Traducción de un ensayo de Luhuna Carvalho publicado originalmente en el sitio web de Ill Will el 31 de diciembre de 2023.
Los situacionistas afirmaron una vez que tenían un padre al que amaban, el DADA, y un padre al que rechazaban, el surrealismo. Para muchos de nosotros, Toni Negri era ambas cosas. Demasiado jóvenes para haberlos presenciado de primera mano, la década de 1970 italiana constituye uno de nuestros últimos mitos reinantes. Lo sepamos o no, la mayoría de nuestras experiencias de lucha, desde las okupas hasta las plazas, han tenido lugar dentro de sus restos y repertorios fragmentados, como la única colectividad real que hemos conocido.
El Negri que amábamos era el Negri que dejó de lado una prometedora y cómoda carrera académica para convertirse en agitador. Fue el Negri que nos enseñó cómo la rabia, la ira, la desesperación, el odio y la alienación que sentíamos no eran más que un deseo febril de una vida y un mundo diferentes, nada más que una extraña y profunda pasión por nuestros camaradas, nada más que una dedicación minuciosa y obsesiva a la abolición de la tiranía del capital. Fue el Negri que afirmó que ricominciare da capo non significa andare indietro (volver a empezar no significa retroceder), transformando Potere Operaio en Autonomia, estableciendo un método de ruptura que celebraba el rechazo proletario de la memoria melancólica e institucional de la izquierda. Fue el Negri que leyó cada concepto de la economía vulgar como una categoría de antagonismo. Fue el Negri que nos mostró una dignidad, un ardor y una alegría inherentes al acto de lucha que están fuera del alcance del cinismo de la crítica. Fue el Negri que tomó la afirmación de Marx de que el comunismo era «el movimiento real de la abolición» de una manera literal, comprendiendo cómo los momentos de lucha eran también momentos de comunión, y por lo tanto eran también instancias de algo que viene.
El Negri que rechazamos, con una impaciencia reservada sólo a los que uno ama, era el Negri de la persecución sísifica del siguiente sujeto colectivo, cada nueva hipótesis disolviéndose en humo, una tras otra. Era el Negri que afirmaba que cada moda social era una nueva expresión de «resistencia», sin explicar nunca realmente por qué o cómo. Era el Negri que convirtió el posoperaísmo en una sociología anodina. Era el Negri de la Unión Europea, el Negri de la renta básica universal, el Negri constituyente, el Negri democrático, el Negri aceleracionista, etc.
En realidad, no hay oposición entre el Negri pasamontañas y el Negri ciudadano. A su muerte tenemos que admitir, con toda honestidad, que tal distinción fue invención nuestra. Negri era totalmente coherente. La continuidad de su pensamiento residía en cómo su optimismo beckettiano estaba intrínsecamente entretejido en su obra filosófica y política.
Todo empezó con el legendario párrafo rojo de Classe operaia, el «giro copernicano» de Tronti, convertido ya casi en un salmo: «hay que invertir el problema, cambiar el signo, recomenzar desde el principio, y el principio es la lucha de clases». Fueron las propias luchas las que obligaron a los capitalistas a crear el capitalismo y sus expresiones más avanzadas siguen dirigiendo el desarrollo capitalista. La traducción al inglés de la declaración seminal de Tronti, sin embargo, siempre ha sonado ligeramente torpe. En el original se lee lotta di classe operaia (luchas de clases obrera), no sólo lotta di classe (lucha de clases). La primacía de las luchas se basaba en el ser social específico personificado por la clase obrera industrial italiana de posguerra, más que en el trabajo en su conjunto. El antagonismo espontáneo y creativo de esta clase obrera industrial procedía de una singular conjunción entre inclusión económica y exclusión política que sólo se manifestaba realmente en el espacio cerrado de la fábrica. La ontología política del operaísmo se fundaba en la diferencia entre los operai y la clase trabajadora como tal.
La asunción por Negri de la teoría de Tronti de la primacía de las luchas sobre el capital abolió esta diferencia, un gesto a la vez brillante y maldito. La esencia de tal antagonismo no era ningún tipo de trabajo productivo en sí, sino las muy específicas condiciones de separación y alienación sufridas por aquellos operai. La extensión del mando capitalista sobre la reproducción social significó que esa separación y alienación podían encontrarse ahora en todas partes.
Al observar el cambio por el que el antagonismo de clase se extendía de la fábrica a la metrópoli, Negri desarrolló las herramientas conceptuales para nombrar, armar y organizar ese antagonismo difuso. Al hacerlo, desarrolló una teoría de un comunismo que era inmediato e inmanente a las luchas en sí mismas. El comunismo no era el premio que aguardaba la interminable fatiga a través de las azarosas etapas del materialismo dialéctico, sino que ya estaba aquí, presente en la inteligencia violenta, radical y colectiva que tenía lugar dentro de mil actos de antagonismo, insurrección y comunización.
La primacía absoluta que Negri concedía a las luchas daba un contenido positivo al rechazo del trabajo. Detrás del sabotaje en los talleres y de la subversión metropolitana había una forma proletaria de trabajo que se esforzaba por materializarse. Esta idea constituiría la base de la ontología de Negri a lo largo de las décadas siguientes. «Autovalorización» fue uno de sus primeros nombres, «multitud» uno de los últimos.
Este omnipresente antagonismo obrero en toda la esfera social fue evidente durante la década de los setenta, pero una vez que el largo mayo italiano llegó a su fin, tal primacía de la lucha pareció cada vez menos defendible. ¿Cómo podía expresarse el «contenido positivo» de Negri, implícito en el rechazo proletario del trabajo, cuando ese rechazo del trabajo ya no era evidente? Si el método de Negri iba a sostener una primacía social, no basada en la fábrica, de las luchas, entonces tenía que convertirse en una teoría de pleno derecho de la vida social contemporánea. El posoperaísmo llegó a ver cada pequeña sacudida del cuerpo social como una «autovalorización» y como una posibilidad de «resistencia», sin desarrollar nunca un criterio riguroso por el que evaluar tal afirmación. El resultado final fue que la «resistencia» estaba en todas partes y en ninguna a la vez.
Los críticos de Negri le acusaban a menudo de no ser suficientemente dialéctico. Los entusiastas de Negri —y el propio Negri— estarían gustosamente de acuerdo. Pero si de algo se le puede acusar es quizá de ser demasiado dialéctico. Si Tronti fue, según sus propias palabras, primero un político y sólo después un «pensador», Negri fue —orgullosamente— primero un militante y sólo después un filósofo. Negri escribía para el «movimiento», consciente de que abordar ese tema era, en cierto modo, un método para crearlo. No había ningún punto de vista de la razón externo al movimiento subjetivo de la clase obrera, a la afirmación de su contenido positivo, y de ahí que la consistencia del trabajo conceptual de Negri encontrara tanto su fundamento como su confirmación precisamente dentro de esas luchas mismas. «Autovalorización» y «multitud» fueron conceptos válidos precisamente en la medida en que la idea de Negri de lo que constituye un movimiento llegó a reconocerse en ellos, y en los procesos políticos que se presuponen en ellos. En otras palabras, la «multitud» sólo existía cuando creía existir. Pertenece a la naturaleza de tal «movimiento» presuponer sus propias condiciones materiales e históricas (el Estado y el capital). Su antagonismo triunfante sólo existía en la medida en que compartía un terreno de juego con el equipo contrario, pero esto significaba que cada gol marcado suponía una aceptación de las reglas del juego. Por eso Negri nunca fue anarquista ni pretendió serlo, aunque sus escritos siempre estuvieron teñidos de un vago libertarismo. Para él, los conceptos y las ideas sólo existían cuando se convertían en movimiento, y un movimiento sólo existía cuando se articulaba con las realidades institucionales concretas de su época, ya fuera el Partido Comunista Italiano o la Unión Europea, ya fuera el Mirafiori de Fiat o el empresariado neoliberal.
Sin embargo, a medida que las insurrecciones iban y venían, la coherencia interna de cualquier instancia de «movimiento» parecía disiparse aún más. El negrismo funcionaba sobre la presunción de que el núcleo dinámico de la política contemporánea residía en la oscilación entre formas constituyentes y constituidas. Pero hoy el poder se afirma a sí mismo a través de su capacidad para destruir, desmantelar y aniquilar su propio cuerpo social, mediante la austeridad, el ostracismo o la guerra abierta. La integridad de cualquier sustancia revolucionaria positiva sólo podría mantenerse mientras esa dialéctica constitucional se mantuviera también, incluso si el «poder constituyente» permanente de Negri pretendiera pararlo en seco. El optimismo inquebrantable de Negri empezó poco a poco a saber cada vez más amargo, como si la única estrategia que quedara fuera repetir ferozmente «estamos ganando» ante la evidente derrota. La Autonomia, para Negri, existía como una forma de liberar al PCI de su ortodoxia y complacencia, no como una forma de destruirlo. Pero la UE no es el PCI, y el bitcoin no es Mirafiori..
Negri tenía razón de una manera que pocos otros la tuvieron, a saber, en su insistencia en que el comunismo siempre está ya presente. Su vida fue, en sus propias palabras, una «vida comunista». Afirmar que una vida es comunista no es afirmar que el comunismo se haya realizado en la integridad ética de las acciones y los afectos de uno, ni creer que una sola historia personal pueda representar el significado del comunismo. Significa, más bien, que uno ha elegido vivir dentro de la cuestión del comunismo, dentro de sus alegrías y pruebas singulares y colectivas. La muerte de Negri, junto con la de Tronti y otros, plantea una cuestión de continuidad, especialmente para aquellos que, de un modo u otro, se criaron en el seno de tradiciones militantes deudoras de estas figuras destacadas. En un mundo que permite pocas esperanzas, su legendaria tenacidad es a la vez inspiradora y pesada. Tal vez la única forma honesta de permanecer fieles a ella sea, en nuestros propios términos, volver a realizar la ruptura inherente a su pensamiento. Precisamente porque podemos apreciar el optimismo de Negri, también podemos sugerir que, ahora mismo, volver a empezar podría significar retroceder, retroceder a la cuestión de qué es una vida comunista.