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Mario Tronti / Operaísmo y centralidad obrera. Tesis preliminares

Publicado originalmente como «Operaismo e centralità operaia. Tesi preliminari», en Fabrizio D’Agostini (ed.), Operaismo e centralità operaia, Roma, Riuniti, 1978, pp. 291-294.

 

1. Se trata de desechar de forma breve las vicisitudes históricas del operaísmo, para centrar la atención y la reflexión en el problema político de la centralidad obrera.

 

2. Hay un operaísmo de la organización y hay un operaísmo en la teoría. El primero inviste partes y momentos del sindicato y del partido en las tres últimas décadas. La figura social del obrero jornalero —primero como presencia dominante, luego como herencia pasiva— deja su huella en el marco de la organización y en su forma local o sectorial de hacer política. Aquí la crítica del operaísmo es una crítica de la política, en su dimensión de hacer concreto, de acción práctica. Y no sólo a nivel nacional.

 

3. El operaísmo italiano de la década de 1960 es una experiencia teórica. Detrás: una cierta lectura de un cierto Marx (los Grundrisse, El capital sobre la industria) y una cierta lectura de ciertas luchas obreras (década de 1930 en Estados Unidos, década de 1960 en Italia). En medio: la figura política del obrero-masa, el obrero de línea, taylorizado, alienado, no un dato técnico-sociológico, sino una fuerza de choque anticapitalista en sí misma, que salta sobre la cabeza del Estado. Adelante: el callejón sin salida de la práctica minoritaria, es decir, la ausencia de un terreno de política práctica. Aquí también, la crítica del operaísmo es una crítica de la política, pero de la política teórica, construida sobre la lógica de los conceptos y vacía de resultados en el único terreno que importa, el del desplazamiento de las relaciones de fuerza.

 

4. Dos salidas. Una es la vía sociológica: fin del choque político del obrero social, terciarización creciente y fábrica difusa, escuela-fábrica y estudio productivo; la salida de la fábrica está aquí en lo social; el encuentro es con el extremismo extremo; la centralidad obrera se pierde y se derriba. La otra es la vía política: dentro de la relación social de producción, entre la producción y lo social, entre la fábrica y la sociedad, está el Estado, su historia, su uso, su gestión; el terreno político no es la forma de la relación entre las clases, es esta relación misma materializada en instituciones específicas y determinadas; ser trabajador productivo es una gran desgracia social y una fortuna política; aquí la salida de la fábrica está en lo político; el encuentro es con la organización; la centralidad obrera se encuentra y puede empezar a funcionar.

 

5. Las distintas «cuestiones» van y vienen. La cuestión obrera permanece. No se puede subestimar el papel, el peso, el lugar de la clase obrera en una perspectiva estratégica de salida del capitalismo, sin pagar un alto precio: la pérdida de la vía hacia el poder y la reducción de los movimientos de masas a luchas sin clases. Cada vez, a cada paso táctico, hay que captar la especificidad de la cuestión obrera, la forma concreta en que, aquí y ahora, se presenta y se impone. Es difícil no ver que el centro del problema está hoy en la relación obreros-política, clase obrera-Estado. Alrededor de él se sitúa todo lo demás: la composición cambiante de las clases, las fronteras movedizas entre las clases, el gran tema del control social —cómo se mantiene unida y se reunifica una sociedad en desintegración—, la organización y el movimiento, la nueva espontaneidad de los sujetos colectivos y el nuevo dominio sobre las pulsiones corporativas y reaccionarias. Las formas de la cuestión obrera se presentan hoy aquí de manera original y moderna. Hay que captarlas, o la centralidad obrera no funcionará.

 

6. Los problemas deben ir antes que las soluciones. Cuando las soluciones vienen antes que los problemas, hay una trampa ideológica. Existe la ideología socialdemócrata, y ahora paleocapitalista, de la cogestión. Y existe la ideología socialista de izquierda, pero también vetero-comunista, de la autogestión. Éstas son las dos versiones de la centralidad obrera que hay que relegar tranquilamente a la «tradición» del movimiento obrero: la versión «economicista» de la participación en la empresa, y la versión «politicista» de la democracia industrial. Detrás de la primera hay una concepción ideológica no realista del beneficio, detrás de la segunda hay una concepción ideológica/no realista del trabajo. El fin de la lucha de clases sólo puede predicarse cuando el capitalismo redistribuye el producto del desarrollo. Cuando tiene que salir de la crisis, hay que hacerle pagar un precio político. No se moviliza a la clase obrera con un programa de socialización de las pérdidas. El empresario-hombre de Estado como el productor-político son un mito de la década de 1920, figuras posrevolucionarias y anteriores a la gran crisis. La transformación del Estado se invirtió en la centralidad obrera y la trastocó, pero no la desplazó. Se ha producido un proceso de racionalización política del trabajo productivo. Ya no hay lugar para lecturas ideológicas, de derecha o de izquierda.

 

7. Las terceras vías no nos interesan. Por tanto, debemos buscar en otra parte. ¿Puede ser representada la centralidad obrera? ¿Juega y cómo juega el momento de la mediación política en la relación obreros-poder? ¿Puede saltarse el nivel de las instituciones políticas? ¿Y el momento de las luchas cae en el vacío cuando se salta este nivel, o cuando intenta atravesarlo? Existe un control empírico no tanto sobre el beneficio empresarial como sobre el beneficio global de la sociedad capitalista, que de hecho debe ser reconquistado. Éste es el resorte elemental de toda lucha obrera seria. No comprender esto es pretender hacer caminar las luchas sobre la propia cabeza, una especie de idealismo político muy poco apto para movilizar, organizar, guiar el movimiento. Pero hay al mismo tiempo que recomponer una visión estratégica de la relación desarrollo-crisis del capitalismo, una posibilidad de uso de sus contradicciones secundarias, una conciencia nacional e internacional de todos los problemas del trabajador social —el trabajo no directamente productivo así como el no-trabajo marginado— vistos a través de ojos obreros. Esto sólo puede lograrse desde dentro del terreno político y con una mentalidad de gobierno ya adquirida, lograda y verdadera, profundamente, conquistada. El problema no es el del contrapoder, sino el del poder: quién lo tiene, quién debe tenerlo.

 

8. La centralidad política de la clase obrera no existe sin el papel del partido. Los modos, formas y figuras de este papel son objeto de debate. El partido en la fábrica y en el Estado es una vía original de transición que hay que experimentar. A condición de que se mantenga firme el concepto científico de fábrica —no el departamento, no la compañía, no la empresa, sino la relación de producción— y que se encuentre el concepto científico de Estado —no el disfraz jurídico como derecho abstracto, no la falsa alternativa entre garantismo y represión, no la máquina por un lado y la casta política por otro que no se encuentran, sino el control del ciclo económico desde el punto de gobierno del sistema político. Es aquí, entre la fábrica y el gobierno, entre el trabajo y la política, en un hilo que atraviesa todo lo social, desde el corazón de la producción hasta el cerebro del Estado, es aquí donde se encuentra el punto de equilibrio y el espacio de movimiento del sindicato. Lejos de retroceder y disminuir, este espacio aumenta, y hoy es más difícil mantenerlo todo unido. La salida de la fábrica hacia lo social es la vía que el sindicato debe recorrer con sus propios instrumentos. El trabajador social tiene diferentes intereses en su interior, la unidad está en la gestión global de los grandes problemas de la sociedad. El intento está en marcha. El resultado es incierto. Mucho depende de cómo la centralidad obrera se encuentre con la política.

 

9. No se trata aquí de hacer que la lógica de un razonamiento crezca sobre sí misma. Se trata de eliminar los falsos problemas y afinar los verdaderos. Ésta es la premisa que hace posible una articulación posterior del discurso. La cuestión es: ¿cómo se desarrolla el interés obrero, cómo avanza sobre el terreno de las instituciones políticas capitalistas?

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