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Mathieu Burnel / Grecia: salir de la impotencia nacional

La caducidad de la esperanza, en política, se lleva a cabo cada vez más velozmente. Hicieron falta dos años, en los años 1980, para que todos advirtieran en qué consistía el “socialismo” de François Mitterrand. Al cabo de tres meses, se tenía más o menos establecido lo que sería, por lo que a una negativa total se refiere, el quinquenato de François Hollande. No han hecho falta más que tres semanas para echar abajo todas las esperanzas neciamente establecidas en un político tan bribón como Alexis Tsipras: el mismo que pretendía mandar al diablo a la “troika”, se sienta sabiamente al primer silbatazo, sean cuales sean las precauciones semánticas, las argucias tácticas y los desvaríos de antemano. Su preocupación por adular, incluso con los artificios más arcaicos, a la unión nacional, oculta mal el divorcio entre las promesas y los actos. Raramente se ha visto, en política, impotencia más flagrante. Podríamos creer que sólo se había pintado al apparátchik socialdemócrata de izquierdista radical para poner más fácilmente en escena su entrada en arrepentimiento.
Se ha glosado mucho sobre las tres semanas de “psicodrama” con giros y vueltas entre burócratas internacionales que han seguido la victoria de Syriza. Pero nada se ha dicho sobre la embarazosa demostración que ha sido hecha allá, en eurovisión. Para quien no aceptó arrancarse los ojos, ésta se formula de la manera siguiente.
Uno: votar por un gobierno o por otro más —hasta un «gobierno de ultraizquierda», como escribió Le Monde en el caso griego— no tiene ningún efecto. Dos: todo gobierno, en Europa, no puede ser ya más que un retransmisor local de la máquina gubernamental global. Tres: como Podemos tal vez mañana, Syriza sólo ha conducido a que se embarrancara en el seno del juego político la potencia que nació en las calles durante el “movimiento de las plazas”. Pues Syriza resulta de la conjunción de una estrategia (infiltrar el movimiento que en otras partes se denominó de los “indignados” y propulsarse a partir de ahí) y de una desesperanza (tras no llevar a nada la vía de la insurrección, de las ocupaciones y de las huelgas generales, experimentada en Grecia durante años, uno se confía una vez más al voto, al voto por un partido que no había tenido la ocasión de traicionar, por ser nuevo). Esta desesperanza es en sí misma el fruto de un encerramiento, de un encerramiento en el marco nacional.
Como lo escribe de manera más que precisa la Destroika en su llamado a manifestación en Fráncfort contra el Banco Central Europeo este 18 de marzo, “huelgas generales sin efecto en jornadas de acción que no actúan sobre ningún blanco digno de este nombre, las luchas parecen por todas partes tropezar con el marco nacional — en Portugal, en España, en Italia, en Francia, en Grecia. La escala nacional, que durante mucho tiempo fue la escala por excelencia de la acción política —ya sea para el Estado o para los revolucionarios—, se ha vuelto la escala de la impotencia. Impotencia que se gira contra sí misma en una rabia nacionalista que, por todas partes, gana terreno.” Es pues esto lo que hay que hacer ahora: extraerse del marco nacional, unir nuestras fuerzas contra “blancos lógicos”, tomar la calle a escala europea, con la posibilidad abierta de atravesar el continente. Y en este punto, recalcar esta pequeña contradicción: el Banco Central Europeo (BCE), por más que se imagine que reina con una autonomía kantiana sobre su república fenoménica de las tasas de interés, no se ubica menos en alguna parte sobre la tierra. No gobierna la marcha del mundo desde los aires. Su nueva sede de 1 200 millones de euros, la inauguró el 18 de marzo en Fráncfort, y no en el país de las sombras financieras, de las anticipaciones de cinco años, de los algoritmos de mercado y de los nanosegundos valiosos de Goldman Sachs. “Sus platos no son a prueba de nuestros escupitajos. Sus fortalezas son vulnerables”, como escribe también la Destroika, dirigiéndose a Draghi y consortes.
Se nos dirá: “Pero todo eso es bien conocido. Son los viejos caprichos del movimiento antiglobalización. Vuelven a plantear una estrategia que ya ha fracasado, la de las contracumbres, esas inofensivas citas endogámicas de activistas desconectados de todo.” Esto es olvidar algo: a diferencia de hace quince años, la lucidez en cuanto a los métodos neoliberales de reestructuración de las sociedades no es ya la exclusividad de un puñado de militantes, sino un hecho social masivo. Desde finales de enero, cada semana muestra ante los ojos de todos el carácter político de instancias “económicas” como el BCE. Sitiar el BCE concierne actualmente a una sana evidencia, que alegrará a pequeños y grandes. Excepto tal vez al señor Schäuble.

Publicado el 18 de marzo de 2015 en Le Monde.

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