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Giorgio Agamben / Los años treinta están por delante de nosotros

Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben publicado por primera vez el 15 de enero de 2024 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet, donde publica habitualmente su columna «Una voce».

 

En noviembre de 1990, Gérard Granel, una de las mentes más lúcidas de la filosofía europea del momento, pronunció en la New School for Social Research de Nueva York una conferencia cuyo título, ciertamente significativo, no dejó de suscitar algunas reacciones escandalizadas entre los bienintencionados: Los años treinta están por delante de nosotros. Si el análisis realizado por Granel era genuinamente filosófico, sus implicaciones políticas eran de hecho inmediatamente perceptibles, ya que se trataba, en el sintagma cronológico aparentemente anodino, pura y simplemente del fascismo en Italia, del nazismo en Alemania y del estalinismo en la Unión Soviética, es decir, de los tres intentos políticos radicales de «destruir y sustituir por un “nuevo orden” aquel en el que Europa se había reconocido hasta entonces». Granel tuvo buen tino en mostrar cómo la clase intelectual y política europea había estado tan ciega ante esta triple novedad como lo estaba —en los años noventa como hoy— ante su inquietante, aunque transformado, resurgimiento. Cuesta creer que Leon Blum, líder de los socialistas franceses, pudiera declarar, comentando las elecciones alemanas de julio de 1932, que, frente a los representantes de la vieja Alemania, «Hitler es el símbolo del espíritu de cambio, de renovación y de revolución» y que, por tanto, la victoria de von Schleicher le pareciera «más desoladora aún que la de Hitler». Y cómo juzgar la sensibilidad política de Georges Bataille y André Breton, quienes, ante las protestas por la ocupación alemana de Renania, pudieron escribir sin pudor: «preferimos en todo caso la brutalidad antidiplomática de Hitler, más pacífica, por lo demás, que la excitación babosa de diplomáticos y políticos». La tesis de este ensayo, cuya lectura recomiendo vivamente, es que lo que define el proceso histórico en curso, tanto en los años treinta como en los noventa en los que escribió, es la propia primacía de lo infinito sobre lo finito, que, en nombre de un despliegue que se pretende absolutamente ilimitado, pretende abolir en todas las esferas —económica, científica, cultural— las barreras éticas, políticas y religiosas que hasta entonces lo habían contenido de alguna manera. Y al mismo tiempo, a través de los ejemplos del fascismo, el nazismo y el estalinismo, Granel mostró cómo semejante proceso de infinitización y movilización total de cada aspecto de la vida social sólo puede conducir a la autodestrucción.
Sin entrar en los méritos de este análisis ciertamente persuasivo, me interesa más bien subrayar aquí las analogías con la situación que vivimos actualmente. El hecho de que los años treinta estén aún por delante de nosotros no significa que veamos repetirse hoy, exactamente bajo la misma forma, los aberrantes acontecimientos en cuestión; significa más bien lo que Bordiga pretendía cuando escribía, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, que los vencedores serían los ejecutores de los vencidos. En todas partes, los gobiernos, sean del color que sean y estén donde estén, actúan como ejecutores del mismo testamento, aceptado sin beneficio de inventario. Por todas partes vemos continuar ciegamente el mismo proceso ilimitado de incremento productivo y desarrollo tecnológico que denunciaba Granel, en el que la vida humana, reducida a su base biológica, parece renunciar a cualquier inspiración que no sea la nuda vida y está dispuesta a sacrificar sin reservas, como hemos visto en los tres últimos años, su existencia política. Con la diferencia, quizás, de que los signos de ceguera, de ausencia de pensamiento y de probable e inminente autodestrucción, que evocaba Granel, se han multiplicado vertiginosamente. Todo apunta a que estamos entrando —al menos en las sociedades posindustriales de Occidente— en la fase extrema de un proceso cuyo final no puede predecirse con certeza, pero cuyas consecuencias, si no se despierta de nuevo la conciencia de los límites, podrían ser catastróficas.

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