Texto traducido a partir de «Theologisch-politisches Fragment», en W. Benjamin, Gesammelte Schriften, vol. II/1, Fráncfort del Meno, Suhrkamp, 1977, pp. 203-204.
Sólo el propio mesías cumple todos los acontecimientos históricos, en el sentido de que redime, completa y crea su relación con lo mesiánico mismo. Por lo tanto, nada histórico puede querer referirse a lo mesiánico por sí mismo. Por lo tanto, el reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede fijarse como meta u objetivo. Desde el punto de vista histórico, no es objetivo [Ziel], sino término [Ende]. Por eso el orden de lo profano no puede construirse sobre la idea del reino de Dios; por eso la teocracia no tiene un sentido político sino sólo religioso. Haber negado con toda intensidad el sentido político de la teocracia es el mayor mérito del libro de El espíritu de la utopía de Bloch.
El orden de lo profano debe basarse en la idea de la felicidad. La relación de este orden con lo mesiánico es una de las enseñanzas esenciales de la filosofía de la historia. Y es a partir de esto que se condiciona una concepción mística de la historia, cuyo problema puede ser presentado en una imagen. Si una dirección de la flecha indica la meta en la que trabaja la dynamis de lo profano, y otra la dirección de la intensidad mesiánica, entonces la búsqueda de la felicidad de la humanidad libre se aleja ciertamente de esa dirección mesiánica, pero así como una fuerza es capaz de promover otra fuerza por su camino en la dirección opuesta, así también el orden profano de lo profano promueve la llegada del reino mesiánico. Así pues, lo profano no es por cierto una categoría del Reino, sino una categoría (y de las más certeras) de su aproximación silenciosa. Pues en la felicidad, todo lo terreno se dirige a su propio ocaso, que sólo en la felicidad puede encontrar, mientras que, por supuesto, la intensidad mesiánica inmediata, la perteneciente al corazón, del ser humano individual interno, pasa por la desdicha, por el sufrimiento. A la restitutio in integrum religiosa que conduce a la inmortalidad le corresponde una restitutio in integrum mundana que a su vez conduce a la eternidad de un ocaso; siendo por su parte la felicidad ritmo de eso mundano eternamente efímero, pero uno efímero en su totalidad, en su totalidad espacial y temporal, a saber, el ritmo de la naturaleza mesiánica. Pues la naturaleza es sin duda mesiánica desde su condición efímera eterna y total.
Perseguir esta condición efímera, incluso para aquellos niveles del hombre que son ya, como tal, naturaleza, es tarea de esa política mundial cuyo método ha de recibir el nombre de “nihilismo”.