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Giorgio Agamben / El Imperio europeo

Traducción para Artillería inmanente de un texto de Giorgio Agamben difundido originalmente el 6 de febrero de 2023 en su columna «Una voce», que publica regularmente en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet.

 

Milosz comentó una vez que la condición de los escritores de la «otra Europa» (como él llamaba a la Mitteleuropa) era «apenas imaginable» para los ciudadanos de los estados de la Europa occidental. Parte de esta heterogeneidad se debía a la ausencia de estados nacionales y a la presencia en su lugar, durante siglos y hasta el final de la Primera Guerra Mundial, del Imperio habsbúrgico. Para quienes hemos nacido en un estado nacional y no distinguimos entre ser italiano y ser ciudadano italiano, no es fácil imaginar una situación en la que ser italiano, húngaro, checo o ruteno no significara una identidad estatal. La relación con el lugar y la lengua de los ciudadanos para los ciudadanos del imperio era sin duda diferente y más intensa, libre como estaba de toda implicación jurídica y connotación nacional. La existencia de una realidad como el imperio habsbúrgico sólo era posible sobre esta base.
Conviene no olvidarlo cuando vemos hoy que Europa, que se constituyó como un pacto entre estados nacionales, no sólo no tiene ni ha tenido nunca realidad alguna fuera de la moneda y la economía, sino que hoy está reducida a un fantasma, de facto totalmente supeditado a los intereses militares de una potencia que le es ajena. Hace algún tiempo, retomando una sugerencia de Alexandre Kojève, propusimos la constitución de un «imperio latino», que uniera económica y políticamente a las tres grandes naciones latinas (junto con Francia, España e Italia) de acuerdo con la Iglesia católica y abierta a los países del Mediterráneo. Independientemente de si tal propuesta sigue siendo pertinente en la actualidad, hoy quisiéramos llamar la atención de los interesados sobre el hecho de que si algo como Europa ha de adquirir una realidad política autónoma, ello sólo será posible mediante la creación de un Imperio europeo similar al austrohúngaro o al Imperium que Dante en De monarchia concebía como el principio unitario que debía ordenar los reinos particulares hacia la paz como «último fin». Es posible, por tanto, que en la situación extrema en la que nos encontramos, los propios modelos políticos que se consideran completamente obsoletos puedan volver a encontrar una actualidad inesperada. Pero para ello sería necesario que los ciudadanos de los estados nacionales europeos redescubrieran un vínculo con sus propios lugares y sus propias tradiciones culturales lo suficientemente fuerte como para poder deponer sin reservas las ciudadanías estatales y sustituirlas por una única ciudadanía europea, encarnada no en un parlamento y unas comisiones, sino en un poder simbólico algo parecido al del Sacro Imperio Romano. La cuestión de si tal Imperio europeo es o no posible no nos interesa, ni corresponde a nuestros ideales: sin embargo, adquiere un significado especial si se toma conciencia de que la actual comunidad europea carece hoy de consistencia política real y se ha convertido, como todos los estados que la componen, en un organismo enfermo que corre más o menos conscientemente hacia su propia autodestrucción.

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