Artículo del poeta y pensador francés Joël Gayraud, publicado el 31 de agosto de 2022 en el sitio web de Socialter.
Yo tenía quince años, mayo brotaba con sus adoquines aireados y estrellados de flores ardientes. En un recodo de la carretera, sobre el gris de un muro, leí esta inscripción: «Liberen las pasiones», y un poco más allá: «Una vida apasionante o nada». En ese momento, creí comprender el sentido de lo que aún no nos atrevíamos a llamar revolución, pero que era mucho más que simples sucesos. Esta levadura vital de las pasiones era ya el aire que respirábamos; ¿y no era también lo que deseábamos tanto como los medios para obtenerlo? Así, la vieja querella entre fines y medios, en la que tantas veces había tropezado la ética revolucionaria, había encontrado quizás su solución: el medio estaba en perfecta armonía con su fin porque se identificaba con él. Sí, podríamos hacer esta revolución con la conciencia tranquila, y no nos ensuciaríamos las manos.
Ahora, como sabemos, un mes más tarde, a pesar de la huelga general más larga y masiva de la historia, se restableció el orden. Pero nuestra apasionada insurrección lo había sacudido hasta sus cimientos. Y en los años siguientes, vimos cómo se rompían los viejos grilletes morales heredados del siglo XIX: entre los jóvenes, pero no sólo, se liberó la moral, los homosexuales obtuvieron el derecho a vivir y las mujeres un mayor control sobre su cuerpo. Aunque queda mucho por hacer, el impulso decisivo se dio sin embargo en aquella época. Sin embargo, para que esas conquistas se convirtieran en verdaderas victorias, el mundo habría tenido que cambiar de base. Y no ocurrió nada de eso, sino todo lo contrario. La sociedad mercantil se fortaleció y su dominio sobre el mundo dio un salto cualitativo al recuperar en el rentable ciclo del consumo todo lo que había intentado romperlo. Pero, ¿significa esto que debemos abandonar el campo al enemigo?
Las pasiones al asalto de la Razón
En el pasado, otros habían basado su causa en la fiesta de los sentidos. Hace más de dos siglos, en 1809, Charles Fourier1 exclamaba: «Si hemos de creer a los filósofos, las pasiones son nuestros enemigos más peligrosos, y la razón debe reprimirlas. Es importante atacar esta opinión, que es el punto de apoyo de todos los disparates científicos». A falta de exponer en detalle todo su sistema, consideremos por un momento lo que Fourier entendía por «pasiones». Para él, abarcan el vasto espectro de lo sensible, desde el pleno ejercicio de los cinco sentidos hasta la expresión, en todo su refinamiento, de los sentimientos y afectos. A la cabeza de la lista, situaba el amor, «la más bella de las pasiones», en todas sus múltiples variantes físicas y afectivas, incluidas esas «manías» que, lejos de denunciar, incluía como parte esencial de la vida en Armonía, para confusión de sus propios discípulos, horrorizados al verle conceder plena legitimidad a las relaciones homosexuales, a la bisexualidad y a lo que hoy llamamos poliamor.
En su opinión, las pasiones, siempre que se les permita desarrollarse sin trabas, son fuente de felicidad y el insospechado motor de una sociedad armoniosa; es su represión la que, al «atascarlas», las convierte en su contrario y las transforma en fuentes de desorden, desgracia y muerte. La vida pasional no es en absoluto incompatible con la vida social, sino que, por el contrario, debe regir la actividad productiva y creadora, para acabar con los defectos de la industria «civilizada»: la mutiladora división de las tareas, la aburrida monotonía inherente a la especialización y la ruinosa rivalidad de la competencia.
Se podría pensar que, con el apoyo del psicoanálisis, ya no somos tan sordos a las llamadas del cuerpo como en siglos pasados: se habla incesantemente y sin restricciones de sexualidad, y se da infinitamente más espacio a la expresión de los afectos que en tiempos de Fourier, cuando escribía en la época del puritanismo burgués triunfante. Pero, si lo pensamos un momento, ¿no se trata siempre a las pasiones como parientes pobres, no están siempre sometidas a múltiples razones económicas, políticas e incluso sanitarias, que las explotan y las doblegan astutamente a sus leyes? Cuanto menos se las reprime, más se las explota. No hay más que ver el destino del amor en las representaciones mercantiles de la pornografía.
La segunda Gran Transformación
En primer lugar, son nuestros sentidos y nuestra relación sensible con el entorno los que se han visto especialmente perjudicados. Mientras que la primera Gran Transformación2 había conducido a una cosificación3 generalizada del espacio —el triunfo de la arquitectura funcionalista en las ciudades, la refundición de las tierras agrícolas en el campo— y a una cosificación concomitante del tiempo —de la taylorización fordista a la gestión del ocio—, la segunda Gran Transformación que se está produciendo ante nuestros propios ojos, con la instauración de la distopía cibernética, va acompañada de una alteración masiva de la vida sensorial y afectiva. Las tecnologías, que parecen acercarnos, introducen en realidad un régimen de separación totalmente nuevo.
Ya no contestamos al teléfono, sino que preferimos enviar mensajes de texto a pesar de todos los malentendidos inherentes a la comunicación diferida. Pero, sobre todo, la dimensión de la presencia abandona subrepticiamente el rostro del otro, que se percibe cada vez más en la distancia de una representación. A medida que las pantallas se apoderan de la vida cotidiana, la virtualidad de la imagen va sustituyendo a la materialidad del objeto. Todo el mundo debería saber que la reproducción digital de un cuadro de Rembrandt no tiene nada que ver con la percepción directa de ese cuadro en un museo. Sin embargo, la confusión actual es tal que algunos se preguntan cuál es más verdadera.
No hace falta insistir en la estandarización del gusto fomentada por la proliferación mundial de establecimientos de comida rápida, ni en la propagación planetaria de la fealdad arquitectónica, compartida por todas las clases dominantes, que desfiguran los centros urbanos históricos y los paisajes naturales antaño llenos de belleza salvaje con sus skylines intercambiables de hormigón y cristal. Tampoco nos cansaremos de deplorar la fobia al contacto que se ha desarrollado hasta un grado sin precedentes durante la reciente pandemia. Es de temer que esta experiencia sin precedentes de privación del más sensual y arcaico de todos los sentidos, el tacto, deje cicatrices duraderas en algunos de nuestros contemporáneos tentados por el delirio aséptico.
Además, el desarrollo de las redes sociales, con la fragmentación de la información y la avalancha de imágenes y sonidos que la acompañan, nos sume en un caos perceptivo que conduce inevitablemente a una alteración de la relación sensible con la realidad. Pero el déficit pasional no es menos evidente que la degradación sensorial. La noción de «amigo» en Facebook ha reducido la amistad al nivel de una relación vaga, trivialmente destinada a componer un número; dependiente de impresiones inmediatas, la idea de satisfacción y placer, reducida al clic de un «Me gusta», no es más que un capricho incapaz de justificación. En cuanto al amor, con demasiada frecuencia permanece atrapado entre el rendimiento sexual y la conformidad con el siniestro modelo conyugal, sea cual sea el sexo de los miembros de la pareja, ni que decir tiene.
Pero esta alteración relacional de la subjetividad tiene un efecto sobre la percepción del propio mundo objetivo: la realidad se virtualiza y tiende cada vez más a adquirir el valor de un episodio de una serie de televisión. De ahí la fácil propagación de las fake news y de los teóricos de la conspiración. Afortunadamente, todavía existen muchas líneas de resistencia y focos de evasión contra estas tendencias mortíferas. Podemos contar con ellas.
Estas pasiones que acrecientan a los seres
En un mundo en el que la mirada colonizada por Netflix se ha convertido en un lugar común sensorial y existencial, urge reafirmar la primacía del deseo, la trascendencia de la revuelta y la potencia disolvente de la risa. Como tan insolentemente imaginó Albert Cossery4 en sus novelas, cuando la rutina del militante es impotente, el uso juicioso del humor y de la burla puede derribar un régimen. Aunque tengamos sobradas razones para condenar un sistema social que amplía sin cesar el campo del desastre, sólo la fuerza eruptiva de los afectos y las pasiones puede sacudirlo.
Y entre ellas, por supuesto, hay que dar preferencia a las que marcan un acrecentamiento del ser, es decir, las pasiones alegres, contra las que se oponen las actitudes dominantes, y que ya es hora de atreverse a concebir como primarias en relación con las pasiones tristes, implacablemente promovidas por la sociedad mercantil. Así, por ejemplo, la pasión por el gasto —común a toda la humanidad, como demuestran los rituales del potlatch5 de las sociedades más antiguas— ha sido sistemáticamente derrotada por su inversión burguesa, el ahorro, en la fase de acumulación de capital, a la que ahora ha sucedido la gestión catastrofista de la escasez.
Hoy más que nunca, el viejo lema surrealista «Desprendámonos de todo, salgamos a los caminos» es pertinente. Desprendámonos de los gestos que nos traicionan y nos desposeen, salgamos a los caminos donde encontraremos a otros desertores, caminos que trazaremos en la trama del tiempo mientras despejamos claros de utopía donde construir los cimientos de una nueva vida. Porque, como decía Gustav Landauer,6 una revolución social «no consiste en cambiar las instituciones, sino en transformar la vida humana, las relaciones entre las personas». La utopía de las pasiones felices servirá sin duda de medio y de fin al proyecto global de emancipación, igualdad y justicia tan necesario para la supervivencia misma de nuestra especie.
La realización de tal proyecto exige afectos que trasciendan las condiciones existentes: el gasto de sí contra la economía de la retención, la presencia carnal contra la representación virtual, el don gratuito contra el intercambio cuantificado, la insubordinación generalizada contra la servidumbre voluntaria que perpetúa toda dominación, y así ad libitum. Empecemos ya a recuperar nuestros poderes perdidos, porque sólo entonces podremos esperar derrotar todo lo que se interpone en el camino de nuestros deseos.
1 Charles Fourier (1772-1837), socialista utópico y teórico de la atracción pasional. Creía que a la Civilización, marcada por la explotación, la miseria y el despotismo, debía suceder una era de Armonía, en la que la humanidad gozaría de felicidad, paz y abundancia, y los individuos disfrutarían de la mayor libertad. Autor de numerosas obras, entre ellas La teoría de los cuatro movimientos y El nuevo mundo amoroso, que fue considerada escandalosa por sus seguidores y no se publicó hasta 1967. Marx siempre mostró la mayor deferencia hacia sus teorías, y para Engels, «Fourier fue el primero en afirmar que, en una sociedad dada, el grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general. Demuestra que la civilización se mueve en un “círculo vicioso”, en contradicciones que reproduce constantemente, sin poder superarlas, de modo que siempre consigue lo contrario de lo que quiere obtener o dice querer obtener; así, por ejemplo, “la pobreza nace en la civilización de la abundancia misma”».
2 Noción tomada del economista húngaro Karl Polanyi que, en su libro La gran transformación (1944), muestra el papel esencial de la intervención del Estado en la regulación de la economía de mercado.
3 La cosificación es la transformación de una idea o un proceso en algo que puede medirse, cuantificarse y, a veces, intercambiarse.
4 Albert Cossery (1913-2008) fue un escritor egipcio exiliado en Francia tras la Segunda Guerra Mundial. En sus novelas (Les Fainéants dans la vallée fertile, La Violence et la Dérision, Un Complot de saltimbanques, etc.), retrató a personajes que se resistían a la maldición del trabajo y ridiculizaban la arrogancia y la insensatez de las autoridades.
5 Ceremonias de regalos y contra-regalos practicadas por las civilizaciones amerindias y del Océano Pacífico.
6 Gustav Landauer (1870-1919), filósofo anarquista alemán, autor de obras de teoría política y crítica social (La revolución, Llamamiento al socialismo), asesinado por el Cuerpo Franco en Múnich durante la represión de la República Bávara de los Consejos.
Una respuesta a «Joël Gayraud / Una vida apasionante o nada»
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