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Elementos de descivilización. Parte IV

Cuarta y penúltima parte de los «Elementos de descivilización» que se publicaron en el sitio web francés de lundimatin. Las otras partes precedentes se encuentran aquí, aquí, aquí y aquí.

 

Parte IV. Usos de la violencia (1/2)

 

Precauciones de empleo

 

¿Cómo no recluirse en lo que uno es? ¿Cómo actuar sin consumir o sin ser consumido? ¿Cómo hacer sin producir? Al término de nuestra exposición del uso, tendremos que saber más sobre la cuestión.
Esta cuestión equivale a sustituir las operaciones depredadoras por los usos de la violencia. Desde esta perspectiva, todo uso es uso de la violencia. Pero, si se quiere situar la cuestión, primero tiene que marcarse una diferencia entre el sentido existencial del combate y su sentido histórico. El combate existencial lo vamos a encontrar en las formas mismas. Necesitamos poder exigir de cada forma la aptitud de luchar en este sentido, el cual tendremos que explicar a continuación. En el combate histórico, en cambio, cada forma no resulta indicada para desempeñar un papel diferente al anecdótico, y ninguna puede hacerlo por sí sola, en sí misma.
Desde un punto de vista restringido, el combate histórico concierne a los usos tácticos: la violencia política, que aquí se dejará fuera de campo. Existe una especificidad de los usos tácticos, pero de ningún modo se puede hacer que sólo en ellos descanse el combate histórico. Sin embargo, centralmente, el combate histórico concierne a la colocación en posiciones de combate de las formas (estrategia). Dimos un esbozo de esto a través de la parábola de Jurassic Park.1 1) Los usos operan en la interrupción de la clausura civilizada, en la desconexión de las dicotomías. 2) Dicho de otro modo, todos los usos tienen su origen en un acontecimiento: una interrupción que hace una especie de cortocircuito en las instalaciones objetivas, donde entra en conexión aquello que normalmente no debería hacerlo. 3) La vocación de los usos es invadir la cárcel,2 entrar en el mundo, tomar el partido de lo real. Desde esta perspectiva, el combate histórico involucra un nuevo arte de la estrategia (que sale del pensamiento empresarial en términos de objetivo/medios/resultados), un nuevo pensamiento del partido y del sentimiento de pertenencia.3
Vayamos a las formas éticas. Anteriormente, tuvimos que demostrar que disponíamos de instrumentos adecuados para detectar el mal, aptos para evitar cualquier «indignación selectiva». Ahora, en la presentación de las formas, tenemos que mostrar que no aportamos, bajo buenas intenciones, algo que resulte profundamente decepcionante. Decepcionante por ser capturable/consumible a corto, mediano y largo plazo. Es verdad que no hemos mostrado facilidades en la definición del mal, queda por presentar formas de afirmación que, de modo muy simple, no se reduzcan al mal. Para hacer esto, conservamos junto a nosotros la triple reducción objetiva como un talismán, un medio para detectar el mal que permita repelerlo.
No basta con decir que nos oponemos a las formas-objetos. Es necesario que nos demos nuevamente nuevas formas. En primer lugar, fue necesario dar prueba de la existencia de las formas no-objetivas. Esto remite a la génesis de la cosa, que vamos a completar como génesis del uso. De manera muy esquemática, el encuentro se juega entre la indeterminación, la cosa y el mundo. La cosa está en medio, pero no es posible comprenderla aisladamente. Ahora bien, esto es precisamente lo que hace la producción. La producción del objeto, arrancando la cosa que está en el centro, quiere cosificar indeterminación y mundo (o forma). De este modo, la cosa es separada de su acontecimiento y de su mundo.4 Desde la perspectiva de la cosa como acontecimiento, no se trata simplemente de decir que unas condiciones no-objetivas son posibles: ellas son lo real mismo. Las condiciones objetivas son, por su parte, siempre posibles,5 la posibilidad que es siempre la de un agotamiento. O sea la tesis ontológico-político central: las cosas tienen una carga de común que los objetos mitigan.
Por consiguiente, ¿qué significa «tomar el partido de lo real»? Hablar de lo real es siempre formular el absoluto.6 El absoluto es para nosotros el encuentro. El uso es la cuestión: ¿cómo estar cerca del absoluto? El uso es el acceso al mundo contemplado como práctico. Ahora bien, para un humano, la vía de lo real es la cosa más difícil. Se trata de la apuesta misma de la descivilización. Políticamente, se trata de crear algo posible. Y si creas algo posible es porque era imposible.

 

Formas = usos

 

Hemos identificado las condiciones objetivas, de las cuales la leyenda civilizada dice que son lo real, como condiciones de extinción, de agotamiento. Darse formas, por consiguiente, es encontrar condiciones de existencia, a las que uno cultiva. Por una parte, esto supone considerar que hasta ahora no se ha vivido realmente (gesto de negación). Por otra parte, hay que ser capaces de reconocer lo que se busca en lo que se vive, y por tanto de reconsiderar lo que se cree haber vivido, echar encima una mirada completamente diferente (gesto de reconocimiento, de localización, de prospección).
En el reconocimiento mismo, la pista entra en calor. En efecto, reconocer es también encontrar en las cosas aquello que nos anima — definición que dimos de la forma. En la forma se dan al menos tres coordenadas (el encuentro; cualquier cosa; el mundo como aquello que nos anima). Cuando nos esforzamos en considerar todo esto en un bloque, entendemos que una forma sólo se deja asir en el vuelo. No la comprendemos, la sorprendemos. La ética es sorprender un mundo.
Tener una forma es lo que acontece en cada ocasión en que encontramos en las cosas aquello que nos anima, en que encontramos el mundo en las cosas. Es por este camino como confrontamos al mal, que reagrupa todos los procedimientos de obstrucción al mundo. Ahora bien, esta concepción de la forma la reconocemos en los usos, las técnicas, los hábitos.7 Un uso es la ocasión de encontrar, en una cosa, aquello que nos anima. De manera recíproca, esto compromete un redescubrimiento de qué significa el uso.

 

Fórmula del uso

 

Es así como Pacôme Thiellement habla del uso de las series de televisión:

 

Los guionistas y los espectadores se equivocan con respecto a lo que realmente están haciendo. Lo que hacemos cuando miramos una serie es que ponemos realmente nuestra alma en conexión con fuerzas que están en esa ficción y que nos informan de cómo vamos a tener que continuar nuestra vida. Nos aporta cosas para cambiar nuestra vida. Eso es lo que importa.
Toda obra de arte es así. Una obra de arte, su función, no es tanto ser vista por el placer, por pasar el tiempo o por la cultura, todo esto importa un carajo. Lo que importa es cómo va a cambiar nuestra vida, eso es lo que cuenta. Y esto no es algo que se juegue al nivel informativo. No se juega al nivel de una intriga que habrá que resolver. El verdadero enigma que hay en una obra es cómo es capaz de mirarnos, es qué es capaz de decir sobre nosotros, qué es capaz de hacernos que va a transformarnos. Cómo va a cambiar nuestra visión del mundo, y cambiando nuestra visión del mundo, cambiar nuestra manera de actuar, y cambiando nuestra manera de actuar, cambiar nuestra vida. En resumen, lo que hacen las ficciones es que hablan de nuestros potenciales. Nos dicen: «Usted podría ser esto, usted puede ser esto». Éstas son cosas que las ficciones hacen.

 

Asir en el vuelo la forma es en primer lugar suspenderse al interior de la forma. Entramos en ciertas cosas, para nosotros infinitas, entramos como ingrediente, como materia. Hay que adoptar el punto de vista de la partícula, la partícula con asideros y ciertos campos de atracción. Contrariamente a lo que se podría creer, se trata de un punto de vista colectivo: ser ingrediente es encontrarse con otros en una cosa.
Tratemos, balbuceantemente, por adiciones sucesivas, de seguir la receta punto por punto.
¿Qué hace falta para hacer uso?
Tomemos un uso determinado. Este uso es una cosa. Por ejemplo, una serie de televisión. ¿Qué justifica que esta cosa sea un uso? Basta con que otras cosas (por ejemplo, yo) hagan uso de ella, dicho de otro modo, se relacionen con ella como algo infinito.
Si uno no quiere extraviarse, hay que distinguir entonces, en el uso, la cosa en uso por un lado y por el otro lo que entra en esta cosa, los ingredientes. De tal modo que el uso propiamente dicho es en realidad el acontecimiento de esta entrada en una cosa. Distinguir supone aquí que no se puede reducir uno de los dos términos al otro. El uso es la disparidad que se mantiene entre los dos.
El uso es toda una historia.
Existe lo que entra. Cabe destacar, en primer lugar: será necesario preguntarse las condiciones de la entrada. Lo que entra se encuentra: hay ingredientes, de tal modo que lo que cuenta no es lo que son en alguna otra parte, sino lo que hacen juntos aquí.
Lo que entra se encuentra, y se encuentra aquí, en una cosa en uso. Lo que se encuentra, encontrándose, encuentra el mundo — los «potenciales» o más bien el combate que se libran. La cosa misma está sin duda en alguna parte: en el mundo. Así, uno encuentra un límite, y este límite es el mundo. Ésta es la fórmula del uso: lo que entra se encuentra, y encuentra en la cosa en uso un límite que es el mundo.

 

La cosa en uso: condiciones

 

¿Cómo saber si tal cosa es un uso? Basta con que esté en uso por otros. ¡Éste es el primer criterio! Nadie puede indicarte lo que va a poder constituir para ti un acceso infinito, nadie puede indicarte en qué cosas singulares estás cerca del absoluto. Y si encuentras en ellas el absoluto, es que está ahí. Uno puede a lo mucho ayudarte a reconocer esas cosas (como se reconoce a alguien en la calle), y decirte cuáles son las condiciones generales del acceso. No es posible enseñarte lo que amas. Pero se te puede decir que, en lo que amas y lo que odias, en su pérdida misma, vas al encuentro de tu propia cuestión, de tu mundo.
El primer criterio negativo es entonces: imposibilidad de la prohibición del uso. Cualquier cosa puede ser un uso. Incluso podemos hacer uso de un objeto, a condición de reencontrar el acontecimiento que él recubre. La única excepción de esto es que, naturalmente, no se puede hacer uso de un dispositivo de depredación/producción. Lo que existe para producir tenemos que destruirlo o bien pura y simplemente, o bien prohibiéndole producir, lo que es lo mismo.
El segundo criterio negativo es que no se puede dar un uso obligatorio. La cosa en uso es la condición necesaria pero no suficiente del uso. La cuestión es aquí más compleja. De cierta manera, el uso es la coincidencia necesaria entre una relación con algo y el hecho de que acontezca algo. Uso = relación como acontecimiento. El acontecimiento no es necesariamente lo extraordinario, ni lo positivo. Nuestros usos son hábitos, técnicas, lugares, cosas tales que, si entramos en ellas, acontece algo en cada ocasión. Incluso cuando es para constatar colectivamente un fracaso, una derrota, incluso cuando todo el mundo se diga «no ha ocurrido nada, es nulo», esto verifica que el uso está vivo. «Siempre ocurre alguna cosa» no expresa la obligación de la intensidad, sino la necesidad de disponer, en el uso, de una especie de puesto avanzado sobre el mundo, desde el cual se es capaz de decir lo que queda por hacer y por deshacer, lo que hace falta. Lo peor no es la derrota o el aburrimiento, lo peor es no tener ninguna parte en la cual poder confiar. Lo peor es cuando la confianza no tiene ya ninguna parte a la cual ir. Entonces se corre el riesgo de perder completamente el norte.
Lo dijimos: en el uso-acontecimiento no hay sólo la cosa en uso, hay también lo que entra. Cuando hay uso es que hemos entrado. Sin embargo, es posible frecuentar, practicar, una cosa en uso sin que algo acontezca — esto es algo que pasa incluso todo el tiempo. Hay que saber entonces decirse que uno no ha entrado. Y en el momento fatídico en que ya no acontece nada en cada ocasión que uno entra, es que uno ya no entra: permanecemos al exterior, el uso ha muerto.8 Éste es el límite interno del uso. Así, no basta con una cosa en uso para que el uso tenga lugar: todavía hace falta poder entrar en ella. Lo propio del acontecimiento es que no puede ni ser prohibido ni volverse obligatorio. Si pienso que el uso es obligatorio, lo impido. Se puede y se debe dar un alcance político a los usos, declarándolos necesarios. Pero incitar tal uso reconociéndolo como necesario no es nunca asegurar que vaya a tener lugar.9
El tercer criterio negativo es que no puede haber un solo uso. Si sólo tengo un uso, lo confundo con el mundo. Ahora bien, el mundo se da sólo en las cosas determinadas, y nunca en sí mismo. En las cosas tenemos siempre sólo negativos del mundo, sus impresiones. Es así necesario liberar radicalmente nuestra relación con el mundo de cualquier positivismo. Si sólo tengo un uso, mi relación con el mundo pasa sólo por una cosa, y ésta se vuelve en realidad una condición de encarcelación10 porque ya no puedo marcar la diferencia entre cosa y mundo. Así, un mundo empieza cuando se tienen al menos dos cosas en uso. Si tengo dos cosas, capto ya que ninguna de las dos es suficiente.
El cuarto criterio negativo, contra el universalismo: el uso no es una parte de un todo. Tomemos una cosa en uso, por ejemplo, un lugar colectivo. Un lugar colectivo funciona como parte cuando es un local entre otros. Ahora bien, una cosa en uso no puede reducirse a una simple parte de un todo. Esto sería hacer de ella un objeto, y no hay «objeto en uso». Esta concepción produce la figura del usuario: «aquel que actúa en conformidad a» (tal condición objetiva). Cuando considero que un lugar es un instrumento hecho para poner en marcha actividades, cuando este instrumento tiene su lugar en el conjunto de todos los lugares del género, me convierto en su usuario. Lo propio de la pertenencia objetiva se celebra en una especie de reciprocidad de la política de contención (containment): el lugar es una parte de un todo, siempre y cuando el usuario y la actividad se agencien y se conduzcan en él respectivamente como una de sus partes. Todo se sostiene, todo se contiene. Por consiguiente, el lugar está bloqueado en dique seco, no es un buque involucrado en la persecución de la aventura colectiva.
El quinto criterio negativo (ligado al tercero), contra el particularismo: el uso no es el todo. No puede fusionarse con el todo. El uso no es el mundo. No debemos esperar de tal técnica, de tal hábito, de tal pasión, de tal amistad, que sea para nosotros el mundo. Semejante escollo implica, por un lado, una decepción programada, porque se espera demasiado. Por el otro, el agotamiento de todo lo que entra, porque esto supone un abandono sin reservas, sin afuera, sin punto de comparación, en una cosa que ya no se sabe ver como una cosa.
El horizonte puede estar pintado bellamente en todas sus paredes, pero no hay ventana. Cuando ya no se sale de él es porque uno sigue sin entrar. Cuando se toma una cosa por el todo, el pánico está a la vuelta de la esquina. De una manera general, cualquier cosa puede sumergirnos, y construimos meramente en una zona inundable. Aquel que se da un uso total, aquel que confunde el absoluto con lo total, desea ser sumergido. Naturalmente, este deseo tiene que ser tenido en cuenta. Pero, precisamente, tenerlo en cuenta es prever el hundimiento y darse los medios para hacerle frente Es repetirse, en los momentos de exaltación, que un uso se anula cuando es el único. El particularismo consiste en perder el uso cuando se lo blinda, se abusa de él.11
El sexto criterio negativo es que no puede haber más que usos. Cualquier cosa puede ser un uso, pero cada cosa no es un uso. La ética supone un relieve de las cosas, así como decir que ciertas cosas importan, dicho de otro modo, más que otras. El ideal de una equivalencia estricta entre cosa y uso es un ideal estético, una estetización del mundo. También se trata del credo de la religión dominante: la inmanencia absoluta. El hacer mismo, designado para obedecer a los modos de proceder de la producción, resulta por adelantado conforme y consagrado. En este sentido, sin importar lo que hagas, doblas el espinazo frente al culto dominante. Si todas las cosas cuentan, ninguna tiene precio, y todo es sacrificable.
Pasemos ahora a los criterios no-negativos del uso. Tres criterios hacen de una cosa «una cosa infinita», una cosa en uso. Por cuidado mnemotécnico, diremos que el uso es morada, temporada, razón [maison, saison, raison].
El uso es morada: no solamente una cosa, sino una cosa en la que se entra. En la existencia, las mejores y las peores cosas fueron aprendidas. Ser ahí es ser afuera. Hacemos bien las cosas cuando estamos afuera, cuando algo se vuelve más que una cosa por hacer: una ocasión. La exterioridad siempre es posible. La producción la acondiciona y la vuelve segura. Pero entonces la exterioridad no vale nada. La potencia ética corresponde siempre a la cuestión de poder ser adentro. Es, por tanto, lo que se pide a un uso. Se le pide poder entrar. Poder entrar supone también poder salir, es decir, no encontrarse encerrado. Es la posibilidad de estar en algún otro lugar y de volver.
El uso es temporada: no solamente una cosa, sino una cosa llamada a volver.  Una cosa que se repite, del mismo modo que los músicos repiten cuando ensayan. Desde este punto de vista, en realidad, podemos hacer uso en cualquier acontecimiento. Siempre resulta posible volver: volver a pasar la escena una infinidad de veces. Para un acontecimiento negativo, comprender, en cada ocasión, de manera mejor, estando un poco más distante, localizando, cada vez mejor, la cosa. De manera general, un uso es como un laberinto. Es un lugar muy complejo, lleno de rincones y de pliegues, donde uno debe pasar una infinidad de veces antes de poder encontrar la salida. Ya sea que se la encuentre o que se la busque, la salida es el secreto de las ganas de volver. Así entramos en el mundo.
El uso es razón: no solamente algo, sino algo mediante lo cual nos organizamos, algo que piensa. Olvidemos lo que se cree que se sabe sobre «la» razón. Una pasión, una amistad, una técnica: cada uso contiene su racionalidad. Nunca está dada (como es el caso en la necesidad, en la función), visto que el uso está siempre a medio camino entre nosotros y el mundo. Lo ignoramos porque no concedemos de modo sencillo este poder a un uso. O porque no queremos ver la soberanía que tal uso ejerce sobre nosotros (adicción).
Adoptar un uso como razón última es un gesto severo, que no puede tomarse a la ligera. Sobre todo, no se trata de confiar a cierta cosa el papel de sucedáneo de mundo, sino de hacer de ella nuestro buque insignia en la persecución del mundo. Tal es la cuestión de la posición política.12 Un partido es un horizonte: el horizonte al que apuntamos haciendo cosas, el horizonte con el cual nuestra manera de organizarnos tiene que mantener el contacto. Aquel por el cual sabemos, en cada instante, lo que hace falta: lo que nos queda por hacer, lo que nos queda por deshacer. Un uso-razón, en el sentido fuerte del término, no es un sucedáneo de mundo, sino que es una cosa que existe con las dimensiones del mundo, sin el cual no puede desempeñar su papel. Es el nombre que damos al mundo, su apodo. Esta tarea sólo puede asumirse mediante un modo de organizarse que tome el partido de lo irreductible.

 

Leer en una cosa lo que acontece: lo necesario, lo incompatible y el resto

 

Hemos visto que: 1) cualquier cosa puede ser un uso; 2) cada cosa no es un uso. Esto implica que 3) un uso es una cosa: no lo que sea. Así, hace falta poder establecer que el uso, portador de infinito, definitivamente es una cosa. El infinito no proviene de una ausencia de límites, sino de una nueva concepción del límite (límite-acceso y no límite-frontera). Así, todo uso tiene límites.13 Tenemos que saber de dónde vienen, cómo operan, y por último, si los límites que nos damos coinciden con el límite real del uso.
Podemos reformular el uso como aquello que da la ocasión a algo común de encontrar su potencia en las cosas, en lo que acontece.14 La puesta en juego de un uso es encontrar una máquina de lectura de lo que acontece. Por máquina se entiende un agenciamiento entre las tres coordenadas de la forma (cualquier cosa; encuentro; mundo) consideradas de modo inmediato en un bloque. Máquina-de-lectura significa por tanto que, cuando se considera el uso de modo inmediato en un bloque, algo lee.
Para un uso dado, se da aquello que le es necesario, y aquello que, por el contrario, es incompatible con él. Un uso porta consigo estas verdades mínimas. Son sus extremidades, mediante las cuales no es lo que sea, sino alguna cosa. Lo necesario y lo incompatible determinan la capacidad de atracción y de repulsión de un uso. Destaquemos cuatro casos de figura.
1) Una cosa amiga es aquella que refuerza lo necesario. A través de ella brilla una luz primordial.
2) Una cosa enemiga es aquella que debilita, ataca, fragiliza, relativiza, pone en crisis lo necesario. Será necesario pelear para que la luz brille, y será una luz diferente: aquella que surge luego del combate.15
Por lo demás, la palabra tóxico —que encontramos en la prensa femenina— es interesante. ¿Qué queda de una cosa amiga si se le retira toda toxicidad? ¿Qué queda de la ética si se le retira toda proximidad con lo peligroso? ¿Cuál es la relación entre verdad y veneno? ¿Podemos declarar enemigo a aquel en quien la cantidad de verdad, de veneno, es demasiado elevada? ¿No estamos confundiendo la amistad con «la cantidad de azúcar contenida»?
3) Una cosa opaca es aquella de la que no se sabe bien si refracta o no la luz de lo necesario. Con ella se mantiene una distancia, porque hasta aquí, nada establece en ella el contacto con la potencia. No se es indiferente, más bien se está al acecho. Para toda espera, la neutralidad es imposible. Situación abierta, indecidible, de oscilación entre el por y el contra.
4) Una cosa es incompatible, o cercana a la zona de lo incompatible, cuando no es posible captarla simplemente como objeto y cuando el encuentro queda bloqueado. No puede entrar en el uso, tenemos que combatirla absolutamente, porque su presencia no es sólo enemiga, sino sólo una puesta en crisis, es un principio de destrucción del uso. Nos hace correr el riesgo de perder el mundo. El polo de lo incompatible es aquel que permite detectar cualquier objeto en el uso. Lo incompatible designa el punto a partir del cual lo que acontece no es ya el uso sino un objeto.16
Para las cosas que acontecen, que vienen siempre de otro lugar, no es a priori que se consta acta de ellas, todo se establece en y por el encuentro, o su incompatibilidad. Pero lo que se debe plantear a priori, lo que no puede evacuarse en términos absolutos, es la necesidad de resonancias amigas, enemigas, indecidibles o incompatibles (así como las interferencias entre ellas). El uso nos pone sobre la pista de lo que es necesario, y nos da armas contra lo que nos destruye. Lo que destruye puede ser de dos géneros, y tenemos que armarnos en consecuencia, teniendo cuidado de no confundir los registros. 1) Hay lo que destruye absolutamente: todo lo que se reduce a una disposición de la depredación, al absolutismo objetivo (enemigo sistémico). En este caso, esto atañe siempre, al menos en parte, a la violencia política, y cuando nos vamos a buscar de este lado es que encontraremos un arma.17 2) Hay lo que nos destruye singularmente: lo que socava nuestra fuerza (enemigo existencial). En este caso, encontraremos en el uso mismo, o en otro uso, con qué armarnos. El enemigo existencial lo encontramos en el camino accidentado de nuestra propia cuestión, como una figura de ésta que hay que combatir (existe una infinidad de figura-enemigo-cuestión, de ahí la naturaleza laberíntica de los usos). El enemigo sistémico es más bien el momento en que el camino nos es confiscado.
La capacidad de formular lo necesario y lo incompatible del uso nos enseña a leer en las cosas (a dejar que el uso lea: sorprender la materia como manera), y nos vuelve también legibles a aquellos que nos encuentran.18 Y nunca debemos olvidar que esta capacidad involucra siempre, en cierto punto, una decisión política.
Sin embargo, entre las extremidades de lo necesario y de lo incompatible se da el resto: lo contingente, lo que acontece. En resumen, lo necesario es aquello de lo cual no se puede prescindir, aquello sin lo cual no se puede hacer, aquello de lo cual se comete un error cuando se lo olvida. Lo incompatible es aquello sin lo cual se debe hacer, aquello que nos deshace. Lo contingente es aquello con lo cual hay que hacer.
La única técnica occidental es la que destruye lo contingente: recodificando de manera objetiva todo lo que ella puede, y consumiendo el resto. Por el contrario, «hacer-con lo contingente» no tiene para nosotros ningún sentido peyorativo. Celebrar el mundo es siempre al mismo tiempo celebrar el accidente. ¡Estamos a favor de una civilización accidental! El accidente no es de ningún modo lo superfluo a lo que es reducido. Es la ocasión de reinventarse. Sin él, los dos polos de lo necesario y de lo incompatible funcionan como agentes de la reproducción de lo mismo: son simplemente empleados para reforzar lo que es, para estabilizar las cosas. El accidente es lo irreductible, es el ingrediente imprevisto de todo lo que se tiene previsto, y lo que hace de todo uso un material inestable. Sin aquello que acontece, sin lo contingente, las extremidades funcionan como las dos mandíbulas del consumo, preparadas para cerrarse sobre todo aquello que acontece.
Si la cuestión de los usos equivale a encontrar una máquina de lectura de lo que acontece, entonces se requieren dos condiciones negativas: no hay que cortar las extremidades del uso ni reducir el uso a sus extremidades.
Por un lado, si se cortan las extremidades del uso, se pierde el armazón colectivo. El uso es siempre uso de una cosa. Ahora bien, sin extremidades, no hay cosa. Se tiene algo de lo cual dar lectura, pero no se tiene ya una máquina. Las consecuencias de esto son las siguientes. Aquello que acontece, acontece como lo que sea. La determinación se reduce a su más simple expresión. Y como la producción toma el lugar que fue dejado, sólo lo que procede del tratamiento objetivo supera el umbral de la determinación — aunque sin venir al mundo. Lo que se llama «lo informal» se reduce inmediatamente al tratamiento indiferenciado, que es aquel de la equivalencia universal. Los síntomas de este mal de la indiferencia absoluta se experimentan por todas partes.
Por otra parte, de modo simétrico, si se reduce el uso a sus extremidades, se lo encierra en una cosa, y se pierde la visión, la lectura. La máquina gira en el vacío. Aquello que acontece es tratado, designado, como sub-cosa que se integra o no en una super-cosa. A decir verdad, ya no entra nada.
Estas dos condiciones negativas poseen en realidad una importancia mayor. Rechazar la determinación a las cosas que están en uso; concebir el uso como una relación objetiva: tales son las dos maneras generales de abdicar políticamente, frente al enemigo sistémico. En un caso, se deja hacer, se cierran los ojos. En el otro, se trabaja para él. Pero precisamente, ¿qué significa la determinación, para las cosas en uso? ¿Podemos determinar las cosas en uso? ¿Cómo no recaer inmediatamente en el objeto? En realidad, existen, por un lado, los límites que uno se da, por el otro el límite que uno encuentra, que es el mundo.19

 

Jane Doe

 


1 Véase el episodio precedente, parte III, «Una nueva cultura de la violencia».
2 La extrema derecha capta este peligro para la civilización en la forma de «la invasión migratoria» y del «Gran Reemplazo». La vocación de los usos equivale sin duda a gran-reemplazar la producción.
3 Esto arroja la materia para una parte futura.
4 Uno la designa cuando ve unas veces las cosas que la componen, otras veces la cosa en la cual ella contiene.
5 Juntas forman el reino de la posibilidad.
6 «Entre los nudos del sentido, lo real provoca un agujero», dice Lacan. Pero lo que creemos haber mostrado es que este agujero, esta interrupción, cuando se mira en positivo, cuando se «vuelve a agujerear», es el encuentro. Todo el trabajo de la cibernética es sin duda imitar el encuentro, es decir, objetivarlo, agotarlo. Es por esto que cualquier especie de convergencia entre nuestro discurso y aquel de la cibernética puede mostrarse. La única manera de estar absolutamente seguros de que son diferentes es situándonos en el plano de la ontología. Y sobre todo, llevarla hasta el extremo, es decir, hasta la «cuestión» del absoluto. El absoluto no es una cuestión. Es la respuesta preliminar que da forma a todos los contenidos ontológicos: para nosotros, el encuentro. Ahí donde el mundo es lo que se persigue sin poder alcanzarlo, el absoluto es lo que se encuentra incluso cuando no se lo busca, incluso cuando alguien construye un mundo para intentar conjurar la necesidad de un absoluto, necesidad execrada, negada, etc. Es en parte lo que hace la civilización tardía: no hay absoluto. Lo que se cree haber mostrado con esto significa: absolutización de las cosas, religión del objeto, producción. (Cuando decimos «absolutización de las cosas», pronunciamos un enunciado teológico-político). La gran dificultad es que es necesario garantizar la separación del absoluto, mirarlo como intocable e inaccesible, y al mismo tiempo, hace falta saber que todo lo que se diga enseguida será una expresión de la manera en que se lo mire, lo ponga en juego, le dé una figura. Incluso si es una contrafigura: todo lo que se diga será la sombra arrojada de nuestra idea del absoluto. El hecho de que uno no escape a una idea del absoluto es el hecho de que no podemos ahorrarnos concebir nuestra posición política también en ese registro: como una cierta puesta en juego del absoluto. Cuando nos interesamos en la ontología en la perspectiva herética de destruir la religión oficial, la designación de esta dimensión del absoluto es necesariamente desgarradora. Hay pues que leer «teológico-político» como una etiqueta puesta sobre una dimensión que tendría que tomar su propio nombre. Es un medio mnemotécnico, una manera negativa de hacerse comprender. La mayoría de los discursos teóricos o científicos dicen oponerse a «la teología», mientras que no pueden hacer otra cosa que oponer dogmas teológicos a otros dogmas teológicos — lo que es bastante diferente. Cuando decimos que no nos ocupamos de teología, debemos saber que necesariamente una cierta teología se ocupa de nosotros — y necesariamente será la teología civilizada, teología por defecto. El acceso a la teología supone un trabajo de programador: hay que ser capaz de reprogramar todo nuestro discurso, hay que estar seguro de no depender de ningún parámetro por defecto: no por fetichización de la libertad, sino para estar seguros de poder asumirlo todo — y así, de no tener ya excusas. ¿Qué declara en realidad aquel que dice: «mi discurso no es absolutamente teológico»? Esto significa: «Un programa está en marcha en lo que yo cuento, pero decidí no preocuparme de él». O: «Reprogramé de forma íntegra mi discurso, de tal manera que puedo asumirlo, pero me opongo al hecho de llamar a tal gesto teología». Nosotros decimos: cualquiera que sea el nombre dado a tal programación, esto es algo que toca al absoluto. No es difícil evitar la dimensión del absoluto: es imposible. Lo que es difícil es pronunciar un discurso que no ataña a la teología dominante. Políticamente, hay dos tipos de programadores: los que están del lado del demiurgo, y los que programan para crackear (en Matrix, Neo es un programador).
7 En todo lo que sigue, los usos que podremos tener en mente son especialmente aquellos que la construcción de una fuerza política vuelve necesarios: usos tácticos (la calle); tener un lugar («el aquí»); presencia con respecto a la situación («el ahora»); usos conspirativos; amistades y vinculaciones; propaganda.
8 El uso atañe a cosas, por consiguiente el uso es finito y mortal. «En cada ocasión que entran en él, algo acontece». La máxima del uso se aplica naturalmente a toda ley física. Una ley física, como cualquier cosa, nace de un acontecimiento. Ella podría no ser. Y nunca se puede excluir que otro super-acontecimiento, por improbable que sea, pueda deshacerla.
9 Todo descansa en el hecho de poner en el centro el acontecimiento, y la ocasión. La ocasión no es la casualidad. Es, en primer lugar, una cuestión que se abre en la situación: ¿de qué es la ocasión? La ocasión es, en segundo lugar, la ventana propiamente dicha que se abre en el mundo. En la situación, la ocasión es esa parte de luz que cae en lo que hacemos, y que nos revela una apertura, una falla. El método es entonces meterse en la falla y descifrar en ella un camino. En realidad, la ocasión es una ventana en la ventana. En el uso, tal y como se lo predefine más o menos confusamente, en el cual se ve ya una ventana, la ocasión dibuja su ventana, y ésta es siempre la que se impone. La ocasión es una huida de luz (en pintura, la luz que se supone que pasa entre dos cuerpos muy cercanos el uno del otro, y que aclara una parte de la pintura). Nos encontramos aquí con la cuestión del encuadre.
10 Desde esta perspectiva, nunca se entra en la cárcel.
11 En cambio, ¿por qué tenemos que darnos usos, máquinas de lectura? Para que el afuera pueda invadirlos, Cuanto más sólida es la máquina, más puede entrar el afuera. (Según la experiencia, lo que acontece es lo contrario: cuanto menos se tiene visión, más se deja entrar; y cuanto más se tiene visión, menos se deja entrar). Tal es, por el contrario, la moral del uso: sin el horizonte, no se sabría descifrar nada del mundo. Sin las cosas, no habría nada que descifrar (lo que corresponde, en el orden de la táctica, al principio bastante sencillo de ir ahí donde algo acontezca).
12 Primera fuga en la política: el uso como razón. La segunda fuga concierne a la cuestión de lo incompatible, de lo inaceptable.
13 No debemos confundir los límites, las extremidades de la cosa, con el límite. Como lo vamos a ver, los límites siguen siendo materia, mientras que el límite está del lado de la forma.
14 La cosa en uso está ahí donde la ocasión se dé. El límite es el encuentro mismo entre aquello que entra y la cosa.
15 «Existen dos luces: existe la luz antes de la noche y la luz después de la noche. Existe aquella que está ahí al comienzo, el alba radiante del día anterior, y luego existe aquella que luchó contra las tinieblas, la luz que nace de esta lucha: el alba brillante del día posterior. No sólo existen dos luces, existen también dos alegrías: existe la alegría de antes de la pena y existe aquella posterior a la pena. La alegría original, la alegría inocente, primitiva, esa alegría es sublime, pero es sólo un regalo de la vida, del cielo, del sol… La alegría que viene después de la pena es el regalo que te haces a ti mismo: es el modo en que transformas tu pena en alegría, la inocencia que consigues que renazca de los días de amargura y de las noches de bilis negra. Es el momento en que empiezas a vivir, pero vivir de verdad, porque empiezas a renacer de todas tus muertes sucesivas. Es el momento en que te acercas a la divinidad [o al mundo]», Pacôme Thiellement.
16 Naturalmente, quien declara tal cosa incompatible puede a su vez poner los pies en la zona de lo incompatible. «El honor es saber que hay cosas que no podemos aceptar». La cuestión se pone en situación: ¿estamos en este caso de figura? Lo necesario y lo incompatible se deciden desde el punto de vista del mundo, y no de la autoconservación de la forma objetiva que todo el mundo puede travestir como «uso». Después de todo, desde el punto de vista del mundo, nunca se excluye completamente que tal uso tenga que aparecer. Por lo demás, la cuestión política yace también en el combate que nuestros usos se libran entre ellos. De cierta manera, cada uno de entre ellos sueña con poseernos.
17 Si llamamos uso táctico a toda manera de acabar con un dispositivo, habrá que distinguir entonces entre aquellos que tienen lugar en la calle y los demás. La guerra desborda algo de calle. «No todo es político, pero todo es politizable» (Foucault). No hace falta comprenderlo como un dominio totalitario de la política, sino considerar que siempre hay, en la ética, algún punto de acceso a lo político — y viceversa. En todo uso, lo necesario y lo incompatible involucran siempre, en cierto punto, una decisión política.
18 Las palabras que planteamos sobre el uso tienden no a restringir o a ampliar lo posible, sino más bien a salir del régimen de la posibilidad. A sustituir los a priori objetivos, la predeterminación de la situación, por las condiciones del uso.
19 Esto significa que las primeras no atañen a lo formal. Están del lado de lo que entra, de los ingredientes del uso — según una concepción nueva de la materia como la indeterminación misma. En la materia, todas las cosas están sustraídas de la determinación. Del mismo modo que no se puede rechazar para alguna cosa esta capacidad de salir de la determinación, sin importar que tal o cual cosa sea material. La materia es simplemente el gran lo que sea, donde todo debe reencontrarse, pero bajo condición de estar en ningún lugar, de no tener lugar, por tanto, de no empezar.

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