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Meillassoux y el comunismo

Artículo anónimo publicado en francés por primera vez en el sitio web de lundimatin, núm. 25, 15 de junio de 2015.

 

A primera vista, Meillassoux no parece un filósofo eminentemente preocupado por las cuestiones políticas; incluso se podría decir que su «materialismo especulativo», preocupado por demostrar una contingencia fundamental de las leyes de la naturaleza, tiene algo de puro experimento de pensamiento, que no conduce a nada, no desemboca en nada, en la medida en que la contingencia absoluta no permite pensar en una transformación real del orden de las cosas.
No se trata de afirmar que el pensamiento de Meillassoux sea directamente político en su conjunto, lo que sería bastante absurdo. Dicho esto, es importante señalar que su trabajo metafísico tiene un importante alcance ético. Por ejemplo, el segundo capítulo de Después de la finitud señala un vínculo, aunque bastante ambiguo, entre la crítica del absoluto en la filosofía contemporánea, que él ve solidaria a una preeminencia de la fe sobre la razón, un fideísmo, por una parte, y el «retorno de lo religioso» contemporáneo, por otra. La posición de Meillassoux, en la medida en que propone un enfoque profundamente racionalista del absoluto bajo la forma de la contingencia, se plantea, al menos implícitamente, como un recurso irreligioso contra esta situación, permitiendo captar el absoluto no como una realidad divina trascendente, sino a la inversa, como la ausencia de toda trascendencia.
No es irrelevante que los únicos pasajes que abordan cuestiones concretas en sus obras publicadas (Después de la finitud, El número y la sirena) traten de cuestiones religiosas: en efecto, si hay una finalidad ética y política en el pensamiento de Meillassoux, ésta se centra en las cuestiones relativas a la salvación y a los fines últimos de la humanidad. Los posicionamientos de Meillassoux en el orden político deben entenderse como inscritos en esta perspectiva, la de un pensamiento racional y metafísico de la salvación. Para Meillassoux, en efecto, la forma religiosa del pensamiento (más ampliamente, el campo de las creencias) constituye un obstáculo fundamental para la emancipación humana, porque impone un límite radical a lo que el ser humano es capaz de pensar y comprender.
Lo esencial del proyecto de Meillassoux consiste en una apropiación filosófica de las cuestiones éticas y escatológicas, es decir, en tratar estas cuestiones en un plano exclusivamente metafísico. En este sentido, no se puede minimizar el carácter especulativo de su trabajo: para Meillassoux, los posicionamientos existenciales y éticos no pueden desligarse de un compromiso en un plano estrictamente ontológico: «no se puede transformar un cuerpo, inventar una nueva subjetividad, sin una propuesta sobre el mundo desplegada de forma resueltamente especulativa». Tal orientación hiperteórica explica que para él los problemas deban plantearse en su nivel más alto de generalidad e intensidad, es decir, en el plano metafísico. Si se presenta como materialista, se trata de un materialismo muy extraño, que es compatible, en el plano de las descripciones del mundo físico y social, con los materialismos tradicionales, pero que pretende justificarlos y reforzarlos con proposiciones filosóficas originales. Así, en el curso de uno de sus seminarios, explica rápidamente el vínculo entre su versión de la contingencia y la crítica marxiana de la ideología:

 

Marx critica la ideología capitalista para mostrar que este estado del mercado (la sociedad burguesa) es contingente. No existe un orden necesario transhistórico. Todas las ideologías afirman que lo que es debe ser. La crítica de la ideología consiste siempre en hacer aparecer como contingente lo que se creía necesario. Pero los críticos de la ideología nunca han llegado a negar la necesidad física. Es necesario cuestionar esta idea de necesidad interna a la historia, a la sociedad, pero también a la propia naturaleza.

 

Así pues, las implicaciones políticas del pensamiento de Meillassoux no pueden presentarse de manera aislada, sino sólo en la medida en que se derivan de su enfoque general, basado en proposiciones especulativas sobre el poder del pensamiento para captar lo absoluto. El pensamiento político de Meillassoux se sitúa en la intersección de la noción de esperanza racional, de una nueva definición de la justicia y de una reflexión sobre la figura del militante.
La propuesta de Meillassoux de una esperanza puramente racional, que reuniría el asombro filosófico y la espera mesiánica, procede directamente de su metafísica: si el Absoluto no es una cosa, un principio trascendente que guía nuestra existencia, si el mundo tal como lo conocemos está abierto a transformaciones radicales, la esperanza no debe basarse en un futuro garantizado, sino en la posibilidad, muy real, de que el orden injusto del mundo sea derrocado. Meillassoux señala aquí un efecto perverso de la creencia en un Absoluto trascendente, aunque esté laicizado: postular el Espíritu universal, la Historia, o la Revolución, como Absoluto, es rechazar fuera del mundo mismo el término hacia el que se dirige la esperanza, con el resultado de que se acepta la injusticia presente en nombre de la justicia futura (comunista, por ejemplo).
Para Meillassoux, se trata pues, por una parte, de rechazar las formas engañosas de la esperanza basadas en absolutos injustificados, pero igualmente de luchar contra la consecuencia opuesta, y simétrica, que es sumirse en la desesperación a causa de esta ausencia de absolutos. Se trata de aceptar simultáneamente la contingencia absoluta de todas las cosas y de mostrar que, contrariamente a un punto de vista existencialista, por ejemplo, esta contingencia no conduce en modo alguno a un absurdo fundamental que sólo llevaría al rechazo de toda acción. «La superación de la desesperación apunta a liberar la potencia de acción presente del sujeto, no a satisfacer su deseo de ensueño. Destruyendo la idea de un absurdo irremediable del mundo, el militante universalista puede concentrarse en la urgencia de su tarea, apuntando al fin superior que guía su acción no a la manera de un ideal inalcanzable, sino de una posibilidad real, aunque incontrolable». Si el nihilismo contemporáneo no es más que la imagen de la incapacidad colectiva para pensar en otra cosa que no sea un término trascendente para la acción política, este nihilismo puede ser superado mediante la introducción de una esperanza racional, basada en la revelación, a través de la contingencia, de la posibilidad de una alteración real del mundo. Se trata de acceder a «una posibilidad real elaborada por la especulación factual, una posibilidad que no está destinada a permanecer como una posibilidad muerta, “meramente teórica”, sino a convertirse en una esperanza íntima y vital: un factor de transformación efectivo y emancipador de la subjetividad».
Esta esperanza tiene un objeto determinado, que es la justicia universal. En efecto, el conocimiento de la contingencia, adquirido mediante un trabajo puramente intelectual, nos da acceso a una idea eterna de justicia, fuera de toda condición presente. La verdad eterna de la contingencia «da acceso a la estricta igualdad entre todos los hombres desde el punto de vista de lo que los hace hombres. Las verdades eternas a las que su condición les da acceso son, en efecto, indiferentes a las diferencias, innumerables y necesarias diferencias entre los individuos pensantes».
Esta justicia misma se concibe como la posibilidad de una abolición terminal de la política, la esperanza que conduce a «una política hecha con vistas a la supresión de la política, redescubriendo el comunismo como la promesa y la prueba del fin de la política, el fin de la vectorización, el fin de la escatología y el comienzo de una existencia consagrada a sus propias pruebas».
Hay que señalar aquí que el advenimiento de esa justicia, condición de todo comunismo real, es llevado por Meillassoux a un punto de extrema radicalidad, ya que, para él, la primera y más fundamental injusticia que hay que corregir es la de la muerte injusta, que genera lo que él llama espectros: «de las injusticias, la más extrema sigue siendo la muerte: muerte absurda, muerte precoz — muerte natural, o muerte infligida por alguien a quien no le importa nada la igualdad». Tal resurrección es, para Meillassoux, la condición inicial para que sobrevenga la justicia, resolviendo la incalculable suma de injusticias anteriores, y abriendo la posibilidad de la realización completa del Bien en forma de una «comunidad justa».  Además, tal propuesta escatológica es indispensable, para evitar que el advenimiento de una Revolución conduzca a una ruptura trágica de la historia, que separaría radicalmente a los seres humanos nacidos antes de la Revolución de los que la seguirían, induciendo «una desigualdad absoluta entre los hombres anteriores a la emancipación y los posteriores».
Tal esperanza, a la vez absurda en la inmensidad de su exigencia y necesaria como objeto de una justicia completa y absoluta, es la condición, según Meillassoux, para obtener una forma de subjetividad que sería a la vez consciente de todos los límites concretos a la instauración de la justicia, y que sin embargo no se daría por vencida. Para Meillassoux, se trata de alterar lo que él llama la figura del Militante, para que éste actúe a la vez con pleno conocimiento de causa y prevenido contra la desesperación radical. Para Meillassoux, «una política emancipadora es una política que apunta a su propia abolición en la realización del fin perseguido, para hacer inútiles la violencia y las artimañas que inevitablemente acompañan su curso. Pero cuidado: sería ruinoso creer que la política podría obtener por sí misma esta abolición — que el fin de la política podría ser una política. Porque esto es falso, por supuesto: un mundo sin política está fuera de nuestro alcance». Es en este sentido en el que la esperanza excesiva de la justicia universal encuentra su razón de ser, según Meillassoux: en que vincula la búsqueda necesaria de una emancipación a un fin que está radicalmente más allá de sí misma, en una salvación que sólo la esperanza mesiánica puede aportar, la de un fin absoluto de toda política.

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