La siguiente es una traducción del artículo «Signification politique de la théorie de la valeur», publicado por primera vez en lundimatin, núm. 346, el 5 de julio de 2022. En este sitio Jacques Fradin es descrito como un «economista antieconómico, matemático en guerra con la evaluación, Jacques Fradin lleva cuarenta años realizando una meticulosa genealogía del capitalismo».
Lo que tradicionalmente, y de modo concentrado, se ha llamado «teoría del valor» es el núcleo de lo que no menos tradicionalmente se ha llamado «crítica de la economía política».
Con la única condición de que no se triture inmediatamente esta supuesta «crítica de la economía política» y se la reduzca a una papilla que puede venderse bajo diferentes etiquetas: economía alternativa, contraeconomía, contraexperticia económica, etc.
Porque la crítica de la economía política es un análisis, una deconstrucción del orden capitalista; donde la sociedad capitalista no es analizada o criticada sólo en términos económicos o de contraeconomía, sino que, de forma más general, es deconstruida en términos de una sociología o antropología deconstructivas o críticas.
La sociedad capitalista —no la economía capitalista (que dejaría a la sociedad indemne o autónoma)— es un orden total, una «ingesta» global; un orden que es a la vez «espiritual» (o religioso), organizador completo de los rituales cotidianos o habitus (metro, trabajo, sueño), político —con la propaganda totalitaria de la «democracia» (lo que deberíamos llamar capitalo-parlamentarismo o despotismo racional)—, y finalmente, y quizás, económico, siendo la producción de «bienes» y servicios desmilitarizados sólo un señuelo, the wealth appeal.
La teoría del valor no es el punto de partida de una contraeconomía o de una contraexperticia económica, una contraexperticia que se expresaría en términos de contabilidad del tiempo de trabajo, o en términos de planificación del trabajo (siendo el «valor-trabajo» una noción típicamente reaccionaria).
Para decirlo más técnicamente, la teoría del valor no es una teoría (alternativa o antigua, «clásica-ricardiana») de los precios y de los intercambios o de los asientos contables (los asientos «reales» en términos de trabajo, siempre la contabilidad del trabajo).
Es una teoría de la ordenación autoritaria del mundo en términos contables: ¿por qué y cómo existen los «precios», los indicadores numéricos, la evaluación universal, las cuentas y las contabilidades (y un montón de expertos contables o agencias de calificación), la moneda y las operaciones financieras (siendo las «finanzas» sólo la última forma de comparabilidad universal: los productos derivados)?
¿Cómo se impone esta red de evaluación (en la base de la numerización o digitalización universal, la informática) o de medición contable monetaria, de «puntuaciones» (rating), hasta hacerse invisible, «espectral»? ¿Por qué se concibe comúnmente (e ideológicamente) como un «orden social natural»?
¿Cómo se reproduce regularmente este orden, aunque sea de forma muy caótica? ¿Y a la manera de las sociedades antiguas bajo dominación religiosa? La guerra es un elemento central en estas reproducciones erráticas.
La teoría del valor —siempre que se reformule en términos de una «teoría de la medida-valor monetario contable» (esto se aclarará más adelante; véase la Bibliografía 1 y 2, y el trabajo pionero de Isaak Rubin)—, esta teoría reconstruida permite desplegar una crítica del orden capitalista y plantear la deconstrucción (el análisis crítico) de este orden en términos de despotismo neofeudal; lejos de la asociación propagandística entre capitalismo y «democracia».1
El análisis crítico-político del capitalismo, capitalismo descrito en términos de un despotismo más o menos autoritario (desde el liberalismo político hasta el fascismo), es lo que desarrolla la llamada crítica de la economía política y su núcleo, la teoría del valor.
Nunca hay que plantear la cuestión de la «economía» en el sentido ordinario («¿cómo economizar el trabajo?»).
Como curiosidad histórica, hay que señalar que este análisis político de la economía,2 aunque no elaborado y todavía en términos mitológicos de «orden social natural», un «orden natural» sin embargo ya contemplado como un orden social total (y plenamente asumido como un despotismo «ilustrado»), este análisis antropo-sociológico de la economía (siendo «la economía» el nombre dado a la totalidad capitalista), se desarrolló en la segunda mitad del siglo XVIII (los fisiócratas y la justificación política del capitalismo: el liberalismo económico sin el liberalismo político o el liberalismo autoritario; que no es un invento ordoliberal); este análisis «normativo» (nomotético, político) del liberalismo autoritario (despotismo racional) fue luego reprimido, aplastado, camuflado para proporcionar la teoría económica liberal (con todas las ambigüedades posibles sobre este «liberalismo»), o incluso para generar «la teoría económica» (supuestamente apolítica), ya desde Adam Smith (el perverso alumno de los fisiócratas, el anticipador de Friedrich Hayek).
Una de las trampas en las que cayó Marx (¿pero quién no cae en una de las muchas trampas de este orden total religioso, invasivo, cancerígeno e ingestivo?) fue haber dado demasiado «crédito» a los «economistas» supuestamente «científicos» (Ricardo, según Marx, y para los neorricardianos a la manera de Piero Sraffa).
Por otra parte, es esencial no dar nunca «ningún crédito» a la economía (llamada) teórica; sobre todo cuando adopta una apariencia formalizada, si no matemática.3 Porque esta economía es ciega (por ceguera ideológica) a sus condiciones de posibilidad: el despotismo político y su capacidad político-policial (y religiosa) de reducir todo (y toda la humanidad) a líneas de cuenta, evaluaciones, cálculos, mediciones, comparaciones, y a la numerización o digitalización ilimitada (de la que la sociedad informática es sólo un efecto).
No hay economía fuera de una guerra civil permanente (más o menos fría).
Precisamente, en términos de un análisis crítico de la economía (este análisis hecho posible por la teoría del valor), la economía es la guerra. Esto explica su movimiento caótico.
Retomemos el tema.
Lo que tradicionalmente se llama teoría del valor constituye el bloque conceptual inicial de una gran teoría crítica de la sociedad. Sociedad analizada como una totalidad antagónica o una totalidad dividida, escindida. La teoría del valor es, pues, el punto de partida para el análisis general del antagonismo social, en una sociedad siempre dividida, en un estado permanente de guerra civil fría (que puede calentarse).
En un primer momento, digamos desde 1880 hasta alrededor de 1960, la primera época «feliz» del «marxismo trabajista», el complejo teoría del valor + teoría crítica de la sociedad antagonista mantuvieron una expresión (demasiado) simplificada, una expresión fácilmente comprensible para todos, una fuente de innumerables consignas políticas, pero también una fuente de rumiaciones contrainsurreccionales, y finalmente una fuente reaccionaria de una especie de «pétainismo» generalizado (por no decir fascismo: Macron y el «trabajo»): una expresión simplificada y fácil pero analíticamente incorrecta o demasiado metafísicamente formulada (por tanto, interna al orden despótico).4
Ésta es la forma (demasiado) conocida de la «teoría del valor-trabajo»; una teoría situada como punto de partida de una concepción «clasista» y clásica de la totalidad social dividida en «clases antagonistas» y, precisamente, dividida en dos clases, el Trabajo y el Capital (los elementos básicos de la función de producción: L y C).
Teoría del valor-trabajo que incluye los siguientes elementos de análisis: el «Trabajo» (L) como sustancia del valor, valor entonces incorrectamente considerado en términos sustancialistas o metafísicos (el Trabajo sería la fuente productiva: toda la producción es Trabajo, directo o indirecto, como «las máquinas», todo el Producto es producto del Trabajo); la división antagonista de la sociedad entre Trabajo (L) y Capital (C), con el gran conflicto Trabajo/Capital, y con «la clase obrera» como encarnación del Trabajo (y, por tanto, el enfoque contrarrevolucionario en «la gran fábrica» a desmembrar, para pulverizar el Trabajo como escoria a barrer).
Esta primera formulación, en términos de valor-trabajo, corresponde a la afirmación subjetiva de la clase obrera (o de los Trabajadores)5 como sujeto revolucionario capaz de disolver el antagonismo social y de conducir a una sociedad liberada sin clases y, por tanto, sin conflictos.
Pero a partir de 1920, y de las grandes derrotas obreras, en toda Europa, incluida la URSS, y más concretamente después de 1960, entre 1960 y 1970 y la gran insurrección italiana, esta primera versión simplificada de la teoría del valor (una versión dogmática demasiado comprensible por los fascistas o las operaciones psicológicas de los militares), una versión sustancialista metafísica en términos de trabajo, esta primera versión del complejo teoría del valor + teoría crítica de la sociedad, esta primera —y hay que decir que primitiva— versión fue deconstruida y luego transformada, remodelada, en términos de teoría monetaria del valor asociada a un análisis crítico de la sociedad antagonista, para la cual la noción de clase (clase entendida casi en el sentido estadístico de una división establecida u «orgánica») debía ser fragmentada y dinamizada, no algo establecido, saliendo del establishment.
Técnicamente, esta reconstrucción, después de la demolición, entre 1960 y 1970, consistió en una generalización (no metafísica) de la teoría del valor, una teoría reconstruida sobre bases lógicas y reflexivas (no metafísicas, ni siquiera hegelianas) en términos de una «teoría de la medida», una teoría de la geometrización del mundo. Entonces: pensar el antagonismo social a la manera «italiana» multiplicada, pensar el antagonismo difractado en términos de una lucha total contra la sociedad integral; no pensar más el conflicto civil sólo en términos de luchas entre sólo dos clases, el Trabajo y el Capital; pensar el antagonismo en términos de una lucha de descolonización: para descolonizarnos del Trabajo y de toda forma de vampirización de la vida.
Al haber sucedido la figura epocal del Trabajador-Soldado por la nueva figura epocal del Consumidor-Turista (tras el aplastamiento de todas las insurrecciones), la referencia ambivalente al Trabajo perdió su sentido (este Trabajo ha sido ingerido o pulverizado).
Para hacer un resumen preliminar: a través de esta reconstrucción de la teoría del valor, se trataba de pensar el valor sin el trabajo.
Pensar el valor en términos de captura «biopolítica»; o en términos de captura energética (humana y no humana).
Y pensar en la sociedad total (si no totalitaria) de tal manera que el «trabajo» sea sólo un elemento parcial, localizado y ciertamente secundario de la gran lucha «biopolítica» por la descolonización de la vida cotidiana.
Es este tema de la «vida cotidiana» o su correspondiente, la concepción de la sociedad como una totalidad espiritual (religiosa), cultural (la desaparición de toda contrasociedad, la sociedad campesina, por ejemplo), política (la dictadura de la «democracia»), subjetiva (la constitución del nuevo hombre consumidor-turista) y militar (el imperialismo estadounidense y la hegemonía de la cultura «estadounidista», ahora religiosa-reaccionaria-«sureña»), es por tanto este tema el que ha hecho necesaria la reformulación de la teoría del valor (pasando del «trabajismo» a lo «biopolítico»).
Insistamos: esta reformulación se desarrolló entre 1960 y 1970, en el momento en que se desarrollaba la insurrección «autonomista» italiana y los grandes movimientos contestatarios en torno a 1968, con el proyecto de «cambiar la vida». Irrupción de «la vida» en lugar del trabajo.
La derrota de estas insurrecciones, autonomistas o radicales preecologistas, con el tema de la deserción o la secesión, ha descartado durante un tiempo (entre veinte y treinta años) la reformulación biopolítica del marxismo trabajista.
La participación de los partidos comunistas, en Italia y en Francia, en las operaciones de represión de las insurrecciones precipitó la desaparición de estos partidos, que se suponían los partidos de la revolución; pero de la revolución obrera solamente, y del valor-trabajo (y no de la confrontación al trabajo y el valor del trabajo). La volatilización de estos partidos liberó (sobre todo de la censura «marxista») el potencial para reconstruir la teoría del valor y para repensar la sociedad total (antes pensada en términos «trabajistas», luego repensada en términos «biopolíticos») y sus antagonismos multiplicados.
Para analizar el capitalismo integral o total, que ahora es esencialmente espiritual, afectivo, cultural, cognitivo o, mejor aún, religioso, y para proseguir el camino abierto por Marx, renovando radicalmente el «marxismo», tras las huellas del Open Marxism, por ejemplo (véase Bibliografía 3), es necesario poner en el centro de los análisis críticos de este nuevo despotismo, siendo el despotismo la caracterización analítica del capitalismo total (con su dogmática metafísica), es necesario poner en el centro «la teoría del valor», para mantener piadosamente la vieja terminología. Poner siempre en el centro «la teoría del valor», pero cuidadosamente repensada (en términos de una teoría general de la captura energética; lo que le permite, entre otras cosas, integrar la «ecología política»).
Poner en el centro de los análisis del despotismo «la teoría del valor», reformulada en términos de una teoría de la medida y la medición (colonización, depredación, ingestión), con sus complementos: la abstracción real, la reducción numérica o digital, el proceso de colonización interna incesante (la acumulación originaria permanente), la subsunción real (el capitalismo cultural y su liberalismo autoritario), la ingestión religiosa-capitalista (la expectativa de las vacaciones y los viajes), el fetichismo, la creencia en el mundo invertido de los fetiches tecno-económicos, y la administración total, por utilizar los términos de la Teoría Crítica de Fráncfort (Adorno), Teoría Crítica que es el antecedente directo del Open Marxism (véase Bibliografía 3, Werner Bonefeld, nuestro «mayor amigo»).
Poner en el centro de los análisis sociopolíticos la teoría del valor completamente reformulada en términos de un análisis crítico de la captura-depredación (de «la vida»), en términos de una teoría de la medida o de una teoría política de la evaluación contable universal (la ingesta capitalista, las finanzas).
La noción, central en la antigua teoría sustantivista (metafísica hegeliana) del valor, la noción de «fuerza de trabajo», esta noción se generaliza en términos de «potencia destituyente» o de potencialidad biopolítica; el aspecto «positivo» (negrista) o incluso «positivista» (léase la antología de Open Marxism 1, Bibliografía 3.3) del Trabajo y su fuerza se deconstruye en términos «negativos» de «destitución» (de nuevo Bonefeld, Bibliografía 3.1 y 3.5).
La teoría de la medida-valor es una teoría de la dominación o del control total sobre la potencia humana en general («la vida» movilizada, no sólo el trabajo).
Potencia humana que entiende «el trabajo» sólo como una potencialidad particular, realizada en fuerza de trabajo; y, por lo tanto, ya que es una realización (de una abstracción real), cuidadosamente enmarcada, encajonada.
La teoría del valor-medida es una teoría de la constitución del «Trabajo».
Esta teoría es, pues, más «originaria» que la teoría del valor-trabajo.6
El Trabajo se define políticamente como un dominio de la potencia (de «la vida») o como una desviación-captación de las potencialidades «vivas»;7 dominio de la fuerza (de trabajo) mediante la reducción del humano a un «cuerpo trabajador» (productor o reproductor), el negotium; un dominio mediante la canalización-civilización de los impulsos desestructurantes por medio de un adiestramiento meticuloso (del animal humano).
Desde el momento en que el Trabajo manda sobre la vida, no trabajar para sobrevivir (tre horas al día para los cazadores-recolectores de Marshall Sahlins), sino vivir para trabajar (método de los campos de concentración); en que el Trabajo se confunde con la «alegría de vivir» (disfrute sado-masoquista); en que el Trabajo responde al lema «el Trabajo es la salud moral»; en que el Trabajo se convierte en fuerza a través de la alegría (síndrome de Estocolmo); en que la alegría de vivir (si es que existe en el capitalismo) se convierte en un apéndice del Trabajo, como la devoción a la empresa, el orgullo de pertenecer a una empresa (Labour Pride) o el orgullo por la tarea realizada, en ese momento el dominio se hace total.
Y la sociedad integral es, efectivamente, un orden trabajista; tal como se desarrolló en esa perversión del capitalismo («en la infancia», pero no muy inocente) que fue la URSS.
Este orden trabajista, el capitalismo total, sólo puede desarrollarse mediante una reducción, una colonización de la potencia humana, disciplinada como fuerza de trabajo.
Y, una vez más, esta reducción (jíbaro) es a la vez psicológica, afectiva, sentimental, cultural, política, militar.
Así, el consumidor, la nueva figura epocal, no es nunca el opuesto ni el enemigo del trabajador (aunque la «sociedad del ocio» empieza a desbaratar el ciclo regular del capitalismo; pero el «turista» es un seguro propagandista del capitalismo). El consumidor es sólo la cara opuesta del Jano-trabajador: no hay consumo sin producción, siendo el ocio sólo un momento «liberado» del Trabajo en el que el consumo desinhibido es la recompensa que esperan los niños listos a los que se les permite ser Turistas alocados.8
El modelo de sociedad, de dominio total o religioso, que se sitúa en el fondo de la teoría del valor, este modelo cambia.
Pasamos de la fábrica, de la firma, de la compañía, de la empresa, de la startup sin complejos, del centro de formación de los obreros o de las «inteligencias», del centro de capacitación de los trabajadores o de las «ciudades inteligentes», del Silicon Valley universal (véase nota 7, Super-Cannes), de todos estos centros despóticos (a veces con una cobertura lúdica o ecológica) que extienden, desde el origen del capitalismo, sus tentáculos mucho más allá del simple perímetro de la fábrica o de la hilandería de cerebros: disciplina de vida, horarios impuestos, devoción obligatoria y definida por contrato (la fábrica es un sitio religioso),9 trabajo en casa (con su extremismo, el teletrabajo), entusiasmo, deportividad; todas las características de un orden religioso total;
Así que pasamos de la «fábrica», el reverso de la teoría del valor-trabajo clasista, a la «fábrica social», a la «fábrica universal», generalización de la fábrica a toda la sociedad, que se ha convertido en una sociedad-fábrica, donde el centro despótico tradicional, la «fábrica», se despliega en una forma social global; y esta fábrica social es el reverso de la nueva teoría del valor, la teoría monetaria contable de la medida-valor, del valor como procedimiento colonial de dominación.
¿Quizás, entonces, el prototipo del «Trabajador de la fábrica social» sea el lobista?
El despotismo clásico de la fábrica se extiende a todas las cosas de «la vida». Y es por ello que el capitalismo debe definirse en términos de régimen político despótico. Dado que la fuerza política de las empresas determina toda «la política», no puede haber «democracia» en el capitalismo; el capitalismo es una plutocracia o un régimen de oligarcas.
¡A menos que sea el despotismo político más antiguo, de las monarquías religiosas, por ejemplo, el que se ha «colado»!
La fábrica social se despliega sobre la base disciplinaria de la fábrica y se convierte en una sociedad integral desde el momento en que estas disciplinas ingeridas se convierten en formas de vida, en el modo de vida consumidor.
La teoría del valor que corresponde al modelo de la fábrica social o del despotismo resucitado es la teoría del valor-medida sin el trabajo.
Aunque (a veces) se entiende que la teoría del valor es una teoría de la medida (valor), por lo general no se analiza adecuadamente la medida en cuestión.
Hay que distinguir entre la estructura de la medida, lo que los marxistas llaman «forma-valor», una estructura que es el objeto de la teoría de la medida, y la medida realizada (el número obtenido por una medición y en el marco de la estructura de la medición).10
Sólo la primera construcción estructural, la estructuración monetaria contable, lo que debe llamarse «colonización de la vida» (estructurar es empotrar en un lecho de Procusto), sólo esta «puesta en forma», formalización, abstracción realizada, evaluación, homogeneización, comparación universal, «las finanzas», por lo tanto sólo este primer análisis (de la estructuración) concierne a la crítica de la economía política (del) capitalismo.
Lo que se suele llamar (e inexactamente) «medida», el resultado puntual de una operación de medición (o de estructuración), una evaluación particular, un precio, unos asientos contables realizados y guardados en «un libro», no concierne a la crítica (que sólo se interesa por «la forma-valor»); pero puede interesar al economista alternativo o al contraexperto, que, por ello, pierden toda vocación crítica.
Hay que distinguir dos cuestiones:
¿Cómo es que existe el precio, la evaluación, las cuentas, el cálculo, las finanzas?
Y ¿puedo yo también evaluar, contar, calcular con toda inocencia o fantaseando una calculabilidad crítica?
Debemos distinguir entre el problema de la estructura («¿cómo se constituye e impone la estructura?») y el problema intraestructural, la estructura que está planteada (los espacios de medición que están dados), aquel problema reformista de la economía alternativa, que aporta sus propias cuentas supuestamente críticas; pero sin cuestionar la estructura de numerización o digitalización (supuestamente un «beneficio de la civilización» o «un avance científico»).
En cuanto la primera pregunta estructural («¿cómo se instituye la estructura?») se responde: por colonización, por depredación de «la vida», por adiestramiento o domesticación, la segunda pregunta carece de sentido (como carece de sentido cualquier reformismo, como carece de sentido cualquier política alternativa basada en la razón).
¿Cómo ignorar el viejo tema nietzscheano-foucaultiano o francfortiano: toda racionalidad es idéntica a la violencia?
El tema de la racionalización a través de la violencia es lo único que concierne a la crítica.
La cuestión de la unidad de medida, de la moneda contable (planteada como unidad de medida, el dólar), de la utilidad, del trabajo, de la capacidad de carga terrestre, de las calorías, etc., todo lo cual es el goce de los expertos y de los contraexpertos, esta cuestión de la realización concreta, en qué lengua se escribe la contabilidad, esta cuestión de la unidad es una cuestión, ciertamente gozosa, pero no sólo es secundaria, sino que es una falsa (buena) cuestión que nos lleva por el mal camino (véase la nota 9 y a Olivier Rey, Itinéraire de l’égarement).
El problema no es si el tiempo de trabajo, o las calorías, o cualquier otra cosa, es una buena unidad de medida; la cuestión es entender por qué y cómo se ha impuesto tal estructura de encuadramiento, tal lecho de Procusto.
La cuestión es histórico-política: es la de la geometría encarnada, la de la matemática aplicada (sobre esta perversión de la matemática, véase nota 9, y Grothendieck), la de la abstracción realizada como medio esencial del poder. Con la definición del «poder racional», del «despotismo ilustrado», en términos de realización abstracta (de una administración racional a la manera de Max Weber).
La cuestión del valor nunca es baladí, como por ejemplo: ¿por qué el precio de las cerezas es mayor que el de las naranjas? (Respuesta tradicional: ¡por el tiempo de trabajo gastado!).
¿O cómo se calcula el beneficio contable? ¡Lo que acarrea algunas controversias contables gozosas!
La cuestión del valor es la cuestión del antagonismo político, de la guerra civil permanente, el corazón del despotismo.
Si la teoría del valor no se piensa en términos políticos de antagonismo, en términos de captura (esclavista), en términos de depredación, de extracción energética humana y no humana, entonces está totalmente mal entendida.
No se puede hablar de progreso científico, gracias a la medición; ni la contabilidad (origen de todas las mediciones llamadas científicas, así como de la informática), ni el cálculo económico, son científicos.
Este trabajo llamado científico, la evaluación universal, como «poner precio a la naturaleza», es un trabajo de barbarie, de barbarie colonial-civilizadora.
¿Quién va a contar el precio que hubo que pagar, o mejor dicho, hacer pagar, para poder contar sin restricciones y, por tanto, poder ponerle precio a todo?
También aquí, crítica de la economía significa: historia crítica de la barbarie civilizadora o de la reducción científica.
La renovación de la teoría del valor (en términos de medida) corresponde a una renovación del pensamiento político del antagonismo: pasamos de un antagonismo central, la lucha de clases (entre Trabajo y Capital), a un antagonismo difuso, las luchas desmultiplicadas por la descolonización de la vida cotidiana (las luchas feministas contra el patriarcado, por ejemplo).
Como ejercicio, dejamos al lector «el trabajo» de criticar el tema de «la gran desvalorización» (véase la Bibliografía 5, la obra 5.4), y que lo reformule en términos de «lucha biopolítica»: la lucha por liberarse del dominio religioso del capitalismo.
Notemos, sin embargo, para orientar «el trabajo», que los análisis trabajistas, en términos de valor-trabajo y de conflictos de trabajo, análisis que todavía plagan el análisis de la Crítica del Valor, Wertkritik (Bibliografía 5), y, por desgracia, del Open Marxism, de Holloway en particular (véase las obras colectivas Open Marxism de 1 a 4), estos análisis trabajistas pueden ser fácilmente reformulados considerándolos como casos especiales, que deben ser bien definidos en términos de captura energética, o como análisis restringidos; la energía capturada, la potencia desestructurante capturada, se reduce únicamente al trabajo.
Sin embargo, lo esencial es no volver a reducir el valor al valor-trabajo.
Sino siempre concebir la crítica del valor en términos de colonización, y, específicamente (como caso particular), en términos de constitución del trabajo.
Dado que la renovación del pensamiento político del antagonismo es un análisis pesado, ciertamente bastante antiguo, que se desarrolla a partir de la década de 1960, para ser luego «olvidado», o, más bien, reprimido (especialmente por los marxistas clásicos), durante la gran represión contrarrevolucionaria de los años del milagro económico (1980-2000), luego retomada a partir de 1990-2000 y especialmente después de 2010; dado que esta reconstrucción es pesada, habría que ir de un lado a otro entre el análisis técnico de la medida o del valor monetario contable (lo que se llamó crítica de la economía política) y la dimensión política, el deslizamiento, bastante conflictivo, incluso muy violento, del marxismo trabajista clasista al marxismo autonomista de la crítica de la vida cotidiana.
Teniendo en cuenta, para aclarar:
Marxismo trabajista: teoría del valor-trabajo, conservación de una concepción sustancialista del valor (la sustancia-trabajo), dinámica del antagonismo de clase, la clase obrera como sujeto revolucionario, poder constituyente, política positivista (reformista);
Marxismo autonomista: teoría monetaria del valor, donde el valor es la expresión de la colonización de la vida, la abstracción realizada y la evaluación integral, despliegue del antagonismo en términos de lucha anticolonial, el sujeto insurrecto de la lucha por la descolonización es difractado, conflictos de género, conflictos descoloniales, combate contra los biopoderes, potencia destituyente, política negativa (insurreccionalista).
Resumamos:
Al marxismo trabajista le corresponde la idea positivista (reformista) de poder constituyente: recuperar o poner patas arriba el Estado;
Al marxismo autonomista le corresponde la idea de potencia destituyente, de deserción o secesión, lo que debemos llamar política negativa.
Hemos insistido en el análisis lógico subyacente del valor; lo que podemos reformular: el viejo tema marxista de la medición del valor en cantidades de trabajo abstracto, este tema descansa en una dificultad lógica: ¿dónde es posible encontrar trabajo abstracto? ¿Qué es la abstracción?
La respuesta se llama: medida monetaria contable.
El valor es medida, abstracción (en el sentido activo) contable y abstracción (de nuevo en el sentido activo) de colonización.
No existe ninguna medida del valor (error lógico).
La expresión errónea «medida del valor» se refiere a una concepción metafísica, la del trabajo-sustancia (véanse las notas 4 y 6).
Surge entonces un gran bucle de pensamiento: la teoría de la medida valor sin el trabajo se inscribe en una vasta deconstrucción de lo metafísico y de la dialéctica, particularmente hegeliana. Pero es imposible exponer todos estos elementos analíticos relacionados (véanse las notas 4 y 6, y la Bibliografía 6). Aunque la teoría monetaria del valor es sólo una consecuencia de la crítica de la dialéctica (hegeliana del trabajo).
Desde la década de 1960-1970 y la reactivación, después del gran vacío de la década de 1980-2000, a partir de 1995-2000, más bien de 2010, tenemos una expresión completa del centro del análisis crítico marxista: la teoría del valor.
Una expresión que transforma por completo la presentación clásica y clasista.
Esta nueva teoría del valor, junto con una Nueva Lectura de Marx (Neue Marx Lektüre, véase Bibliografía 2; H. G. Backhaus, Bibliografía 3.2 y 3.3; H. Reichelt, Bibliografía 3.2; M. Heinrich, Bibliografía 1.10 y 2.2; Bellofiore-Riva, Bibliografía 2.4), esta nueva lectura articula dos elementos:
1) las fuentes energéticas y 2) su explotación, el «bombeo de energía».
Partamos entonces de una definición del capitalismo que permita situar esta nueva teoría del valor en el centro de los análisis. Se trata de una nueva lectura de «El capital», que renueva el viejo trabajo (1965) de los althusserianos en Lire le Capital.
El capitalismo es un orden social total, tanto cultural, político y militar como económico.
O, para decirlo negativamente, contra la vulgata marxista tradicional, y que afirma que el capitalismo sólo sería un sistema económico, con, por ejemplo, un Estado neutral, no necesariamente capitalista y por lo tanto rescatable, así, contra el marxismo clásico, hay que afirmar que el capitalismo no es sólo un sistema económico, o no es sólo un orden productivo.
Para condensar, debemos decir que el capitalismo es un sistema político total; incluso totalitario, en el sentido de englobante; el capitalismo se caracteriza por la ingestión.
Llamemos a este sistema total despotismo.
Podemos decir entonces: el capitalismo es la expresión contemporánea, y desde el siglo XVIII, de la rica y antigua familia de los despotismos.
¿Cómo analizar entonces, renovando a Marx, este capitalismo total o despotismo?
En primer lugar, partiendo de la idea de que es un sistema de colonización, con todos los elementos de un orden colonial; la conquista violenta, lo que se llama por piedad familiar «acumulación originaria», pero permanente o constantemente a reanudar, la toma de posesión por despojo, el dominio violento, la expropiación, el robo, la congelación (reificación) de esta conquista mediante instituciones coloniales, un derecho colonial de los pobres y una gestión policial de la pobreza, luego un afianzamiento, pero de manera conflictiva, en instituciones materiales, carreteras, redes, mineras, centrales eléctricas, fábricas, ciudades, etc., todo lo que constituye la infraestructura de la dominación; piénsese en los «barrios» o en la estructuración económica de las ciudades, ciudades de los ricos, ciudades de los pobres.
El capitalismo se instituye como un orden de conquista, un orden real o una realización (si vemos que real de realidad = real de realeza, como riqueza = poder, Reich).
Este sistema despótico total, más que cultural, de naturaleza religiosa, renueva todos los rasgos que caracterizan a los despotismos, desde la Antigüedad, digamos egipcia.
1) El despotismo se establece como un enorme sistema de depredación, ecológico y político.
Hay una fuente de energía «renovable», la energía humana (esto puede extenderse a cualquier fuente de energía no humana y no renovable, pero sostenible); pero la energía humana (libidinal) es específica, porque funciona con lo afectivo, lo espiritual, lo religioso, la creencia, el amor.
Para permanecer en un marco marxista, aunque transformado, podemos centrarnos únicamente en la energía humana, en la pulsión (de «la vida»).
La generalización «ecológica» es más fácil, ya que otras fuentes energéticas no humanas, el carbón, el gas, el petróleo, los animales domésticos, etc., muestran «disponibilidad» y falta de reacción rebelde (¡aunque los burros…!).
La energía humana es la más compleja de extraer, reproducir, canalizar, concentrar y utilizar productivamente.
Esta especificidad humana —lo espiritual (o lo ideal)— ha hecho que, desde la más alta Antigüedad, también egipcia, el despotismo de depredación humana tuviera que ser un orden religioso, un orden que movilizara la creencia, la ilusión, el amor.
Y para resumir drásticamente lo que separa la energía humana de cualquier otra fuente no humana: todo despotismo, incluido el capitalismo, se basa en una manipulación del amor.
El despotismo es un sistema de extracción, de explotación político-religiosa de la energía libidinal específicamente humana.
El capitalismo es un poder libidinal, con un olor fuertemente feudal; como demuestra cada día el sometimiento de las mujeres.
Existe, pues, una fuente de energía humana, una fuente espiritual o intelectual: la fe que mueve montañas.
Es esta fuente la que hay que desarrollar, explotar, canalizar, bombear.
Así, pasamos de la explotación del trabajo (marxismo clásico) a la depredación de la energía libidinal11 (marxismo modificado). Depredación para constituir el Trabajo, por ejemplo.
Dada la naturaleza espiritual de la fuente de energía humana, la tarea de explotarla es a la vez formidable (requiere una inmensa discursividad de amor o esperanza) pero, curiosamente, siempre permanece arcaica. Para extraer la energía humana de forma «productiva», hay que establecer un gigantesco sistema religioso; de nuevo, el antiguo Egipto proporciona un ejemplo (y es significativo que las grandes discursividades religiosas, que permiten el dominio, son arcaicas y apenas han cambiado con el tiempo: ¡todavía leemos los Libros antiguos, las «Biblias»!).
El despotismo es un sistema de depredación, pero siempre un sofisticado sistema de «buenas palabras» (evangelios), Textos, Libros (sagrados), Leyes, secretos enterrados (supuestamente para traer felicidad y amor).
¿Cómo es que los humanos alguna vez «creyeron realmente» en la diferencia entre el infierno y el paraíso?
¿Cómo es que los humanos supuestamente «modernos» «creen realmente» que la economía se desarrolla para la «felicidad de todos»?
Para explotar la energía humana, se necesitan buenas palabras, con mucho amor y esperanza.
El núcleo operativo del despotismo, y por tanto del capitalismo, no es la extorsión brutal (de los ostrogodos), sino que es siempre una forma religiosa que sitúa el amor en su centro.
La extorsión brutal, como la fiscalidad antes de su legitimación, sólo es posible, a la larga, con un marco intelectual adecuado, un marco religioso de legitimación (con buenas historias).
Así que tenemos energía humana, reproducible (de ahí la insistencia de las religiones, siempre «pro-life», en «la vida», en «la natalidad», en la proliferación, ya que hacer crecer el rebaño es la base de todo crecimiento). Energía «amorosa».
Luego tenemos la depredación (el rapto), la extracción, la movilización, la concentración; diversas operaciones militares que forman la infraestructura de la religión.
El despotismo, incluido el capitalismo, utiliza medios religiosos arcaicos; siempre el «hacer creer» que significa la manipulación del amor (las promesas).
2) Para que la depredación se establezca como un orden reproductivo estable, el despotismo debe transformarse en un orden espiritual, en una religión, en un sistema de seducción.
Es esencial ver que el capitalismo es, ante todo, religioso; la religión (del) capitalismo es, como cualquier religión ritualizada, un sistema disciplinario de clasificación. Y, por tanto, un sistema desigual y jerárquico (el orden del poder sagrado).
Ésta es otra forma de presentar el capitalismo como un orden total, principalmente cultural (y cultual).
La explotación de la energía humana, de la energía libidinal, de «la vida», la explotación «biopolítica» requiere un aparataje de dominio cultural.
Aunque este aparataje espiritual tenga que ser apoyado por un despliegue regular de fuerza («la gloria»), esta acción policial sólo puede venir como un recurso. Todavía tenemos el esquema colonial, donde la acción psicológica precede o debería preceder a la acción militar.
¿Qué es entonces la «nueva teoría del valor»?
Es el análisis del complejo cultural, militar y económico de la extracción de energía humana.
Desde los albores de los tiempos despóticos, este complejo es religioso (espiritual, cultural, intelectual); es un sistema de seducción o manipulación del amor.
Este complejo produce homogeneidad: un rebaño, una voz (y un solo camino), un libro.
Técnicamente, el análisis del valor es el análisis de la unificación, de la homogeneización (de lo que hace Uno, un único espacio de medida).
Todo está subsumido, «subsunción real», bajo un mismo libro, una misma creencia: credo, crédito, el Gran Libro de Cuentas (como el Libro de los Muertos).
Para el capitalismo —pero este principio es más universal— «el mismo libro» es un libro de cuentas (e incluso de ajustes de cuentas: ¡relean el Antiguo Testamento!).
El análisis del valor es el análisis de la evaluación universal o la subsunción bajo un único libro de cuentas (un único espacio de medición monetaria).
La teoría del capitalismo unificador es una teoría de la contabilidad.
Pero todos los libros religiosos son libros contables. El utilitarismo se sitúa en el ascetismo, en una especie de prolongación del sistema contable de las indulgencias; el sistema que controlaba efectivamente Cluny.
La vieja teoría del valor, marxista-clasista, en términos de trabajo debe leerse como una expresión reductora de la teoría del valor generalizado: donde la energía humana se reduce al trabajo, descuidando totalmente su dimensión libidinal, espiritual o amorosa.
Incluso si ampliamos la noción de trabajo, por ejemplo a la manera de Negri del capitalismo informacional o cognitivo, la reducción al trabajo, incluso cognitivo, pierde lo esencial: la inscripción religiosa. Esta inscripción espiritual que está en el corazón de la colonización capitalista (y que es el corazón de todo despotismo).
Por eso, la mayoría de los análisis críticos no consiguen describir el capitalismo en términos de despotismo.
En cualquier caso, es imposible, y por tanto falso, decir que «el valor se mide en tiempo de trabajo».
El trabajo es sólo un aspecto secundario de la energía humana, en primer lugar espiritual.
La religión del trabajo sólo llega después de la encadenación a la gran religión; la dominación despótica es necesaria para la explotación industrial. Es la homogeneización religiosa la que hace posible el trabajo (abstracto); el trabajo es una construcción religiosa.
Así que, para saltar a las consecuencias políticas; un salto que requeriría ser espectrografiado ampliamente:
Si el capitalismo es un orden total, despótico y religioso;
Si su centro es la extracción de la energía humana (¡al estilo Matrix!);
Pero, dada la característica espiritual de esta energía, distinta del gas o del petróleo;
Si la extracción de esta energía requiere «discursividad», palabras de amor o seducción, creencia, esperanza;
Si el valor debe analizarse en términos de homogeneización o unificación o en términos contables de medición monetaria;
Entonces la rebelión contra el capitalismo, la lucha anticolonial, esta lucha no es específicamente una lucha del Trabajo o de los Trabajadores.
La lucha obrera ya no está en el centro de las rebeliones.
La lucha es antirreligiosa.
Puede dirigirse a la religión del trabajo (por lo que es una lucha contra el trabajo), pero, con más fuerza, debe dirigirse al núcleo religioso de la creencia capitalista, el consumo y el «bienestar».
Para retomar el pensamiento marxista autonomista, la lucha es la de la descolonización de la vida cotidiana.
Una lucha mucho más compleja que la lucha obrera y que supera, con creces, esta lucha clasista.
Porque es necesario atacar todos los elementos del capitalismo: su cultura, el turismo, el deporte, el espectáculo, su política, la democracia liberal, su orden militar y, finalmente, la economía, el despotismo de empresa que es la imagen del gran despotismo religioso (y que es la metonimia del despotismo (del) capitalismo).
Se trata, pues, de pensar la autonomía, de repensar la secesión cultural y la contrasociedad, mucho antes de la lucha contra el trabajo.
Todo el mundo, incluida la policía contrarrevolucionaria, conoce la estructura del pensamiento revolucionario marxista.
Esta estructura organiza tres elementos entrelazados:
1) Un análisis crítico del orden social capitalista; un análisis crítico cuyo núcleo es la teoría del valor.
La teoría del valor se refiere a un análisis del capitalismo en términos de un sistema contable monetario de evaluación universal.
Todo se cuenta y se contabiliza, todo se mide, todo se compara («finanzas»), todo se evalúa.
Si ahora, por simplificación, se considera el capitalismo como un sistema de producción, como una economía de producción (pero no una economía monetaria de producción, véase la Bibliografía 4) y, exactamente, como un sistema de explotación, se puede introducir el trabajo.
Analicemos de nuevo esta reducción al trabajo (que nos ocupa en todo momento).
Reduciendo los términos del análisis crítico de la economía productiva, se postula el capitalismo como un sistema de explotación, de extracción, de captura, un sistema de bombeo y canalización de la energía humana, reduciéndose esta energía al trabajo.
Si se postula que la energía principal es el trabajo (con la fuerza del trabajo), el capitalismo se ve como una vasta empresa de explotación del trabajo.
Se postuló entonces que el trabajo es la fuente fundamental de energía; esta fuente debe ser canalizada, transformada y concentrada.
Para bombear y canalizar la fuente-trabajo, esta fuente debe ser calculable, medible, evaluable, registrable y contabilizable (¡el análisis «científico» del trabajo!).
En el capitalismo, el trabajo es sólo un elemento, un coste de producción.
Postulado como un elemento contable, el trabajo es una simple línea de cálculo.
En el capitalismo, el trabajo es siempre trabajo abstracto (o evaluado monetariamente).
La abstracción, la operación de evaluación contable, la numerización o digitalización, es lo que caracteriza al capitalismo; por lo tanto, el trabajo se concibe siempre como trabajo abstracto, como un coste monetario que puede anotarse en una cuenta.
En el origen del funcionamiento productivo capitalista (en la medida en que se reduce el capitalismo a la producción) está el trabajo (para nuestra hipotética reducción), pero el trabajo se mide inmediatamente (en moneda) y se registra inmediatamente en los libros contables.
El único trabajo que se debe tener «en cuenta» es el trabajo abstracto, el trabajo asalariado, el trabajo mercenario.
El trabajo siempre se evalúa en términos monetarios y se registra en las cuentas.
Ahora bien, si asociamos un trabajador a este trabajo indiferenciado (proveedor de moneda), el trabajador se vuelve tan abstracto como el trabajo; la clase es la retroproyección del salario o coste monetario: el asalariado.
Aquí viene el segundo elemento de la estructura del marxismo revolucionario.
2) La clase obrera explotada se encuentra en el centro de un gigantesco conflicto por la captura o liberación de la energía humana y, en este caso, del trabajo.
Aquí viene la lucha de clases, en torno al trabajo.
Para poner la lucha obrera en el centro del conflicto por la dominación, era necesario hacer las reducciones que hemos mencionado varias veces:
La energía humana se reduce al trabajo;
Se descuida el aspecto afectivo, espiritual, conmemorativo, etc;
Mientras que éste está en el centro del capitalismo contrarrevolucionario;
El trabajo se considera la única fuente productiva;
La abstracción contable, y el trabajo abstracto, supuestamente corresponden a una unidad de lucha, la clase obrera explotada y en lucha contra su explotación, esta abstracción es de hecho lo que determina la clase (clase así ingerida como elemento «participativo»).
Entonces, informadas por la vulgata marxista trabajista, las fuerzas contrarrevolucionarias pudieron definir su estrategia prioritaria: la pulverización de la clase obrera, mediante la pulverización de los centros productivos, la destrucción de las «grandes fábricas», el asalto a las «fortalezas obreras».
Pero también, jugando con los salarios y su diversificación, introduciendo el mérito, las fuerzas contrarrevolucionarias fabricaron el «precariado».
Estas fuerzas también se ocuparon de las grietas dejadas por el trabajismo; pasaron de la cuestión de la explotación a otros aspectos del control de la energía humana, mucho más allá del trabajo, en particular a lo afectivo. La colonización capitalista de «la vida» ya no tiene lugar principalmente en la fábrica, sino en las salas de estar comunes donde la gente ve la televisión (que ha matado todas las formas anteriores de sociabilidad).
Para contrarrestar las luchas de los trabajadores, el capitalismo se ha expandido en un gigantesco sistema religioso de dominio. Toda la energía humana, afectiva, amorosa, creyente, memorística es puesta a trabajar; desbordando el trabajismo marxista.
La lucha obrera se lleva a cabo en la dirección equivocada. Porque lo que el capitalismo pretende es la ingestión del trabajador y su transformación en un turista-consumidor.
La horrible clase media pequeñoburguesa es el resultado de la contrarrevolución.
Como resultado de una reducción exagerada del análisis del valor, las luchas por la descolonización de la vida se empantanaron; la lucha de clases reducida al conflicto por las condiciones de trabajo se vació de sentido.
La fragmentación del trabajo como objetivo político, la destrucción de los centros industriales, la «globalización», todo ello destruyó la esperanza trabajista, la esperanza del poder obrero.
En cierto sentido, el capitalismo y sus centros de ordenación, incluidos los Estados, han entendido mejor el significado del análisis del valor (en términos de captura energética global) que el marxismo trabajista. El capitalismo se asume a sí mismo como un sistema total; no principalmente en lo espacial, sino sobre todo en lo cultural.
Era necesario generar un hombre nuevo, adecuado al sistema contable; por lo tanto, había que liquidar al viejo trabajador para introducir un consumidor joven y dinámico, autoempresario o narcotraficante.
Es el tema de la autonomía lo que se ha recuperado.13
Pero esta recuperación sólo fue posible porque el marxismo trabajista revolucionario se centró en la fábrica en sentido estricto, en el lugar de trabajo, sin plantearse nunca llevar la lucha a la fábrica social; esencialmente trasladando la lucha de la fábrica o la oficina al hogar («¡romper los televisores!» nunca ha sido una consigna de lucha! Y luchar contra «el patriarcado» sigue siendo muy sospechoso, ¡incluso contrarrevolucionario!).
En el capitalismo cultural, que corresponde a la plena expresión de la medición monetaria contable, el principal campo de batalla ya no está en el lugar de producción (que queda como anexo), sino en el consumo, o en la vida cotidiana, «en casa».
3) El tercer elemento de la estructura del marxismo trabajista queda entonces fuera de juego.
A la prioridad otorgada al trabajo y al valor-trabajo, a la introducción de las luchas obreras como conflicto de trabajo, corresponde la noción de partido u organización de la clase obrera.
Valor-trabajo, lucha del trabajo, partido de los trabajadores: ésta es la trilogía.
La generalización (forzada por las fuerzas contrarrevolucionarias) de esta trilogía implica que la lucha debe ser total, interna en la familia por ejemplo (las luchas feministas) y lleva al abandono del tema del partido de los trabajadores.
La cuestión esencial es entonces la de la lucha anticolonial, por la emancipación de «la vida»; una lucha que se extiende a toda la sociedad, siendo el capitalismo un orden total.
Esto plantea la cuestión más antigua de las sociedades dominadas por religiones: ¿cómo luchar contra el despotismo?
El paso del marxismo trabajista al marxismo autonomista ha abierto un camino: ya no se trata de liberar el trabajo, sino de liberarse del trabajo; y más aún de liberarse de la economía.
Reconocer la huelga de compras o el boicot generalizado como nuevas formas de huelga, adaptadas al capitalismo total.
Bibliografía
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3 – Open Marxism
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3.8 – F. H. Pitts, Postoperaismo, Postcapitalism, and Marx «Notes on Machines», Economy and Society, 2018.
4 – The Theory of the Monetary Circuit, Thinking of the Economy as a Circuit
4.1 – Philipp Arestis and Malcolm Sawyer (ed.), A Handbook of Alternative Monetary Economics, 2006.
4.2 – Louis-Philippe Rochon and Sergio Rossi (ed.), Modern Theories of Money, The Nature and Role of Money in Capitalist Economies, 2003.
4.3 – Pierre Piégay et Louis-Philippe Rochon (ed.), Théories Monétaires Post Keynésiennes, 2003.
4.4 – Giuseppe Fontana and Ricardo Realfonzo (ed.), The Monetary Theory of Production, 2005.
5 – WertKritik (crítica del valor)
5.1 – Robert Kurz, Schwarzbuch Kapitalismus, Ein Abgesang auf die Marktwirtschaft, 1999, Neuausgabe 2009;
_____, Das Weltkapital, Globalisierung und innere Schranken des modernen warenproduzierenden Systems, 2005.
5.2 – EXIT! 1, 2005;
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EXIT! 2, 2005;
Robert Kurz, «Die Substanz des Kapitals (2)».
EXIT! 7, 2010, Krise und Kritik der Warengesellschaft;
Robert Kurz, «Es rettet euch kein Leviathan, Thesen zu einer kritischen Staatstheorie».
5.3 – Robert Kurz, Der Tod des Kapitalismus, Marxsche Theorie, Krise und Überwindung des Kapitalismus, 2013.
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5.4 – Lohoff-Trenkle, La Grande Dévalorisation, 2014 (éd. All. 2012).
5.5 – Neil Larsen, Mathias Nilges, Josh Robinson, and Nicolas Brown (ed.), Marxism and the Critique of Value, 2014 (antología de textos de la escuela de la «crítica del valor», traducida al inglés).
6 – Teoría Crítica y deconstrucción de la Metafísica
Sobre el análisis del valor como teoría crítica de la totalidad social capitalista y como elemento de la crítica de lo metafísico.
De lo metafísico como dogmática del despotismo.
De la anarquía (todavía demasiado árquica y «positiva») a la an-arquía (Schürmann, la política negativa).
Jean Vioulac, «L’anarchéologie de Jean Vioulac», Lundi Matin, núm. 345, 27 de junio de 2022.
6.1 – Jean Vioulac, Anarchéologie, Fragments Hérétiques sur la catastrophe historique, abril de 2022.
_____, Marx, Une démystification de la philosophie, 2018.
_____, Approche de la criticité, Philosophie, capitalisme, technologie, 2018.
_____, La logique totalitaire, Essai sur la crise de l’Occident, 2013.
_____, L’époque de la technique, Marx, Heidegger, et l’accomplissement de la métaphysique, 2009.
6.2 – Heinz Dieter Kittsteiner, Marx-Heidegger, Les philosophies gnostiques de l’histoire, 2007.
1 En la actualidad hay muchos libros que exploran el «tecnofeudalismo».
Mencionaremos sólo uno, una especie de manual policopiado sobre la cuestión del renacimiento despótico neofeudal: Michel Luc Bellemare, Techno-Capitalist-Feudalism, 2020.
2 Digamos que la crítica de la economía política no es la reformulación de una nueva teoría económica «marxista», sino la constatación de la economía como sistema de dominación. No «economía política» reconstruida, sino economía como política o como sistema de poder y dominio («ingestión»).
3 Uno de los objetos de la teoría del valor que vamos a introducir (la teoría de la medida-valor) es precisamente explicar por qué la llamada «economía matemática» no es más que un disfraz de locura, un traje de feria para ocultar la verdadera cuestión, la de la geometrización política del mundo. ¿Cómo es posible reducir (formalizar) supuestos «sujetos humanos» a «figuras convexas»? ¿Cómo se puede «aplanar» a los «humanos» en líneas de cuenta?
Estas cuestiones (de conformación económica) se suponen «resueltas» o irrelevantes («¡hay que ser moderno!»).
De nuevo, en la segunda mitad del siglo XVIII, esta cuestión de la constitución (o estructuración) política del orden capitalista (antes de su triunfo) es la cuestión central (que atormenta a los fisiócratas o a los primeros liberales conquistadores). Entonces se reprime esta cuestión: el orden económico (tras su triunfo) es supuestamente autorreproductivo; pero su «autonomía» nunca se analiza, se plantea como «libertad natural» (del «libre mercado»).
Sobre este tema de la «constitución» del capitalismo (que analizaremos como «acumulación originaria repetida sin cesar») nos remitimos a las obras clásicas de Albert Hirschman (Les passions et les intérêts, Justifications politiques du capitalisme avant son apogée, 1977, Deux siècles de rhétorique réactionnaire, 1991).
Para ir un paso más allá: no hay una dinámica económica intraestructural del capitalismo; habría que suponer que la estructura es invariable o estática; sólo hay una estructuración que hay que retomar una y otra vez, «revolución permanente» del capitalismo (términos de Marx) o, más bien, colonización interna repetida indefinidamente (sin un resultado estable). No hay, pues, ninguna estructura estable y geométrica de la que «calcular», sólo hay estructuración, la «modernización que se moderniza»: la dinámica económica es una dinámica de estructuras o de deformación de estructuras.
En términos marxistas clásicos se dice: sólo hay lucha de clases (y, por tanto, caos permanente); o, en términos transformados: sólo hay antagonismo civil; la deformación permanente de las estructuras, su corrupción, resulta de este antagonismo.
4 Para comenzar a abordar la crítica a la «teoría del valor-trabajo», teoría cuyo carácter insuficiente y limitado explicaremos, se puede leer: Jonathan Nitzan y Shimshon Bichler, Capital as Power, 2012.
Es importante tener en cuenta que lo que se desarrolla en este libro (en torno a 2010) fue objeto de un intenso debate (y censura) entre 1960 y 1970.
Para la explicación de que la teoría clásica y clasista del valor-trabajo es metafísica y, por tanto, interna al orden capitalista (de ahí la recuperación fascista o macronista del «valor-trabajo»), explicación esencial, pero que sobrepasa los límites de una introducción a la crítica de este «valor-trabajo», remitimos a Jean Vioulac (Bibliografía 6.1).
Este tema de lo metafísico considerado como dogmática del despotismo (del) capitalismo es tan esencial y abarcador que debería requerir una deconstrucción completa (afortunadamente bien desplegada por Heidegger, los heideggerianos, Schürmann, o Derrida).
En los engranajes analíticos tenemos: crítica de lo metafísico → análisis crítico de la sociedad antagonista → teoría del valor entendida como teoría del antagonismo social (teoría de la medición).
Aquí vamos hacia atrás en la cadena de acontecimientos; sin llegar a la cumbre metafísica.
5 Para abordar esta pesada cuestión de la recuperación reaccionaria del Trabajo, fascismo («socialista»), estalinismo (del desarrollo acelerado), movilización total, constitución de la figura epocal del Trabajador-Soldado o del Soldado del Trabajo (después de la Gran Guerra y hasta la década de 1960, y la insurrección «autonomista» italiana, esta inversión de la recuperación fascista del Trabajo —insurrección que está en la base de la reformulación de la teoría del valor en términos de una teoría de la colonización, de una vampirización de la vida—), para introducir la figura epocal del Trabajador-Soldado, reléase a Ernst Jünger, El Trabajador, 1932.
Debemos insistir: la recuperación del valor-trabajo por parte de las fuerzas contrarrevolucionarias es un tema «capital». Un neoliberal reaccionario como Macron no tiene más que la palabra «Trabajo» en la boca: el valor-trabajo es un hermoso objeto pétainista.
En cuanto a los fascistas que se dedican a estudiar el «marxismo», empezar por Roberto Bolaño, Nocturno de Chile, 2000.
La contrainsurgencia se ha educado por el «marxismo» del valor-trabajo (ya que se puede decir que Hayek es un plagiador de Marx): todos los elementos de la doctrina de la clase obrera revolucionaria han sido pelados, y luego invertidos en los medios de la contrainsurgencia (hay que pensar en la «desindustrialización» o en la «globalización» en estos términos de estrategia de contrainsurgencia: ¡vacía el mar para que los peces murieran!)
6 «Más originaria» implica la crítica de la metafísica del trabajo, de origen hegeliano.
Nos remitimos una y otra vez a la gran obra de José Arthur Giannotti, Origines de la Dialectique du Travail, 1971.
Y para la crítica, Gérard Lebrun, L’Envers de la Dialectique, Hegel à la lumière de Nietzsche, 2004.
7 Se trata de otra generalización (no metafísica) de la «oposición» entre «trabajo vivo» y «trabajo muerto». Esta oposición se replantea en términos de la dualidad entre Lo Real («lo vivo») y La Realidad Realizada («lo muerto»).
Pero ir más allá está fuera del alcance de esta introducción. Porque entonces sería necesario criticar la noción proteiforme de «vida», y la de «biopolítica» asociada.
Para desarrollos más teóricos (o más filosóficos), véase:
«Punk Anarchism», Lundi Matin, núm. 277 y siguientes, a partir del 1 de marzo de 2021.
8 Reléase, por ejemplo, James Graham Ballard, Super-Cannes, 2000.
Hay que leer todo Ballard, The Atrocity Fair, 1969, otro ejemplo.
9 Reléase de nuevo Pierre Musso, La Religion Industrielle, 2017.
10 Como esta introducción a la teoría de la medida tiene, para mí, casi sesenta años (1965-1966), y como es bastante difícil repetir las mismas explicaciones una y otra vez (¡desde hace 50 años!), me remito a una antigua obra de introducción a la teoría de la medida: David Krantz, Duncan Luce, Patrick Suppes, Amos Tversky, Foundations of Measurement, 1971.
Por supuesto, la teoría de la medida es un objeto matemático. Que encuentra su lugar aquí en el análisis de la geometrización del mundo. Un análisis que siempre he abordado en términos de matemática reflexiva: ¿qué dicen las matemáticas sobre lo matemático?
Véase «Mathématiques et Apocalypse. La révolution Grothendieck», Lundi Matin, núm. 272, 26 de enero de 2021.
Hay que empezar por releer a Henri Lebesgue, La Mesure des Grandeurs, 1935, reeditado en 1975; la teoría de la integración y la estructura de los espacios medibles.
¡Hay que meditar sobre los «borelianos»! ¡La política de constitución de espacios borelianos!
Por supuesto, uno encuentra en mi biblia, el Bourbaki, en el capítulo Topologie générale, capítulo V, §2, Medición de Cantidades, una exposición de la teoría de la medida (la teoría mínima de la integración).
Es decisivo ver que la teoría de la medida es un objeto de la Topología, es decir, de la estructuración geométrica (topológica) de los espacios.
Lo que estudia la teoría de la medida-valor es el siguiente objeto socio-político: la política colonial de estructuración de espacios «abstractos» o más bien abstraídos (en el sentido activo) que permiten la medición contable (¡la constitución de borelianos!). Esta actividad de abstracción (realizada) se llama colonización (la acumulación originaria que no deja de volver a iniciar).
Es importante entender que la «abstracción» no es «ideal», sino que consiste en un conjunto de operaciones político-militares de colonización interna. La abstracción constituye la realidad (realizada).
La integral de Lebesgue debe relacionarse con la actividad catastral o protocontable de los despotismos arcaicos.
Recientemente, se han dedicado (más) estudios a la «gobernanza por números», por usar el título de un libro de Alain Supiot, un curso en el Collège de France, 2012-2014, publicado en 2015.
Alain Desrosières, La politique des Grands Nombres, Histoire de la raison statistique, 1993.
Éric Brian, La Mesure de l’État, Administrateurs et Géomètres au 18ème siècle, 1994.
Alfred Crosby, La Mesure de la réalité, La quantification dans la société occidentale, 1250-1600, 2003.
Thomas Bern, Gouverner sans Gouverner, une archéologie politique de la statistique, 2009.
Olivier Rey, Quand le monde s’est fait nombre, 2016.
Pero todos estos trabajos han pasado por alto lo esencial: que la medición es una operación colonial de adiestramiento-domesticación (la civilización en el sentido activo).
Todos estos trabajos se han detenido en el nivel aparente de la calculabilidad, sin tratar de dilucidar las dinámicas político-militares que permiten la constitución de espacios mensurables. Antes del cálculo, está la constitución de los espacios calculables; y esta constitución es siempre violenta.
Es la violencia constituyente de la calculabilidad general lo que analiza la teoría del valor.
Un análisis del valor que puede considerarse en términos de una «fenomenología de la geometría» (véanse los primeros textos de Husserl y su crítica por parte de Derrida, movimiento crítico que desemboca en la «Deconstrucción»).
Todos los trabajos citados anteriormente se han centrado, pues, en los efectos aparentes de la civilización (en el sentido activo), aquellos efectos de la racionalización que supuestamente «traen la ciencia», como la estadística, lo que se llamó Aritmética Política, o la contabilidad (la gestión del dominio real).
Pero ninguno de ellos analizó realmente lo que significaba la «medida» (medida policial, toma de medidas) en términos de ordenamiento social-policial o en términos de conquista colonial interna.
Si retomamos el chiste de los «borelianos», esta estructura topológica (geométrica) necesaria (la estructura boreliana) para construir estadísticas, descubrimos rápidamente que la «medición», aquí estadística, una especie de tabulación contable con objetos llamados «variables aleatorias», por lo que descubrimos que la medición está ligada a la fórmula clave de todos los poderes: «divide y vencerás». Y aquí «dividir» significa: clasificar meticulosamente, estratificar, hacer rígida la peor desigualdad (el orden), luego enregimentar y vigilar.
Y esto es obra de todos los despotismos desde los más antiguos «Códigos».
Dos cosas deben ir siempre unidas: la medición, la estructuración «boreliana» en base a la estadística o la contabilidad, y la guerra de conquista, la guerra civil; es la represión de «la vida» la que autoriza la medición.
Cuando la medición se concibe únicamente en términos de «progreso científico» o de «avance racional», al reprimir la violencia constituyente siempre asociada a la racionalización, se cae en la economía alternativa, en el reformismo dichoso, y nunca se puede llegar a la crítica de la economía (se permanece en la economía) concebida como crítica del despotismo (se refuerza este despotismo).
Esta represión (demasiado) clásica de la colonización y el antagonismo, o la ausencia de pensamiento crítico sobre la digitalización, queda perfectamente ilustrada en la obra colectiva:
Isabelle Bruno, Emmanuel Didier, Julien Prévieux (eds.), Stat-Activisme, Comment lutter avec des Nombres ?, 2014; ¿cómo hacer de la estadística un arma crítica?
No se trata de «luchar con los números», lo que nos encierra en los círculos de poder; poder que gobierna a través de la numerización y la digitalización, a través de la medición, a través de la constitución de espacios medibles, de códigos, de contabilidades, de estadísticas, y entonces, la estructura de la medición que se impone (la transformación del mundo en un «espacio boreliano» con una jerarquización reificada) puede prescribir «pensar numéricamente» y puede aceptar perfectamente la «estadística crítica» (que se inscribe en el proyecto general de la medición), puede, incluso, exigir «dar razones».
Se trata de luchar contra la colonización (estructuración), contra la medición, contra la evaluación.
Pasar de una política alternativa-reformista a una política negativa.
Por supuesto, esto parece absurdo, irracional, contrario al espíritu científico, «insensato» como ya decía Quesnay: «hay que rectificar a los insensatos», hay que obligar a los «irracionales» a encajar en el orden de las razones, a proporcionar estadísticas críticas, a hacer girar el molino numérico.
Sólo Olivier Rey en Itinéraire de l’égarement. Du rôle de la science dans l’absurdité contemporaine, 2003, nos acerca a la idea crítica de que el aparataje científico, basado en una infinidad de mediciones, con sus mediciones ilimitadas, que este aparataje científico no es un velo, Black Mirror, sino una máquina de guerra.
El análisis científico, económico y contable de la sociedad, la aritmética política, la estadística, son siempre operaciones de reducción (término militar).
Y esta «reducción» es performativa: no es una reducción ideal o sólo de pensamiento, no es una simplificación práctica o una modelización aproximada, es una operación político-militar y colonial de abstracción (en sentido activo), de abstracción realizada (en la realidad), es una clasificación (político-religiosa), una división, el establecimiento más firme de la desigualdad.
La ciencia económica, con sus medidas contables, es un programa político, para realizar la sociedad desigual («boreliana») necesaria para el control numérico, digital (estadístico, informático).
11 Sobre esta cuestión de la «economía libidinal», nos remitimos a Benjamin Noys, Axioms of Libidinal Economy, 2019, más que al libro demasiado conocido de Jean-François Lyotard, Économie libidinale, 1974.
12 Muy teóricamente, el capitalismo puede formalizarse en términos de una «función de Pareto». Dicha función no es más que la representación de un orden jerárquico. El «interés» del orden capitalista es que su jerarquía es inmediatamente numérica o digital (por definición del capitalismo como sistema de numerización y digitalización universal). Las jerarquías de los Ángeles, en el capitalismo, son por tanto jerarquías de carteras (releer los cómics de Jodorowsky).
Ahora bien, esta especificidad, que hace que todo sea digital, incluida la jerarquía (que luego se puede formalizar fácilmente: las funciones de Pareto), debe verse al menos de dos maneras:
1) Es la culminación de un larguísimo movimiento histórico de encuadramiento y supervisión de tipo militar (la supervisión digital es quizá la más «rigurosa» en el sentido de ser rígida y permitir que todo se vigile);
2) Por retroproyección, la anatomía del hombre que revela la del mono, la forma capitalista de abstracción o administración total, rigurosa y rígida, invasiva y total, permite comprender mejor los antiguos despotismos.
Imaginemos a un antiguo déspota (un faraón saliendo de su ataúd) visitando Estados Unidos: no cuesta imaginar su gran placer, finalmente el proyecto (de despotismo burocrático) se realiza, ¡el sueño se hace realidad!
¡Estados Unidos cumple con todas las características del despotismo: la jerarquía (desde los multimillonarios hasta los pobres), lo sagrado o religioso (¿qué puede ser más arcaico que la teocracia «evangélica» estadounidense, el culto al Libro que tanto predomina), el respeto militar (incluso en su forma pervertida de «portar armas» para todos) y, quizás sobre todo, la «creencia» en la grandeza de un destino!
13 Véase «L’Autonomie Relative», Lundi Matin, núm. 343, 13 de junio de 2022.