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Giorgio Agamben / El pensamiento es el coraje de la desesperanza (entrevista)

Berlusconi cayó, como otros dirigentes europeos. Considerando que has escrito sobre la soberanía, ¿qué te inspira esta situación inédita?

Los poderes públicos se encuentran en pérdida de legitimidad. Una sospecha recíproca se inmiscuyó entre el poder y el ciudadano. Esa desconfianza creciente ha derrumbado a algunos regímenes. Las democracias viven en la inquietud: ¿cómo explicar que dispongan de una legislación sobre la seguridad dos veces peor que la que tuvo el fascismo italiano? A los ojos del poder, cada ciudadano es un terrorista en potencia. Jamás olvidamos que el aparato biométrico, que en breve será insertado en el documento de identidad de todos los ciudadanos, surgió en primer lugar para los criminales reincidentes.

¿La crisis está ligada al hecho de que lo económico ha tomado prioridad sobre lo político?

En el vocabulario de la medicina antigua, la crisis designa el instante decisivo de la enfermedad. Pero hoy, la crisis ya no es provisional: es la marcha misma del capitalismo, su motor interno. La crisis está siempre en curso, porque, semejante en esto a otros dispositivos de excepción, permite al poder la imposición de las medidas que jamás sería posible hacer aceptar en el tiempo normal. La crisis, incluso si esto puede hacer reír, corresponde perfectamente a lo que en otro tiempo se llamaba en la Unión Soviética la “revolución permanente”.

La teología resulta ahora muy importante en tu reflexión. ¿Por qué?

Las últimas investigaciones que he emprendido me mostraron que nuestras sociedades modernas, que se pretenden laicas, están por el contrario gobernadas por conceptos teológicos secularizados que actúan con tanta más potencia que no son conscientes de ello. Nunca vamos a comprender lo que pasa hoy si no entendemos que el capitalismo es en realidad una religión. Y, como decía Walter Benjamin, se trata de la más feroz de las religiones, pues no conoce ninguna expiación… Piensa en la palabra “fe”, generalmente reservada a la esfera religiosa. El término griego que le corresponde en los Evangelios es pistis. Un historiador de las religiones que trataba de comprender el significado de esta palabra, daba un día un paseo en una calle de Atenas. De pronto vio escrito en un cartel: “Trapeza tes pisteos”. Se aproximó y se dio cuenta de que se trataba de un banco: trapeza tes pisteos quiere decir “banco de crédito”. Fue una iluminación.

¿Qué nos revela esa historia?

Pistis, la fe, es el crédito del que gozamos junto a Dios y del que la palabra de Dios goza junto a nosotros. Ahora bien, sin duda existe en nuestra sociedad una esfera que gira enteramente en torno al crédito. Dicha esfera es el dinero y el banco es su templo. Como sabes, el dinero es sólo un crédito: en el dolar y la libra (no en el euro, y esto habría de alterarnos…) todavía es posible leer que el Banco central pagará al portador el equivalente a ese crédito. La crisis fue desencadenada por medio de una serie de operaciones sobre créditos revendidos decenas de veces antes de que pudieran ser realizados. Gobernando el crédito, el Banco, que tomó el lugar de la Iglesia y los sacerdotes, manipula la fe y la confianza de los hombres. Si la política está hoy en retirada, es porque el poder financiero, sustituyendo a la religión, ha secuestrado toda la fe y todas las esperanzas. Es por esto que me encuentro haciendo investigaciones sobre la religión y el derecho: me parece que la arqueología es la mejor vía de acceso al presente. El hombre europeo no puede acceder a su presente sin medirse con su pasado.

¿En qué consiste ese método arqueológico?

Es una investigación acerca de la arché, que en griego quiere decir “comienzo” y “mandamiento”. En nuestra tradición, el comienzo es tanto lo que da nacimiento a algo como lo que comanda su historia. Pero ese origen no puede ser fechado o cronológicamente situado: es una fuerza que continúa actuando en el presente, como la infancia en el psicoanálisis, que determina la vida psíquica del adulto, o el big bang, que, de acuerdo con los astrofísicos, dio nacimiento al Universo pero continúa propagando su radiación fósil. El ejemplo que tipifica este método sería el devenir hombre del animal (la antropogénesis), es decir, un acontecimiento que supuestamente tuvo lugar necesariamente, pero que no ha terminado de una vez por todas: el hombre siempre está deviniendo humano, y con ello permaneciendo inhumano, animal. La filosofía no es una disciplina académica, es un modo de medirse con este acontecimiento que no cesa de producirse y que va a determinar la humanidad y la inhumanidad del hombre, cuestiones completamente importantes, me parece.

En tu obra, ¿esa visión del devenir humano no es pesimista?

Estoy muy contento de que me hagas esa pregunta, ya que en efecto me encuentro muchas veces clasificado como pesimista. En primer lugar, a título personal, no lo soy en absoluto. En segundo lugar, los conceptos de pesimismo y de optimismo no tienen nada que ver con el pensamiento. Debord citaba a menudo una carta de Marx: “Las condiciones desesperadas de la sociedad en la que vivo me llenan de esperanza”. Un pensamiento radical siempre se coloca en la posición extrema de la desesperación. Simone Weil lo decía también: “No me agrada la gente que entra en calor con esperanzas huecas”. El pensamiento, para mi, es esto: el coraje de la desesperanza. ¿No es eso el colmo del optimismo?

Ser contemporáneo, de acuerdo contigo, es percibir la oscuridad de su época y no su luz. ¿Cómo comprender esta idea?

Ser contemporáneo es responder a un llamamiento que la época nos lanza por medio de su oscuridad. En el Universo en expansión, el espacio que nos separa de las galaxias más lejanas se acrecienta a una velocidad tan grande que la luz de sus estrellas no puede alcanzarnos. Percibir en la oscuridad del cielo esa luz que busca alcanzarnos y no lo puede, eso es ser contemporáneo. El presente es la cosa más difícil de vivir. Porque el origen, repito, no está confinado en el pasado: es un torbellino, de acuerdo con la muy bella imagen de Benjamin, es un abismo en el presente. Y estamos tomados en este abismo. Es por eso que el presente es por excelencia lo que permanece no vivido.

¿El contemporáneo supremo sería el poeta? ¿O el filósofo?

Tengo tendencia a no oponer poesía y filosofía, en el sentido en que estas dos experiencias tienen igualmente lugar en el lenguaje. La verdad tiene su morada en las palabras, y desconfiaría de cualquier filósofo que dejara a otros, a los filólogos o a los poetas, el cuidado de dicha morada. Hay que tomar cuidado del lenguaje, y creo que uno de los problemas esenciales de los medios de comunicación es que no se cuidan de ello. El periodista también es responsable con respecto a la lengua, y será juzgado por ella.

¿Cómo es que tu más reciente trabajo sobre la liturgia nos da acceso al presente?

Analizarla es colocar el dedo sobre un inmenso cambio en nuestra representación del ser de las cosas. En el mundo antiguo, el ser es ahí, es una presencia. Con la liturgia cristiana, el hombre es lo que él debe y debe lo que él es. Hoy en día, no tenemos otra representación de la realidad que esa operatividad, esa eficacia. Ya no concebimos un ser sin efecto. Sólo es real lo que es efectivo, y con ello eficaz y gobernable. La tarea de la filosofía por venir es la de pensar una política y una ética liberadas de los conceptos de deber y de eficacia.

¿Pensar la ociosidad o inoperatividad [désœuvrement], por ejemplo?

La insistencia en el trabajo y la producción es nefasta. La izquierda se equivocó cuando asumió esas categorías, que yacen en el centro del capitalismo. Pero hace falta precisar que la inoperatividad, tal como la concibo, no es ni atonía ni holgazanería. Hace falta des-obrar [dés-œuvrer] en el sentido activo del término (me parece muy bella la palabra francesa). Se trata de una actividad que consiste en volver inoperantes todas las obras sociales de la economía, del derecho y la religión para abrirlas a otros usos posibles. Pues esto es lo propio del hombre: escribir un poema superando la función comunicativa del lenguaje; hablar o dar un beso desviando la boca de su función, que sirve en primer lugar para comer. En la Ética nicomáquea, Aristóteles se pregunta si existe una obra propia del hombre. La obra del flautista es tocar la flauta, la obra del zapatero es hacer zapatos, pero ¿existe una obra del hombre en cuanto tal? Aristóteles formula entonces la hipótesis según la cual el hombre habría tal vez nacido sin obra, pero en seguida la abandona. Sin embargo, esta hipótesis nos conduce al corazón de lo humano. El hombre es el animal desobrado [désoeuvré]; no tiene ninguna tarea biológica asignada, ninguna función claramente prescrita. Es un ser de potencia que puede su propia impotencia. El hombre puede todo pero no debe nada.

Hiciste estudios de derecho, pero toda tu filosofía busca en cierto sentido liberarse del derecho.

Al acabar el bachilletato tenía en el fondo sólo un deseo: escribir. Pero, ¿qué es lo que esto quiere decir? ¿Escribir qué? Creo que se trata de un deseo de hacerse posible la vida. Lo que uno quiere no es “escribir”, es “poder” escribir. Es un gesto filosófico inconsciente: uno trata de hacerse posible la vida, lo cual es una buena definición de la filosofía. Ahora bien, el derecho es aparentemente lo contrario: es lo necesario y no lo posible. Pero si estudié el derecho fue porque no podía, sin duda, acceder a lo posible sin hacer la prueba de lo necesario. En cualquier caso, mis estudios de derecho me fueron muy útiles cuando llegó su momento. El poder dejó caer los conceptos políticos en beneficio de los conceptos jurídicos. Lo jurídico no para de proliferar: se hacen leyes sobre todo, en dominios que en otras ocasiones habrían sido inconcebibles. Esta proliferación resulta peligrosa: en nuestras sociedades democráticas, ya no hay nada que no esté normado. En los juristas árabes he descubierto una cosa muy bella. Ellos representan al derecho con una especie de árbol, por un extremo está lo que está prohibido y, en el otro, lo que es obligatorio. Para ellos, la tarea del jurista se sitúa entre estos dos polos, es decir, concierne a todo lo que se puede hacer sin que esto sea jurídicamente sancionado. Esta zona de libertad nunca para de estrecharse, cuando tendría que alargarse.

En 1997, en el primer volumen de tu ciclo Homo sacer, afirmaste que el campo era la norma de nuestro espacio político. De Atenas a Auschwitz…

Se me ha reprochado mucho esta idea, de que el campo haya remplazado a la ciudad como nomos (norma, ley) de la modernidad. Ahora bien, no estaba mirando el campo como hecho histórico, sino como matriz secreta de nuestra sociedad. ¿Qué es un campo? Es una porción del territorio sustraído al orden jurídico-político, una materialización del estado de excepción. Hoy en día, la excepción y la despolitización han penetrado en todas partes. ¿El espacio videovigilado de las ciudades contemporáneas es público o privado, interior o exterior? Nuevos espacios se despliegan: el modelo israelí en los territorios ocupados, compuesto por todas esas barreras que excluyen a los palestinos, fue llevado a Dubai para crear islotes turísticos absolutos, hipersegurizados…

¿Dónde va Homo sacer?

Cuando empecé este ciclo, lo que me interesaba era la relación entre el derecho y la vida. En nuestra cultura, la noción de vida nunca es definida, pero es incesantemente dividida: está la vida políticamente cualificada (bios), la vida natural común a todos los animales (zoé), la vida vegetativa, la vida de relación, etc. ¿Es posible alcanzar una forma de vida que resista a la divisiones? Actualmente estoy escribiendo el último volumen de Homo sacer. Giacometti dijo una cosa que realmente me gusta: nunca terminas una pintura, la abandonas. Sus pinturas no están terminadas, su potencia nunca se agota. Me gustaría que lo mismo sucediera con Homo sacer, que sea abandonado pero no acabado… Además de esto, creo que la filosofía no debe consistir demasiado en un enunciado teórico. La teoría debe, a veces, mostrar su insuficiencia.

¿Es por esta razón que siempre has escrito, a lado de tus ensayos teóricos, textos más cortos, más poéticos?

Si, completamente. Estos dos registros de escritura no se contradicen y, espero, incluso se entrecruzan a veces. Fue a partir de un gran libro, El Reino y la Gloria (2008), genealogía del gobierno y de la economía, que apareció con fuerza la noción de inoperatividad, la cual intenté desarrollar de forma más concreta en otros textos. Esos cruzamientos forman todo el placer de la escritura y el pensamiento.

Entrevista por Juliette Cerf publicada el 10 de marzo de 2012 en Telarama.

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