El siguiente texto es la intervención que Giorgio Agamben preparó para la Commissione Dubbio e Precauzione el 9 de abril de 2022. Una versión revisada fue publicada el 13 de abril de 2022 en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet.
En un libro publicado hace unos años, Stasis. La guerra civil como paradigma político, intenté mostrar que en la Grecia clásica la posibilidad —recalco la palabra «posibilidad»— de la guerra civil funcionaba como un umbral de politización entre el oikos y la polis, sin el cual la vida política habría sido inconcebible. Sin la stasis, el levantamiento de los ciudadanos en la forma extrema del disenso, la polis ya no es tal. Este nexo constitutivo entre stasis y política era tan inextricable que incluso en el pensador que parecía haber fundado su concepción de la política en la exclusión de la guerra civil, es decir, Hobbes, siguió siendo virtualmente posible hasta el final.
La hipótesis que quiero proponer es que si hemos llegado a la situación de despolitización absoluta en la que nos encontramos, es precisamente porque la posibilidad misma de la stasis ha sido progresiva e integralmente excluida de la reflexión política en las últimas décadas, también a través de su subrepticia identificación con el terrorismo. Una sociedad en la que la posibilidad de la guerra civil, es decir, la forma extrema del disenso, está excluida es una sociedad que sólo puede deslizarse hacia el totalitarismo. Llamo totalitario a un pensamiento que no contempla la posibilidad de enfrentarse a la forma extrema del disenso, un pensamiento, pues, que sólo admite la posibilidad del consenso. Y no es casualidad que sea precisamente por la constitución del consenso como único criterio de la política por lo que las democracias, como la historia enseña, han caído en el totalitarismo.
Como suele ocurrir, lo que se ha reprimido de la conciencia resurge en formas patológicas, y lo que está sucediendo a nuestro alrededor hoy es que el olvido y la desatención a la stasis van de la mano, como observó Roman Schnur en uno de los pocos estudios serios sobre la cuestión, con la progresión de una especie de guerra civil mundial. No se trata sólo del hecho, que tampoco debe pasarse por alto, de que las guerras, como ya habían señalado hace tiempo juristas y politólogos, dejan de ser formalmente declaradas y, transformadas en operaciones de policía, adquieren las características que habitualmente se asignaban a las guerras civiles. Lo decisivo hoy es que la guerra civil, al formar un sistema con el estado de excepción, se transforma como éste en un instrumento de gobierno.
Si se analizan los decretos y los dispositivos puestos en marcha por los gobiernos en los dos últimos años, queda claro que están dirigidos a dividir a los hombres en dos grupos contrapuestos, entre los que se establece una especie de conflicto insoslayable. Contagiados y sanos, vacunados y no vacunados, con greenpass o sin greenpass, integrados en la vida social o excluidos de ella: en cada caso, la unidad entre los ciudadanos, como ocurre en una guerra civil, se ha roto. Lo que ha sucedido ante nuestros ojos sin que nos demos cuenta es que las dos formas-límite del derecho y la política han sido utilizadas sin escrúpulos como formas normales de gobierno. Y mientras que en la Grecia clásica la stasis, en la medida en que marcaba una interrupción de la vida política, no podía en modo alguno ocultarse y transformarse en norma, ahora se ha convertido, como el estado de excepción, en el paradigma por excelencia del gobierno de los hombres.