Intervención de Giorgio Agamben publicada el 23 de febrero de 2021 en su columna «Una voce» en el sitio web de la editorial italiana Quodlibet.
Es necesario tomar en serio la tesis, repetida reiteradamente por los gobiernos, de que la humanidad y todas las naciones se encuentran actualmente en estado de guerra. Sobra decir que tal tesis sirve para legitimar el estado de excepción con sus drásticas limitaciones a la libertad de movimiento y expresiones absurdas como «toque de queda», que por otra parte son difícilmente justificables. Sin embargo, el vínculo que une los poderes de gobierno y la guerra es más íntimo y consustancial. El hecho es que la guerra es algo de lo que no pueden prescindir de forma duradera. En su novela, Tolstoi contrapone la paz, en la que los hombres siguen sus deseos, sentimientos y pensamientos más o menos libremente y que le parece la única realidad, con la abstracción y la mentira de la guerra, en la que todo parece ser arrastrado por una necesidad inexorable. Y en su fresco del palacio público de Siena, Lorenzetti representa una ciudad en paz cuyos habitantes se mueven libremente según sus ocupaciones y placeres, mientras que en primer plano las muchachas bailan agarradas de la mano. Aunque el fresco se titula tradicionalmente El buen gobierno, tal condición, tejida como está de los pequeños acontecimientos cotidianos de la vida común y de los deseos de cada uno, es de hecho para el poder a la larga ingobernable. Por mucho que esté sometida a límites y controles de todo tipo, tiende de hecho, por su naturaleza, a escapar de los cálculos, de las planificaciones y de las reglas — o, al menos, éste es el miedo secreto del poder. Esto también puede expresarse diciendo que la historia, sin la cual el poder no es en última instancia pensable, está estrechamente asociada a la guerra, mientras que la vida en la paz es, por definición, sin historia. Al titular su novela La Historia, en la que las vicisitudes de unas simples criaturas se contraponen a las guerras y a los sucesos catastróficos que marcan los acontecimientos públicos del siglo XX, Elsa Morante tenía algo así en mente.
Por eso, los poderes que quieren gobernar el mundo deben recurrir tarde o temprano a una guerra, no importa si es real o cuidadosamente simulada. Y como en el estado de paz la vida de los hombres tiende a salir de toda dimensión histórica, no es de extrañar que los gobiernos de hoy no se cansen de recordar que la guerra contra el virus marca el inicio de una nueva época histórica, en la que nada será como antes. Y muchos, entre quienes se vendan los ojos para no ver la situación de no libertad en la que han caído, la aceptan precisamente porque están convencidos, no sin una pizca de orgullo, de que están entrando —tras casi setenta años de vida pacífica, es decir, sin historia— en una nueva era.
Aunque, como es demasiado evidente, se tratará de una época de servidumbre y sacrificio, en la que todo lo que hace que la vida sea digna de ser vivida tendrá que sufrir mortificaciones y restricciones, ellos se someten de buen grado a ello, porque creen tontamente que así han encontrado para sus vidas ese sentido que, sin saberlo, habían perdido en la paz.
Sin embargo, es posible que la guerra contra el virus, que parecía ser un dispositivo ideal, que los gobiernos pueden dosificar y orientar según sus propias exigencias mucho más fácilmente que una verdadera guerra, acabe, como cualquier guerra, por irse de las manos. Y, tal vez, en ese momento, si no es demasiado tarde, los hombres volverán a buscar esa paz ingobernable que han abandonado tan descuidadamente.
3 respuestas a «Giorgio Agamben / La guerra y la paz»
Gracias por este punto de vista tan claridividente
digitalización social, imperio indiscutido de la mentira espectacular, catastrofismo, gobierno del miedo, estadísticas manipuladas, estudios científicos interesados; desplazamiento de la soberanía a instancias cada vez más incontrolables; gestión técnica de los excedentes de población…
«La familia, la fábrica, y la cárcel eran los medios disciplinarios susceptibles de integrar o reintegrar a los individuos en la sociedad de clases; el Estado del “bienestar” añadiría la escuela, el sindicato y la asistencia social. En la fase superior de la dominación en la que nos encontramos el sistema disciplinario es caro y tenido por ineficaz, dado que la finalidad ya no es la inserción o la rehabilitación de la peligrosidad social, sino su neutralización y contención. Por vez primera, se parte del principio de la inasimilabilidad de sectores enteros de la población, los excluidos o autoexcluidos del mercado, fácilmente identificables como jóvenes, inmigrantes, precarios, mendigos, toxicómanos, minorías religiosas…, sectores cuyo potencial riesgo social hay que detectar, aislar y gestionar. Ya no solamente se persigue la infracción de la ley, sino la presupuesta voluntad de infringir. De esta forma el tratamiento de la exclusión social o de la protesta que genera deja las consideraciones políticas al margen y se vuelve directamente punitivo. En último extremo, todo el mundo es un infractor en potencia. La cuestión social se convierte así en cuestión criminal, conversión a la que contribuyen una serie de leyes, reformas o decretos que inculcan o suspenden derechos y que introducen un estado de excepción a la carta.»
Lo que se busca en última estancia es la vida invivible de la que presumía Leopoldo María Panero. La felicidad o la estabilidad emocional que te puede dar tener las riendas de tu vida bien agarradas molesta. ¿Por qué? porque al gobernante le gusta mandar. Como a los tiranos. Mandar por mandar. Y la felicidad cotidiana, que hemos visto reducida a un paseo con un control estricto y unas normas que hace un año darían vergüenza, nos hace sentirnos libres. La libertad es un derecho vivible, hasta la de un perro, pero lamentablemente hemos visto que se nos ha tratado y trata como culpables por una cosa que ha hecho enriquecerse tanto a los medios como a las farmacéuticas. No es de extrañar que el gobierno sanitario tenga su sede en el gobierno mundial (OMS) y que negar la libertad humana es lo que hizo de los nazis, nazis. No somos tan estúpidos como creen y es muy probable que cuando compremos todas esas vacunas que vienen de las mismas empresas que se encargaron de crear un virus que se propague pero que no mate, no hay que olvidar que una sindemia es la capacidad de una enfermedad de aniquilar sólo a los que padecen otra enfermedad, son las que nos venden ahora la supuesta cura. El estado de excepción perpetuo ha sido anhelado por los gobernantes del mundo durante décadas, parece que han dado en el clavo.