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Giorgio Agamben / Salvo los hombres y los perros

 

Traducción castellana de «Sauf les hommes et les chiens», publicado en Libération el 7 de noviembre de 1995 luego de la muerte de Gilles Deleuze.

 

A Gilles Deleuze, el inventor, el inocente, el risueño, el fugitivo: el adiós de los filósofos.

 

En la primavera de 1987, asistí a las últimas conferencias de Deleuze en Saint-Denis y nunca olvidaré la generosidad y la libertad que me aportó esa voz. Veinte años antes, durante un verano igualmente decisivo para mí, asistí al seminario de Heidegger. Un abismo separa a estos dos filósofos, posiblemente los más grandes de nuestro siglo. Ambos pensaron con extremo valentía sobre la existencia, partiendo de la facticidad, y sobre el hombre como ese ser que es sólo sus modos de ser. Pero la tonalidad fundamental de Heidegger es la de una angustia tensa, casi metálica, en la que cada propiedad y cada instante se contraen y se convierten en una tarea por cumplir. Nada, en cambio, expresa mejor la tonalidad fundamental de Deleuze que esa sensación que a él le gustaba llamar con una palabra inglesa: self-enjoyment. El 17 de marzo, según mis notas, para explicar este concepto, comenzó exponiendo la teoría platónica de la contemplación. «Todo ser contempla —dijo, citando libremente de memoria—, todo ser es una contemplación, sí, incluso los animales, incluso las plantas (salvo los hombres y los perros —añadió—, que son animales tristes y sin alegría). Ustedes dirán que bromeo, que es una broma. Sí, pero incluso las bromas son contemplaciones… Todo contempla, la flor y la vaca contemplan más que el filósofo. Y, al contemplar, se llenan de sí mismos y se regocijan. ¿Qué contemplan? Contemplan sus propios requisitos. La piedra contempla el silicio y la caliza, la vaca contempla el carbono, el nitrógeno y las sales. Esto es el self-enjoyment. No es el mezquino placer de ser uno mismo, el egoísmo, es esta contracción de los elementos, esta contemplación de nuestro propios requisitos lo que produce la alegría, la ingenua confianza de que algo va a durar, sin la cual no podríamos vivir, porque se nos pararía el corazón. Somos pequeñas alegrías: estar contento con uno mismo es encontrar en uno mismo la fuerza para resistir a la abominación».
Aquí acaban mis notas, y así es como quiero recordar a Gilles Deleuze. La gran filosofía de este siglo sombrío, que empezó con la angustia, termina en la alegría.

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