En La equivalencia de las catástrofes (Después de Fukushima), consideras un siglo XXI posmoderno. ¿Por qué ver en él semejante ruptura histórica?
Jean-Luc Nancy. Yo no pienso que estemos todavía en lo post-moderno. Estamos en un “post-post”, es decir, en realidad, en un “pre-”. Estamos “antes” o en el comienzo de un cambio indudablemente tan profundo y considerable como el fin de Roma o el Renacimiento. La catástrofe de Fukushima representa un momento decisivo pues ha sobrevenido en un tiempo en que todo estaba listo para dotarle a éste un sentido que no había tenido desde hace veinte años. El estado del capitalismo en sobrecalentamiento financiero frente a la irresponsabilidad de una empresa productora de energía, los desplazamientos de las relaciones geoeconómicas y políticas, la evidencia creciente de la ausencia de reflexión sobre largo e incluso mediano plazo, tanto ecológico como tecnológico, sociológico y de civilización. Todo esto ha hecho de Fukushima un símbolo fuerte, lastrado de la memoria de Hiroshima. De hecho, esto marcó el cierre de un período: lo que con Hiroshima-Nagasaki podía permanecer ambiguo se comprobó como algo unívoco. Resulta claro que no sabemos, ni queremos saber, lo que hacemos, no menos de que no queremos, ni sin duda podemos saber, lo que sería preciso hacer. ¿Qué hacer? no es ya verdaderamente nuestra cuestión. Más bien lo es en primer lugar: “¿Cuál hacer?” ¿De qué queremos hablar?
Dices que la mundialización capitalista desembocó en una “catástrofe civilizacional”.
Jean-Luc Nancy. La mundialización está en marcha desde hace mucho tiempo: se inscribe dentro del principio mismo del capitalismo y de sus correlatos técnicos y democráticos (y con esta expresión no quiero decir que técnica y democracia estén integralmente y en todas sus determinaciones ligadas al capitalismo — pero, hasta ahora, estos tres términos han avanzado juntos). El capitalismo supone por definición una salida de los modos de vida locales, territoriales y de reproducción de la existencia. La producción se define como producción de la riqueza a partir del capital acumulado y posteriormente invertido, y a la vez como producción de la existencia misma, que deviene tributaria de los bienes producidos desde las especies hasta la velocidad informática, pasando por la energía nuclear. Ahora bien, esa existencia que se ha creído en progreso a causa de esos bienes se descubre en realidad sometida a su autodesarrollo, el cual ya no puede indicar un “sentido”. O más bien, que indica un deseo de sentido errático, del cual sus modos neorreligiosos y neofilosóficos dan testimonio. Prolifera lo que Marx llamaba “el espíritu de un mundo sin espíritu”. Pero Marx mismo no dijo lo que podía ser ese “espíritu” del que decía estaba privado este mundo.
De acuerdo a ti, el análisis de Marx permanece actual, aunque se encuentra superado en ciertos aspectos.
Jean-Luc Nancy. Marx confiaba en el fondo, de una manera a la vez kantiana y hegeliana, en un progreso y en un cumplimiento de la historia. Pensaba que el capitalismo llevaba claramente a una “prestación histórica” tirando de la humanidad hasta el punto en que habrían sido producidas las condiciones de una liberación de las sujeciones y enajenaciones de la producción misma.
Un empujoncito llamado “revolución” haría cambiar la existencia enteramente autoproducida en una repartición igual y universal de todos los bienes que pueden dar valor a la existencia. En realidad, “revolución” era menos una palabra política que espiritual: la revolución habría hecho surgir la chispa de un espíritu nuevo. Ese espíritu habría comprendido y hecho resplandecer el “valor” puro arrebatado como “plusvalía”: el valor intrínseco del productor humano. Marx era un humanista y su sentido demasiado agudo y muy fuerte de lo que llamaba “humanismo real”, para oponerlo a las sandeces bienpensantes [reformistas] o utopistas, no presuponía menos “el hombre” como un valor absoluto. A partir de entonces tenemos necesidad de pensar al hombres más que “humanamente”, si así puedo decirlo. Más, o de otra manera. Además, nos hace falta pensar al hombre en un mundo que el hombre ha metamorfoseado intensamente, especialmente por las necesidades energéticas. La “revolución” sigue siendo el nombre de una existencia en adelante claramente no identificada. Debemos re-identificar “hombre”, “revolución”, “historia”… ¡pero sin duda re-identificar en primer lugar la identidad!
¿Cómo considerar bajo esta “equivalencia general capitalista” un porvenir en el momento en que “todo se vale”? ¿Cómo pensar un mundo nuevo?
Jean-Luc Nancy. Uno no piensa lo nuevo, en el sentido de una representación y de un proyecto. Uno debe tratar de concebir e imaginar, ciertamente, pero uno debe también saber que profundamente operan solos movimientos secretos que trabajan por debajo de las consciencias, por debajo de las ciencias y por debajo de las filosofías, invisibles ante todo. ¿Quién ha inventado o querido el capitalismo? ¿Quién? ¿Marco Polo? ¿Los Médicis? ¿La Iglesia? ¿Francisco de Asís? ¿Los “Cahorsinos”? ¿Lutero? Estas respuestas son todas estrechas y exactas. Pero es en verdad un conjunto de pueblos, estructuras y mentalidades quienes han iniciado los movimientos conjuntos de las ciudades, los comercios, las salidas de la feudalidad, etc. Es lo mismo para nosotros: no podemos ver mejor el porvenir de lo que podía un burgués de Cahors descubriendo a los banqueros lombardos hacia 1430. Pero debemos estar atentos y sensibles a lo que ocurre. No en la inédita proclama inédita, que no es más que un valor mercantil hoy ya obsoleto, sino en lo inaudito que sigue sin ser audible. Debemos hacernos unos oídos, así como por otra parte nos lo exige la música desde hace ya un siglo.
Interrogas la política. ¿Qué es lo que caracteriza su crisis actual?
Jean-Luc Nancy. “Política” constituye la palabra más usada de nuestro léxico. Quiere decirlo todo: gobierno, maquinación [menée] estratégica y concepción de la vida o del sentido al mismo tiempo. En realidad, designa una esfera separada de otras esferas y a la vez una suma de todas las esferas. O bien, se la reserva al levantamiento contra la dominación — y antes al momento del levantamiento (insurrección, poder constituyente) que a su conclusión (institución revolucionaria). Es una palabra descuartizada [écartelé], eso de lo que da bien cuenta la expresión sorprendente de “politique politicienne” [política vulgar, “politiquería”]. Como si se hablara de “cuisine cuisinière” en un sentido peyorativo. Y yo mismo lo he hecho: hablar “de lo” político diferenciado de “la” política no resulta mejor. Es sólo niebla. La crisis de la política es sólo un aspecto de una mutación general de los órdenes simbólicos. Los valores, los signos, los problemas de lo que se llama “vida” y “muerte”, “individuo” y “comunidad”, “Dios” y “hombre”, “historia” y “espacio”, “excepción” y “banalidad” se encuentran en un estado particularmente turbado, incluso caótico al interior de la así llamada sociedad “desarrollada”, al igual que en el ámbito de las peleas y las complejidades mundiales. ¿Se trata de “gobernar”? ¿Pero gobernar qué? ¿Un sistema bancario, unas empresas supranacionales? ¿Un Estado? ¿De qué tipo? ¿Se trata, al contrario, de pensar lo que es ser-en-común cuando ni Dios ni amo nos dan la razón de ese “ser”? Entonces, se trata de algo más que de política, si esta palabra no puede designar el “espacio público” que podía representar la ciudad griega para sus ciudadanos, hombres “libres” distintos de sus esclavos, las mujeres y los extranjeros.
Sin embargo, ¿el sentido de una existencia en común no necesita de la política como intervención y reapropiación colectivas?
Jean-Luc Nancy. La “reapropiación” es más que “política” en el sentido que acabo de esbozar. No cabe duda de que debe indicar una o unas políticas(s). Pero es ante todo del orden del “espíritu” o del “sentido”. Todo el mundo está de acuerdo en decir a voz baja que el dinero “no vale nada”. Pero a voz alta, uno sólo escucha el valor monetario… Hablemos de otra manera. Yo no conservaría esa palabra de “reapropiación”. ¿Por qué “re”? ¿Regresar qué? ¿Qué nos han quitado? Nada quizá: antes de ser fuerzas de trabajo y unidades ciudadanas, éramos siervos de un señor o del señor Dios. ¿Es esto lo que hace falta reapropiarse? Y luego, ¿se trata de “propiedad”? ¿Cuál? Marx decía “propiedad individual” para oponerla a “propiedad privada” y a “propiedad colectiva”. Buena idea, ¿pero qué quiere decir “individual”? Marx no entendía con esto ciertamente ningún individualismo. Él pensaba —vagamente— algo que algunos llamarían hoy “sujeto” en el sentido de afirmación de un acto de existencia, de una singularidad valiendo absolutamente por sí misma. Ahora bien, esto no “se apropia” sin alejarse de todas las formas de propiedad: la riqueza, el “yo”, la identidad…
De acuerdo a ti, obrar “por un mundo y un hombre mejores”, equivale a “pensar el presente y pensar en el presente”. ¿Rechazas pues la visión del cambio como proyecto?
Jean-Luc Nancy. Como proyecto, sí. La proyección, la planificación, la prospectiva y la progamación nunca han hecho más que proyectar lo que era posible pre-calcular en un momento dado. Y por consiguiente, bloquear la imagen de un futuro ya asignado a residencia. Sin duda hace falta prever y calcular: pero en primer lugar hace falta llegar a ver lo que debe ser visto y por consiguiente pre-visto. ¿Hace falta proyectar hacia adelante automóviles? ¿Vehículos que emplean energía diferente pero con un principio idéntico de desplazamiento cuasi individual? ¿No coches y otros transportes? ¿Cuáles? ¿Para qué tipo de ciudad? ¿Qué tipo de viaje? Llegamos demasiado rápido más allá de lo proyectable y de lo posible. Ahora bien, es de un afuera-posible que se trata, ¡siempre! El burgués en 1430 no tenía ninguna idea de lo que pasaría en 1492, cuando Colón alcanzaría una isla “americana”. Y en 1930, no se tenía tampoco idea de la Europa y del mundo en 1992. Lo que no quiere decir que no hace falta hacer nada: hace falta poner atención, más atención a lo que no está visible, reconocible, formado.
Hablas de una “estrucción” para un “pensamiento común”…
Jean-Luc Nancy. Quiero decir que después de largas y poderosas construcciones, seguidas también de largas y masivas destrucciones, y a través de las deconstrucciones que han abierto la vía a desensamblajes y puestas en suspenso, ha llegado un tiempo para considerar la o las estructuraciones, es decir, según el latín, los montones, las rumas, los elementos inconstruidos, sin arqui-tectura, a la vez an-árquicos, incluso an-arquistas como la verdad de nuestra situación. Nos hace falta pensar ahí-dentro. Esto no es construido, edificado, ni edificante. Es an-árquico. ¿Qué nos dice eso de nosotros mismos?
¿Señalas la validez de un “comunismo de la inequivalencia” en aquello que permite la igualdad y con el fin de apartar la catástrofe?
Jean-Luc Nancy. Así es, una igualidad que no sea medida por la equivalencia de las mercancías, por lo tanto de nuestras fuerzas de trabajo en cuanto mercancías, eventualmente representadas como papeletas de voto y como “derechos imprescriptibles”. No una igualdad de nivelación, sino una igualdad de dignidades, ¿todas en el fondo inequivalentes? ¿Acaso yo valgo para ti? ¿Acaso tú lo haces para mí? ¿Hablamos de nuestros salarios? ¿De nuestros méritos? ¿Cuáles? ¿De nuestras cualidades morales? ¿Cuáles? Nadie vale para nadie y todos valen de valer exclusivamente un valor absoluto y no comparable.
Distinguiendo la “sociedad” de la “comunidad”, el comunismo es más visto como un “ser-en-común” que como un “bien común”. ¿De qué manera permite esta concepción avanzar juntos?
Jean-Luc Nancy. La palabra “comunismo” ha incitado desde hace más de dos siglos la siguiente cuestión. Una vez la sociedad extendida como tal, como “asociación” de los intereses y las fuerzas, y una vez la “insociable sociabilidad” (Kant) de esta sociedad es probada, hay una disyuntiva: o bien no estamos del todo “en común”, y no hay que gestionar por la fuerza, el dinero y la ley un relativo equilibrio “social”; o bien, estamos absolutamente “en común” y no tiene ningún sentido una existencia aislada. Es este hecho mismo el que nos hace falta pensar. Ahora bien, este hecho, lo vivimos todos, sabiéndolo o no. De lo contrario, ¿por qué estaríamos aquí hablando para un intercambio que será publicado a fin de que otros participen?
Entrevista publicada el 28 de agosto de 2001 en L’Humanité.