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Reiner Schürmann / Cómo leer a Heidegger

Traducción de «How to Read Heidegger», artículo publicado en Heidegger reexamined, Vol. 2 (Nueva York: Routledge), pp. 77-82. También encontrado con un orden distinto, en francés, como capítulo en Le principe de anarchie. Este ensayo se publicó inicialmente en una traducción al japonés en Soubun (junio de 1985), pp. 18-20.

 

En uno de los Cuatro seminarios que se han hecho accesibles en japonés, Heidegger hace una breve anotación que, si se entiende correctamente, indica cómo debe leerse toda su obra. Para evitar malentendidos sobre su propio punto de partida, escribe: «Después de Ser y tiempo [mi] pensamiento sustituyó la expresión “sentido del ser” por “verdad del ser”. Y para evitar cualquier malentendido sobre la verdad, para excluir que se entienda como conformidad, “verdad del ser” se ha dilucidado como “localidad del ser” — la verdad como locus-carácter del ser. Eso presupone, sin embargo, una comprensión de lo que es un locus. De ahí la expresión topología del ser».1
Su itinerario, pues, ha sido trazado por tres palabras guía sucesivas, las dos primeras de las cuales, sin embargo, quedaron abiertas a malentendidos: sentido del ser, verdad del ser y topología del ser. La primera de ellas había sido malinterpretada como la reedición de una filosofía (neokantiana) del sentido, y la segunda como la presuposición de que la verdad es una cualidad de las actuaciones lingüísticas que se ajustan a un estado de cosas extralingüístico. Sólo la tercera palabra guía permitió a Heidegger responder a la vieja pregunta sobre la verdad del ser: es el «locus-carácter» del ser. Un error adicional y duradero al que se prestaba el vocabulario del «ser» —a saber, que el ser se representara como la suma total de entes— también fue descartado cuando Heidegger habló de la diferencia entre presencia y presenciación (o venida a la presencia) en lugar de la diferencia ontológica.
Sólo en sus últimos escritos, Heidegger plantea la cuestión de la venida a la presencia como la de los «loci». Estos loci son las economías históricas. En cada momento constituyen un campo de presencia. A lo largo de las épocas, la venida a la presencia se articula de forma diferente, se pone en obra (poiein) de forma diferente. El carácter «poiético» de la venida a la presencia es lo que Heidegger llama Dichtung, «poesía». «La poesía que piensa es en verdad la topología del ser». Ni que decir tiene que esto no tiene nada que ver con el arte de componer versos, ni siquiera con el lenguaje humano. «El carácter poiético del pensamiento»2 es sólo el eco o la reverberación de la venida a la presencia y su carácter poiético. La venida a la presencia cristaliza (dichten significa «espesar», «hacer denso») en órdenes sucesivos. A su vez, estas cristalizaciones epocales determinan el tipo de palabras con las que hablamos y escribimos. La autoordenación de la venida a la presencia debe entenderse, pues, como el lenguaje primordial. A lo largo de sus textos, la preocupación esencial del pensamiento de Heidegger sigue siendo la misma: entender el «ser» fenomenológicamente como venida a la presencia y entenderlo a través de los múltiples modos que tienen los entes de hacerse «densos», de ordenarse, de constituir un texto o poema. Cuando la idea rectora de la fenomenología heideggeriana es «el sentido del ser», esta multiplicidad es de regiones: entes dados para el manejo, entes dados como objetos y «ser disponibles». Cuando su idea rectora es «la verdad del ser», la multiplicidad es de épocas: griega, latina, moderna, tecnológica. Por último, cuando la idea rectora es «la topología del ser», la multiplicidad ya no es una cuestión de regiones o épocas, sino que es el propio «venir-a-la presencia»: un acontecimiento de originación múltiple que, como condición trascendental, hace posibles los «loci» espaciales, temporales, lingüísticos y culturales.
Sólo con esta última forma de multiplicidad aparece el impulso de la problemática que movió a Heidegger a lo largo de la trayectoria de sus escritos polimórficos con sus vocabularios cambiantes: captar la venida a la presencia como fuerza de plurificación y de disolución. Desde la perspectiva genealógica, las constelaciones históricas de los entes presentes aparecen como órdenes dispuestos bajo un Primero ordenador. Pero una vez que la mirada fenomenológica se desplaza desde la cualidad y el juego de las cosas presentes hacia su venida a la presencia, la línea de descenso en la que estas constelaciones fueron puestas en su lugar por las figuras de un Primero epocal resulta haber surgido de un ocultamiento inicial: del olvido del acontecimiento de la venida a la presencia y de la incapacidad de sostener su multiplicidad. La genealogía, por tanto, que llama la atención sobre la multiplicidad de ordenaciones históricas, descubre en el inicio de esta línea la incapacidad de soportar, y por tanto entender o comprender, la «poiética» de esas ordenaciones, la plasticidad de su hacer y deshacer. La búsqueda de principios surge de la falta de estatura.3 Los últimos escritos de Heidegger podrían leerse, por tanto, como el intento de elaborar los principales rasgos de una economía de la venida a la presencia que no es reducible a un arché: los rasgos de una economía plural.
Si esto es así, está claro que la «destrucción fenomenológica de la historia de la ontología» prometida en Ser y tiempo, sólo puede entenderse y llevarse a cabo plenamente desde el punto de vista de los últimos escritos de Heidegger. Sólo entonces se hace evidente cómo el tiempo puede ser «der Sinn des Seins»: no el «significado» del ser, sino su direccionalidad; el «sentido» como la dirección en la que algo, por ejemplo, el movimiento, tiene lugar (esta acepción tanto del sense inglés como del sens francés —el sentido de un río, o del tráfico— proviene, no del latín, sino de un verbo indoeuropeo que significa viajar, seguir un camino). El tiempo no es el «significado» del ser para un hombre y, por tanto, «una realización humana»4 (un malentendido que, según Heidegger, amenazó la desconstrucción en su primera fase, la de Ser y tiempo), sino que es la direccionalidad de las ordenaciones por las que se producen las constelaciones de la venida a la presencia. Tampoco el tiempo es el sens unique, la vía unidireccional de las épocas que se despliegan a lo largo de las edades (un malentendido que amenazó durante la fase de la «historia del ser»),5 sino la venida a la presencia múltiple en la que los entes presentes emergen de la ausencia. Estas distinciones son las más difíciles en Heidegger. La cuestión aquí es que la comprensión correcta de sus primeros escritos sólo se obtiene si se lee a contrapelo, desde el final hasta el principio.
El dilema hermenéutico de si Heidegger debe ser leído hacia delante o hacia atrás aparece más claramente en relación con la praxis. Se ha escrito mucho sobre las posibles implicaciones políticas de Ser y tiempo. Según algunos, el pronunciamiento de seguir al Führer, realizado seis años después de su publicación, ya podía verse en germen en ese libro. El discurso pronunciado por Heidegger en la inauguración de su rectorado universitario, con su llamada a la triple movilización al servicio del trabajo, las armas y el conocimiento,6 mostraría el resultado de una dirección tomada por él desde la analítica existencial. El término clave que supuestamente indica esta continuidad de pensamiento es el de resolución, Entschlossenheit. Se dice que los mismos temas reaparecen aún más tarde con el elogio del gran estadista (en comparación con otros «creadores» como poetas, artistas y pensadores) a finales de la década de 1930. Así, se supone que los primeros escritos de Heidegger constituyen el marco que sus discursos políticos sólo habrían tenido que rellenar como gritos de guerra a un líder capaz de caminar solo y de recurrir a la violencia. De ahí que los temas de la Rektoratsrede y otros discursos de esa época, centrados en la «comunidad de combate formada por profesores y estudiantes», no serían ni casuales ni aislados en Heidegger.7 Más tarde, con las manos quemadas por la política, Heidegger habría elegido temas menos comprometedores, en particular la poesía de Hölderlin. Sería demasiado comprensible que en varias ocasiones posteriores se declarara incapaz de ver cualquier implicación práctica de su pensamiento. Así, si se lee a Heidegger de principio a fin, el juicio de Karl Jaspers parece tener peso: no sólo nunca renunció a su nostalgia por un determinado pasado, sino que «la constitución fundamental de ese modo de filosofar debe conducir, en la praxis, a la dominación total».8
Cuando se lee a contrapelo, hacia atrás, desde los últimos escritos hasta los primeros, Heidegger aparece bajo una luz diferente. Una vez más, sólo se trata de sus textos. Desde el punto de vista de la topología, la praxis —al igual que la theoria, habría que añadir— no es más que la respuesta que los actores de la historia dan, y no pueden dejar de dar, a las constelaciones de venida a la presencia que los encierran. Si hay un aspecto «normativo» en esta fenomenología de las constelaciones epocales, consiste en la posibilidad de un marchitamiento de los principios y una plurificación de la acción. Bajo diferentes títulos —la «cuaterna» o lo «cuadrante» es sólo uno de los muchos— Heidegger intenta entonces pensar la venida a la presencia explícitamente como plural. Las acciones que responden a la venida a la presencia así entendida, serán diametralmente opuestas al «principio del Führer»; será un tipo de acción irreconciliable con toda reducción a lo uniforme, una acción hostil a la norma.
El dilema hermenéutico es aquí notable: leyendo a Heidegger hacia adelante, es decir, desde la analítica existencial hasta la topología, puede ser interpretable una «idealización de la unidad en detrimento de la pluralidad» a partir de unos pocos textos. Pero al leer a Heidegger al revés, desde la topología hasta la analítica existencial, la evidencia es la contraria. La venida a la presencia aparece entonces más nietzscheana, desprovista de principios metafísicos. «Caótico-práctica».9 En lugar de un concepto unitario de suelo o fundamento, tenemos entonces la «cuadratura»; en lugar del elogio de la «voluntad firme»,10 el desapego; en lugar de la integración de la universidad en el servicio civil, la protesta contra la tecnología y la cibernética; en lugar de una identificación directa entre Führer y derecho,11 la anarquía.
Tal es el inmenso valor de la breve observación metodológica que Heidegger hizo durante el seminario de 1969 en Le Thor. Sugiere que los dos pasos dados en el curso de sus escritos —desde «el sentido [Sinn] del ser» a «la verdad (aletheia) del ser», y luego a la «topología del ser»— acercaron su pensamiento, cada vez, al punto de partida apropiado. Si la topología, por sí sola, proporciona el acceso adecuado a la única cuestión que Heidegger perseguía desde el principio, la cuestión del ser, entonces es obvio que sus trabajos deben leerse hacia atrás, no hacia delante.

 


1 Martin Heidegger, Vier Seminare (Frankfurt/M.: Vittorio Klostermanm, 1967), p. 73.
2 Las dos citas son de Martin Heidegger, Aus der Erfahrung des Denkens (Pfullingen: G. Nesker, 1954), p. 23; Poetry, Language, Thought, trad. A. Hofstadter (Nueva York: Harper and Row, 1971), p. 12, un texto escrito en 1947, el primero en el que Heidegger habla de «la topología del ser».
3 Comprender, Verständnis, debe entender «en el sentido originario de vorstehen: estar puesto ante, estar a la par de, estar a la altura para sostener eso ante lo cuan uno se encuentra a sí mismo» (Martin Heidegger, Vier Seminare, p. 72). Ver también Martin Heidegger, Sein un Zeit (Tübingen: Max Niemayer, 1957), p. 143; Being and Time, trad. J. Macquarrie y E. Robinson (Nueva York: Harper and Row, 1962), p. 183.
4 Martin Heidegger, Vier Seminare, p. 73.
5 Martin Heidegger, Die Selbstbehauptung der deutschen Universitiit (Frankfurt/M.: Vittorio Klostermann, 1983), pp. 15f.
6 Ibid., p. 18. Esta lectura de Heidegger se defiende con mayor coherencia en el artículo de Karsten Harries «Heidegger as a Political Thinker», Review of Metaphysics 29 (1976), pp. 642-669, reimpreso en Michael Murray, ed., Heidegger and Modern Philosophy (New Haven and London: Yale University Press, 1978), pp. 304-328. Que la estructura de la «resolución» en Ser y tiempo implica una necesidad de autoridad me parece muy discutible. Incluso aquellos que encuentran tal lectura convincente tendrían que reconocer lo que en 1953 Jürgen Habermas llamó una transformación en la «calidad de la apelación» entre Ser y tiempo e Introducción a la metafísica. En Ser y tiempo, escribe Habermas, Heidegger seguía exaltando la decisión cuasi-religiosa de la «existencia privada y autoindividual como autonomía finita», mientras que el elogio del poder y la violencia era sólo una «coloración fascista» momentánea del posterior descubrimiento de «la historia del ser» (Jürgen Habermas, Philosophisch-politische Profile [Frankfurt/M.: Suhrkamp, 1971], pp. 67-75, trad. Dale Ponikvar, «Martin Heidegger: On the Publication of Lectures from the Year 1935», Graduate Faculty Philosophy Journal 6:2 (1977), pp. 155-164). Lo que hace esta tendencia en la lectura de Ser y tiempo es una interpretación voluntarista de la Entschlossenheit. Pero para convencerse de la debilidad de este punto de partida, basta con ver a Henri Birault, por ejemplo, sostener con igual contundencia que la Entschlossenheit prefigura la noción posterior de Gelassenheit. Ver Henri Birault, Heidegger et l’expérience de la pensée (París: Gallimard, 1978), p. 519. Esta última lectura puede valerse, al menos, de una afirmación explícita en Martin Heidegger, Wegmarken (Frankfurt/M.: Vittorio Klostermann, 1967), p. 94, trad. en Basic Writings, ed. D. F. Krell (Nueva York: Harper and Row, 1977), p. 138. Sin embargo, el mismo concepto en Ser y tiempo difícilmente puede dar lugar tanto a la llamada al servicio como a la llamada al dejar-ser.
7 Karl Jaspers, Notizen zu Martin Heidegger (Munich: R. Piper, 1978), p. 183. Ver también su Philosophische Autobiographie (Munchen: R. Piper, 1977), pp. 92-111. Estas dos publicaciones continúan un debate abierto por Georg Lukács y Theodor Adorno y resumido por Beda Allemann, «Martin Heidegger und die Politik», en Otto Poggeler, ed., Heidegger: Perspektiven zur Deutung seines Werks (Koln: Kiepenheur & Witsch, 1970), pp. 246-260. Ha sido retomada más recientemente en términos ligeramente diferentes por Jürgen Habermas, que ahora opone la Ilustracción a la «nueva derecha», una distinción que para él coincide con la que existe entre el modernismo (cuyo portavoz es Kant) y el posmodernismo (cuyo portavoz es Heidegger). Esta tipología se vuelve aún más cruda cuando se describen la racionalidad y la comunicación como ideas modernas ilustradas, mientras que a los «jóvenes conservadores» actuales (el primer Wittgenstein, el Gottfried Benn tardío) se les acusa de identificar modernismo y nihilismo, intervención estatal y totalitarismo, antimilitarismo y simpatía por el terrorismo, etc. Habermas ha formulado algunas de estas críticas en un tratamiento resumido de los últimos Adorno y Heidegger: Theorie des kommunikativen Handelns, 2 vol. (Frankfur/M.: Suhrkamp, 1981), por ejemplo, vol. 1, pp. 516. Mis observaciones anteriores sobre la Ilustración pueden bastar en este punto para sugerir lo insostenible de estas fáciles disyunciones y amalgamas.
8 K. Harries, «Heidegger as a Political Thinker», p. 669.
9 H. Birault, Heidegger et l’experience de la pensee, p. 74.
10 «Firmeza de la voluntad» y «claridad del corazón» son los temas del elogio funeral hecho por Heidegger en 1933 para Leo Schlageter; ver Nachlese zu Heidegger: Dokumente zu seinem Leben und Denken, mit zwei Bildtafeln, ed. Guido Schneeberger (Bern: publicado de manera privada, 1962), p. 48.
11 Ibid., pp. 63r. and 136.

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