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Louis Althusser / Sobre la crisis del marxismo y la dictadura del proletariado

 

Me siento muy honrado y emocionado de poder hablar ante todos vosotros, gracias a la amable invitación del Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Catalunya.
Es ésta la tercera vez que hablo en España. La primera vez fue en Granada, en Pascua del 76. Pronuncié una conferencia sobre si se tenía o no derecho a hablar de la existencia de una filosofía marxista. La segunda vez, fue unos días más tarde en Madrid. Pronuncié la misma conferencia. Cada vez hubo varios miles de estudiantes. En Granada había demasiada gente para un debate público. En cambio, en Madrid la disposición del local permitía la discusión, a pesar de la gran cantidad de estudiantes. Se me hicieron preguntas sobre la situación política francesa y española, sobre el abandono de la dictadura del proletariado por el XXII Congreso del partido francés. Contesté a todo, pero tuve la impresión de que una gran parte de los oyentes opinaban que mi conferencia era demasiado filosófica y no lo suficiente política.
Sé que hoy hablo en una ciudad donde las fuerzas populares y democráticas han reconquistado el derecho a luchar abiertamente y que si ahora puedo hablar libremente ante vosotros —y hablar libremente de política— lo debo a la lucha de las fuerzas populares de Barcelona. Ya sé por anticipado que lo que voy a decir será deformado por TV y la prensa, porque vosotros sabéis, tan bien como yo, que en Catalunya hay un cierto grado de tolerancia, pero no hay libertad de expresión. Hoy puedo hablar, pero no estoy seguro de poderlo hacer dentro de 15 días. Además —como sabéis perfectamente— los comunistas no tienen los mismos derechos que los demás frente al gobierno posfranquista. Existe ya un proyecto político destinado, en su futuro pseudodemocrático, a institucionalizar la discriminación que se ejerce actualmente sobre los comunistas. Hoy estamos aquí, vosotros y yo, protegidos por la fuerza del pueblo catalán, por la fuerza de la clase obrera catalana, por la fuerza de todos los demócratas catalanes.
No voy a hablar de los problemas políticos españoles o franceses. No voy a hacer lo que Lenin denominaba un «análisis concreto de la situación concreta». Cada cosa a su tiempo. Querría hablaros de una cuestión de principio absolutamente esencial para la lucha de clases: la cuestión de la crisis del movimiento comunista internacional.
No hablaré de los problemas concretos de la lucha de clases en España, Francia, Italia o en cualquier otro país del mundo, porque no tengo capacidad. Para hablar de ello, hay que disponer de lo que Lenin llama un análisis concreto de la situación concreta en cada una de estas formaciones sociales, y del estado de la lucha de clases a escala internacional. Para disponer de los resultados de este análisis concreto, se necesita que dicho análisis concreto se haya hecho. Pero, que yo sepa, los partidos comunistas, en principio, disponen de la teoría marxista, que es una ciencia (el materialismo histórico) o los marxistas que no son comunistas pero que como marxistas disponen de dicha ciencia, todavía no ha conseguido llevar a cabo el largo y difícil trabajo de hacer análisis concretos de la lucha de clases en cada país. Disponemos solamente de descripciones generales, que, si bien no son falsas, son insuficientes. Pero para llevar la lucha de clases con toda su justeza y fuerza, se necesitan otras cosas que descripciones generales, estimaciones generales, criterios generales. Hay que entrar en el detalle, en todos los detalles, es decir, en lo concreto, en lo concreto de las relaciones de la lucha de clases, no sólo de la clase obrera y de los movimientos populares, sino también y antes que nada de la lucha de clases del imperialismo, en todos los terrenos, en la base, en la política y en la ideología. Porque nosotros sabemos, por la ciencia marxista de las formaciones sociales (el materialismo histórico) que la lucha de clases no se limita a la lucha de las clases económicas, sino que también se extiende a la lucha de clases política, y abarca también la lucha de clases ideológica.
Por tanto, no hablaré de los problemas concretos de la lucha de clases del movimiento comunista internacional, de su crisis, de la eventualidad de solución de esta crisis. Voy a hablar de otra cosa: de la dictadura del proletariado.
Se puede decir que este tema se halla en el orden del día de todos los partidos comunistas del mundo. Está en el orden del día en la China popular, donde el partido comunista chino subraya con insistencia la necesidad de comprender, respetar y aplicar la dictadura del proletariado. Está en el orden del día; en la Unión Soviética desde 1936, es decir, después de que Stalin declaró oficialmente que la dictadura del proletariado ya se había dejado atrás en la URSS, es decir ya no estaba en el orden del día en la URSS. Pero al tiempo que Stalin afirmaba que la dictadura del proletariado había sido sobrepasada en la URSS, el propio Stalin declaraba que la dictadura del proletariado era indispensable para los otros partidos comunistas, puesto que todavía no habían llegado, como lo había hecho la URSS, al socialismo. Aquí debo decir que esa idea de Stalin, de que, cuando una formación social alcanza el socialismo —idea que sostiene todo su razonamiento sobre la dictadura del proletariado— este país ha sobrepasado la dictadura del proletariado, es una idea que contradice todas las tesis de Marx y Lenin, que declararon que la dictadura del proletariado, lejos de verse sobrepasada en el socialismo, por el contrario, coincidía con toda la fase del socialismo.
Veamos ahora los partidos comunistas del mundo imperialista. La dictadura del proletariado está en el orden del día de un modo paradójico. El partido comunista francés acaba de abandonar oficialmente, en su XXII Congreso, la dictadura del proletariado, pero el mismo Congreso votó por unanimidad una resolución que se apoya enteramente, de la a a la z, en la dictadura del proletariado, aunque no la nombre ni una sola vez. El partido comunista italiano, que suprimió de sus estatutos, al acabar la guerra y por la influencia de Togliatti, la mención de dictadura del proletariado, se interesa en ella, puesto que nunca la ha abandonado oficialmente, y puesto que toda su política se apoya en la teoría que Gramsci desarrolló en torno a la noción de hegemonía. Pero como que, en Gramsci, la noción de hegemonía es una noción ambigua, en particular, cuando da a entender que la hegemonía, que en principio es el consensus que obtiene una clase cuando consigue tomar el poder de Estado, puede existir antes de la toma del poder de Estado. Gramsci da a entender, o por lo menos es lo que dicen algunos de sus comentaristas que se sitúan en la línea de interpretación de Togliatti, que la hegemonía anterior a la toma del poder del Estado no es sólo una hegemonía del proletariado sobre sus aliados (que es la tesis de Lenin) sino una hegemonía sobre toda la sociedad; por consiguiente, la dictadura del proletariado se convierte en el medio privilegiado para la toma del poder de Estado, es decir en el medio privilegiado para tomar y ejercer el poder de Estado, y por tanto, para asegurar la hegemonía del propio proletariado. Se puede expresar lo mismo diciendo que para estos intérpretes de Gramsci, que son muy sutiles, más sutiles que el mismo Lenin, que nunca consideró esta posibilidad, la hegemonía del proletariado presenta la característica extraordinaria de existir antes de las condiciones históricas, es decir económicas, políticas e ideológicas de su propia existencia, o sea antes de la toma del poder de Estado. Lo cual constituye lo que los lógicos y cualquier persona llaman un círculo vicioso. Pero no se puede estar indefinidamente ante un círculo vicioso. Y, sin embargo, eso es lo que hacen los intérpretes de Gramsci que he mencionado. Pero como son intelectuales, ello no tiene demasiada importancia, salvo que esto puede paralizar ciertas formas de la lucha de clases, primero, entre los intelectuales comunistas, marxistas, y entre los otros que no son ni comunistas ni marxistas, puesto que esta idea oscurece y trastorna la teoría marxista en uno de sus principios esenciales. Y ello puede, naturalmente, tener también consecuencias en la línea y la práctica política del partido comunista italiano, en donde los intelectuales juegan un papel muy importante. En todo caso, si el círculo está cerrado, la cuestión permanece abierta, y se solucionará con el desarrollo de la lucha de clases en Italia.
El partido comunista español que yo sepa no se ha pronunciado sobre la cuestión de la dictadura del proletariado, pero es evidente que sus simpatías teóricas y políticas van hacia las posiciones del partido comunista italiano, que ejercen una gran influencia en España, sobre todo en Catalunya, y no tanto en Andalucía, por hablar sólo de regiones que conozco directamente.
El partido comunista portugués se pronunció claramente, por boca de A. Cunhal, en su X Congreso, celebrado en la clandestinidad en 1974. A. Cunhal dijo: debemos suprimir de nuestro vocabulario ciertas expresiones, unas pocas. Debemos hacerlo porque, después de 50 años de fascismo el pueblo portugués difícilmente puede comprender que el partido comunista, que lucha por la libertad, pueda utilizarlas. Por ejemplo la expresión dictadura del proletariado. Y Cunhal añadió, con una gran calma y fuerza: pero que nadie se engañe: abandonamos únicamente, solamente, la expresión de dictadura del proletariado, no abandonamos absolutamente nada del concepto, que es el concepto clave de la teoría marxista en materia de lucha de clases. Y como decía Cunhal, y anteriormente Maquiavelo: cuando la situación política obliga a abandonar las palabras hay que hacerlo, pero en este caso no se puede nunca, nunca, nunca, abandonar la cosa, o los principios o los conceptos. Porque si se abandonan —no en las palabras sino en la realidad, es decir en la práctica— los principios y los conceptos, se pierde la dirección y la orientación, lo que los marxistas denominan la línea política a seguir. Y cuando se pierde la línea política, sucede como en la navegación, ya no es posible llegar a puerto, a destino.
Añadiría que la paradoja más sorprendente es que todas estas declaraciones en favor de la dictadura del proletariado o por su abandono, o por el abandono de la expresión, e incluso las declaraciones de Stalin sobre la necesidad de abandonar la dictadura del proletariado, porque la URSS la habría sobrepasado y entrado en el socialismo, pueden también considerarse sólo como declaraciones, es decir palabras. Este punto es muy importante, puesto que no se detiene la lucha de clases declarando que se ha detenido o sobrepasado. Del mismo modo no se detienen las exigencias objetivas, y por tanto científicas, que expresa el concepto de dictadura del proletariado, declarando que se abandona el concepto de dictadura del proletariado o su expresión —o lo que algunos llaman, para librarse de esta dificultad, la noción de dictadura del proletariado—, o incluso declarando, como lo hizo Stalin en 1936, y como continúa haciéndolo ahora Breznev, que la dictadura del proletariado se ha sobrepasado en la URSS, puesto que en la URSS existe el socialismo y que, en consecuencia, el Estado Soviético sería un «Estado de todo el pueblo», lo cual no tiene sentido desde el punto de vista de la teoría marxista. La teoría marxista demuestra, en efecto, científicamente, que el Estado existe únicamente en las formaciones sociales donde existen clases, y por tanto la lucha de clases, y una clase dominante que ejerce su dictadura. En consecuencia, teóricamente hablando, la noción de un Estado que fuese «el Estado de todo el pueblo» es un absoluto contrasentido. Y como los aspectos dominantes de la formación social soviética no parecen, contrariamente a lo que piensan los camaradas chinos —cuyos argumentos hay que examinar muy seriamente, argumentos que, desgraciadamente, no están muy desarrollados—, derivar de la dictadura de la burguesía, pero tampoco de un modo visible de la dictadura del proletariado, es obvio que nos preguntemos: ¿Cuáles son actualmente las relaciones de producción en la URSS, las relaciones de producción y las relaciones sociales, políticas e ideológicas correspondientes?
Si pudiéramos, finalmente, dar una respuesta científica a esta pregunta-clave esta respuesta podría contribuir, naturalmente desde este nivel, a preparar la solución a uno de los aspectos más graves de la crisis del movimiento comunista internacional, es decir, a la división actual del movimiento comunista internacional, división que es la principal fuerza del imperialismo. Hay que notar que el movimiento comunista internacional está en camino de abordar directamente esta cuestión, gracias a la iniciativa política tomada por los partidos comunistas occidentales, a los que el PCUS tuvo que reconocer en parte lo bien fundado de sus argumentos en el comunicado final de la conferencia de Berlín.
Evidentemente, lo que acabo de exponer plantea muchos interrogantes, que deberían examinarse en detalle. Pero antes de llegar al examen de estas cuestiones, voy a exponer llanamente la teoría marxista de la dictadura del proletariado, tal y como se halla en Marx y en Lenin. No hablaré de Gramsci porque su postura es complicada. Nunca, en sus Quaderni, utilizó la expresión de dictadura del proletariado, cosa que puede explicarse por el hecho de que estaba en la cárcel y sometido a una censura implacable. Por ejemplo, se sabe que a causa de la. censura, Gramsci que no creía en absoluto que la filosofía marxista fuera una «filosofía de la praxis», ni que la ciencia marxista fuese una filosofía, utilizaba la expresión de «filosofía de la praxis» para hablar del pensamiento de Marx, la teoría marxista, o sea de la ciencia y la filosofía marxista a la vez. Tenemos el derecho a suponer que si Gramsci hubiera podido expresarse con toda libertad, habría utilizado la expresión de dictadura del proletariado y no la expresión de hegemonía, para designar el concepto de dictadura del proletariado y la realidad de la dictadura del proletariado. Si él hubiera podido expresarse con plena libertad, ello hubiera eliminado muchas dificultades, y los intérpretes italianos, españoles, franceses y otros, que intentan comprender el pensamiento de Gramsci y tienen considerables dificultades en conseguirlo, no perderían su tiempo en interpretaciones inútiles, y el movimiento comunista internacional —que está, justificadamente, muy ligado a Gramsci— conseguiría una gran ventaja: la de ver clara esta cuestión, que es políticamente decisiva, y también la ventaja de no cometer más los errores políticos cometidos en nombre de esas interpretaciones inexactas. Gracias a esto se podrían finalmente poner de acuerdo las palabras con las cosas, las declaraciones oficiales de los partidos comunistas de acuerdo con la práctica real de la lucha de clases de las masas populares, pues ahí está el drama, la paradoja, y también la base de nuestra certeza en la victoria: las masas populares, sean o no conscientes de la verdad científica de la dictadura del proletariado, conozcan o no la dictadura del proletariado, saben, no con palabras, ni siquiera con su pensamiento, pero sí en y por sus luchas concretas qué es la dictadura del proletariado, porque saben qué es la dictadura de la burguesía, la dictadura del imperialismo. Basta con que sepan esto, porque la dictadura del proletariado es, en principio, y como voy a demostrar, la misma cosa que la dictadura de la burguesía, evidentemente con la diferencia de que en la dictadura del proletariado es el proletariado quien ejerce la dictadura, y no la burguesía.
Vuelvo, ahora, a mi objetivo, la dictadura del proletariado y, para empezar, hago esta simple pregunta: ¿Cuál es el estatuto teórico de la expresión «dictadura del proletariado»?
Y contesto: esta expresión posee el estatuto de un concepto científico, sólido, lo más sólido que pueda haber, como una verdad científica demostrada, probada e indefinidamente verificada en la práctica. Y añado: este concepto científico pertenece, como tal concepto científico, a la ciencia fundada por Marx, no a lo que denominan filosofía marxista que, a mi entender, no existe, es decir, puntualizando, no existe en la forma clásica de lo que nosotros denominamos en la división intelectual burguesa del trabajo «la filosofía», no pertenece pues a la filosofía marxista, sino a la ciencia que fundó Marx, y que en general se designa con la expresión «materialismo histórico». ¿Cuál es el objeto de esta ciencia (puesto que a diferencia de la filosofía, que no tiene objeto, toda ciencia tiene un objeto)? El objeto de esta ciencia son las leyes de la lucha de clases. No es, como creía el propio Engels y como creen demasiados marxistas, la economía política.
Karl Marx demostró, repito, demostró, del modo más seguro del mundo, el de una demostración científica, que a lo que se llama economía política, y lo que existe con este nombre en las sociedades imperialistas y, desgraciadamente, también en la Unión Soviética y en los países socialistas, no es una ciencia, sino una formación teórica de la ideología burguesa, por tanto una formación teórica producida por la lucha de clase ideológica burguesa contra el proletariado, y una formación teórica de la ideología burguesa, que tiene, naturalmente, si somos materialistas, consecuencias prácticas en la lucha de clases-burguesa contra el proletariado, es más, es una formación teórica de la ideología burguesa producida para conseguir esos efectos de lucha de clases contra la lucha de clase del proletariado.
Por consiguiente, el objeto de la ciencia fundada por Marx, son únicamente las leyes de la lucha de clases en las distintas formaciones sociales que se derivan de lo que Marx llama los distintos modos de producción.
Si la expresión «dictadura del proletariado» es un concepto científico, ello significa que proporciona el conocimiento auténtico de la realidad que lleva el mismo nombre. En toda ciencia sucede así: las palabras designan las cosas en sí mismas, lo que es cierto sólo cuando se llega a la verdad científica. Pero esto mismo es falso cuando se permanece en el campo de la ideología, ya sea teórica o práctica, por ejemplo política. Pongamos un ejemplo de esta inadecuación: la Unión Soviética, en donde a pesar de las declaraciones de los dirigentes soviéticos que afirman que la dictadura del proletariado ha sido ya sobrepasada, no sabemos exactamente si ésta ha sido efectivamente sobrepasada. Cuando se comete un error sobre la realidad, se comete un error de palabras y viceversa. Esto lo sabemos desde que existen; las ciencias, es decir, como precisó Spinoza, desde; el comienzo de la existencia de la primera ciencia en el mundo capaz de proporcionar demostraciones, y por ello mismo de demostrar ipso facto que era una ciencia: la matemática.
Si la expresión dictadura del proletariado designa un concepto científico de la teoría científica fundada por Marx y que tiene como objeto las leyes de la lucha de clases en una sociedad de clases, y hay que reconocer, evidentemente, que esta expresión —que también designa, al mismo tiempo y con pleno derecho, la realidad, puesto que ella misma proporciona su conocimiento— puede, como expresión, tener otros papeles subordinados. Puede servir de idea (es decir, de idea que puede ser cierta sin ser explícitamente objeto de una demostración); puede servir también de noción e incluso falsa idea, es decir de; error (cuando al pronunciar las palabras se está indicando algo distinto a la realidad y su conocimiento); puede servir de consigna en la acción política etc. Todas esas distintas utilizaciones son secundarias en relación con la primera, la utilización de la expresión de dictadura del proletariado como concepto científico. Es sumamente importante comprender bien esta subordinación puesto que quiere decir dos cosas, que son una y la misma cosa: 1) a partir del uso de la expresión como concepto científico es cuando se puede comprender los otros usos de la misma expresión y 2) lo contrario es falso. Esta verdad, la expresó el propio Spinoza en su célebre fórmula: verum index sui et falsi, que significa: sólo a partir de un concepto científico cierto se puede demostrar que se trata de un concepto científico y que es cierto, y sólo a partir de este mismo concepto científico cierto se pueden comprender los usos falsos de la misma expresión, o sea el error, o lo que Spinoza llama el falsum, lo falso.
Prosigamos. Si la expresión dictadura del proletariado es un concepto científico de la teoría marxista, que designa de un modo adecuado, como dice Spinoza, su objeto, es decir proporcionando el conocimiento objetivo de su objeto, la interpretación historicista de la dictadura del proletariado defendida por los dirigentes del partido francés, es evidentemente un absurdo ya que un concepto científico, una verdad objetiva no puede, como ha dicho un dirigente del partido francés, ser sobrepasada «por la vida». Para todos los hombres que han existido, desde que las matemáticas proporcionaron la demostración de que 2 + 2 = 4, la verdad 2 + 2 = 4 jamás será sobrepasada, nunca podrá ser «sobrepasada por la vida». Lo mismo sucede con el concepto de dictadura del proletariado. Su verdad es —como decía Spinoza de todas las verdades científicas— eterna; o sea, válida en todo tiempo y lugar. Esto quiere decir que esta verdad es siempre válida, aun cuando su objeto no exista, pero, evidentemente, sólo es aplicable cuando su objeto existe. La diferencia entre la validez universal, independientemente de la existencia actual de su objeto, de una verdad científica, y la aplicabilidad práctica de esta misma verdad, es una diferencia evidente, puesto que la misma verdad sólo puede ser aplicada a su objeto si éste existe en la actualidad. Concretamente significa que la dictadura del proletariado es cierta para nosotros, aunque la dictadura del proletariado, es decir el socialismo no exista en nuestros países. Cuando el proletariado ya ha tomado el poder, la verdad de la dictadura del proletariado tiene otra existencia, puesto que su objeto tiene una existencia en la actualidad, por lo que esta verdad es, pues, directamente aplicable; estratégicamente. Asimismo, cuando el comunismo reine sobre el mundo, la verdad de la dictadura del proletariado seguirá existiendo, como la verdad de lo que sucedió bajo el socialismo, aunque ya no se pueda aplicar a aquello que pase bajo el comunismo, puesto que, desaparecidas las clases, la lucha de clases, la dictadura del proletariado se habrá vuelto superflua.
Tenía que hacer estas puntualizaciones para poder salir del cenagal del historicismo, que es una de las formas de la ideología filosófica burguesa más peligrosa para el movimiento obrero internacional ya que consigue que el movimiento obrero llegue a dudar del carácter científico de la teoría científica del Marx. Sin duda, para el movimiento obrero, el historicismo es hoy, junto con el neopositivismo, la forma; más peligrosa de la lucha de clases ideológica de la burguesía. Tiene, además, profundas afinidades con el neopositivismo, ya que los dos son formas de empirismo, el enemigo filosófico número 1 de la lucha de clases del proletariado. Ello puede demostrarse fácilmente, pero no puedo hacerlo hoy.
En este momento surge inevitablemente la pregunta: ¿No será un problema de vocabulario? ¿No será que la palabra dictadura plantea problemas?
Desde luego, hay un problema de palabras. Todo concepto debe expresarse, o sea plasmarse en el lenguaje, y por tanto identificarse con palabras definidas, en los dos sentidos del término: reconocerse en ellas y hacer cuerpo con ellas.
La compulsión objetiva absoluta de tener que identificarse con las palabras, y la relativa independencia del sentido del concepto en relación con las palabras que lo expresan hace que, en principio, nada se oponga a que se cambien las palabras, si es necesario o si se hallan otras mejores. Se sabe que Gramsci, por ejemplo, prácticamente jamás utilizaba la expresión «dictadura del proletariado» en sus Cuadernos de la cárcel. Quizá fuese para soslayar la censura (por ejemplo, nunca hablaba de marxismo sino de la «filosofía de la praxis»). Pero el hecho es que se sirvió de varias palabras pero sin abandonar el concepto. ¿Son mejores? Es posible: es algo a estudiar.
En principio, se puede pues cambiar las palabras. Pero siempre se necesitan palabras, y el margen de libertad tampoco es, de hecho, tan grande; hay que pasar por las vías del lenguaje establecido, que es siempre conservador, puesto que registra las cosas y los significados reconocidos por la ideología dominante.
Forzar el lenguaje: todos los poetas, los filósofos, lo saben, y también todos los militantes revolucionarios.
Porque, al fin y al cabo, cuando Marx forjó, en 1852 —después de haber llamado, en el Manifiesto (1848), al proletariado a erigirse «en clase dominante»—, la expresión «dictadura del proletariado» fue evidentemente para forzar a que se viera, bajo el enorme manto de las «evidencias» de la ideología burguesa, una realidad que nadie antes que él había descubierto. Y, evidentemente, no había ningún nombre en el lenguaje existente para designar dicha realidad. Marx hizo como todo el mundo. Tuvo que tomar las palabras que necesitaba de allí donde estaban. Tomó una palabra del lenguaje de la política: dictadura. Tomó una palabra del lenguaje del socialismo: proletariado. Y las forzó a coexistir en una expresión explosiva (dictadura del proletariado) para expresar, en un concepto sin precedentes, la necesidad de una realidad sin precedente.
Es, pues, completamente exacto: al unir la palabra proletariado a la palabra dictadura, Marx, tenemos que reconocerlo, forzó la palabra dictadura. Le cambió el sentido, pero para servirse de su sentido.
Porque aunque, en la tradición clásica, y por tanto en el lenguaje existente, la palabra dictadura significara un poder absoluto, se trataba únicamente del poder político, es decir del poder de gobernar, bien fuera detentado por un hombre (Roma), bien por una asamblea (la Convención), bajo formas legales en los dos casos. Pero nadie antes de Marx había imaginado que se pudiera hablar de la dictadura de una clase social, ya que esta expresión no tenía ningún sentido en el cuadro de referencias obligado en las instituciones políticas. Pues bien, esto es precisamente lo que hizo Marx: arrancó la palabra dictadura de su terreno del poder político para forzarla a expresar una realidad radicalmente distinta de toda forma de poder político: esa especie de poder absoluto, sin nombre antes de él, que ejerce necesariamente toda clase dominante (feudalismo, burguesía, proletariado) no sólo en política, sino mucho más allá, en la lucha de clases que abarca el conjunto de la vida social, de la base a la superestructura, de la explotación a la ideología, pasando, pero únicamente pasando, por la política.
Probad a hacerlo mejor con dos palabras, y veréis: ¡No es tan fácil! Hablar de dominio de clase (como hace el Manifiesto) o de hegemonía de clase (como hace Gramsci) pueden ser o parecer expresiones o demasiado débiles o demasiado sabias. Se necesitaba una palabra familiar con suficiente fuerza y que conmoviera, para hacer no sólo comprender, sino también sentir la tremenda fuerza de esta relación de «poder absoluto» por encima de cualquier ley: dictadura.
Pero al mismo tiempo se necesitaba una palabra excepcional para designar ese poder excepcional: un poder que es «absoluto» precisamente porque está por encima de las leyes —traducid más alto, vasto y profundo que el solo poder político—. Y, como dictadura contenía la idea de un poder absoluto por encima de las leyes, Marx se apoderó de este significado para forzarlo a decir, uniendo dictadura a proletariado, algo distinto: en la lucha de clases, el poder de la clase dominante está por encima de las leyes, es decir muy por encima y más allá de la política.
Lenin: «la dictadura es una gran palabra ruda, sangrienta, una palabra que expresa la lucha sin clemencia, la lucha a muerte de dos clases, de dos mundos, de dos épocas de la historia universal. Palabras así no se lanzan al vacío».
De este modo, casi desnudo, vestido sólo con estas dos palabras, el concepto de dictadura del proletariado entró en la teoría y en la historia, como lenguaje violento, como un lenguaje violento para decir la violencia del dominio de clase.
¿Hay que decir, pues, que el concepto de dictadura del proletariado se apoya sobre la idea de que el dominio de clase es a su manera un poder absoluto que no se reduce a las formas del poder político?
De momento, contestaré: sí.
Pero esto quiere decir también que el concepto de dictadura del proletariado no puede comprenderse solo. Y, de hecho, va siempre ligado a otro concepto: el de dictadura de la burguesía. Los dos conceptos son idénticos. Lo que cambia es la clase dominante. Pero lo que no varía es la alternativa: o una clase, o la otra, o la burguesía o el proletariado. Pero para comprender esta alternativa hay que añadir: es el concepto de dictadura de la burguesía el que guarda el «secreto» del concepto de dictadura del proletariado.
Todo el mundo conoce las célebres paradojas de Marx, Engels y Lenin sobre la dictadura de la burguesía. Cuando Lenin afirma repetidamente que la democracia parlamentaria burguesa más «libre», es la forma de la dictadura por excelencia (no voy a hablar ahora de la discutible idea de que pueda existir una forma «por excelencia»), ¿qué es lo que hace? Poner en evidencia esta distinción fundamental: las formas políticas mediante las que se ejerce la dictadura de una clase en la lucha de clases son una cosa, y la misma dictadura de clase es otra cosa distinta. Y Lenin añade: la dictadura de una clase se ejerce efectivamente en y mediante formas políticas, pero no se reduce sólo a esto. Y, todo esto reunido, significa: no se puede comprender el sentido y la función de las formas políticas (variables según el curso de la lucha de clases) de la dictadura de una clase sin referenciar la dictadura de esta clase a la lucha de clases, y a las relaciones de fuerza en esta misma lucha de clases.
Esta distinción entre dictadura de clase y formas políticas que contribuyen a que se ejerza dicha dictadura es válida tanto para el proletariado como para la burguesía. Y es por esto que, poniendo esta vez la misma paradoja al servicio de la dictadura del proletariado, Lenin puede afirmar que la forma política (y social, ya veremos por qué) por excelencia de la dictadura del proletariado es «la democracia de las más amplias masas», «mil veces más libre» que la más libre de las democracias burguesas.
Si no se domina bien esta distinción entre la dictadura de la clase dominante en la lucha de clases, y las formas políticas en y por las cuales se ejerce dicha dictadura, no se puede comprender «la necesidad» de la dictadura del proletariado (Marx).
Esta distinción se apoya sobre una gran idea, fundamental en la teoría marxista. Para Marx, las relaciones de la lucha de clases (incluso) sancionadas y reguladas por el derecho y las leyes en provecho de la clase dominante, no son, en última instancia, relaciones jurídicas sino relaciones de lucha, es decir, relaciones de fuerza, en resumen relaciones de violencia declarada o no. Ello no significa que para Marx el derecho y las leyes tengan una esencia «jurídica» pura, y por tanto sin violencia, pero sí significa: porque las relaciones de clase son, en última instancia, relaciones extrajurídicas (con una fuerza distinta al derecho y las leyes), y por tanto relaciones «por encima de la ley», porque son, en última instancia, relaciones de fuerza y violencia declarada o no, el dominio de una clase en la lucha de clases tiene que ser «necesariamente» pensado como «poder por encima de la ley»: dictadura.
Si hace unos minutos parecía que hacía una reserva al decir «de momento», era para subrayar que había que ir más lejos. Y ya hemos llegado ahí.
Porque no basta con dar una definición sólo negativa y decir: el poder de dominación de clase, es, en ultima instancia, «extra-jurídico», es decir «no-jurídico». Hay que decir positivamente cuál es este poder absoluto, y hay que mostrar qué es lo que designa la «última instancia».
Ahora bien, no se puede responder a estas preguntas sin tener muy en cuenta la teoría marxista de la lucha de clases, tal y como aparece en el análisis del modo de producción capitalista, El capital.
¡Pero cuidado! No hay que caer en las trampa de nuestros actuales adversarios, y creer, como ellos pretenden, que la teoría de la lucha de clases habría empezado con Marx, y estaría adscrita al marxismo como un descubrimiento o una invención suya. La teoría de la lucha de clases fue primero una teoría burguesa, y continúa siéndolo. No fue Marx el descubridor de «la existencia de las clases y su lucha. Él mismo lo dice: «lo nuevo de mi aportación es […] la idea de que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado» (carta a Weydemeyer, 1852). Hemos llegado, pues, al punto más candente, en el que lo que distingue la teoría burguesa de la lucha de clases de la teoría marxista de la lucha de clases es… la dictadura del proletariado; al punto en el que la teoría marxista de la lucha de clases y el concepto de dictadura del proletariado están tan ligados como los labios y los dientes.
Con esta sorprendente advertencia, podemos entrar en lo que es la teoría burguesa de la lucha de clases para oponerla a lo que realmente es la teoría marxista de la lucha de clases.
Se puede decir que el pensamiento de los teóricos burgueses distingue las clases, por un lado, y la lucha de clases por otro y a menudo con una concepción que da primacía lógica o histórica a las clases antes que a la lucha de clases. Los teóricos burgueses reconocen la existencia de las clases, aun si le dan otro nombre. Como las juzgan separadas de la lucha de clases, caen en una concepción económicasociológica, o psicosociológica de las clases: de al que la economía política, la sociología, la psicosocíología fueran forjadas por la ideología burguesa para servir teórica y prácticamente a esta concepción burguesa de la lucha de clases —se puede probar histórica y teóricamente. De todos modos, ellos piensan primero en la existencia de las clases y la lucha de clases viene a continuación, como un efecto secundario, derivado, más o menos contingente a la existencia de las clases y de sus relaciones. ¿Cómo ven, pues, la lucha de clases? En términos de sociología, política e ideología: la ideología burguesa les provee de todo lo necesario para ello.
Pero lo interesante son las consecuencias políticas de esta concepción. Si la lucha de clases es un efecto derivado, más o menos contingente, siempre se puede hallar el medio para dominarla, tratándola con los medios apropiados: esos medios son las formas históricas con los métodos capitalistas de la «participación» obrera en su propia explotación.
La concepción de Marx es totalmente distinta. Contrariamente a los teóricos burgueses que hacen una diferencia entre las clases y la lucha de clases y generalmente dan la primacía a las clases por encima de la lucha de clases, Marx da la identidad de la lucha de clases y, en el interior de esta identidad, la primacía de la lucha de clases sobre las clases. Significa que la lucha de clases, lejos de ser un efecto derivado y más o menos contingente a la existencia de las clases, forma un todo con lo que divide las clases en clases y reproduce la división en clases en la lucha de clases. Hablando filosóficamente se expresa así según los períodos históricos: primacía de la contradicción sobre los contrarios, o identidad de la contradicción y los contrarios.
Para ver concretamente cómo se opera esta división en clases bajo el efecto de la lucha de clases para ver concretamente en qué la existencia de las clases es idéntica a la lucha de clases, basta con analizar lo que sucede en la base económica «determinante en última instancia», y examinar precisamente la relación de la lucha de clases que divide las clases en clases: las relaciones de producción capitalistas.
Ahora bien ¿qué es lo que se ve en esta relación con la condición de considerarla en sí misma y en sus presupuestos que son al mismo tiempo sus efectos (el conjunto de las relaciones sociales, que. al mismo tiempo que la condicionan, dependen de ella) veremos lo que sigue. Formalmente, la relación de producción capitalista se presenta como una relación jurídica: de compra y venta de fuerza de trabajo. Sin embargo, esta relación no se reduce ni a una relación jurídica ni a una relación política, ni tampoco a una relación ideológica. La retención de los medios de producción por la clase capitalista (que está detrás de cada capitalista individual) puede el tar sancionada y regulada por las relaciones jurídicas (cuya aplicación presupone el Estado), pero no es una relación jurídica, sino una relación de fuerza ininterrumpida, desde la violencia declarada de la desposesión en el período primitivo de la acumulación, hasta la contemporánea extorsión de la plusvalía. La venta de la fuerza de trabajo de la clase obrera (que está detrás de cada trabajador productivo) puede estar sancionada por relaciones jurídicas, pero es una relación de fuerza ininterrumpida una violencia a los desposeídos, que pasan de la mano de obra de reserva al trabajo o viceversa.
Así pues, en el centro de la relación de producción capitalista, que divide las clases en clases, y reproduce esta división por el doble proceso de la acumulación y la proletarización, se halla, en última instancia (es decir anclada en esta «última instancia» que es la producción) la violencia de clase, esa violencia «fuera de la ley» que ejerce la clase capitalista sobre la clase obrera.
La dictadura de la burguesía es dictadura porque no es otra cosa, en última instancia, que esta violencia más fuerte que las leyes. En última instancia, pero únicamente en última instancia, ya que esta violencia no puede ejercerse sin las formas de derecho que la sancionan y la regulan, sin las formas políticas que sancionan y regulan la detentación del poder de Estado por la clase dominante, sancionada por el derecho, y sin las formas ideológicas que imponen la sujeción a la relación de producción, al derecho y las leyes de la clase dominante. Si la guerra, entendida como guerra librada entre dos Estados mediante sus ejércitos, es, según Clausewitz, «la política continuada con otros medios», entonces hay que decir que la política es la guerra (de clases) continuada con otros medios: el derecho, las leyes políticas y las normas ideológicas. Pero sin esta guerra, sin esta violencia, sin la violencia de la explotación de clase no se puede comprender ni el derecho, ni las leyes, ni la ideología.
La relación de clases es, pues, una relación de lucha, de fuerza «anterior a todo derecho» y, necesariamente, una relación antagónica. Esta relación irreconciliable es la que da la primacía de la lucha de clases sobre las clases. Esta «ley», no-jurídica, no-política de la lucha de clases es la que «lleva necesariamente» (Marx) no sólo a la dictadura de la clase dominante, sino también a la alternativa: o dictadura de la burguesía, o dictadura del proletariado.
Es fácil darse cuenta de que esta concepción nada tiene que ver con «la economía política», la sociología o la psicología, esas formaciones de la ideología burguesa que no tienen nada que ver con el marxismo, puesto que son precisamente las armas de la lucha de clases burguesa en la ideología de la «sociedad». Pero se ve claramente que esta concepción perfila otro tipo distinto de política que el de la concepción burguesa y socialdemócrata. Si la lucha de clases no es un efecto derivado y más o menos contingente a la existencia de clases, la colaboración de clases y el reformismo aparecen tal como son: como armas de la burguesía en su lucha de clases. En cambio, las organizaciones de la lucha de clases obrera deben apoderarse de la ley natural y científica que rige la lucha de clases, y extraer de la teoría y la práctica las consecuencias de su alternativa: o dictadura de la burguesía (fueren cuales fueren las formas políticas), o dictadura del proletariado (¿fueren cuales fueren las formas políticas? Ya hablaremos de ello). Ése es el objetivo que El Manifiesto asignaba al proletariado: «constituirse en clase dominante». Pero, ¿podemos quedarnos aquí? La cuestión del Estado… Por descontado, no podemos quedarnos aquí. Pero hacía falta empezar por ahí para poder ver la estructura general.
Hay que prestar atención a este punto porque la cuestión del Estado es complicada, y la teoría marxista no siempre se comprende bien.
Una vez admitida la existencia de la lucha de clases y del dominio (dictadura) de clase queda, efectivamente, algo por comprender: el porqué del Estado.
También aquí la teoría marxista se opone a la teoría burguesa del Estado. El Estado no es una realidad externa a la lucha de clases, superior a la lucha de clases, una realidad con «vocación» superior a las clases, universalista o «espiritual», un arbitro que se identifica aunque sea parcialmente con lo que se designa como el «interés general» o «público».
El Estado sólo se comprende en función de la lucha de clases y del dominio de clase. El Estado, instrumento del dominio de clase al servicio de la clase dominante, no sólo sirve para intervenciones concretas (violentas o no), sino, sobre todo, para la reproducción de las condiciones generales (jurídicas, económicas, políticas e ideológicas) de las relaciones de producción, y por consiguiente de las relaciones de clases que existen en provecho de la clase dominante.
Cuando ya se domina bien esta concepción surgen inevitablemente tres cuestiones: la naturaleza propia del Estado, la detentación del poder de Estado y la destrucción del aparato de Estado.
No basta con repetir con fervor las fórmulas: el Estado es el instrumento del dominio de clase en la lucha de clases, etc. Aún falta saber qué es lo que compone ese «instrumento», qué no es tal y cómo funciona mientras se mofa del «funcionalismo». Pues bien, Marx y Lenin siempre respondieron, con gran insistencia, con dos nuevas palabras (una vez más ¡nuevas palabras!): el Estado es un aparato, el Estado es una máquina. Pero como también decían (y con toda razón) que ese aparato era antes que nada un aparato represor, y esa máquina una máquina de represión, sólo ha quedado de estas palabras (aparato, máquina) la idea de un instrumento, de un mecanismo represor que lleva al dominio de clase mediante la violencia, etc. De hecho se han dejado tranquilamente al margen las propias palabras: aparato, máquina. Y, sin embargo, tienen un significado muy afinado. Porque tiene un significado común, pero no el que se creía. Lo que aparato y máquina tienen en común es el de ser un «conjunto mecánico u orgánico que opera transformaciones (de material de forma, de movimiento, de energía, etc.). Hay que tomar pues el «aparato» y la «máquina» al pie de la letra y decir: el Estado es un conjunto de mecanismos que opera transformaciones, primordialmente una transformación. ¿Cuál?
Yo diría que, al igual como la máquina de vapor opera la transformación del calor en movimiento, el Estado es la máquina que transforma la violencia en poder, más concretamente la máquina que transforma las relaciones de fuerza de la lucha de clases en relaciones jurídicas reguladas por leyes. Montesquieu se refería a esto mismo cuando hablaba de la división o separación de poderes. ¿Qué es lo que transforma la violencia de clase en poderes, sino la máquina del Estado y los separa como mejor conviene para que la dictadura de clase quede asegurada en las mejores condiciones? Es el protagonista, aunque ciego, del Espíritu de las Leyes.
Así pues, propongo que se tenga en cuenta esta clara idea de máquina, y que se diga: el Estado es la máquina que opera la transformación de la fuerza en poder, de la fuerza en leyes, es decir, las relaciones de fuerza de la lucha de clases en relaciones jurídicas, derecho, leyes, normas. Propongo que se diga: el Estado es una máquina de poder, e incluso: una máquina que «funciona» con poder y que, mediante dicho poder —su propia fuerza— transforma «el poder absoluto por encima de las leyes» en poder de las leyes.
Esta fórmula tiene la ventaja de mostrar que las leyes (todo lo que es ley, no sólo las leyes políticas, sino toda «prescripción» sea o no escrita y que «emane de la autoridad soberana», ya sea en el campo jurídico, político o ideológico) no son más que relaciones de fuerza, que se ejercen bajo la forma de derecho, es decir, bajo la forma de regla, y que la famosa pureza del derecho (ya sea mercantil o político, privado o público) y de las normas (ideológicas: religiosas, morales o filosóficas) no es otra cosa sino la forma transformada de la violencia de las leyes, lo cual desvela la violencia que reina en las leyes, y esa violencia particular que acompaña al sagrado mundo de las normas, es decir, de los «valores» disfrazados de «ideas»: la ideología.
Esta fórmula es importante para comprender que, para transformar la violencia de clase en leyes, el Estado necesita, como cualquier otra máquina, una estructura y una fuerza determinadas, que sean suyas y formen su cuerpo, concretamente, de una estructura tal que sea capaz por su propia fuerza de condensar la violencia de la clase en fuerza de Estado, para que sirva para su transformación en leyes. Esta estructura es lo que corrientemente suele designarse con una palabra equívoca (puesto que puede dar a entender que el Estado podría existir antes que su aparato): el aparato de Estado. Pero por el momento no tocaré este importante punto.
La ventaja de esta fórmula que define al Estado es que muestra la dependencia íntima que existe entre el Estado y la clase dominante.
La teoría marxista traduce esta dependencia en dos conceptos decisivos que se refieren a la dictadura del proletariado: el carácter de clase inconciliable al poder de Estado y el carácter de clase del aparato de Estado.
Como el Estado posee, en tanto que aparato y máquina, una estructura y una fuerza propias, se podría pensar que, incluso siendo producto y medio de la lucha de clases, la inercia de la propia fuerza del Estado (en tanto que aparato y máquina), lo neutraliza real o virtualmente. Y, siendo así, el poder del Estado podría ser detentado, como todo instrumento neutro e indiferente a su detentador, ya sea por una clase ya sea por la otra, ya sea por una alianza de clases que se repartieran el poder. Pero creer esto es olvidar que la dependencia del poder de Estado respecto a la lucha de clases da paso a una sola alternativa: sólo una clase puede detentar el poder de Estado, o la burguesía o el proletariado. La naturaleza de clase (de la detentación) del poder de Estado es una proposición esencial de la teoría marxista. Esta idea no excluye en absoluto la necesidad de una alianza de clases para la conquista del poder de Estado, ni la posibilidad de la participación en igualdad de «derecho» con la clase obrera de varias clases sociales para el ejercicio del poder de Estado des-i pues de la revolución. Sólo indica, pero sin apelación, que las relaciones de fuerza en la lucha de clases hacen que, sea cual sea la alianza o la participación, el poder de Estado se inclina hacia una clase y una sola: la clase efectivamente dominante.
Lo mismo sucede con el llamado aparato de Estado. También en este caso podría pensarse que, aun siendo producto y medio de la lucha de clases, la inercia de la propia fuerza del aparato de Estado lo neutraliza de un modo real o virtual, y que bastaría con que la nueva clase dominante diera sus órdenes al antiguo aparato para ser obedecida y afirmar así su dominio de clase. Pero eso es olvidar que el aparato de Estado es como un.perro, que sólo obedece a su amo, es olvidar (dejemos el perro) la dependencia del aparato de Estado respecto a las formas de la lucha de clases. Porque ninguna clase escoge las formas de su lucha de clases y de su dominio de clase. Las formas de su lucha de clases, o sea las formas jurídico-político-ideológicas de su dominio de clase, y por consiguiente de su aparato de Estado le vienen dadas por las formas de su explotación económica y de la opresión política y económica que dependen de ella.
Por tanto, cuando se ha convertido en dominante, conquistando el poder de Estado, la nueva clase se ve obligada, lo quiera o no, a transformar el aparato de Estado —que ha heredado— para adaptarlo a sus propias formas de explotación y de opresión. Esta transformación puede ser más o menos profunda, más o menos rápida, pero es inevitable. Tomemos este ejemplo: la burguesía no podía imponerse como clase dominante sin transformar profunda y duraderamente el aparato de Estado heredado del feudalismo. Y si se necesita tiempo para esta transformación, hay que tomar este tiempo en su sentido riguroso: es el tiempo que necesita la nueva clase dominante para transformar —mediante una lucha de clases adaptada a su explotación— el aparato de clase de la antigua clase dominante. Y como esta lucha de clase es sólo una parte del conjunto de la lucha de clases, y como este conjunto dura y cambia, no hay que asombrarse de que la configuración del aparato de Estado cambie: el aparato de Estado imperialista de 1976 en Francia ya no es —cualquiera puede verlo— el aparato de Estado capitalista de 1880.
Ahora hemos entrado de lleno en los problemas Políticos concretos ligados a la dictadura del proletariado: toma del poder de Estado, destrucción del aparato de Estado, formas políticas de la dictadura del proletariado, extinción del Estado…
Intentemos, pues, penetrar en estas cuestiones tan actuales y controvertidas, desde el punto de vista al que nos lleva Marx, es decir desde el punto de vista de la fusión del movimiento obrero y de la teoría marxista, desde el punto de vista de la dictadura del proletariado, o más sencillamente, desde el punto de vista de la teoría marxista, cuando ilumina el concepto de dictadura del proletariado, y cuando el concepto de dictadura del proletariado ilumina la teoría marxista.
En primer lugar está la cuestión de la toma del poder de Estado por el proletariado. Es innegable que, en la tradición histórica y política heredada por los militantes comunistas, el concepto de dictadura del proletariado se identifica hoy, en un 100 %, con la toma violenta del poder de Estado. Es un hecho sobre el que habría que hacer todo un estudio histórico y político para saber la razón. No puedo examinar ahora las causas de esta identificación. Pero lo que sí está claro, desde el punto de vista teórico, es que esta identificación no corresponde a ninguna necesidad teórica, ni tampoco a ninguna necesidad histórica general, a menos que se caiga en un fatalismo histórico incapaz de elevarse por encima de la brutalidad del «hecho consumado».
En realidad, tomado en sí mismo, es decir en el contexto de la teoría marxista, el concepto de dictadura del proletariado no permite determinar ninguna forma concreta de la toma del poder de Estado Ello no quiere decir que le sea indiferente, pero siginifica que no se puede deducir del concepto de dictadura del proletariado las formas concretas históricas de la toma del poder de Estado, en un país determinado, en un momento determinado. Debo recordar que el concepto de dictadura del proletariado designa «el poder absoluto por encima de las leyes; el poder de clase, en la lucha de clases, de la clase obrera llegada al poder. En estas condiciones, este concepto no determina en absoluto, a priori, la forma política (violenta o pacífica, legal o no, y por tanto violenta-legal, violenta-ilegal, pacífica-legal, pacífica-ilegal) de la toma del poder de Estado. Marx y Lenin eran muy conscientes de ello, puesto que, aun cuando reconocían que el «paso pacífico» (por tanto democrático-burgués) de la clase obrera al poder era «excepcional» y, a pesar de que, en su tiempo, la situación histórica imponía prácticamente el paso insurreccional, a pesar de ello, admitían tal «posibilidad». Y no se puede objetar que las razones que tenían en favor de esta posibilidad (la debilidad del aparato de Estado en Inglaterra o USA) han desaparecido con las circunstancias; lo que unas circunstancias han deshecho, otras pueden rehacerlo. Y como en definitiva se trataba de una posibilidad que en el pensamiento de Marx y Lenin sólo se apoyaba en la estimación de una relación de fuerzas, ¿por qué otras circunstancias no podrían llevar a la misma conclusión? Evidentemente lo esencial es no equivocarse en la estimación de la relación de fuerzas.
Por consiguiente se puede concluir con toda certeza y afirmar claramente que el concepto de dictadura del proletariado no tiene ninguna competencífico teórica para decidir entre el paso violento o pacífico al «socialismo». Lo único que puede decidir esta elección histórica, son las relaciones de fuerza que existen en la actual lucha de clases.
La cuestión de la destrucción del aparato de Estado, correlativa a la construcción de un nuevo aparato de Estado es aparentemente más difícil. Ya que, ¿por qué el proletariado, convertido en clase dominante por la toma del poder de Estado, no va a imitar a las otras clases dominantes? ¿Por qué no contentarse con transformar mediante la lucha de clases el aparato de Estado heredado, y disponerse también a pasar por diferentes configuraciones del aparato de Estado? Además, es lo que parece decir Lenin cuando afirma la posibilidad de «distintas formas políticas» bajo la dictadura del proletariado. ¿Por qué es absolutamente necesario, según palabras de Marx y Lenin —el cual también en cierta manera violenta el lenguaje— «romper» o «destruir» el aparato de Estado burgués?
Los buenos observadores, que saben desde Engels y la ametralladora que el tiempo de las barricadas se ha acabado ya, nos recuerdan que el actual aparato de Estado burgués tiene «tropas de hombres armados», de una potencia tan enorme frente a toda insurrección popular que representa un peligro mortal para cualquier tentativa de las masas revolucionarias (recuérdese Chile). Pero estos profetas, que siempre hablan de las armas de los demás, son profetas que desarman. Porque, por poco que se sepa lo que son las relaciones de clase que en última instancia son las determinantes, ¿qué impide equipa la potencia de las fuerzas de clases a la de las fuerzas armadas? ¿Y qué impide contestar: precisamente, si es una cuestión de relación de fuerza, y si, en tal circunstancia, en tal país, en tal época, la relación de las fuerzas de clases es favorable, si la alianza de clases popular es muy potente, y si, al mismo tiempo (y por las mismas razones) el aparato de Estado está profundamente quebrantado y dividido, e incluso por lo menos algunas de sus ramas, en parte, clara o confusamente han sido ganadas para la causa popular, entonces, ¿por qué no?
Se dirá que si hablo así de las fuerzas armadas, equiparándolas a las fuerzas de clase, parece que hable de insurrección y de guerra civil, y por tanto de toma del poder de Estado y no de la destrucción del aparato de Estado. Pero que nadie se engañe. Es una y la misma cuestión, porque a última hora siempre nos topamos con las mismas armas, tanto si se quiere tomar el poder de Estado como destruir el aparato de Estado. A esta misma pregunta, contesto con el mismo interrogante: si todas las condiciones de fuerza que se requieren se cumplen, ¿por qué no?
Con todo, Marx y Lenin insisten claramente: «romper», «destruir» el aparato de Estado. Y hemos aprendido a tomar en serio su insistencia. ¿Querían decir, como los anarquistas, que había que hacer tabla rasa con el Estado? No, puesto que se trata de reemplazar un Estado por otro Estado, un Estado singular, un «Estado que sea un no-Estado», o también una «Comuna», o incluso un semi-Estado. Ese nuevo Estado es precisamente el Estado de la dictadura del proletariado. Evidentemente, para que este Estado singular sea el Estado de la dictadura del proletariado, hay que hacer algo más que transformar el antiguo Estado burgués, hay que «romper» y «destruir» algo en el Estado burgués: precisamente aquello que lo hace ser el Estado de la dictadura de la burguesía. ¿Pero qué? Sólo se puede contestar a esta pregunta sobre la destrucción del aparato de Estado burgués, haciendo una segunda pregunta sobre a la extinción del Estado. Lo cual quiere decir, concretamente, que la cuestión de la destrucción del aparato de Estado burgués sólo se comprende a partir de la extinción del Estado, es decir en la posición del comunismo. Esta condición es absoluta.
Una vez se convierte en dominante mediante la toma del poder de Estado, la clase obrera no está en la misma condición que las antiguas clases dominantes. Todas las antiguas clases dominantes eran clases explotadoras: habían hecho su nido (pensad en la burguesía) en la antigua sociedad, puesto las bases materiales y sociales de un nuevo modo de producción, introducido en el aparato de Estado. No tenían en absoluto la intención de «destruirlo» todo, sino, simplemente, de reemplazar una forma de explotación por otra. ¿Eso era peligroso? Se podía llegar a un arreglo. Toma y daca: el aparato de Estado de la antigua clase dominante podía ponerse de nuevo en funcionamiento, bastaba con hacer transformaciones a la medida, con adaptarlo a la nueva forma de explotación. El antiguo Estado no pedía otra cosa: ponerse de nuevo en funcionamiento.
La clase obrera es otro tipo de clase, y de muy distinto temple. Es la primera clase que llega al poder sin imponer un modo de explotación ya afincado en la antigua sociedad, y sin la complicidad objetiva que siempre existe entre las clases explotadoras. La clase obrera no oculta sus objetivos: el fin de la explotación, la sociedad sin clases, el comunismo. Y hace más de 130 años que lo proclama, que ha forjado organizaciones de lucha de clases, que ha dado la prueba de su resolución a través de sus sacrificios. Lucha abiertamente por el comunismo. Atemoriza más que la antigua burguesía; con la clase obrera se acabó el toma y daca. Llama a la unión popular pero hay que decir sí a la unión popular y que el sí sea un sí. ¿Es posible que por una iluminación milagrosa el aparato de Estado burgués solicite estar de nuevo en servicio? A la clase obrera le gustaría verlo.
Porque, cuando se piensa en la función policial, militar, económica, política e ideológica del Estado, cuando se piensa no sólo en el Estado visible (las instituciones políticas, la policía, el ejército, los tribunales, etc.), sino también en el Estado invisible, en todos los lazos infinitamente sutiles pero firmes de la ideología burguesa que brotan de los aparatos ideológicos de Estado; cuando se piensa que es necesario no sólo dominar este aparato de Estado, sino también transformarlo para ir hacia el comunismo, en ese momento la palabra «transformar» parece débil y la palabra «romper» empieza a sonar. Diré simplemente esto: entre el mundo de la burguesía y el mundo del comunismo, hay, en alguna parte, una ruptura; entre la ideología burguesa, que domina, estructura e inspira a todo el aparato de Estado y a sus diversos aparatos (represivos e ideológicos: el sistema político, sindical, escolar, la información, la «cultura», la familia, etc.), sus dispositivos, su división del trabajo, su modo de actuar, etc., y la ideología del comunismo, hay, en alguna parte, una ruptura. «Romper» el aparato de Estado burgués es hallar, cada vez, para cada aparato, o incluso cada rama desdicho aparato, la forma justa de dicha ruptura y llevarla a cabo precisamente en el propio aparato burgués.
Como todo el mundo, tengo alguna idea sobre el sentido de esta «destrucción», pero como son ideas individuales, me las callo. No se trata de derribar las instituciones de la noche a la mañana, ni apear a las personas. La destrucción del aparato de Estado burgués es una tarea política que, como toda tarea política, exige un análisis, una estrategia y una táctica y que, por encima de todo, exige que se reconozca el eslabón decisivo y el momento oportuna para cada acción, de un modo expreso. Por ejemplo Lenin decía que, después de la toma del poder de Estado, era necesario romper esa pieza esencial de aparato de Estado burgués que es la democracia par lamentaría. ¿Cómo concebía esta «destrucción»? Quería que la democracia parlamentaria fuese «activa y viva» suprimiendo de un modo particular la división de trabajo entre legislativo y ejecutivo, volviendo los elegidos en revocables en todo momento por el pueblo. ¿Destrucción? Era en realidad una transformación en profundidad, para convertir este aparato político en apto para servir al comunismo.
Queda una pregunta pendiente: ¿Cuáles puede ser las formas políticas en las cuales se realiza la dictadura del proletariado?
Creo haber mostrado que no se podía deducir de la dictadura de una clase (burguesía, proletariado las formas políticas en las que también se realiza dicha dictadura. Digo también para que se comprenda bien que la dictadura de clase se realiza a escala de toda la sociedad, o sea no sólo por las formas de su poder político sino también por las formas de su explotación económica y por las formas de su dominio ideológico.
Es decisivo mencionar estas tres formas: económica, política e ideológica, para no dejarse obnubilar por lo que sucede en el nivel llamado político.
Dicho esto hay que descartar un malentendido fundamental, que desgraciadamente pesa todavía sobre la «cuestión» de la dictadura del proletariado y que asimila la dictadura del proletariado a la distintas formas posibles de la dictadura política y sea producto de un hombre (Stalin) o de un partido (el partido comunista). La dictadura del proletariado, que se limita a señalar el hecho del dominio de una clase en la lucha de clases, no impone en absoluto a priori que la forma política de su realización sea la de la dictadura, definida políticamente como poder tiránico, sea de un hombre o de un partido.
Que Lenin pudiera, en determinado momento de la historia de la revolución soviética, constatar que la dictadura del proletariado se ejercía, de hecho, bajo la forma de la dictadura política del partido bolchevique confundido con el nuevo aparato de Estado, muy mal «roto» y altamente «burocratizado», y denunciase esta desviación en términos patéticos, prueba a la vez el riesgo histórico siempre posible de una confusión o de una digresión —que Stalin consagraría sin temblor de voz o de conciencia—, pero también la incompatibilidad y la heterogeneidad de principio de los términos: dictadura del proletariado y forma política de la dictadura.
Confusión histórica, incompatibilidad o heterogeneidad teórica y política de los términos, no debemos ocultarlo: estamos en una encrucijada de caminos. Lo que debemos comprender, no es el que haya caminos (tenemos para ello cartógrafos de sobra), sino que éstos se cruzan, es decir, que divergen. Debemos comprender que, en la cuestión de las formas Políticas de la dictadura del proletariado hay caminos que se cruzan, no por casualidad sino necesariamente. Es esta necesidad la que hay que explicarse, ahora o nunca.
Para ver a dónde conducen los caminos, sobre todo cuando se cruzan, hay que ver lejos en el futuro: es necesario tener una estrategia, la estrategia del comunismo. Hay que ver lejos en el futuro de la lucha de clases, sin lo cual, decía Marx, la mejor organización de la lucha de clases proletaria cae en el oportunismo: basta con sacrificar los intereses del
futuro del proletariado a sus intereses inmediatos.
Porque, en definitiva, no se ha tomado en serio, realmente en serio lo que Marx decía del socialismo: período de transición entre el modo de producción capitalista y el modo de producción comunista. No se ha tomado seriamente esa simple realidad: no existe un modo de producción socialista, sino una transición, la forma inferior del comunismo que se designa como socialismo (Marx). Y en consecuencia tampoco ha sido tomada en serio esa otra realidad: al igual que no existe un modo de producción socialista, no existen (es lógico) relaciones de producción socialistas. Y tampoco se ha tomado en serio la idea de Marx y Lenin: la lucha de clases prosigue durante el período de transición llamado socialista (y la prueba es que el Estado subsiste en él) bajo nuevas formas, sin relación visible con las formas familiares al modo de producción capitalista, pero con un existencia real.
¿Qué es lo que hay detrás de todas esas afirmaciones coincidentes y que la práctica en la Revolución soviética no ha desmentido nunca? Hay esa definición de Lenin del período de transición, o sea de socialismo: Período definido por la contradicción entre el capitalismo y el comunismo, por la contradicción entre «elementos» capitalistas y «elementos» comunistas. Esos términos («elementos») seguramente no son los adecuados, pero no tengo otros. ¿Es esto una idea vaga y abstracta? En absoluto.
Cuando la clase obrera, que ha conseguido el poder de Estado, toma sus primeras medidas, ¿qué es lo que hace? Expropia (legalmente o como en Portugal, por voluntad de los trabajadores: los trabajadores de banca «tomaron el poder en sus empresas», y la ley vino después. Tanto si la ley viene antes como después, la ley no es más que una forma de violencia que se hace a la realidad establecida) a los detentadores de los medios de producción y cambio. He aquí el punto absolutamente definitivo, la encrucijada. Considerada en sí misma, esta acción es contradictoria, ya que nacionalizar es destruir la clase burguesa en sus fortalezas, nacionalizar es, por tanto, trazar formalmente el futuro de la apropiación de los medios de producción, es anticipar formalmente la abolición de la «separación» entre los productores directos de los medios de producción —lo cual define el modo de producción capitalista—, es pues tomar formalmente la vía del comunismo. Pero al mismo tiempo, nacionalizar no es otra cosa que revestir al capitalismo con una nueva forma, la forma de capitalismo de Estado que obsesionaba a Lenin, y que no es otra cosa que la realización de la tendencia más profunda del capitalismo, aquella de la que no se quiere hablar, la de un «capitalismo sin capitalistas» (Marx) en donde el Estado burgués concentra y distribuye las funciones de la acumulación y la inversión y, por tanto, la reproducción de la relación capitalista. Sí, la relación capitalista, puesto que subsisten los asalariados y con ellos la explotación, y las relaciones mercantiles, es decir, el poder del dinero.
Al estudiar las primeras formas de existencia histórica del modo de producción capitalista, Marx distinguía la «sumisión formal» (en la que subsisten las antiguas formas de trabajo —el «oficio» de los artesanos— bajo la nueva relación capitalista: el asalariado) de la «sumisión real» (en donde las antiguas formas de trabajo se transforman en nuevas formas de división y de organización del trabajo —fin de los oficios, trabajo en «fragmentos», troceado, parcelado— que corresponden a las nuevas relaciones capitalistas: la concentración, la división del trabajo y su concentración capitalista). Éste es el tipo de contradicción que se pone en juego en la apropiación colectiva de los medios de producción; con la diferencia de que es la antigua relación (capitalista) la que debe someterse a la nueva forma (comunista).
Digo forma comunista, porque sólo es, en la transformación de la producción (propiedad colectiva, planificación) formal, puesto que no ataca las relaciones de producción (los asalariados), no toca la división y la organización del trabajo. Pero al mismo tiempo digo forma comunista porque de todos modos es ya una puesta en marcha, una sumisión que tiende hacia su futuro, que espera de este futuro que le dé la realidad y la existencia. Y es cierto que en esta indecisión se juega todo, en esta encrucijada de caminos: o bien la antigua relación capitalista podrá más que la nueva forma comunista, o bien la nueva forma comunista se convertirá en real y se impondrá como la nueva relación. Lo que decide, en esta alternativa, es la relación de fuerzas en la lucha de clases. Pero ¿cómo lo diría? al principio, y durante largo tiempo, la lucha de clases, que sigue anclada a la producción, que es su plaza fuerte, se desplaza hacia otros lugares y se expresa con otras formas que no conciernen únicamente a la producción sino también a la superestructura. La lucha de clases se juega en el nuevo Estado que detenta la nueva propiedad de los medios de producción y de cambio, y alrededor de ese Estado y alrededor del nuevo carácter de clase de este Estado y de su aparato, en el partido y alrededor del partido de la clase obrera, que es quien ha organizado la lucha de clases de las masas, en las masas y alrededor de las propias masas, de su capacidad y de su voluntad revolucionarias. En este momento se pone en marcha una enorme y larga prueba de fuerza, que se llama la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado, a la vez en la producción, la política y la ideología.
Si en este momento alguien se pregunta cuáles son las formas políticas que le son propias a la dictadura de clases del proletariado, se verá que derivan naturalmente de su propio carácter y de las condiciones concretas de esta lucha de clases. Para que la asunción formal del comunismo llegue al comunismo real, para que la apropiación formal de los medios de producción sea real, para que la indecisión de las relaciones de producción se incline, no hacia el lado del capitalismo, sino hacia el lado del comunismo, tienen que entrar en juego, multiplicadas por diez, con el máximo de lucidez y consciencia, todas las fuerzas de las masas populares en la lucha de clases. Lo que aparecía, en el momento de hablar sólo de la «destrucción» del aparato de Estado como la invención de nuevas formas propias para desposeer al Estado de sus funciones transformadas, es cien veces más cierto cuando se trata de la lucha de clases en toda su amplitud. Sin «la más amplia democracia de masas», la lucha de clases proletaria, o sea la dictadura del proletariado, es imposible e impensable.
Así pues, democracia. Y Lenin incluso añade «democracia hasta el final». Pero estas palabras, tomadas también del lenguaje de la política existente, es decir, burguesa, no engañan sobre su sentido. Es una democracia distinta a la democracia burguesa, Parlamentaria, con sus escrutinios trucados, la demagogia de sus dispositivos (todo para la clientela electoral), su estabilidad artificial (elegidos para tantos años), su división del trabajo interna y externa (el cuerpo legislativo separado del ejecutivo y del judicial), etc.
Y cuando Lenin dice «democracia hasta el final», hay que seguirlo por la orilla del río, para darse cuenta de que la democracia de masas empieza en la otra orilla. La «democracia de masas» incorpora,) transformándolas, las formas de la democracia parlamentaria, que rompe, sin lugar a dudas, el entredicho de su división del trabajo. Pero «rompe» también el entredicho de las dos otras grandes divisiones del «trabajo», ante las que la democracia parlamentaria burguesa es ciega: la que se realiza en la producción y la que se realiza en la ideología. ¿Cómo no ver la hipocresía de esa democracia burguesa que no quiere saber nada de lo que sucede en el lugar de trabajo, en la explotación, no quiere saber nada de las condiciones reales (que cambian constante; mente), no quiere saber nada de las condiciones de alojamiento de los trabajadores, no quiere saber nada de sus condiciones de «transporte» individual o colectivo? ¿Cómo no denunciar la hipocresía de esa democracia burguesa que confina, es decir, asfixia, la política en la acción de los electores y en las deliberaciones de los diputados y que ignora soberbiamente lo que sucede en el terreno de la acción del aparato de Estado y de los otros aparatos ideológicos de Estado? La democracia de masas, según Lenin, es la intervención de las masas no sólo en la política en el sentido burgués mediante el sistema parlamentario, sino también en el aparato de Estado, en la producción y en la ideología. ¿Hay que hallar las formas apropiadas? Sí, pero después de todo, no es tan difícil; pero para encontrarlas hay que buscarlas e inventarlas, aunque para ello primero se necesita saberlo y desearlo. Y es cierto que no se puede desear si no se reconoce que estas intervenciones son vitales para la lucha de clases de las masas, si no se sabe que el derecho, las leyes y las normas son los medios y las apuestas de la lucha de clases, si no se sabe que la política, concebida en el sentido estrecho que le ha dado la burguesía, sólo es una pequeña parcela en el inmenso campo de la lucha de clases.
El saber esto proviene de una experiencia: ésta se consigue por la práctica de las masas y se concentra en la experiencia de la lucha de clases.
Se transmite por la memoria de las masas que son sus organizaciones de lucha de clases. Si el partido comunista no se confunde con el Estado, si está atento a la voluntad de las masas, el partido comunista «un paso adelante, pero sólo uno», y sobre todo nada de tres pasos hacia atrás, puede jugar un Papel decisivo. Y su papel es a tal punto decisivo que se puede decir justamente que la posición del Partido puede servir de arbitro, en la encrucijada de caminos de la dictadura del proletariado, para a buena orientación de la tendencia histórica. Dime como funciona tu partido, y te diré cuáles son las formas de tu dictadura del proletariado; dime cuáles son esas formas y te diré si tu Estado se desintegra o se refuerza; dime cuál es tu Estado y te diré de qué clase, proletariado o burguesía, es tu dictadura.
Es una forma de hablar. Porque se puede hacer el mismo juicio tomando las cosas desde cualquier otro ángulo. Dime cuál es tu organización del trabajo… Dime cuál es tu planificación… dime cuáles son tus sindicatos… dime cuál es tu «revolución cultural», etcétera. En todos los casos las preguntas conducen a la misma encrucijada: ¿A qué dictadura nos liemos comprometido? ¿Hacia qué dictadura no hemos puesto en marcha? Y esto, tanto si se quiere como si no.
Que aquellos que puedan, relean a Lenin: hallarán en cada página casi todas estas cuestiones, es decir la misma cuestión repetida cada vez: ¿Dónde estamos? ¿A dónde vamos? La misma pregunta lancinante y dramática: porque para tener una respuesta hay que hacer las preguntas al unísono, y como cada una de ellas lleva a la otra, hay que considerarlo todo a la vez. Pero lo que mantiene todo el conjunto de cuestiones en el espíritu de Lenin, en los peores horrores de la guerra y de la guerra civil en las catástrofes del hambre, y la dura prueba de bloqueo mundial, es la aguda visión de una lucha sin clemencia, que va a inclinarse hacia una dictadura si no se mantiene por la consciencia, el esfuerzo, el heroísmo y la sangre de la otra dictadura, la de una clase obrera que sabe que es un combate a muerte: «La dictadura es una gran palabra, ruda. sangrienta, una palabra que expresa la lucha sin clemencia, la lucha a muerte de dos clases, dos mundos, dos épocas de la historia universal. Una palabra así, no se lanza al vacío.»
Por eso he recordado todos esos puntos teóricos. No hay que dejarse intimidar por aquellos que hoy invocan contra la teoría, que les embaraza, una práctica que les es fácil. La historia ha demostrado suficientemente que la teoría marxista, cuando no se recita como una plegaria o se invoca como una autoridad, habla directamente de lo real y de un modo emocionante.
Por ejemplo, si se destruye o transforma el aparato de Estado burgués, y nos fabrican inmediatamente un nuevo aparato de Estado que no sirva, mediante la intervención de las masas, para su propia extinción, tendremos un nuevo aparato de Estado burgués. La extinción debe empezar desde el momento de la destrucción o transformación. Y esto no son palabras vacías. El proceso comienza cuando organizaciones surgidas de las masas se hacen cargo de ciertas funciones del nuevo Estado: desde el momento de su instalación o incluso antes. ¿Es una paradoja? No lo creo. Porque no hay un tiempo único en la lucha de clases, sino que hay tiempos que se entrecruzan, uno avanzando, el otro a la es-Pera. Hay cosas que pueden empezar antes de la revolución y que después serán efecto de la revolución. ¿Dónde? ¿Cuándo? Basta con abrir los ojos. ¿Qué son las organizaciones comunistas de lucha de clases sino ya comunismo? ¿Y qué son estas iniciativas populares que se ven nacer aquí y allá, en España, en Italia o en otros lugares, en las fábricas, en los barrios, en las escuelas, en los asilos, sino ya comunismo?
Por todo esto, en unas últimas palabras, yo defiendo la dictadura del proletariado. Porque, reinstaurado, nos abre la estrategia del comunismo. Nos recuerda, y hoy es un punto doloroso y crucial, que el socialismo no es un modo de producción, en el que las «relaciones de producción socialistas» «corresponderían» a fuerzas productivas definidas; no existe un modo de producción socialista, no hay relaciones de producción socialistas. El socialismo no es esa sociedad estable, dotada de un potente Estado monopolista que sabe guardarse de las crisis y distribuir la seguridad del empleo y de los servicios sociales, sino un «período de transición» contradictorio, en donde, si todo marcha, los elementos comunistas ganan cada día más terreno a los elementos capitalistas, en donde la lucha de clases y las clases siguen existiendo baja nuevas formas, en donde la iniciativa de las masas se hace cargo cada vez de más funciones del Estado, con la perspectiva, no de un «socialismo desarrollado» sino, sencillamente, del comunismo.
Y puesto que estoy hablando de comunismo, el concepto de dictadura del proletariado nos recuerda también, y por encima de todo, que el comunismo no es una palabra, ni un sueño para no se sabe qué futuro incierto. El comunismo es una tendencia objetiva ya inscrita en nuestra sociedad. La colectivización acrecentada de la producción capitalista las formas de organización y de lucha del movimiento obrero, las iniciativas de las masas populares, y por qué no, ciertas audacias de artistas, de escritores, de investigadores, son desde hoy esbozos y síntomas del comunismo.
Hay que creer que Lenin decía algo por el estilo cuando, con sus palabras, que son también nuestras, afirmaba: la dictadura del proletariado es la democracia de las más amplias masas, ¡una libertad que los hombres jamás han conocido!

Texto de la conferencia pronunciada por Louis Althusser en el Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Catalunya el día 6 de julio de 1976.

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