la posibilidad de corregir las leyes, el sistema jurídico y las orientaciones políticas en el sentido deseado por los ciudadanos» antes de recordar que «el Estado no es Dios, ni Dios el ciudadano, sino cada ciudadano, y todos los ciudadanos, juntos, son el Estado».
El problema de la violencia
De una parte y de otra, patronato, gobierno y oposición parlamentaria se colocan e imponen a la opinión pública el problema de la violencia. El patronato y el gobierno son explícitos: hay que defender el Estado y el capital de la criminalidad vulgar de los hooligans vándalos. La oposición parlamentaria excusa a los trabajadores exasperados, insta a los patrones a no provocar pero al mismo tiempo acusa con una insistencia particular a los «grupos llamados extremistas» por su violencia irresponsable que «proporciona pretextos y distracción a la campaña anti-obrera del patronato» (A. Minucci, en L’Unità del 30 de octobre). No hay aquí ni sorpresa ni falta de coherencia. El PCI se presenta desde hace mucho tiempo como un feroz defensor de la Constitución, Ingrao [parlamentario de la ala izquierda del PCI] afirma que la vía italiana hacia el socialismo no puede pasar por un enfrentamiento «clase contra clase», el reglamento de la CGIL se abre mediante un acto de homenaje (celebrado en múltiples ocasiones) a la Constitución republicana.
El problema de la violencia, tal como unos y otros lo plantean actualmente, es no obstante un falso problema que disimula debilidades y problemas irresueltos de una y otra parte. Presentando los acontecimientos de Avola, de Battipigla, de Caserta, de Pisa, de Turín o de Milán como los accesos repentinos de una enfermedad psiquiátrica, de una demencia criminal por parte de una fracción de la población, el patronato y el gobierno buscan desviar la atención de la opinión pública de las raíces efectivas de esta violencia que —a pesar de los contextos diversos y variados— siguen siendo completamente evidentes: la explotación, la injusticia social, la utilización de los hombres como «material humano»; se tratan de hecho de las características fundamentales de todo capitalismo, ilustrado u oscurantista, administrativo, tecnocrático y así sucesivamente. No obstante, el gran patronato sabe de modo pertinente (a pesar de los discursos de decadencia de los republicanos) que posee una fuerza económica y militar que basta ampliamente, por ahora, para el control de la situación. El espantapájaros erigido amenazador del «gobierno fuerte» es en realidad la confesión de una condición ya en acto: en Italia un golpe de Estado de los coroneles no parece necesario y tal vez ni siquiera oportuno. El patronato y el gobierno disponen ya de un poder suficientemente absoluto. Para ellos la violencia es hoy esencialmente un problema de servicio de prensa y de propaganda.
Bastante más grave es la debilidad que la oposición parlamentaria disimula detrás de las acusaciones dirigidas a los «grupúsculos llamados extremistas». El enfrentamiento violento, aquel que opone «clase contra clase» con la mayor visibilidad, tiene al menos la ventaja de desmitificar los símbolos de la manifestación y del cortejo bien ordenados, ocasiones de complacencia y de salvación espiritual para los dirigentes políticos y sindicales, y de ceguera, que conduce a ilusionarse y a complacerse baratamente con una fuerza en realidad modesta, para la base. Es cierto que partidos y sindicatos sólo han hecho y hacen extremadamente poco para promover la maduración de la consciencia de clase entre los trabajadores, pero es igualmente cierto que a pesar de esta pasividad los símbolos tradicionales no funcionan ya muy bien. Ciertamente es más fácil persistir creyendo y haciendo creer que un cortejo bien ordenado sea una demostración de fuerza consistente, antes que intentar —al menos— resolver el problema de una participación democrática, que no sea puramente formal, en la actividad política y sindical, y de una maduración efectiva de la consciencia de clase. Es más fácil, y es bastante natural, proponerse como objetivo la vía de la socialdemocracia indicada por Ingrao.
Traducción de Artillería Inmanente del artículo de Furio Jesi, «I vandali e lo stato», noviembre de 1969.