Intervención de clausura de Giorgio Agamben en el segundo encuentro organizado por Generazioni Future y Ugo Mattei en Turín para la Commisione Dubbio e Precauzione, «una comisión permanente con el objetivo de proteger la libertad y los derechos humanos» el 8 de diciembre de 2021 (minuto 9:34:33 en adelante).
Me pidieron que concluyera este congreso, también porque aparentemente (y yo también lo había notado) hubo una fuerte molestia con un eco muy desagradable en mi breve introducción. En primer lugar, espero que comprendan que para mí hablar en vía telemática, como lo estoy haciendo, es particularmente desagradable y espero no tener que hacerlo nunca más. Así que espero que me disculpen si soy particularmente breve.
Volviendo por un segundo a lo que dije esta mañana, esto es lo que quería decir: no me parece que ahora sea el momento de congresos. En mi no muy larga carrera académica, siempre he evitado participar en coloquios y aún recuerdo haber oído de la boca de Gilles Deleuze: «les colloques sont infâmes», los coloquios son infames. Por muchas razones, quien conoce la academia saben que a los profesores no les gusta enseñar, sólo les gusta hacer congresos. Y así siempre recordaré las palabras de Giacomo Noventa sobre el diálogo. Noventa decía que sólo hay tres tipos de diálogos: 1) los diálogos divinos o angelicales, entre quienes se aman y se conocen y quieren amarse y conocerse más, 2) luego están los coloquios o los diálogos humanos, que son entre quienes no se aman y no se conocen todavía, pero podrían conocerse y amarse, 3) y luego hay el coloquio diabólico, que es entre quienes no se aman, no se conocen y no quieren ni amarse ni conocerse.
Yo diría que hoy en día esto es a menudo la norma. Así que hay que evitar los coloquios diabólicos. Por supuesto, la situación es diferente en nuestro caso, porque nuestro caso era un coloquio bastante particular, cuyo propósito, por así decirlo, era preciso y se dirigía a la situación política particular en la que nos encontramos. Por tanto, era un coloquio no-académico que tenía un propósito preciso.
Sin embargo, yo no creo que se puedan organizar coloquios para la resistencia. Imaginen que bajo la resistencia al fascismo o a Hitler se organizara un coloquio para resistir. No, debemos pasar a otras formas de acción más concretas, y lo concreto no se opone a la teoría. Etimológicamente, concreto es algo que «crece junto», que es inseparable de su objeto. Y no es encontrar un punto del discurso que se presume separable del sujeto. Al contrario de lo que se enseña en la universidad, no existe un método que valga para todos los objetos. Cada método vale únicamente para su objeto. Por tanto, debemos intentar adherirnos estrechamente a nuestro objeto. Esto significa que hace falta una lucidez particular para adherirse a nuestra situación y encontrar el método adecuado para ella.
Por lo tanto, creo que no es seguro que se pueda seguir comportándose como se ha hecho hasta ahora, es decir, combatiendo y actuando en nombre de principios y conceptos como la democracia, la constitución, el derecho, cosas todas que desde hace tiempo hemos visto que han perdido su sentido. Es posible naturalmente practicar batallas en nombre de derechos, pero esto se puede hacer tácticamente. Estratégicamente pienso que puede ser inútil, en el sentido de que, frente a un gobierno que ignora la legalidad, me parece un poco vano invocar derechos.
Y repito: ¿qué sentido habría tenido invocar derechos ante Hitler, Stalin o Mussolini? No tiene sentido, no debemos intentar rebatir con derechos a quienes han abandonado toda legalidad. Estamos ante un gobierno que ha abandonado toda legalidad. Si no se entiende esto, no se entiende en qué situación nos encontramos. No hay ninguna legalidad. Por supuesto que el adversario al que nos enfrentamos puede parecer (y lo es seguramente) irracional, tal vez confundido, tal vez no sabe hacia dónde quiere ir, ciertamente de perfil bajo.
También creo que puede suceder, y ésta es quizá la única esperanza positiva, que este adversario representa una civilización, o más bien una incivilización, en su fin. Lo que tenemos ante nosotros es un adversario, una incivilización en su fin, y esto parece confirmarse por los medios extremos que ha elegido. ¿Cómo ha podido un gobierno elegir medios tan infames, extremos y destructivos como ha hecho este gobierno? Sin embargo, el hecho de que nos enfrentemos a un adversario intelectual o espiritualmente muerto —quiero citar a Mattei—, no significa que todo se haga más fácil. Cuidado, luchar contra un adversario muerto es más difícil que luchar contra un adversario vivo, espiritualmente vivo, con el que se pueden rebatir argumentos, temas, discusiones y razones. Con un adversario espiritualmente muerto no se pueden usar argumentos, no se puede tratar de convencerlo, no es posible. Por lo tanto, creo que nos espera la invención de nuevas estrategias. Ante el adversario que tenemos frente debemos inventar nuevas estrategias.
Me dijeron que tendría que concluir este coloquio, pero por fortuna parece que Mattei puede hacerlo. Yo no estoy acostumbrado a hacer conclusiones. Un pensamiento no puede concluir. ¿Por qué? Porque un pensamiento, una vez que ha alcanzado su objetivo, se agota y se quita de en medio. Un pensamiento que quiere permanecer después de haber alcanzado su objetivo, aunque sea para sacar conclusiones, parece que no es un verdadero pensamiento. Por lo tanto, sólo puedo desearles que sigan pensando, porque el bien que realmente pensarán y desearán lo conseguirán de alguna manera. De hecho, creo que ya lo han conseguido.