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Carta de Karl Marx a Ludwig Feuerbach

París, 11 de agosto [de 1844],
rue Vaneau 38

¡Honorable señor!
Aprovechando la ocasión que se me ofrece, me tomo la libertad de enviarle un artículo mío en el que se apuntan algunos elementos de mi filosofía crítica del derecho, que ya había terminado, pero que he decidido redactar de nuevo para expresarme con mayor claridad. No atribuyo ningún valor especial a este ensayo, pero me es grato aprovechar la ocasión para expresarle la alta estimación y —si me permite la palabra— el amor que siento por usted. Su Filosofía del futuro y su Esencia de la fe son, desde luego, a pesar de su volumen reducido, obras de mayor peso que toda la literatura alemana actual junta.
En estas obras ha dado usted —no sé si deliberadamente— una fundamentación filosófica al socialismo, y los comunistas han interpretado así estos trabajos desde el primer momento. El concebir la unidad del hombre con el hombre, basada en las diferencias reales entre ellos, y el bajar el concepto del género humano de la abstracción para situarlo en la tierra real, ¿qué es todo eso más que el concepto de la sociedad?
Están a punto de aparecer dos traducciones, una en inglés y otra en francés, de su Esencia del cristianismo, que se hallan ya casi a punto de imprimirse. La primera se publicará en Manchester (cuidada por Engels) y la segunda en París (al cuidado del francés, doctor Guerrier, y del comunista alemán Ewerbeck, con la ayuda de un estilista francés).
En estos momentos, los franceses se abalanzarán sobre el libro, pues ambos partidos —el de los curas y los voltarianos y el de los materialistas— tienen la vista en busca de ayudas de fuera. Es un hecho característico el que, en la actualidad, al contrario de lo que ocurría en el siglo V, la religiosidad haya ido a refugiarse a la clase media y a la clase alta, mientras la irreligiosidad —pero la irreligiosidad del hombre que se siente como tal hombre— ha descendido al proletariado francés. Tendría usted que asistir a una de las reuniones de los obreros franceses para poder apreciar la virginal lozanía, la nobleza de que dan pruebas estos hombres agotados por el trabajo. También los proletarios ingleses hacen progresos gigantescos, aunque les falta el carácter cultural de los franceses. Y no debo tampoco dejar de señalar los méritos teóricos de los artesanos alemanes que trabajan en Suiza, en Londres y el París. Lo que ocurre es que el artesano alemán es todavía excesivamente artesano.
En todo caso, la historia va alumbrando ya entre estos “bárbaros” de nuestra sociedad civilizada el elemento práctico para la emancipación del hombre.
El contraste entre el carácter francés y el nuestro, el de los alemanes, no se me ha revelado nunca con tanta fuerza y tanta nitidez como en una obra de Fourier que comienza con estas palabras: “l’homme est tout entier dans ses passions”. “Avez-vous jamais rencontré un homme qui pensât pour penser, qui se ressourvînt pour ser ressouvenir, qui imaginât pour imaginer ? qui voulait pour vouloir ? cela donc est-il jamais arrivé à vous même ? […] non, évidemment non !”
Por tanto, el móvil principal tanto de la naturaleza como de la sociedad es la atracción mágica, pasional y no reflexiva, y “tout être, homme, plante, animal ou globe, a reçu une somme de forces en rapport avec sa mission dans l’ordre universel”.
De donde se sigue que “les attractions sont proportionnelles aux destinées”.
¿No parece como si en todas estas afirmaciones el autor francés se propusiera enfrentar su passion al actus purus del pensamiento alemán? No se piensa solamente por pensar, etc.
De cuán difícil se les hace a los alemanes sobreponerse a la unilateralidad de lo antagónico ha venido a dar una nueva prueba en su Gaceta Literaria crítica berlinesa mi amigo de muchos años Bruno Bauer, ahora distanciado de mí. No sé si ha leído usted esta publicación. Hay en ella mucha polémica tácita contra usted.
El carácter de esta Gaceta Literaria puede reducirse a que, en ella, la crítica se convierte en un ente trascendente. Estos berlineses no se consideran hombres que critican, sino críticos que tienen, por añadidura, la desgracia de ser hombres. Sólo reconocen, por tanto, una necesidad real, que es la necesidad de la crítica teorética. De ahí que reprochen, por ejemplo, a Proudhon el tomar como punto de partida una “necesidad” “práctica”: Ello hace que esta crítica se pierda, por consiguiente, en un triste y pretencioso espiritualismo. La Consciencia o la Autoconsciencia es, para ella, la única cualidad humana. Se niega, por ejemplo, el amor porque en él la amada es simplemente un “objeto”. ¡Abajo el objeto! De ahí que esta crítica se considere como el único elemento activo de la historia. Frente a ella, toda la humanidad es simplemente masa, una masa inerte, que sólo tiene valor en contraste con el Espíritu. Y, consecuentemente, considera como el mayor de los crímenes el que el crítico tenga un temperamento y abrigue pasiones, puede debe ser un σοφός irónicamente frío como el hielo.
De ahí que Bauer declara, literalmente:
“El crítico no debe participar en los padecimientos ni en los goces de la sociedad; no debe conocer ni la amistad ni el amor, ni el odio o el recelo; debe levantar su trono en medio de la soledad, donde sólo de vez en cuando escapa de sus labios la carcajada de los dioses olímpicos acerca de un mundo vuelto del revés.”
Como se ve, el tono de la Gaceta Literaria baueriana es el tono del desprecio pasional, tarea que le resulta tanto más fácil cuando que lanza a la cabeza de los demás los resultados obtenidos por ella misma y por la época. Se limita a poner de manifesto las contradicciones y, satisfecha con ello, se retira, exclamando despectivamente: “¡Jum!”. Dice que la crítica no da nada, pues es demasiado espiritual para ello. Y hasta se atreve a expresar la esperanza de que “no está lejos el día en que toda la humanidad decadente se agrupará en torno a la crítica —y la Crítica son él y compañía.—; cuando ese día llegue, sondearán a esta masa en sus diversos grupos y extenderán a todos ellos el testimonium paupertatis”.
Tal parece como si Bauer se lanzara a la lucha por rivalidad contra Cristo. Me propongo publicar un pequeño folleto contra estos extravíos de la Crítica. Y sería un valor inapreciable para mí el que previamente me hiciese usted conocer su opinión y, en general, me haría feliz si se dignase usted hacerme llegar pronto unas letras suyas. Los artesanos alemanes que trabajan aquí, es decir, los comunistas, varios cientos de ellos, han escuchado este verano, dos veces ala semana, conferencias sobre su Esencia del cristianismo, dadas por sus instructores secretos y se han mostrado notablemente sensibles a estas enseñanzas. El pequeño extracto de la carta de una dama alemana publicado en el folletón n° 64 del Vorwäts ha sido tomado, sin conocimiento de la autora, de una carta de mi mujer, que se halla actualmente en Tréveris, visitando a su madre.
Con los mejores deseos en cuanto a su salud y bienestar, queda suyo
K. Marx.

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