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Félix Guattari en entrevista: «En la actualidad, la deficiencia fundamental es la de las prácticas» (1992)

La siguiente entrevista fue realizada por Guy Benloubu y publicada originalmente como «L’imagination au pouvoir», en Lien social, núm. 181, 17 de septiembre de 1992. También fue publicada con el mismo título en Qu’est-ce que l’ecosophie?, París, Lignes/IMEC, 2013, pp. 343-351. Se trata probablemente de la última entrevista que Guattari dio antes de su muerte.

 

¿Cómo puede explicar el hecho de que nuestra sociedad moderna esté generando una población cada vez más numerosa de personas excluidas?

 

Me parece que hoy en día hay una descomposición de las estratificaciones tradicionales. El fenómeno de la exclusión crea una miseria increíble, equivalente a las situaciones más lamentables del Tercer Mundo, pero que coexiste con el lujo, o junto a él. Es como si el sistema de la economía capitalista liberal sólo pudiera sobrevivir creando una dinámica artificial entre mundos ricos y empobrecidos. Para seguir el ritmo urbano y garantizar un nivel de vida satisfactorio, el individuo debe «trabajar en exceso» y sacrificar gran parte de sus relaciones sociales (los ejemplos de Japón y Nueva York son especialmente reveladores). Si no es capaz de asumir y encajar en este código social, se empobrece rápidamente.
A menudo hemos vivido con la idea de que el progreso tecnológico y las conquistas sociales borrarían las diferencias (la ilusión del New Deal, el kennedysmo, el mendèsismo, etc.). En realidad, ya sea a escala planetaria o de una ciudad, observamos que no se reducen las relaciones de exclusión, sino que, por el contrario, se exacerban las diferencias sociales. Esto forma parte del propio funcionamiento de los sistemas de valorización. De hecho, los individuos sólo pueden ser puestos a trabajar, y animados a posicionarse en el campo social, a través de esta tensión entre un mundo oligárquico (basado en los valores del consumo), y este mundo de empobrecimiento absoluto de los homeless, ahora retransmitido por el sida. Anteriormente, y en un determinado momento de inflexión en el cristianismo, existía esta polaridad entre el diablo y el buen dios. Hoy en día, tenemos este relevo entre los ricos y los pobres.

 

¿Cree que esta desafiliación social de una franja de la población es un eje y una dinámica para las sociedades actuales?

 

Así es. Estas personas excluidas sirven de sistema de polaridad. Tendemos a considerar a esta población pobre como residual, como un margen. Pero se trata de una parte intrínseca del sistema de valorización dominante. Es la función del miedo, la angustia, el vértigo existencial, la descomposición que engendra nuestro sistema.

 

¿Cómo explica el mantenimiento de este miedo a la descomposición social?

 

En primer lugar, porque evitamos hablar demasiado de ello. Esto forma parte de la subjetividad colectiva o «capitalística» (capitalización subjetiva en el sistema) que es fundamentalmente infantilizante. Su objetivo es excluir todo lo que es singularidad, muerte, dolor, sufrimiento, «fuera de la norma». Es vergonzoso: sólo se presentan imágenes o historias redundantes y tranquilizadoras. Los acontecimientos perturbadores se presentan a su vez con sistemas de «tranquilización». Lo que el mundo de los medios de comunicación desarrolla es un universo en el que las cosas se dan por sentadas. Se trata de un comportamiento global de evitación que es la condición para que la gente vaya al «metro, trabaje, duerma…». Se transforman en sonámbulos que siguen sus planes de carrera para algunos, y su marcha hacia la jubilación para otros.

 

Frente a esta alienación, las ideologías prometedoras, como puede ser el marxismo, también parecen formar parte de esta descomposición…

 

Marx hizo una contribución considerable al complejizar los esquemas sociales, introduciendo la noción de conflicto social en el corazón de las relaciones de producción. Me parece que hoy se tiende a esquematizar, a cosificar el pensamiento marxista en lugar de seguirlo en su movimiento. Hay que recordar que no hay un solo marxismo, sino un phylum marxista, un pensamiento marxista que se enriquece, se diferencia, y que posteriormente se congela, se dogmatiza. Además, este movimiento de complejización no ha sido comprendido por los teóricos, en particular sobre el hecho de que las contradicciones no son sólo contradicciones de clase (que tienen una posición relativa con otros sistemas antagónicos: Norte/Sur, hombres/mujeres, entre las temporalidades en la máquina capitalística).
Es necesario avanzar hacia un pensamiento del objeto complejo, del objeto ecosófico que tenga en cuenta los flujos económicos de explotación, de expropiación de los medios de producción, pero también los territorios existenciales, la forma en que las personas van a volcarse en una identidad personal, étnica, religiosa, todos estos fenómenos que han escapado al pensamiento marxista y que estallan hoy con el auge del racismo, el integrismo y la xenofobia. Otra dimensión se basa en los sistemas marxistas de valorizaciones que no tienen suficientemente en cuenta los imaginarios libertarios de valorizaciones, y los sistemas utópicos. La utopía en la historia del movimiento obrero ha sido cada vez más restringida. Actualmente, la complejidad de la existencia humana en el contexto de las nuevas tecnologías y de las nuevas relaciones internacionales no encuentra una vía de expresión en los sistemas ideológicos dominantes.

 

En las grandes huelgas obreras de la década de 1930, y en la revuelta de 1968, encontramos precisamente este paradigma de la utopía, del futuro del hombre, de lo existencial. Hoy en día, las protestas sociales parecen centrarse simplemente en los salarios. ¿Cómo analiza esta pérdida de valores?

 

En efecto, es la constatación de un colapso de los universos de valores. Es como si sólo existiera una referencia, a saber, el universo de la comunicación y el intercambio generalizado, encarnado muy bien en el mito del mercado. La Verdad tiene lugar en el mercado global. En el imaginario de las grandes huelgas de 1936, había también dimensiones corporativistas, pero asociadas a toda una simbología de liberación de otro mundo nuevo, libre, etc., y por tanto universos de valores que convivían. En la actualidad, es cierto, estos universos tienen menos consistencia y menos posibilidades de encontrar su estatus. Además, los socialistas actuales son los gestores de la subjetividad capitalística. Dicho esto, sigue habiendo transferencias subjetivas muy significativas que escapan a la normalidad. Está la del Frente Nacional, del fascismo, que representa universos de valores de una motivación subjetiva en el conservadurismo neofascista que son muy prevalentes, y, en el otro polo, los valores ecológicos que buscan de manera confusa y aproximada otra forma de relacionarse con el mundo, con el medio ambiente, con el trabajo.

 

¿Cómo se puede denunciar el engaño de los universos de valores que representa el Frente Nacional?

 

Es precisamente este carácter engañoso y absurdo el que les da energía. Se trata de una paradoja que se encuentra en la historia de las religiones: a) Cristo murió, eso es absurdo; b) Resucitó, eso es aún más absurdo. Pero es precisamente porque «es aún más absurdo» que se convierte en verdad. Hay una forma de goce en la mala fe, una complicidad en la desintegración de los patrones mentales racionales. No es dando explicaciones pedagógicas como vamos a luchar contra este fenómeno, sino buscando ir al corazón de esta descomposición subjetiva que representa, y también encontrando otras posibilidades de promociones de universos de valores.

 

¿Pueden organizarse estos posibles universos de valores sobre bases contraculturales, como las vividas en las décadas de 1960 y 1970 en Estados Unidos y Europa?

 

Ésa es mi convicción. Pero esta perspectiva es correlativa a lo que yo llamo la «caosmosis» de la humanidad (Yugoslavia, África, la URSS…), una especie de torbellino, de sistema catastrófico, donde los sistemas de regulación social y de relaciones internacionales son claramente deficientes. Actualmente, existe una vertiginosa desertización social. El «caos-cosmos» y la «ósmosis», esta zambullida caótica debe darnos la capacidad de recargar la complejidad con nuevos esquemas, nuevos agenciamientos pragmáticos. En ausencia de tales dispositivos de producción de subjetividades, la caosmosis seguirá girando sobre sí misma y dará lugar a sistemas en los que los fascismos hitleriano y mussoliniano nos parecerán una tierna broma en comparación con sistemas de un salvajismo absolutamente asombroso. Es la propia categoría del ser la que está en peligro. La filosofía siempre ha vivido en una especie de pasividad en relación con el ser. Hoy en día, producimos una homogénesis del ser, una categoría desprendida y desnaturalizada. Hay un estrechamiento de la alteridad, un estrechamiento de la relación con el ser.

 

¿Podemos determinarnos positivamente en relación con esta alteridad del ser, con este negativo?

 

Lo negativo se correlaciona siempre con la promoción de referencias trascendentes, de derechos (Derechos Humanos, etc.). Es cierto que la oposición maniquea entre el bien y el mal, el rico y el pobre, es algo que echa de menos un engranaje esencial: el de la afirmación existencial. Ésta debe tener derecho a expresarse en las relaciones políticas de poder, pero también debe afirmarse en el orden de la economía del deseo. En ese momento, ya no es el bien, sino las categorías inmanentes de Spinoza de la alegría, la creatividad y los sueños que se convierten en retransmisores.
En la actualidad, la deficiencia fundamental es la de las prácticas. La pregunta que nos hacemos es: ¿hay una práctica de la vida, una inventiva posible en el ámbito de la vida social inmediata, de la vida colectiva estética, etc.? El concepto de «práctica» está colapsado. Si no reinventamos las prácticas de solidaridad, las praxis de la construcción de la existencia, corremos el riesgo de entrar en una depresión catastrófica.

 

¿Habría que volver a una forma de pragmatismo como fuente de cambio?

 

Sí, por supuesto. La praxis precede al ser. De hecho, hay residuos de intentos de renovación pedagógica. En general, también hay movimientos progresistas en el campo social. Las prácticas psicoanalíticas como las terapias familiares son, además, instancias de producción de subjetividad, de invención de subjetividad, donde sólo había respuestas de segregación, marginación y evasión de problemas.
Sin embargo, esto permanece en un estado de descomposición, de desmoralización, y no encuentra una expresión social a mayor escala. Hay todavía una gran potencialidad para rechazar el sistema de valorización dominante. Todas estas prácticas microscópicas combinadas darán lugar a mutaciones de universos de valores.

 

¿Sigue siendo posible, en su opinión, asociar estos universos de valores con el triángulo mayor de las instancias lacanianas o con la dualidad sartreana?

 

La alternativa dual (del ser y la nada) o el triángulo lacaniano (Real/Simbólico/Imaginario) se oponen a lo que yo llamo la homogénesis del ser. Hay dimensiones heterogenéticas del ser. Hay universos incorporales diferenciados que son portadores de complejidad. Esta complejidad no es sólo el entrelazamiento de elementos en relación con los demás, sino que es una producción de complejidad (es decir, de focos de subjetivación). No existen, pues, las tres instancias Real/Simbólico/Imaginario, sino niveles de realidad estratificados en relación con los demás (Imaginarios, Territorios existenciales…). No hay matemáticas universales, sino modos de semiotización, codificaciones que se articulan entre sí, cartografías. En cuanto a la nada, es un horizonte de la subjetividad capitalística. Muchas sociedades no han vivido con la nada. E incluso en Sartre, la experiencia de la nada sigue siendo muy literaria.

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